Domenic Marinelli
El sueño es siempre
el mismo:
Demo está en su
cama. Duerme en el living, y allí tiene una puerta corrediza que da a un balcón
que mira hacia la calle miserable en la que vive.
En su sueño, se despierta en esa
misma cama, cada vez. (El hecho de que sea efectivamente su cama en la que
despierta al comienzo de las festividades le hace sentir que el sueño es real y
que no está en una existencia inventada, pero tengan por seguro que está
soñando).
Lo está.
Demo lo está.
Él…
Si levanta la cabeza, apoyando el
mentón sobre el pecho, puede ver hacia la calle, y allí es donde ve una bolsa
de basura en el cordón de la vereda del edificio de enfrente.
El viento sopla con tanta fuerza
que la bolsa parece agitarse furiosamente, o al menos eso es lo que él cree al
principio, pero luego se da cuenta de que algo se mueve dentro de la bolsa.
Está aturdido. Para entonces ya
está medio incorporado, entrecerrando los ojos para ver mejor, y sí, algo se
mueve dentro de la bolsa, deduce.
Demo teme que sea un animal –algún
hijo de puta debe haber metido ahí a una criatura indefensa– pero al principio
tiene miedo de bajar. Sabe que quiere bajar –sabe que tiene que bajar– pero al
principio está asustado…
De qué, no tiene idea.
Sigue mirando la bolsa negra que se
mueve y, de pronto, una figura encapuchada ocupa su lugar allá abajo, en la
calle; es alta y delgada, y lo observa desde la acera opuesta…
No pasa mucho tiempo antes de que
esa imagen desaparezca… y entonces, así como así, la bolsa vuelve a ser lo
único que se mueve allí abajo.
Se levanta de la cama.
Se pone el abrigo, abre la puerta
del departamento, baja las escaleras descalzo hasta el vestíbulo, solo tres
pisos; en la planta baja, el anciano del departamento B está sentado en los
pocos escalones que conducen a las puertas de vidrio…
Demo se queda a su lado unos
segundos. El viejo solo está sentado allí, con los ojos abiertos y vidriosos,
mirando más allá de las ventanas. Demo lo mira brevemente y luego pasa de largo
y sale.
En el césped a su derecha está su
abuela, muerta desde hace mucho; está comiendo un higo y cuando él pasa junto a
ella sisea como un gato y levanta los brazos defensivamente frente a su cara,
como si él encarnara al Sol y ella fuera un vampiro. En el proceso deja caer el
higo; cuando toca el césped, se convierte en arena.
Él ignora el higo (la arena) y a
ella, y llega hasta la bolsa.
La observa durante mucho tiempo. Ya
no se mueve. Al principio no quiere abrirla… simplemente se queda allí parado.
Luego Demo mira hacia el césped
frente a su propio edificio. Su abuela ya no está. En su lugar está la figura
encapuchada que vio antes.
Pero allí abajo Demo siente menos
miedo y vuelve a girar hacia la bolsa. Es consciente de que la figura
encapuchada podría abalanzarse sobre él en cualquier momento, mientras
permanece de espaldas, pero eso no lo perturba en absoluto.
Se inclina, abre la bolsa y mira
dentro.
Su cabeza está dentro de la bolsa,
su propia cabeza. Tiene los ojos cerrados, hay una línea púrpura debajo de cada
párpado cerrado, los labios están morados y la piel es de un blanco pálido.
Está muerto.
Está muerto.
Demo está muerto…
Piensa inútilmente que cuando la
vio desde arriba la bolsa se movía… ¿Estaba en la bolsa y en su cama al mismo
tiempo? Esta pregunta siempre se formula como si sonara por altoparlantes… como
si estuviera viviendo los últimos momentos del sueño pero observándolo todo al
mismo tiempo, mientras algún narrador misterioso plantea la pregunta cuya
respuesta él desea desesperadamente encontrar, aunque nunca lo hace.
Pero siempre está en la bolsa.
Siempre que tiene este sueño. Se lo dice a sí mismo, incluso dentro del sueño,
mientras permanece allí de pie; quizás con expresión estupefacta… la última
pregunta reverberando en el aire muerto bajo el cielo sin estrellas de su casi
olvidada y diminuta calle del centro de la ciudad.
