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jueves, 23 de enero de 2025

MARCHA AL OLVIDO

Juan Carlos Aguilar


Los muros de cemento inconcluso se erigían como esqueletos desafiantes en medio de la penumbra perpetua. Bajo aquellos gigantes de hormigón, una multitud errante avanzaba sin rumbo, arrastrando su miseria a través de charcos cenagosos y hierros retorcidos. Sus pasos, lentos y toscos, eran apenas el eco de una especie empeñada en sobrevivir un día más, como un enjambre de langostas que devora, sin piedad, los últimos resquicios de alimento envasado en latas oxidadas.

En sus rostros marchitos se dibujaba la sombra de mil historias truncas por un cataclismo cuyo nombre se había perdido en los abismos del tiempo. Cada jornada, la convicción de seguir con vida parecía disminuir un poco más, disuelta en la lluvia ácida y en el viento que traía recuerdos de lo que alguna vez fue el verdor del mundo. Para la mayoría, solo quedaba un letargo indolente, un avanzar mecánico sin la menor esperanza de encontrar nada nuevo.

Entre aquellas figuras errabundas, un niño se retrasaba, asido de la mano de su padre, un hombre de barba rala y mirada vencida. De vez en cuando, aquel niño rezagado giraba la cabeza, explorando con ojos inocentes los contornos rotos del horizonte. Fue entonces cuando algo inusual atrapó su atención: un diminuto brote verde, un tallo esbelto que emergía, rebelde, entre el barro gris. La criatura parpadeó con asombro, incapaz de comprender aquella chispa viva en medio de la devastación. Jamás había contemplado otra forma de vida que no fueran ellos mismos.

—¡Padre! —susurró con voz débil, temeroso de quebrar el silencio opresivo que los envolvía—. ¡Padre!

El hombre, sumido en la desesperanza y asfixiado por el cansancio, se limitó a estirar un brazo hacia atrás, sin dignarse a mirar. De sus labios agrietados brotó un gruñido ininteligible, la única respuesta posible a la llamada de su hijo. El niño, obligado por el tirón brusco, dio un paso en falso. Su bota gastada se hundió en el barro y aplastó el tierno brote con un crujido casi imperceptible.

La marcha prosiguió entre ruinas y el polvo, sin que nadie advirtiera el eterno silencio que acababa de nacer. Y así, sin saberlo, la humanidad dio el paso definitivo hacia su propio ocaso.


jueves, 11 de abril de 2024

MISIONERO

 Juan Carlos Aguilar



Un atardecer sombrío trae un viento suave, seco y frío que se arremolina alrededor del cuerpo maltrecho y moribundo de un ser extraño a esas tierras. 

Sus últimas divagaciones lo llevan al momento en que adoptó aquella forma para mezclarse con los nativos. Sin duda había pagado un precio muy alto por su transformación. 

El conocimiento que traía solo podía ser accedido de un modo gradual e intermitente, pues el cerebro de aquellas primitivas criaturas solo podía procesar cierta cantidad de información al mismo tiempo. Como una represa que se descarga de manera controlada para evitar una catastrófica inundación. Así, algunas cosas las sabía de antemano y otras salían ocasionalmente de la bruma para aclarar el panorama; eso sí, siempre en el momento justo. Todo era parte del plan; sabía lo necesario en el momento preciso para cumplir su misión.

Pero, ¿había cumplido? La incertidumbre inherente a su condición actual era una sombra ominosa que aún perturbaba su paz interior. ¿Será que el trabajo y las privaciones, el ejercicio voluntario de sacrificar su verdadera naturaleza habían sido en vano? Algo le decía que no estaría seguro hasta el último momento, cuando ya no quedase nada más por revelar. 

Había sentido compasión por aquellas toscas criaturas que aún desconocían las responsabilidades asociadas al nivel de conciencia que recientemente habían adquirido de sí mismos, a su capacidad para crear, así como de destruir el medio que les rodeaba y a sus semejantes. Hizo lo posible por hacerles entender lo esencial para superar sus impulsos, centrados aún en los más fundamentales instintos de supervivencia, rezagos de sus antepasados menos evolucionados. 

No era de extrañar entonces que ese temor visceral que sentían aquellos seres hacia todo lo que les resultaba oscuro o incomprensible, hubiese devenido en su predicamento actual. Haber adoptado aquella forma para poder parecerse a ellos no había sido suficiente, tenía que actuar como ellos, pensar como ellos para ser aceptado. Pero eso hubiese sido un despropósito. 

El dolor de la carne maltratada y expuesta, minaba sus sentidos. Ya no le era posible concentrarse en sus reflexiones. Incapaz de moverse, su respiración resultaba apenas un susurro imperceptible. Su mente fue entregándose lentamente al sopor de la asfixia. Hacia el final, solo pudo sentir un brevísimo pico de dolor, luego la calidez de la sangre empapando la piel fría y reseca de su costado desnudo, mientras el ruido de la brisa y las carcajadas del centurión se difuminaban como un eco en el vacío. 

Finalmente, su conciencia se liberó, llevándose consigo todas las respuestas. 


Juan Carlos Aguilar nació en Judibana, estado Falcón, Venezuela, en 1966. Es ingeniero mecánico de profesión. En 1985 ingresó al recién creado Ubik, Club de Ciencia Ficción de la Universidad Simón Bolívar (Caracas, Venezuela), donde participó activamente. Ubik USB fue pionera en el nacimiento de la literatura moderna de Ciencia Ficción en Venezuela y responsable de la publicación de distintas iniciativas editoriales: Cygnus, la revista de ciencia ficción, La gaceta de Ubik, Necronomicón, así como de incontables proyectos de promoción del género, incluyendo concursos y foros. Juan Carlos publicó sus relatos y artículos en todas ellas. Luego de culminada su etapa universitaria, funda con Jorge De Abreu y otros ubikuos, la Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía (AVCFF), mediante la cual vio la luz el primer portal web dedicado a la CF en Venezuela (1997). Esta nueva plataforma abrió paso a otras publicaciones como Ubikverso, Desde el lado obscuro, Necronomicón, segunda época y Mundo Ubikuo, en las cuales Juan Carlos contribuyó como autor y coeditor. Representó primero a Ubik USB, y luego a la AVCFF, en MagicCon (1992), ConFrancisco (1993), Intersection (1995), TorCon (2003), Nippon (2007), World Fantasy Convention (2008), Chicon 7 (2012) y Loncon (2014). En 2015 coedita y publica el libro 12 Grados de Latitud Norte, Antología de Ciencia Ficción venezolana. Como asiduo colaborador y amigo, durante más de 30 años, de Jorge De Abreu, crea en 2021 el Premio De Abreu de ciencia ficción y fantasía, en conjunto con Vladimir Vásquez, autor del blog La cueva del lobo. El galardón se otorga anualmente desde entonces. Los ganadores y finalistas de cada año son publicados, en formato impreso y digital, por Ediciones Ubikness (brazo editorial de la AVCFF), a través de la plataforma de Amazon. Vive desde el 2008 en Canadá, desde donde continúa manteniendo el portal web y el grupo de Facebook de la AVCFF.

EL ENCUENTRO

 Laura Irene Ludueña   La reconoció de inmediato. Mary Shelley estaba sentada sola en el banco de una plaza oscura, como hurgando en sus r...