Achim Stößer
Hace ya dos mil años que estoy aquí y he muerto ciento cuatro veces. En
algunas oportunidades ha sido por un accidente, pero en la mayoría de los casos
ustedes me han matado. Claro, sería muy grave si yo fuera un ser humano, pero
es lo suficientemente grave, sobre todo teniendo en cuenta que ustedes no
sabían quién era yo, y que mi muerte solo es pasajera. Y que aparte de que
crear un nuevo avatar dura meses, cada nacimiento es un martirio. Todavía
recuerdo la primera vez, la más terrible: mi conciencia despierta en medio de
una absoluta privación sensorial, oscuridad total, silencio, ni frío ni calor,
ninguna sensación, una nada como la muerte. Lentamente comienzan a regresar los
sentidos, estoy tendido en un coma vigil en una bañera llena de una mucosidad
viscosa, incapaz de moverme y comienzo a comprender que el cuerpo en el que me
encuentro parece amputado, semiciego y sordo (usando la terminología de ustedes
para colores y sonidos que nosotros podemos ver y oír: infrarrojo, ultravioleta,
infra y ultrasonido), ninguna percepción de campos magnéticos o eléctricos.
Ningún órgano de la línea lateral, claro, ya que ustedes viven en una atmósfera
de gases. Lentamente tomo el control sobre mis miembros, solamente cuatro, como
si los otros hubiesen sido amputados. Dolores fantasmas en los miembros
faltantes, dolor de cabeza. Aguijonazos sobre la piel, en cada miembro, sobre
la lengua y los globos oculares. Náuseas, la permanente sensación de tener que
vomitar sin producir más que un par de arcadas.
Duró un par de días, hasta que la sonda juntó
suficientes muestras de habla, simples señales acústicas, para equipar con
ellas el cerebro del avatar, y después llevó unas cuantas horas el controlar
suficientemente los órganos vocales. Otros idiomas, que poco se diferenciaban
de este, resultaron luego más fáciles gracias a los primeros ensayos.
Ya nuestra llegada aquí, a este insoportable
mundo, estuvo ensombrecida por una catástrofe infernal. Apenas nos habíamos
aproximado a la órbita lunar cuando descubrimos un asteroide que amenazaba
impactar con el planeta que habitan. En verdad, y visto desde cierta distancia,
el mundo es una linda esferita… en especial si uno no conoce a sus odiosos
habitantes: enormes océanos de un azul centelleante, las masas terrestres
cubiertas de una flora verde, casquetes polares de un blanco enceguecedor, si
me limito a vuestro espectro visual; la vista desde arriba cae sobre nubes
suaves. Pero el lado nocturno es oscurísimo, negro como la pez, un reflejo de la
infernal vida que allí se desarrolla, aún cuando ahora los continentes deben
estar sembrados de luces como el rocío matutino sobre las telas de araña.
¿Recuerdan
el suceso de Tunguska? Seguro, recién han pasado un par de años desde eso. El
asteroide explotó en el aire sobre Siberia. En un radio de treinta kilómetros,
sesenta millones de árboles fueron arrancados de la tierra, en una población
situada al doble de distancia saltaron puertas y ventanas, la llamarada de la
explosión se pudo ver a quinientos kilómetros de distancia, seguido de truenos
y una terrible onda expansiva. También murieron un par de renos. La explosión
tuvo la potencia de cerca de cuatro megatones de TNT (aún cuando ustedes
exageran el efecto y hablan de diez a quince megatones, lo que equivaldría a
mil veces la energía de Little Boy con la cual ustedes destruyeron Hiroshima y
a un cuarto de la bomba “Zar” sobre Nowaja Semlja de hace tres décadas y media)
ya que el asteroide solo tenía un diámetro de cincuenta metros y explotó a una
altura de diez kilómetros. Pero ese fue un pedregullo inocuo en comparación con
aquel que entonces se dirigía rumbo a la Tierra: mucho más denso, el diámetro
cien veces más grande... como sabíamos que el planeta estaba habitado no vimos
otra salida que embestirlo para desviar su curso. Un impacto hubiese provocado
primero terremotos, tsunamis y enormes incendios, y después un invierno global
debido al hollín y otras partículas, un invierno que hubiese enfriado dramáticamente
la superficie marina, seguido de tormentas debido a la diferencia de
temperatura que habrían mantenido las partículas suspendidas en la atmósfera.
Recién después de muchos años, por los gases de efecto invernadero, las
temperaturas se hubiesen elevado a un nivel superior al que tenían antes del
impacto. Conseguimos cambiar el curso del asteroide apenas lo suficiente para
que no choque con la Tierra, pero sufrimos una avería en nuestra nave. Logramos
dirigirla hacia vuestro planeta haciendo un gran esfuerzo. La envoltura externa
se fundió por la fricción de la atmósfera, porque no estaba diseñada para eso,
pero teníamos cápsulas de emergencia especiales. Seguramente les habrá gustado
el espectáculo que ofreció nuestra caída: fuimos, mientras atravesábamos el
cielo nocturno, y antes de sumergirnos en el mar Mediterráneo, la estrella
fugaz más brillante que hayan visto. La cubierta exterior, abruptamente
enfriada por el agua marina, chirrió y crepitó; el agua hervía a borbotones y
así llegamos al fondo del mar. Por una grieta en la pared de la nave se
introdujo la líquida, pero para nosotros venenosa sustancia, el agua salada.
Solamente sobrevivimos dos.
Si bien nosotros podemos sobrevivir en vuestro
aire nunca nos hubiésemos podido mostrar con nuestra verdadera fisonomía.
Ustedes gritan de miedo en el cine frente a Tarántula o a las hormigas
mutantes de Them!, por lo que atacan a cualquier insecto que quiera
compartir vuestras cuevas artificiales con monstruosas armas letales que
ustedes llaman aspiradoras. Pero por eso tenemos los avatares, máquinas
biológicas en cualquier forma posible, creadas para alojar nuestra conciencia
aún en una atmósfera para nosotros letal, que es lo que hacen aquí, mientras
que la nave en donde nuestros cuerpos están prisioneros, a pesar de sus daños
irreparables, protege nuestros cuerpos reales.
El hormigueo en el
cuerpo y las náuseas fueron desapareciendo paulatinamente. El útero, lleno del gas
para nosotros letal que ustedes respiran, emergió a la superficie y se dirigió
a la costa. Cuando llegó a la playa lo abrí, descendí con piernas temblorosas
(dos piernas), me tambaleé dando un par de pasos y me dejé caer al suelo hasta
juntar fuerzas suficientes. Después emprendí camino al próximo pueblo que pude
encontrar.
Al
principio ustedes no me parecían muy peligrosos, aún cuando la reacción a mi
presencia, en la fase en la que yo todavía no estaba en condiciones de hablar,
no fue muy amistosa. Pero cuando mi capacidad de comunicarme fue mejorando y
estuve en condiciones de comprender más, entendí lo que ustedes comían: los
cadáveres de cabras y ovejas que habían asesinado. Y cuando presencié como
ustedes apedrearon a un hombre hasta matarlo porque, como ustedes decían, había
pronunciado el nombre de vuestra divinidad, me interpuse y les expliqué que no
hay dioses y que ustedes mismos deben asumir la responsabilidad, que las
fórmulas mágicas, ya sean nombres de dioses, plegarias o maldiciones, ni sirven
ni causan daño alguno, me mataron por primera vez. Me arrojaron piedras hasta
que del avatar sólo quedó una masa ensangrentada. Por los terribles dolores
perdí el conocimiento antes de morir. Y así regresé a mi propio cuerpo en la
nave sobre el fondo del Mediterráneo, donde desperté desorientado y horrorizado.
Y
así continuó todo. Un avatar tras otro, apedreado, muerto a golpes, acuchillado,
decapitado, envenenado o víctima de una explosión, a veces porque me interpuse
para impedir otro acto atroz, otras veces de casualidad cuando yo, ya resignado,
simplemente observaba la hecatombe. Una vez fui víctima de una explosión cuando
una de las sectas rivales en Irlanda del Norte activó una bomba, una vez fui
atropellado, una vez colgado por tratar de ayudar a un par de caballos
prisioneros, otra vez terminé sobre la pira por ser bruja por tratar de curar a
un enfermo con primitivos medios fitoquímicos, otra vez muerto a golpes porque
mi avatar tenía el color de piel falso. Ustedes tienen una relación muy extraña
con los colores, ya sea en los trapos que usan como banderas, en los que usan
como vestido, o, como en este caso, la piel.
De
vez en cuando use también avatares de otras especies locales después de haber
pasado años en forma de ser humano, aun cuando por la completamente diferente
cinemática era muy difícil acostumbrarse. Los gatos son una posibilidad
excelente para poder observar a los humanos, sin que ellos se sientan
observados. El problema es que un avatar felino no puede permanecer mucho
tiempo en un lugar porque corre el riesgo de que se le ofrezcan cadáveres de
otros animales enlatados. Perro fui sólo una vez y por corto tiempo, su
libertad de movimiento está totalmente limitada. Cuando me interpuse entre una
madre que maltrataba a su hijo y éste, me mataron, me “sacrificaron” como dicen
ustedes, a causa de mi supuesta agresividad. Desistí de ser una gallina, una
vaca o un cerdo, porque no tenía ganas de estar encerrado y terminar colgado de
las patas con el cuello cortado, desangrado.