Pero ¿qué son los sueños sino
pensamientos cansados que tenemos al azar durante el día? Pensamientos a los
que tal vez no les dedicamos demasiado tiempo y que eventualmente incluso
olvidamos.
Y sin embargo, aparentemente hay
algo dentro de nosotros que no quiere que los olvidemos.
A ellos…
Pero los sueños no son reales.
No lo son…
No lo son.
Son…
La vieja iglesia
del barrio ya rondaba su mente incluso antes de haber regresado a casa.
Recordaba que en el sótano había
hockey de mesa, billar y algunas máquinas recreativas viejas para los chicos
del barrio, una actividad después de la escuela que las monjas solían organizar
para el sacerdote de la parroquia con el fin de mantenerlos fuera de problemas.
Y durante mucho tiempo, los juegos cumplieron efectivamente con el propósito
para el cual habían sido diseñados y establecidos por el viejo padre Westland.
Martin Westland era un sacerdote
amable que siempre olía a licor dulce de anís y a vainilla, pero mantenía las
manos quietas y realmente se preocupaba por los chicos que frecuentaban la
iglesia y sus alrededores.
Esa mañana, después de haber
dormido incómodamente una vez más atravesando el mismo sueño de siempre por, no
sé, ¿la millonésima vez?, Demo decidió que ese sería el día en que se desviaría
de su caminata habitual para ir hacia la iglesia.
Solía haber una cruz gigante de
bronce al frente de la iglesia, en un pequeño jardín justo allí; lo recordaba
vívidamente, y desde que había vuelto al pueblo había desarrollado un impulso
por visitar el lugar y pararse bajo esa vieja cruz imponente, tal como lo hacía
cuando era niño. Solía mirar hacia arriba el rostro de Jesús, muriendo,
abandonado por aquellos a quienes había intentado ayudar y guiar con tanta
desesperación, y sin embargo, para Demo, siempre parecía poderoso al mismo
tiempo; incluso en un momento en el que otros hombres se habrían debilitado.
Nada podía debilitar la determinación de ese rostro que había visto en la
estatua cuando era un niño.
Lo había postergado, primero por
una razón, luego por otra –su nuevo trabajo, las compras, limpiar el
departamento, arreglar una cañería que perdía– pero, siendo honesto, sabía que
lo había evitado porque tenía miedo de estar bajo la presencia de esa cruz, de
volver a ver ese rostro tantos años después de todo lo que había hecho y visto;
y sí, aunque sentía que lo necesitaba, también estaba muy asustado. (Tal vez no
haya nada más atormentado como un católico arrepentido).
Pero al final, era su sueño
recurrente lo que más lo convencía de que necesitaba dejar de postergar.
Para empezar, su abuela fallecida
aparecía en él todas las noches, y no, no habían tenido la mejor relación
mientras ella vivía, pero nunca pensó que lo odiara. Ese sueño le hacía sentir
lo contrario. De hecho, era precisamente en la iglesia que estaba tan inclinado
a visitar donde tenía los mejores recuerdos de su abuela –la iglesia y esas
épicas cenas de espaguetis con albóndigas después–, recuerdos que en su mayoría
pertenecían a su primera infancia, antes de que todo se convirtiera en una vida
de caos, crimen y pobreza.
Así que lo necesitaba, estar bajo
esa cruz (quizás una sensación que solo un católico o cristiano pueda
comprender); lo sentía profundamente dentro de sí, esa necesidad, y por eso se
aventuró un poco más lejos que la caminata que solía hacer la mayoría de los
días antes de su turno.
No era un trabajo glamoroso en lo
más mínimo –una temporada en un local de hamburguesas, cocinando–, pero pagaba
las cuentas por ahora, y pensaba que si era cuidadoso, el dinero que ganaba
sería suficiente para mantenerse a flote…
Si era cuidadoso.
Eso siempre era lo más difícil: ser
cuidadoso.
Tomó el camino largo alrededor del
parque… por el sendero que conducía al mirador de la ciudad, el punto más alto
del pueblo. Desde allí se podían ver no solo los muelles sino también las zonas
más lejanas, y aprovechó incluso eso.
