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sábado, 27 de abril de 2024

JUDAS

Juan Manuel Montes

 


Por desgracia la caída no quebró su cerviz. Ahora estaba obligado a aguantar el minuto que quizá le quedaba de oxígeno. Su cuerpo era un gran péndulo suspendido desde la rama de un árbol. Su sombra imitaba cada uno de sus movimientos aunque ya mostraba a un hombre moribundo, una figura de noche proyectada en el suelo. Desde allí arriba podía ver el templo, treinta monedas de plata yacerían sobre su piso de piedras.

Los demonios lo acechaban, los veía reírse de su suerte, cantar a su alrededor y exhalar fétidos olores que templaban el aire. Tiritaba en el estupor de su muerte, que lo buscaba, lo sacudía. De manera instintiva quería llevar sus manos hacia la soga para quizá, por un momento, atenuar su ahogo. ¡Pero no! no debía hacerlo, aquello era su premio: su fatídico premio.

Los demonios tiraban de sus piernas para que el dolor en su garganta fuese aun más insoportable. Sentía la saliva espesarse en su boca. No podía tragar, el sólo esfuerzo de intentarlo le inducía un gran sufrimiento: ahí donde la soga lastimaba sus carnes, donde la soga lo asfixiaba de a poco.

Él, Judas, la llave. Desde ahora en más sería el calumniado, el asesino, el traidor. Su fría prisión de eternidad lo esperaba.

Detrás de los escasos segundos que se resignaban a aparecer, se ocultaba tal vez la gehena, ese lugar que dicen que es de fuego y de azufre. De niño pensaba en la gehena y le atemorizaba su visión en llamas, pero no más que la oscuridad o las tormentas. Ahora poco importaban las tormentas, solo ese manto de oscuridad que se le presentaban frente a los ojos. Su visión obscurecía de a poco, hasta que por momentos el templo desaparecía enteramente de su vista.

Del cuello manaba sangre, caliente sangre para su frío cuerpo. La sentía escurrirse entre sus ropas, recorrer su piel como una serpiente y, por último, caer en la tierra y formar una senda, una arteria por donde se le escapaba la vida.

Los demonios bebían victoriosos de su sangre, degustaban famélicos de su tibieza, de su gusto a hierro. A lo lejos un hombre era azotado y conducido al Gólgota. Mientras él, continuaba allí, balanceándose en su horca. Sintiendo que su momento se alargaba, en minutos, en horas. El sol de las tres de la tarde cuarteaba su piel y ni siquiera el temblor de tierra le dio impulso a la horca para terminar con su vida, sino, simplemente continuó allí. Solo como una sombra.

La luz de la luna dejaba ver figuras a la orilla de su árbol, su tumba aérea, quedando vivo, estando muerto. 

Desde aquel día Judas yace, impasible. Aún colgado de su rama, a la merced del viento y de las inclemencias de las estaciones. Su infierno es seguir observando el templo desde su muerte. Ese otro templo que hoy existe. Y Judas llora, y Judas teme cuando los aviones pasan en el aire y con sus ráfagas lo mecen de a poco. Sangre aún brota de su cuello, lo recorre como serpiente y desde su cintura lo ahoga en dolor, hasta caer, para formarse el hakeldama, que significa: campo de sangre. Campo que él mismo compró al aceptar sus treinta monedas de plata, sus treinta monedas y un beso. Desde sus pies se ha creado una ancha senda que recorre Cisjordania durante tres leguas hacia el naciente y desemboca en el Mar Muerto. Se dice que su sangre trae la sal que envenenan las aguas y que la poca vida que queda no son otros que los pequeños demonios que lo condujeron hacia la horca.

Su soledad es el premio que se ha ganado, el premio por ser el héroe en llevar a cabo la mayor de las infamias, o quizás… el segundo mayor de los sacrificios.


Juan Manuel Montes es escritor, profesor de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. Miembro de Triple-C. Publicó en 2008 La soledad de los héroes, y en 2012 Relatos desde Liliput. Sus textos aparecen en diversas antologías del género como Tratado de Grimminología (2012), Con la literatura no se juega (2012), Destellos en el cristal (2013), Triple-Ceis (2013), Brevedades: Antología argentina de cuentos re breves (2013), El mundo de papel: Antología argentina de microrrelato infantil y relatos breves (2014), Todo el país en un libro (2014), Grageas 3 (2014), Cien páginas de amor (2015), Peón envenenado (2016) y Latinoamérica en breve (2016), entre otras.

martes, 9 de abril de 2024

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO (UNO)

 ESTRUJANTES, GLÓBULOS Y FLUCSIOS

Daniel Alcoba, Patricio G. Bazán, Héctor Ranea



Siendo como soy un omnívoro radical, en Titán dudo entre comer glóbulos, naranjas de dos metros de diámetro sobre seis patas rodantes, o estrujantes, sus predadores, que cazan en los pantanos de las selvas sud ecuatoriales de P 3268 G Alpha Centauri con exprimidores mecánicos colosales que arrastran en carretas de treinta ruedas tiradas por flucsios dodecápodos corniveletos de pelaje overo rosado. Los flucsios, tienen
una carne excelente para guisar. Se asan los todavía jóvenes, con cuernos no más grandes de un jeme.
—¡Adelar!
—¡Adela’ar para ti, también, primo!
Estaba a punto de almorzar. