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sábado, 27 de diciembre de 2025

EL CUENTO NO CONTADO

Ruben De Baerdemaeker

 

Había una vez un cuento de hadas que deseaba con todas sus fuerzas ser contado. No faltaban las ocasiones: la luz era escasa y las noches de invierno, largas. Junto al fuego del hogar se contaban historias para matar el tiempo, para educar a los niños y para hacer estremecerse a los adultos pese al crepitar de los leños. Noche tras noche se acercaban las sillas a la chimenea, y una atención casi sagrada se instalaba en la sala.

Los cuentos de la abuela eran los que despertaban mayor entusiasmo. Conocía cientos y sabía narrarlos como nadie. Hablaba de fantasmas, de brujas, de príncipes y de trolls, de princesas y de hadas madrinas. Los cuentos eran siempre los mismos y, a la vez, cada vez un poco distintos. Cobraban vida en formas imprevisibles y caprichosas que parpadeaban en el resplandor del fuego y chisporroteaban en la madera humeante. Pero aquel cuento en particular, ese, nunca llegaba a contarse.

Un día la abuela enfermó, como les sucede a todas las abuelas tarde o temprano, y se metió en la cama para no volver a levantarse jamás. Su nieta menor se trepó junto a ella en la gran cama y tomó con suavidad la mano vieja y temblorosa de la anciana.

—Vamos, abuela, cuéntame otro cuento.

La anciana abrió los ojos y suspiró.

—Ay, niña querida, todo ya ha sido contado. Creo que ya no me queda nada que decir.

—¿El de la princesa, abuela? ¿La princesa y el dragón?

—Ay, pequeña. La princesita eres tú, ¿no lo sabías?

La nieta pensó profundamente.

—¿Y el dragón, abuela? ¿Eres tú el dragón?

La abuela sonrió su última sonrisa.

—No, niña, eso espero que no. Al dragón todavía lo encontrarás. Y entonces sabrás que puedes derrotarlo.

—¿No hay entonces ningún cuento que aún no hayas contado, abuela?

El cuento no contado sintió que ese era el momento: una oportunidad única. Estaba de pie junto a la cama y sabía con certeza que la abuela lo veía. Pero la anciana exhaló su último aliento y dejó ir el mundo, y el cuento no fue contado.

La niña no siguió siendo niña, sino que creció hasta convertirse en una joven fuerte que seguía amando las historias. Nadie recordaba los cuentos de la abuela como ella, y por las noches se sentaba junto al fuego y narraba, imaginaba y tejía nuevos hilos en la rueca de su abuela.

El cuento no contado no había desaparecido y no dejaba de esperar. Se ocultaba en las sombras, silencioso y tímido. Se quedaba en un rincón junto a la chimenea, donde hacía calor, esperando que la joven lo advirtiera algún día. Se escondía entre los pliegues de las cortinas, listo para aparecer cuando caía la noche. Todos los viejos cuentos eran contados, pero el cuento no contado permanecía inadvertido y sin oídos que lo escucharan.

Fue un día triste para todos los habitantes de la casa cuando la mujer se marchó, con sus pocas pertenencias en un gran hatillo, pero no hubo forma de detenerla. Quería ver el mundo, decía, vivir aventuras. El cuento no lo comprendía. ¿Acaso no había más aventuras junto al fuego que en el mundo? Y allí estaba el cuento no contado, que habría podido ser tan nuevo e inesperado. Se replegó aún más en su rincón oscuro. Se dobló sobre sí mismo y se volvió invisible, pues ahora estaba seguro de que nadie querría contarlo jamás.

Los años pasaron y las estaciones se sucedieron como suelen hacerlo. Cuando hacía frío y oscurecía, los leños ardían en la chimenea y a veces todavía se contaban historias, pero nunca como antes. Nadie sabía narrar como la abuela, hacía mucho tiempo, ni como su nieta, que vagaba por el mundo, visitando lugares lejanos. El cuento no contado descubrió que las voces alrededor del fuego fueron menguando hasta casi desaparecer. Ya lo había oído todo, y cada nueva variación le resultaba banal y sin vida.

