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sábado, 20 de diciembre de 2025

CRUCI—FIXX

Domenic Marinelli

 

El sueño es siempre el mismo:

Demo está en su cama. Duerme en el living, y allí tiene una puerta corrediza que da a un balcón que mira hacia la calle miserable en la que vive.

En su sueño, se despierta en esa misma cama, cada vez. (El hecho de que sea efectivamente su cama en la que despierta al comienzo de las festividades le hace sentir que el sueño es real y que no está en una existencia inventada, pero tengan por seguro que está soñando).

Lo está.

Demo lo está.

Él…

Si levanta la cabeza, apoyando el mentón sobre el pecho, puede ver hacia la calle, y allí es donde ve una bolsa de basura en el cordón de la vereda del edificio de enfrente.

El viento sopla con tanta fuerza que la bolsa parece agitarse furiosamente, o al menos eso es lo que él cree al principio, pero luego se da cuenta de que algo se mueve dentro de la bolsa.

Está aturdido. Para entonces ya está medio incorporado, entrecerrando los ojos para ver mejor, y sí, algo se mueve dentro de la bolsa, deduce.

Demo teme que sea un animal –algún hijo de puta debe haber metido ahí a una criatura indefensa– pero al principio tiene miedo de bajar. Sabe que quiere bajar –sabe que tiene que bajar– pero al principio está asustado…

De qué, no tiene idea.

Sigue mirando la bolsa negra que se mueve y, de pronto, una figura encapuchada ocupa su lugar allá abajo, en la calle; es alta y delgada, y lo observa desde la acera opuesta…

No pasa mucho tiempo antes de que esa imagen desaparezca… y entonces, así como así, la bolsa vuelve a ser lo único que se mueve allí abajo.

Se levanta de la cama.

Se pone el abrigo, abre la puerta del departamento, baja las escaleras descalzo hasta el vestíbulo, solo tres pisos; en la planta baja, el anciano del departamento B está sentado en los pocos escalones que conducen a las puertas de vidrio…

Demo se queda a su lado unos segundos. El viejo solo está sentado allí, con los ojos abiertos y vidriosos, mirando más allá de las ventanas. Demo lo mira brevemente y luego pasa de largo y sale.

En el césped a su derecha está su abuela, muerta desde hace mucho; está comiendo un higo y cuando él pasa junto a ella sisea como un gato y levanta los brazos defensivamente frente a su cara, como si él encarnara al Sol y ella fuera un vampiro. En el proceso deja caer el higo; cuando toca el césped, se convierte en arena.

Él ignora el higo (la arena) y a ella, y llega hasta la bolsa.

La observa durante mucho tiempo. Ya no se mueve. Al principio no quiere abrirla… simplemente se queda allí parado.

Luego Demo mira hacia el césped frente a su propio edificio. Su abuela ya no está. En su lugar está la figura encapuchada que vio antes.

Pero allí abajo Demo siente menos miedo y vuelve a girar hacia la bolsa. Es consciente de que la figura encapuchada podría abalanzarse sobre él en cualquier momento, mientras permanece de espaldas, pero eso no lo perturba en absoluto.

Se inclina, abre la bolsa y mira dentro.

Su cabeza está dentro de la bolsa, su propia cabeza. Tiene los ojos cerrados, hay una línea púrpura debajo de cada párpado cerrado, los labios están morados y la piel es de un blanco pálido. Está muerto.

Está muerto.

Demo está muerto…

Piensa inútilmente que cuando la vio desde arriba la bolsa se movía… ¿Estaba en la bolsa y en su cama al mismo tiempo? Esta pregunta siempre se formula como si sonara por altoparlantes… como si estuviera viviendo los últimos momentos del sueño pero observándolo todo al mismo tiempo, mientras algún narrador misterioso plantea la pregunta cuya respuesta él desea desesperadamente encontrar, aunque nunca lo hace.

Pero siempre está en la bolsa. Siempre que tiene este sueño. Se lo dice a sí mismo, incluso dentro del sueño, mientras permanece allí de pie; quizás con expresión estupefacta… la última pregunta reverberando en el aire muerto bajo el cielo sin estrellas de su casi olvidada y diminuta calle del centro de la ciudad.

