Detelina Barutchieva
Está parada en la entrada del edificio. Una puerta
se cierra. Es en el segundo piso. A la derecha. El muy pillo conoce los sonidos
de todos los pisos. El crujir de las puertas, de las ventanas, el ruido de las
aspiradoras, por supuesto, cada aspiradora tiene su timbre; el correr de las
duchas.
Sabe quién y cómo se tira
pedos. En el segundo piso a la izquierda los ruidos recuerdan salvas de
artillería. Precisamente el sonido de un oboe llega desde el piso inferior; en
la planta baja suena un silbato. Él no considera inapropiado escuchar pegando
el oído a la puerta de los otros departamentos. Los vecinos deben tomarlo en
cuenta. No puedes creer a ciegas, es obligatorio que la confianza se base en
hechos. Qué les gusta y qué no, su opinión sobre los otros, la orientación
política. La información es una carta de triunfo. Nadie está en condiciones de
hacerte una jugada. La táctica es elemental. Murmura: aquel te odia y comienza la
guerra en la planta. Petrov, eres de los mejores, y aquí no te quieren
precisamente por eso. De otro modo, por qué Ivanov te iba a decir que eres un
idiota. Después es todavía más fácil: Ivanov, ¿sabías que Petrov dijo que eres
un desgraciado? Adivina quién gana. Ja, ja, ja.
Pero ahora su prioridad es el del
segundo piso, por el momento. Suele engañarlo y pasar sin que la sienta.
Entonces se pone nervioso, incrédulo respecto a las costumbres de ella. Se
escurre por las escaleras, se detiene frente a su puerta. El silencio absoluto
lo hiere como si fuera un cuchillo en el estómago. Se enfurece, ya que, aunque
sea incoherente, ha confiado en ella. Baja, lo que no implica ninguna seguridad;
es una egoísta total. Lo obliga a agudizar el oído, a vigilarla, a acecharla
largo tiempo. Lo derrumba esa habilidad que tiene ella para escurrirse; lo cansa.
Mientras que en la espera, su ego descontento se infla. Se separa del cuerpo. Recorre
las plantas, agudiza el oído ante los ruidos, olfatea, observa. Aquella ventana,
alguien corre las cortinas, la luz en el salón es tenue, desde hace dos noches
que es la misma. Puede ser que se hayan ido, que hayan dejado prendida la
lámpara a propósito para que pensemos que están en la casa.
A veces le da sueño,
exactamente cuando a esa le da por entrar o salir. Dura segundos; luego, escruta
el aire con la mirada, hay uno que perfila los rasgos difusos de una espalda,
cuesta arriba por las escaleras. Diría que tiene alucinaciones, pero hay
pruebas materiales. Las huellas de las botas de invierno, señales que le inundan
de rabia los intestinos. Logra alcanzar la espalda ya mencionada, y esta se
sobresalta. Por lo menos así le parece. Luego recupera el control, y junto con
él, la burla que lo caracteriza.
Es un combatiente. No es que
quiera ser malo, a veces simplemente es necesario. Se las arregla. Le enseñaron
que los actos indignos son erróneos, incluso los pensamientos. Los errores
deben ser castigados. Los ajenos.
Ella naturalmente es una
bruja. Un vampiro que lo desafía y que se alimenta de sus emociones. Ansiedad,
impaciencia, ira.
Él se disculpa, sufre. Pierde
la orientación. Arde por dentro. Se asfixia. Vuelve en sí lenta y
asombrosamente, pero su ira no se ha derretido. La tensión se convierte en un falsete,
en palabras entrecortadas y rabiosas. No se va a tranquilizar hasta que no la machaque
y la pueda arrojar como si fuera un avioncito de papel.
Hoy ella se mueve según el horario
previsto. Generalmente sale a las ocho. Está en ropa de casa, es decir, va al
mercado. Después de una hora regresa, se refugia en su piso. Conecta el
ordenador, él se tranquiliza, manso. Ella está adentro. No se esperan
sorpresas. Al cabo de dos horas pone su oído en la puerta de ella. Está en el
pasillo, respira rítmicamente en el escalador mecánico. Más tarde habla por
teléfono. Él lo escucha todo. A veces son asuntos muy interesantes, que merecen
ser conocidos. Quién, dónde, qué, los nombres habituales. Algún día serán de
utilidad. Señora Gueorguieva, su amante… Por favor, no se preocupe, su esposo
no se enterará. Lo podemos arreglar. Nos vemos entonces.
Pero a la del segundo piso no
la soporta. Le hace crujir los intestinos. Lo vuelve loco el olor de su perfume
que permanece durante horas en las escaleras. Le molesta su nariz pequeña, la
boca grande. Le dan náuseas las camisetas y los vaqueros quinceañeros en los
que se mete. Una mujer de edad, pasada de madura. Definitivamente no le gusta.