¿Y
hoy? Mientras ustedes crean el unubium, un elemento artificial, la sonda
Pathfinder con un vehículo todoterreno se posa sobre la superficie del planeta
Marte, y descubren Caliban y Sycorax, las “minilunas” de Urano, explota un
cohete militar Delta II poco después de su despegue en Cabo Cañaveral y Francia
enciende una bomba atómica en el atolón de Moruroa. Cuba derriba aviones sobre
aguas internacionales, los talibanes asesinan al ex-presidente de Afganistán,
el servicio secreto israelí a un dirigente palestino. Por miedo al virus H5N1
causante de la gripe aviar asesinan en Hongkong un millón y medio de pollos, en
Inglaterra se mata, por miedo a la Encefalopatía Espongiforme Bovina, a todas
las vacas que ustedes habían obligado a practicar el canibalismo, aparte de los
millones de criaturas en los mataderos, solamente porque ustedes engullen sus
cadáveres o utilizan sus pieles, pelos o excreciones para transformarlos en
pinturas, vestidos o muebles. Los tutsis masacran a miles de hutus en Burundi, hay
otra masacre en la guerra civil en Argelia, otra en el bombardeo por los israelíes
de la sede de las llamadas Naciones Unidas en el sur del Líbano, al que siguió
un atentado de los musulmanes a un hotel en Egipto como reacción. ¡Naturalmente!
Mientras tanto otros musulmanes matan monjes trapistas franceses, cientos
mueren en el incendio provocado de un alojamiento de solicitantes de asilo en
Lübeck, en atentados suicidas de la Hamas en Israel, por las bombas del IRA en
Londres, en los atentados suicidas con camiones cargados de explosivos, locuras
homicidas en Australia y en Escocia, donde mueren dieciséis colegiales y su
maestra. Una monja loca, abominable y misantrópica llamada Anjeze Gonxha
Bojaxhiu, alias “Madre Teresa” es nombrada Ciudadana de Honor en los Estados
Unidos y recibe la Medalla de Honor en oro del Congreso (y no me asombraría si
en algún momento la santificaran por sus crímenes). Y en San Diego treinta y
nueve miembros de la secta “Heaven's Gate” se suicidan colectivamente.
Esto
es solo una fracción de lo que ha sucedido en los últimos meses. Mientras tanto
el papa Wojtyla alias Juan Pablo II reforma las reglas de la “Silla Vacante” y
del subsiguiente Cónclave, y reconoce que la Teoría de la Evolución puede tener
algo de cierto, un equipo deportivo alemán derrota al de la República Checa en
la final del Campeonato Europeo, y Bombay ahora se llama Mumbai.
Guerra
contra otras especies, guerra contra la propia. Una sangrienta batalla donde
uno lo mire. Espantoso, truculento, horrible. Seguro hay excepciones, pero dos
gotas de agua no alcanzan para hacer florecer al desierto.
Dos
mil años y no se ve la luz al fondo del horrible túnel. Ustedes llenan libros
con asquerosas y disparatadas reglas: quién se puede comer a quien, como hay
que vestirse o llevar el cabello y todas las otras cosas que ustedes creen que
hay que reglamentar para satisfacer a dioses imaginarios, por supuesto
contradictorios dependiendo de qué secta los inventó, pero que sólo son
testimonio de represión, ansia de poder, torpeza y estupidez, es decir,
horrible humanidad. Ya es tiempo de que partamos, ya que no hay esperanzas.
Finalmente ustedes, aunque hayan quemado bibliotecas y sabios cuando éstos no
coincidían con las ideas delirantes que ustedes consideraban correctas, como la
Biblioteca de Alejandría o el astrónomo Giordano Bruno a quien la Inquisición
lo encontró culpable de herejía y brujería, han desarrollado su primitiva
técnica lo suficiente como para que podamos reparar nuestra emisora de
emergencia. Aún cuando el tiempo transcurra atormentadoramente lento, en pocos
años nos rescatarán.
Que les vaya bien sonaría muy cínico....
Achim Stößer nació en diciembre de
1963. Estudió informática en la Universidad de Karlsruhe, donde posteriormente
trabajó durante varios años como asistente de investigación, centrándose en
arte digital y animación, y también ejerció como profesor en la Universidad de
Artes y Diseño de Karlsruhe.Desde 1988, ha publicado en antologías y revistas,
incluyendo varios volúmenes de la serie antológica "International Science
Fiction Stories" de Wolfgang Jeschke. Su colección de relatos,
"Virulent Realities", fue publicada en 1997 por dot-Verlag. En 1998,
fundó la iniciativa por los derechos de los animales Maqi. Por ello, el
antiespecismo (y, por ende, el veganismo), el antiteísmo, el antirracismo, el
antisexismo y el antifascismo, entre otros, son temas centrales en sus relatos
y viñetas. Sitio web: https://achim-stoesser.de.