Pero ¿qué son los sueños sino pensamientos cansados que tenemos al azar durante el día? Pensamientos a los que tal vez no les dedicamos demasiado tiempo y que eventualmente incluso olvidamos.

Y sin embargo, aparentemente hay algo dentro de nosotros que no quiere que los olvidemos.

A ellos…

Pero los sueños no son reales.

No lo son…

No lo son.

Son…

 

La vieja iglesia del barrio ya rondaba su mente incluso antes de haber regresado a casa.

Recordaba que en el sótano había hockey de mesa, billar y algunas máquinas recreativas viejas para los chicos del barrio, una actividad después de la escuela que las monjas solían organizar para el sacerdote de la parroquia con el fin de mantenerlos fuera de problemas. Y durante mucho tiempo, los juegos cumplieron efectivamente con el propósito para el cual habían sido diseñados y establecidos por el viejo padre Westland.

Martin Westland era un sacerdote amable que siempre olía a licor dulce de anís y a vainilla, pero mantenía las manos quietas y realmente se preocupaba por los chicos que frecuentaban la iglesia y sus alrededores.

Esa mañana, después de haber dormido incómodamente una vez más atravesando el mismo sueño de siempre por, no sé, ¿la millonésima vez?, Demo decidió que ese sería el día en que se desviaría de su caminata habitual para ir hacia la iglesia.

Solía haber una cruz gigante de bronce al frente de la iglesia, en un pequeño jardín justo allí; lo recordaba vívidamente, y desde que había vuelto al pueblo había desarrollado un impulso por visitar el lugar y pararse bajo esa vieja cruz imponente, tal como lo hacía cuando era niño. Solía mirar hacia arriba el rostro de Jesús, muriendo, abandonado por aquellos a quienes había intentado ayudar y guiar con tanta desesperación, y sin embargo, para Demo, siempre parecía poderoso al mismo tiempo; incluso en un momento en el que otros hombres se habrían debilitado. Nada podía debilitar la determinación de ese rostro que había visto en la estatua cuando era un niño.

Lo había postergado, primero por una razón, luego por otra –su nuevo trabajo, las compras, limpiar el departamento, arreglar una cañería que perdía– pero, siendo honesto, sabía que lo había evitado porque tenía miedo de estar bajo la presencia de esa cruz, de volver a ver ese rostro tantos años después de todo lo que había hecho y visto; y sí, aunque sentía que lo necesitaba, también estaba muy asustado. (Tal vez no haya nada más atormentado como un católico arrepentido).

Pero al final, era su sueño recurrente lo que más lo convencía de que necesitaba dejar de postergar.

Para empezar, su abuela fallecida aparecía en él todas las noches, y no, no habían tenido la mejor relación mientras ella vivía, pero nunca pensó que lo odiara. Ese sueño le hacía sentir lo contrario. De hecho, era precisamente en la iglesia que estaba tan inclinado a visitar donde tenía los mejores recuerdos de su abuela –la iglesia y esas épicas cenas de espaguetis con albóndigas después–, recuerdos que en su mayoría pertenecían a su primera infancia, antes de que todo se convirtiera en una vida de caos, crimen y pobreza.

Así que lo necesitaba, estar bajo esa cruz (quizás una sensación que solo un católico o cristiano pueda comprender); lo sentía profundamente dentro de sí, esa necesidad, y por eso se aventuró un poco más lejos que la caminata que solía hacer la mayoría de los días antes de su turno.

No era un trabajo glamoroso en lo más mínimo –una temporada en un local de hamburguesas, cocinando–, pero pagaba las cuentas por ahora, y pensaba que si era cuidadoso, el dinero que ganaba sería suficiente para mantenerse a flote…

Si era cuidadoso.

Eso siempre era lo más difícil: ser cuidadoso.

Tomó el camino largo alrededor del parque… por el sendero que conducía al mirador de la ciudad, el punto más alto del pueblo. Desde allí se podían ver no solo los muelles sino también las zonas más lejanas, y aprovechó incluso eso.

