Chelo Torres
Desde la cubierta contemplaba el mar con ojos nostálgicos. Era el soldado de una batalla en la que las trincheras no protegían; por grandes que fuesen sus esfuerzos nunca iba a lograr su objetivo.
Diego Malaspina era un marino que sufría una fuerte necesidad de surcar los mares y visitar tierras desconocidas, hasta que un día su barco naufragó. Despertó sobre las arenas blancas de una isla sin humanos, un paraje en el que solo unos cuantos animales lo miraban asustados desde sus escondrijos, pero Diego no les temía, poseía un espíritu guerrero.
Estuvo buscando durante días los restos del barco, más no encontró ni rastro, tampoco de otros marineros, ni de cadáver alguno. Nada. No entendía cómo había llegado hasta la isla sin ser acompañado por algún otro objeto o persona.
Al cabo de unos días decidió cesar la búsqueda, era hora de construir una cabaña por si azotaba alguna tormenta, ya que tampoco había encontrado cuevas ni refugios.
Cuando tuvo terminada la cabaña, recogió hojas para poder dormir más blando, estaba en su labor cuando se acercó a un acantilado, creyó que estaba soñando y se pellizcó fuerte, el dolor le confirmó que no se encontraba en estado onírico pero aquello no era creíble, las sirenas no existían, su mente le estaba jugando una mala pasada. Volvió a observar. Aquella criatura de cabellos cobrizos era muy hermosa, su piel pálida y tersa, y la cola emitía destellos al saltar sobre el agua. Diego no podía dejar de mirarla. De súbito, la sirena se percató de que Diego la observaba con la boca abierta, dio un salto y desapareció en el mar.
—¡Noooo! —gritó el marino—. ¡Por favor no te vayas!
El silencio y la ausencia fueron su respuesta pero él no desistió, se sentó al borde del acantilado a esperar una nueva aparición de la sirena, de cualquier modo, no tenía prisa en realizar otras tareas. Su espera fue recompensada, una nueva aparición tuvo lugar, esta vez el encuentro se dio a voluntad de la sirena. Ella se sentía cómoda con la distancia, no había caminos que bajasen hasta el agua, no se formaba una cala de arena desde la que los humanos pudiesen acceder de forma fácil al agua. Solo una roca a plomo y una gran altura. Diego se conformaba con las condiciones; poder verla era su recompensa. Ella lo miró con timidez y él sintió que el corazón se le salía del pecho. Era tan hermosa. Intentó comunicarse con ella pero su expresión le indicó que no le entendía. La sirena cantó una bella melodía que embaucó al marino. Diego había escuchado leyendas en las que se relataban desapariciones de marinos, incluso de barcos enteros tras oír la canción de una sirena, pero él nunca las creyó, pensaba que eran puras patrañas, historias para asustar a los navegantes, más ahora no podía apartar su mirada y atención de aquella figura. Ya no le importaba que fuese su perdición, que incluso le costase la vida. Era lo único que le quedaba en aquel solitario paraje.
El viento empezó a soplar y el mar se volvió bravo, la sirena se quedó escuchando con cara de preocupación y desapareció. Esta vez Diego no intentó retenerla, sabía que algún asunto había reclamado su atención. Sintió frío y pensó que debía volver a un lugar más resguardado. Quizá se acercase una gran tormenta. No conocía el clima de la isla, ni cuan agresivas podían ser allí las borrascas. Retrocedió hasta la cabaña y se cobijó allí. En breve los truenos y relámpagos cubrieron la bóveda celeste. Diego no tenía miedo a las tormentas, de hecho había navegado muchas veces bajo ellas.
Sus días transcurrieron igual, cuando el clima era tranquilo y soleado se desplazaba al acantilado y allí encontraba a la sirena, que le embelesaba con sus gritos y sus canciones; más al llegar la tormenta, la isla parecía una fiesta de demonios, se escondía en la cabaña esperando que los huracanes no se lo llevasen con ellos.
Aquel día, Diego se encontraba en el acantilado, esperando a que la sirena apareciese con uno de sus acrobáticos saltos, cuando una carabela asomó en el horizonte. Por un momento sintió euforia, por fin alguien venía a rescatarle, volvería a su casa, a ver a su familia y amigos, a comer platos elaborados, pero por otro lado, le invadió una profunda tristeza, ya no vería más a la sirena, aquel ser que le había robado el corazón. Tan siquiera podría contar su historia pues nadie le creería, incluso se burlarían de él si les explicaba que se había enamorado de una sirena. Para todos sus conocidos las sirenas no existían, luego pensarían que desvariaba. Si volvía a casa su corazón quedaría destrozado, la echaría de menos por el resto de sus días, pero si se quedaba, acabaría enloqueciendo sin nadie con quien hablar. La sirena seguía con sus gritos y canciones pero sin comunicarse. Nunca podrían tener una relación de pareja normal, ella no podía caminar ni él pasar muchas horas en el agua. No podrían tener hijos, ni un hogar en común. Tampoco podía despedirse, ella ya no se arriesgaría a salir y que la vieran desde el barco, más cuando subiera de nuevo a la superficie él ya no estaría.
Los del barco llegaron en un pequeño bote a la playa donde Diego había despertado; el barco se había desviado de su rumbo por casualidad, debido a unas corrientes, y no regresarían más, así que su decisión debía ser rápida, un “ahora o nunca”. Diego pensó que aquel amor era imposible, que no podía renunciar a toda su vida por aquella mirada de fuego y un cuerpo de efectos dorados. Y también era posible que no apareciera nunca más. Así que, cuando los marinos estuvieron preparados subió al bote, sin volver la vista atrás.
Chelo Torres vive en Beniarbeig, Comunidad Valenciana, España. Trabajó en el Instituto de Pedreguer (Alicante) impartiendo inglés a adolescentes de 12 a 14 años. Vive en una urbanización tranquila, con unas vistas estupendas, tanto al mar como a la montaña. Sus aficiones favoritas son: la literatura, preferentemente fantástica, la música, la fotografía y, desde hace algunos meses, navegar por Internet. Se considera una géminis de cabeza a los pies. A los 14 empezó a escribir poesía y cuentos, actividad que abandonó a medida que los estudios se complicaron. Hace unos cuatro años retomó la escritura, con inexperiencia pero con muchas ganas. Gracias a un taller de literatura fantástica impartido por León Arsenal aterrizó en ese mundo, prolongando la actividad del taller en un grupo de trabajo llamado Alicantefantastica. Poco después llegó al Taller7 y más tarde al Taller 9.