En otros tiempos, los italianos del
barrio celebraban en ese parque una fiesta en honor a San Jorge, y lanzaban
fuegos artificiales para que todo el vecindario los viera mientras comían
paninis de salchicha y pimientos, porciones cuadradas de pizza de panadería y
cerveza barata.
Una vez, hace mucho tiempo, él
había sido uno de esos chicos de ojos enormes mirando hacia arriba las imágenes
brillantes que creaban los fuegos artificiales, dejando que la atmósfera lo
envolviera –esa sensación de comunidad familiar, falsa, como aprendería después–;
esos colores y las imágenes mismas le hicieron creer que las fantasías que
había construido sobre su vida en ese entonces eran completamente reales, y
peor aún, que el futuro que se imaginaba parecía posible en esos momentos…
momentos como ese, mirando los fuegos artificiales, su rostro reflejando el
naranja, el azul y el verde brillantes, incluso bajo aquel cielo nocturno
oscuro de tantos años atrás. Y las parrilladas familiares, las excursiones al
campo e incluso a la playa, esos tiempos felices te hacían pensar que la
felicidad era posible sin importar cuán oscuros hubieran parecido los días
anteriores.
A menudo, cuando los días se
volvieron oscuros para Demo al dejar atrás su infancia pacífica, maldijo esos
momentos luminosos de felicidad, los maldijo y deseó que nunca hubieran
existido. Tal vez porque esos buenos recuerdos hicieron que los malos tiempos
que atravesó después fueran mucho peores.
Le tomó un tiempo subir el sendero
hasta el mirador, pero estaba disfrutando el esfuerzo, desafiándose a sí mismo…
un pie delante del otro, absorbiéndolo todo, a pesar de los pensamientos insufribles
que normalmente lo habrían abatido; pero la perspectiva de ver esa vieja cruz
mantenía su ánimo en alto, pensó.
Cuando llegó arriba no se sintió
decepcionado en absoluto, ya que podía ver la iglesia a lo lejos.
El aire allí era diferente. No
podía ver la cruz desde donde estaba, pero al absorberlo todo, respiró hondo.
Hubo un tiempo en que él y sus
amigos pensaron que algún día dominarían toda la ciudad, igual que los mafiosos
que veían en la televisión. Pero ahora, viejo y golpeado por la vida, podía
reírse de algo que, por supuesto, nunca ocurrió ni fue realmente posible.
Estuvo a punto de reírse en voz
alta, pero algo lo detuvo. Qué fue exactamente, no lo sabía, pero de pronto
reír no le pareció adecuado.
Si era posible, de repente deseó
aún más estar bajo esa vieja cruz de bronce.
Bajó por el lado opuesto de la
colina rumbo a la iglesia. Se sentiría mejor cuando estuviera bajo la cruz,
estaba seguro.
Tardó quince minutos en llegar y
cuando alcanzó el frente de la iglesia, se dio cuenta de golpe de que la razón
por la que no había visto la cruz desde la colina era porque ya no estaba allí.
En su lugar solo quedaba una estatua de un papa de hace mucho tiempo; ni
siquiera podía leer cuál era porque la placa estaba desgastada por el tiempo.
Un pozo cavernoso se formó en su
estómago…
¿Cómo podían haber movido la cruz?
¿Por qué lo harían? Seguramente el padre Westland no tuvo nada que ver con
esto; de ninguna manera.
Mientras pasaba frente a la
iglesia, una mujer lo observaba. Había salido de la iglesia con dos niños. Los
chicos corrieron delante de ella y jugaban en el suelo con unas piedras que
habían encontrado, pero Demo notó la mirada de la mujer, una expresión de
disgusto en su rostro.
Supuso que se veía desaliñado y
quizá perturbado; su ropa era casi harapos, pero solo más tarde se dio cuenta
de que aquella mirada en sus ojos, su decepción por no encontrar la cruz donde
la necesitaba, podría haber parecido más locura que tristeza…
(Quizás sean lo mismo).
Rodeó el costado de la iglesia…
buscando si tal vez habían trasladado la cruz al jardín trasero –recordaba que
había un jardín allí–, pero cuando llegó, no había césped. El jardín también
había desaparecido; solo encontró una entrada pavimentada con cuatro vehículos
estacionados sobre el asfalto.
Regresó al frente del edificio. La
mujer y los niños seguían allí, solo que ahora se habían unido dos hombres.