En otros tiempos, los italianos del barrio celebraban en ese parque una fiesta en honor a San Jorge, y lanzaban fuegos artificiales para que todo el vecindario los viera mientras comían paninis de salchicha y pimientos, porciones cuadradas de pizza de panadería y cerveza barata.

Una vez, hace mucho tiempo, él había sido uno de esos chicos de ojos enormes mirando hacia arriba las imágenes brillantes que creaban los fuegos artificiales, dejando que la atmósfera lo envolviera –esa sensación de comunidad familiar, falsa, como aprendería después–; esos colores y las imágenes mismas le hicieron creer que las fantasías que había construido sobre su vida en ese entonces eran completamente reales, y peor aún, que el futuro que se imaginaba parecía posible en esos momentos… momentos como ese, mirando los fuegos artificiales, su rostro reflejando el naranja, el azul y el verde brillantes, incluso bajo aquel cielo nocturno oscuro de tantos años atrás. Y las parrilladas familiares, las excursiones al campo e incluso a la playa, esos tiempos felices te hacían pensar que la felicidad era posible sin importar cuán oscuros hubieran parecido los días anteriores.

A menudo, cuando los días se volvieron oscuros para Demo al dejar atrás su infancia pacífica, maldijo esos momentos luminosos de felicidad, los maldijo y deseó que nunca hubieran existido. Tal vez porque esos buenos recuerdos hicieron que los malos tiempos que atravesó después fueran mucho peores.

Le tomó un tiempo subir el sendero hasta el mirador, pero estaba disfrutando el esfuerzo, desafiándose a sí mismo… un pie delante del otro, absorbiéndolo todo, a pesar de los pensamientos insufribles que normalmente lo habrían abatido; pero la perspectiva de ver esa vieja cruz mantenía su ánimo en alto, pensó.

Cuando llegó arriba no se sintió decepcionado en absoluto, ya que podía ver la iglesia a lo lejos.

El aire allí era diferente. No podía ver la cruz desde donde estaba, pero al absorberlo todo, respiró hondo.

Hubo un tiempo en que él y sus amigos pensaron que algún día dominarían toda la ciudad, igual que los mafiosos que veían en la televisión. Pero ahora, viejo y golpeado por la vida, podía reírse de algo que, por supuesto, nunca ocurrió ni fue realmente posible.

Estuvo a punto de reírse en voz alta, pero algo lo detuvo. Qué fue exactamente, no lo sabía, pero de pronto reír no le pareció adecuado.

Si era posible, de repente deseó aún más estar bajo esa vieja cruz de bronce.

Bajó por el lado opuesto de la colina rumbo a la iglesia. Se sentiría mejor cuando estuviera bajo la cruz, estaba seguro.

Tardó quince minutos en llegar y cuando alcanzó el frente de la iglesia, se dio cuenta de golpe de que la razón por la que no había visto la cruz desde la colina era porque ya no estaba allí. En su lugar solo quedaba una estatua de un papa de hace mucho tiempo; ni siquiera podía leer cuál era porque la placa estaba desgastada por el tiempo.

Un pozo cavernoso se formó en su estómago…

¿Cómo podían haber movido la cruz? ¿Por qué lo harían? Seguramente el padre Westland no tuvo nada que ver con esto; de ninguna manera.

Mientras pasaba frente a la iglesia, una mujer lo observaba. Había salido de la iglesia con dos niños. Los chicos corrieron delante de ella y jugaban en el suelo con unas piedras que habían encontrado, pero Demo notó la mirada de la mujer, una expresión de disgusto en su rostro.

Supuso que se veía desaliñado y quizá perturbado; su ropa era casi harapos, pero solo más tarde se dio cuenta de que aquella mirada en sus ojos, su decepción por no encontrar la cruz donde la necesitaba, podría haber parecido más locura que tristeza…

(Quizás sean lo mismo).

Rodeó el costado de la iglesia… buscando si tal vez habían trasladado la cruz al jardín trasero –recordaba que había un jardín allí–, pero cuando llegó, no había césped. El jardín también había desaparecido; solo encontró una entrada pavimentada con cuatro vehículos estacionados sobre el asfalto.