Un día apareció un objeto nuevo en la sala. Tenía botones brillantes y, al girarlos, salían voces, o incluso música. Ya no se contaban historias junto al fuego: solo se escuchaba. Después de la cena se sacaban las labores y se cargaban las pipas, y solo voces mecánicas resonaban desde el nuevo aparato. El cuento no contado permaneció en su rincón tratando de no escucharlas. Todo lo que necesitaba saber del mundo ya lo llevaba dentro, y el crepitar del fuego y el de la radio se fundieron en nada más que ruido.

La niebla del tiempo se disipó cuando la mujer regresó a la casa. Había viajado, había vivido y había envejecido. El cuento sintió que despertaba de un largo entumecimiento y comenzó, suavemente, a esperar de nuevo. Por las noches la mujer contaba historias, pero eran relatos extraños, sin un “vivieron felices para siempre” al final. Los oyentes asentían, pero no se conmovían como antes y, al cabo de un rato, volvían a encender la radio.

Cuando todos dormían, el cuento se deslizó hasta el dormitorio de la mujer que había regresado. Ella aún estaba despierta y se sentaba junto a la ventana, escrutando la noche oscura. El cuento se plantó justo frente a ella.

—Todavía estás aquí —dijo la mujer.

—¿Sabías que existo?

—Claro que lo sabía. Mi abuela también lo sabía. Por ti tuve que marcharme.

—Si sabías que estaba aquí, ¿por qué nunca me contaste?

—Ay, cuento, si te hubiera contado, nadie te habría comprendido.

—¿Y ahora? ¿Por qué no me cuentas ahora?

—Ay, cuento, ahora es demasiado tarde, ¿no te has dado cuenta? Aquí ya no hay lugar para los cuentos. Si te contara ahora, nadie nos escucharía.

—¿Por qué no me llevaste contigo?

La mujer guardó silencio un momento, y una lágrima brilló en su ojo.

—Ay, cuento, no podía llevarte conmigo: nunca habría podido cargarte.

El cuento sintió regresar la vieja y conocida desesperación.

—¿Y yo? ¿Qué se supone que debo hacer?

—Cuento, nunca te contaré, pero tampoco te olvidaré jamás. En algún lugar del mundo habrá alguien que quiera conocerte y que sepa dónde y cuándo puede contarte.

—¿Dónde puedo encontrarlo?

—No lo sé, nadie lo sabe. Además, eres muy especial, muy distinto. Eso lo hace difícil. Pero no es razón para no buscar. Difícil no es imposible. Y recuerda que todo cuento, toda historia, ha permanecido mucho tiempo sin ser contada: no estás solo.

—¿Debo irme?

—Sal al mundo, busca tu tiempo y tu lugar, y a la persona que pueda contarte mejor de lo que yo jamás podría. Ve ahora. Pensaré en ti a menudo.

El cuento comprendió que la mujer tenía razón. Se deslizó fuera de la habitación y de la casa, y sintió que no habría sido necesario esperar tanto tiempo para hacerlo. La mujer de la casa envejeció y se debilitó, hasta que enfermó y murió en la cama en la que una vez había sostenido la mano de su abuela y pedido un último cuento.

El cuento no contado aún vaga por el mundo, en busca del lugar adecuado, del momento justo y del narrador indicado. Se oculta en las sombras junto al fuego del hogar y entre los pliegues de las cortinas, esperando en silencio y deseando que alguien lo advierta y, en el momento preciso, en el lugar exacto, lo despierte a la vida. Por las noches susurra suavemente para sí:

—Mírame, llévame contigo. Dame tu aliento y cuéntame.

A Ruben De Baerdemaeker siempre le han apasionado los libros y las historias, desde que tiene memoria. Imparte clases de neerlandés e inglés en un instituto de secundaria en Bélgica, donde disfruta leyendo cuentos y poemas con sus alumnos, a la vez que los anima a escribir. Escribe principalmente ficción especulativa y ha publicado varios relatos cortos en neerlandés, en línea, en revistas y en libros. Su primer libro en solitario, una colección de relatos cortos, se publicará en 2026.

 

EL CUENTO NO CONTADO