Se empequeñece, se encoge como
un perrito, nervioso y excitado. Sufre convulsiones de odio. No será como ella
quiere, pero no puede determinar exactamente qué es lo que ella quiere. Se le
contraen los músculos de la cara, le corre el sudor por todo el cuerpo, le empapa
la camiseta.
Empuña la pala y la escoba. Recién
ha terminado de barrer las escaleras, la entrada, el sendero del jardín. No
puede confiar en la mujer del aseo. Ya han cambiado más de veinte. Incluso cuando
les ponen ayudantes no logran cumplir las exigencias más simples, elementales; véalo
usted mismo: aquí se te pasó una mancha, allá quedó polvo. ¿Que cómo lo veo? Muy
fácil: miro con atención. Si lo recuerdas, te lo advertí, el trabajo no es
mucho, pero es de responsabilidad. Controlo lo realizado en persona. Está
tocado, ofendido por la falta de dedicación. De la suciedad que la gente deja
tras de sí.
Pero está obsesionado con lo
que ocurre en el segundo piso. Pone esfuerzos increíbles para no moverse, para
no hacer ruidos. Es todo oídos. Desde lejos escucha el sonido de los pasos que
se acercan y pasan. El tiempo es su aliado. Ella no tiene otro lugar por dónde pasar.
No puede volar. Ahora le dirá lo que piensa de ella. No lo dirá a sus espaldas,
sino en la cara. Si es necesario, hará que se detenga. Asumirá una actitud furiosa
y completamente enojada. Fin de la anarquía. De la diversidad de posiciones. En
la entrada reinará el orden. Perfecto. Lo han de observar todos. Ella
inclusive. Obligatoriamente. A la fuerza. Cuando pase, lo habrá de saludar. Él
no es un monumento, ni un cuadro colgado en la pared. Tiene que mirarlo los
ojos, con la mayor amabilidad.
Salió con ropa de casa. Es
imposible que haya pasado sin verla. Nuevamente ve solo las huellas de sus
zapatos de invierno.
Eso de que sea independiente
como lo era su exnovia lo hace caer en el pánico. Desde hace dos meses la
visita un hombre. Un bruto en vaqueros. Le comunicó de inmediato que esa no es la
entrada no hay ningún burdel. El tipo rugió. Si fuera un poco más bajo, le
daría su merecido. Aún no sabe cómo lo hará, pero lo hará. Les echará a perder el
juego.
Le va a joder la vida.
Ella tiene un gato. Ya le hizo
notar que maúlla muy fuerte. Ella respondió que es un animal, que no le puede clausurar
el hocico. Claro que puede. Que lo cape o si tanto le interesa su virilidad, que
le coloque un bozal. Venden bozales para perros pequeños. En caso contrario,
comenzará a reunir firmas ya que molesta a los propietarios de la planta. Semejante
cosa se hace cuando hay perros, pero él se las arreglará, escribirá que el gato
es un perro, nadie mirará lo que está firmando.
Tocará el timbre con solemnidad.
Apuntará el papel con el dedo. Dirá: mira lo que quieren los vecinos, y agregará,
muy serio: saca el gato de aquí antes de que esto se ponga más feo. Todavía no
ha pensado qué es lo peor, pero si lo fuerzan, lo hará. Que se joda si es tan
tonta.
Comienza a cansarse, ya está
harto, seguramente le ha subido la presión sanguínea. Está levemente sonrojado.
Pero seguirá allí hasta que ella aparezca. No debe darle ni un minuto de
tranquilidad. De lo contrario, pensará que ha renunciado.
¡Cómo va a renunciar, ella
nunca se saldrá con la suya!
Título original: Шпионинът на петия етаж
Traducción: Eliza Popova
Detelina Barutchieva ha trabajado durante largos años como redactora en la Televisión Nacional Búlgara. Es guionista de series de emisiones televisivas y documentales, como Hombres del Renacimiento de hoy, El tercer ojo, Ju o el arte de vivir, De nadie, Muere con rapidez, Metodi Savov, la cruz de un ser humano. Su cuento "Rana, príncipe", publicado en 2003 en el periódico Nosotras, las mujeres, ha sido galardonado con un premio en el Concurso Internacional de Literatura organizado por el Foro de Mujeres del Mediterráneo, con sede en Marsella, Francia. El primer libro de la autora en español es Hola y adiós, una colección de cuentos cortos que se publicó en Bulgaria en 2009 y en Argentina en 2015. Su primera novela se titula Amores, y fue editada en 2010; la segunda es La jaula, de 2013. Actualmente la autora trabaja en una serie de ficciones cortas que compondrán su próximo libro.