Regresó al frente del edificio. La mujer y los niños seguían allí, solo que ahora se habían unido dos hombres.

La mujer seguía mirándolo de esa manera desconfiada, pero ahora se inclinaba hacia los dos hombres, asentía y señalaba en su dirección. Los dos hombres estallaron en carcajadas cuando Demo pasó junto a ellos. La mujer también rio.

Se quedó atónito. ¿Esto es lo que les había enseñado la iglesia? Sintió ganas de darse vuelta y decirles:

¿Esto es lo que aprendieron en la iglesia?

Sonaba como algo que su padre habría dicho si te comportabas como un payaso un domingo, pero Demo no lo dijo. No entonces.

Pero lo pensó, y lo pensaría durante un buen rato…

Y como tantos hipócritas que afirman comprender la palabra de Dios, ¿esto es lo que aprendieron en la iglesia?

¿Esto es lo que aprendieron en la iglesia… en cualquier iglesia, así es como se comportan, así es como sus escrituras les dicen que se comporten?

Se preguntó si alguno de ellos alguna vez había sentido la necesidad de estar bajo la presencia imponente de una cruz gigante como él la había sentido ese día…

Quizás no. Ni entonces, ni nunca…

¿Y cómo podrían entonces comprender el dolor que él sentía, el dolor que habían visto y malinterpretado en sus ojos ese día?

Se alejó de la iglesia más tarde, después de otra búsqueda infructuosa, una que lo llevó a entrar al edificio en busca del padre Westland, solo para encontrar un memorial dedicado a él en el tablero de anuncios del vestíbulo. Cuando lo vio allí, el rostro luminoso del padre Westland en una foto antigua y las palabras In Memoriam justo debajo, no avanzó más; salió de la iglesia y tomó el camino que lo llevaría de regreso a su departamento.

In Memoriam

Los acontecimientos del día lo habían dejado exhausto. Caminó de regreso a su departamento en lo que a él le pareció una marcha semimuerta. Volvió en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, aunque en realidad debería haber sido una caminata de alrededor de una hora.

El día que había tenido era otro ejemplo más de lo imposible que es regresar a la inocencia; volver a lo que fue, antes de arruinarlo todo. Las decisiones importan, después de todo, y siempre lo harán.

Las decisiones importan…

La vida avanza con cada momento que pasa, con cada decisión tomada, y no puedes recuperar las cosas que alguna vez diste por sentadas. A veces es tu propia vida la que no puedes recuperar… incluso si estás golpeando el vidrio intentando volver a entrar, cuando se termina, se termina. Cuando un capítulo termina, está hecho: In Coda

Así que sigue adelante…

(Y a veces, solo a veces, ni siquiera es tu culpa).

Los trabajos antiguos que querías recuperar, los títulos que deseabas haber terminado y recibido, esas viejas novias con las que deseaste haber salido o haberte acostado; ese restaurante en el que desearías sentarte de nuevo, solo… una… vez… más…

La gran noticia es esta: no existe el “solo una vez más”. No existe y nunca existió realmente.

Digamos que sí llegas a revisitar algo, nunca es lo mismo, y no solo porque las personas que te rodeaban antes ya no están, sino porque tú eres diferente, el tiempo es diferente, la tierra es diferente, el éter es diferente.

Y quizás no haya ningún hombre vivo que pueda explicar exactamente por qué es así, pero simplemente lo es.

Es como algo que has comido desde la infancia. Siempre supo igual… dulce, maravilloso y perfectamente alojado en tu memoria, y entonces un día, ¡BAM! De pronto sabe diferente. Y nunca volverá a saber igual. A pesar de que los ingredientes son los mismos, el fabricante es el mismo… todo parece igual, pero no lo es, y solo tú sabes que ya no es ese viejo y confiable gusto con el que creciste, y nada de lo que hagas traerá eso especial de vuelta.

Nada.

Y lo mismo ocurre con el tiempo. Nunca recuperas ese tiempo, nada de él, y las cosas que diste por sentadas quedan abandonadas en los anales de tu tiempo individual, y nunca volverás a ser exactamente la persona que una vez fuiste…

Conoció a una mujer una vez; se llamaba Wanda. Era conocida como la loca de las serpientes; tenía un montón de serpientes, y una vez él la recordó enterrando una caja en el jardín delantero de su casa. Demo iba en bicicleta y sintió curiosidad, así que se detuvo.