La mujer seguía mirándolo de esa
manera desconfiada, pero ahora se inclinaba hacia los dos hombres, asentía y
señalaba en su dirección. Los dos hombres estallaron en carcajadas cuando Demo
pasó junto a ellos. La mujer también rio.
Se quedó atónito. ¿Esto es lo que
les había enseñado la iglesia? Sintió ganas de darse vuelta y decirles:
¿Esto es lo que aprendieron en la
iglesia?
Sonaba como algo que su padre
habría dicho si te comportabas como un payaso un domingo, pero Demo no lo dijo.
No entonces.
Pero lo pensó, y lo pensaría
durante un buen rato…
Y como tantos hipócritas que
afirman comprender la palabra de Dios, ¿esto es lo que aprendieron en la
iglesia?
¿Esto es lo que aprendieron en la
iglesia… en cualquier iglesia, así es como se comportan, así es como sus
escrituras les dicen que se comporten?
Se preguntó si alguno de ellos
alguna vez había sentido la necesidad de estar bajo la presencia imponente de
una cruz gigante como él la había sentido ese día…
Quizás no. Ni entonces, ni nunca…
¿Y cómo podrían entonces comprender
el dolor que él sentía, el dolor que habían visto y malinterpretado en sus ojos
ese día?
Se alejó de la iglesia más tarde,
después de otra búsqueda infructuosa, una que lo llevó a entrar al edificio en
busca del padre Westland, solo para encontrar un memorial dedicado a él en el
tablero de anuncios del vestíbulo. Cuando lo vio allí, el rostro luminoso del padre
Westland en una foto antigua y las palabras In Memoriam justo debajo, no
avanzó más; salió de la iglesia y tomó el camino que lo llevaría de regreso a
su departamento.
In Memoriam…
Los acontecimientos del día lo
habían dejado exhausto. Caminó de regreso a su departamento en lo que a él le
pareció una marcha semimuerta. Volvió en lo que pareció un abrir y cerrar de
ojos, aunque en realidad debería haber sido una caminata de alrededor de una
hora.
El día que había tenido era otro
ejemplo más de lo imposible que es regresar a la inocencia; volver a lo que
fue, antes de arruinarlo todo. Las decisiones importan, después de todo, y
siempre lo harán.
Las decisiones importan…
La vida avanza con cada momento que
pasa, con cada decisión tomada, y no puedes recuperar las cosas que alguna vez
diste por sentadas. A veces es tu propia vida la que no puedes recuperar…
incluso si estás golpeando el vidrio intentando volver a entrar, cuando se
termina, se termina. Cuando un capítulo termina, está hecho: In Coda…
Así que sigue adelante…
(Y a veces, solo a veces, ni
siquiera es tu culpa).
Los trabajos antiguos que querías
recuperar, los títulos que deseabas haber terminado y recibido, esas viejas
novias con las que deseaste haber salido o haberte acostado; ese restaurante en
el que desearías sentarte de nuevo, solo… una… vez… más…
La gran noticia es esta: no existe
el “solo una vez más”. No existe y nunca existió realmente.
Digamos que sí llegas a revisitar
algo, nunca es lo mismo, y no solo porque las personas que te rodeaban antes ya
no están, sino porque tú eres diferente, el tiempo es diferente, la tierra es
diferente, el éter es diferente.
Y quizás no haya ningún hombre vivo
que pueda explicar exactamente por qué es así, pero simplemente lo es.
Es como algo que has comido desde
la infancia. Siempre supo igual… dulce, maravilloso y perfectamente alojado en
tu memoria, y entonces un día, ¡BAM! De pronto sabe diferente. Y nunca volverá
a saber igual. A pesar de que los ingredientes son los mismos, el fabricante es
el mismo… todo parece igual, pero no lo es, y solo tú sabes que ya no es ese
viejo y confiable gusto con el que creciste, y nada de lo que hagas traerá eso
especial de vuelta.
Nada.
Y lo mismo ocurre con el tiempo.