—¿Qué estás haciendo, Wanda? —le preguntó.

—Enterrando a mi serpiente, chico. Murió anoche. Durante semanas y semanas no quiso comer… solo dejaba que los ratones que le daba corrieran alrededor y sobre él. Llegó un punto en que me di cuenta de que tenía un montón de ratones vivos. —Ella levantó la vista hacia el horizonte lejano y dejó de hablar durante un largo rato… Finalmente miró a Demo y dijo—: Oye, ¿quieres un ratón, chico?

Demo nunca asumió el rol de padre de ratones ese día, pero procesó lo que su mente de doce años había visto, y tal vez fue un atisbo de las lecciones que aprendería mucho más tarde en la vida, pero solo fue eso: un atisbo. Y eso es todo lo que se nos concede cuando somos tan jóvenes. Y sí, es cruel, pero así es el mundo…

Si tan solo pudiéramos aprender a aprovechar esos momentos, aferrarnos a ellos y realmente comprender lo que significan cuando somos jóvenes, tal vez la adultez sería mucho más fácil de sobrellevar.

Wanda lo sabía: como madre de serpientes, una serpiente nos enseña una de las lecciones más valiosas de la vida: para avanzar, hay que desprenderse de la piel vieja.

De algún modo…

Las decisiones importan y siempre lo harán…

Para Demo, esa cruz ya no estaba ese día… desaparecida y sin retorno, y el padre Westland estaba con todos los que él había perdido, y probablemente incluso con la serpiente de Wanda.

Se duchó y se metió en la cama para hacer la siesta. Deseó con todas sus fuerzas que todos estuvieran jugando al billar juntos, todos sus seres queridos fallecidos –incluso los actores, cantantes y escritores que amaba – y sí, incluso el padre Westland con su bigote balanceándose, su risa jovial y su panza temblorosa. Tal vez incluso la serpiente de Wanda estaba allí, a un costado, en una jaula bajo la cruz imponente, la que habían movido… todos juntos en algún sótano de iglesia en el cielo.

Eso sería agradable.

Deseó con todas sus fuerzas que así fuera.

Pronto el sueño lo condujo a la oscuridad y familiaridad del terror de su sueño recurrente, aunque… ¿era un sueño?

Tal vez no; tal vez nuestros sueños sean la verdadera realidad y nuestra vida diaria sea el sueño…

Tal vez así sea…

De hecho, mientras se acercaba cada vez más a ese velo oscuro del sueño, y apenas segundos antes de despertar en su propio living solo para ver aquella bolsa de basura negra agitándose allá abajo en su calle, estaba seguro de algo:

Esta era, en verdad, la realidad.

Domenic Marinelli es autor de varios libros, entre ellos: Across a dark river in Palermo, Generic V, Beneath the white darkness, 13 years of lamentation, Miles in the dark, The Mannaro Motel, Ancient credos in sanskrit moderna, Scratches like whispers y muchos más... Ha escrito novelas policiacas, de suspense psicológico, de terror, de ciencia ficción, transgresoras, neobeat y de géneros alternativos. También escribe obras de teatro, poesía y, por supuesto, no ficción. Algunos de sus trabajos se han publicado en Pro Wrestling News Hub, USFL News Hub, Thirsty For News, Lombardi Ave, The Gamer, The Sportster, HotCars, XFL News Hub, The Travel, The Recipe, Ringside News, The Things, The Talko, Steel Notes Magazine, Show Snob Magazine, West Island Community News Blog, Dog O' Day Magazine, Park Extension News, MTL Times, Daily DDT, E-Wrestling News, CFL News Hub, Slam Wrestling, Guilty Eats, Last Word On Sports (LWOS), y también ha escrito artículos y guiones de vídeo para babbletop.com. Vive en Montreal, Quebec, Canadá, con su esposa, Sarah, donde trabaja arduamente en sus próximos proyectos.

 

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