Nunca recuperas ese tiempo, nada de él, y las cosas que diste por sentadas
quedan abandonadas en los anales de tu tiempo individual, y nunca volverás a
ser exactamente la persona que una vez fuiste…
Conoció a una mujer una vez; se
llamaba Wanda. Era conocida como la loca de las serpientes; tenía un montón de
serpientes, y una vez él la recordó enterrando una caja en el jardín delantero
de su casa. Demo iba en bicicleta y sintió curiosidad, así que se detuvo.
—¿Qué estás haciendo, Wanda? —le
preguntó.
—Enterrando a mi serpiente, chico.
Murió anoche. Durante semanas y semanas no quiso comer… solo dejaba que los
ratones que le daba corrieran alrededor y sobre él. Llegó un punto en que me di
cuenta de que tenía un montón de ratones vivos. —Ella levantó la vista hacia el
horizonte lejano y dejó de hablar durante un largo rato… Finalmente miró a Demo
y dijo—: Oye, ¿quieres un ratón, chico?
Demo nunca asumió el rol de padre
de ratones ese día, pero procesó lo que su mente de doce años había visto, y
tal vez fue un atisbo de las lecciones que aprendería mucho más tarde en la
vida, pero solo fue eso: un atisbo. Y eso es todo lo que se nos concede cuando
somos tan jóvenes. Y sí, es cruel, pero así es el mundo…
Si tan solo pudiéramos aprender a
aprovechar esos momentos, aferrarnos a ellos y realmente comprender lo que
significan cuando somos jóvenes, tal vez la adultez sería mucho más fácil de
sobrellevar.
Wanda lo sabía: como madre de
serpientes, una serpiente nos enseña una de las lecciones más valiosas de la
vida: para avanzar, hay que desprenderse de la piel vieja.
De algún modo…
Las decisiones importan y siempre
lo harán…
Para Demo, esa cruz ya no estaba
ese día… desaparecida y sin retorno, y el padre Westland estaba con todos los
que él había perdido, y probablemente incluso con la serpiente de Wanda.
Se duchó y se metió en la cama para
hacer la siesta. Deseó con todas sus fuerzas que todos estuvieran jugando al
billar juntos, todos sus seres queridos fallecidos –incluso los actores,
cantantes y escritores que amaba – y sí, incluso el padre Westland con su
bigote balanceándose, su risa jovial y su panza temblorosa. Tal vez incluso la
serpiente de Wanda estaba allí, a un costado, en una jaula bajo la cruz
imponente, la que habían movido… todos juntos en algún sótano de iglesia en el
cielo.
Eso sería agradable.
Deseó con todas sus fuerzas que así
fuera.
Pronto el sueño lo condujo a la
oscuridad y familiaridad del terror de su sueño recurrente, aunque… ¿era un
sueño?
Tal vez no; tal vez nuestros sueños
sean la verdadera realidad y nuestra vida diaria sea el sueño…
Tal vez así sea…
De hecho, mientras se acercaba cada
vez más a ese velo oscuro del sueño, y apenas segundos antes de despertar en su
propio living solo para ver aquella bolsa de basura negra agitándose allá abajo
en su calle, estaba seguro de algo:
Esta era, en verdad, la realidad.
Domenic Marinelli es autor de varios libros, entre
ellos: Across a dark river in Palermo, Generic V, Beneath the white darkness,
13 years of lamentation, Miles in the dark, The Mannaro Motel, Ancient credos
in sanskrit moderna, Scratches like whispers y muchos más... Ha escrito novelas policiacas, de suspense psicológico, de terror, de
ciencia ficción, transgresoras, neobeat y de géneros alternativos. También
escribe obras de teatro, poesía y, por supuesto, no ficción. Algunos de sus
trabajos se han publicado en Pro Wrestling News Hub, USFL News Hub, Thirsty For
News, Lombardi Ave, The Gamer, The Sportster, HotCars, XFL News Hub, The
Travel, The Recipe, Ringside News, The Things, The Talko, Steel Notes Magazine,
Show Snob Magazine, West Island Community News Blog, Dog O' Day Magazine, Park
Extension News, MTL Times, Daily DDT, E-Wrestling News, CFL News Hub, Slam
Wrestling, Guilty Eats, Last Word On Sports (LWOS), y también ha escrito
artículos y guiones de vídeo para babbletop.com. Vive en Montreal, Quebec, Canadá,
con su esposa, Sarah, donde trabaja arduamente en sus próximos proyectos.
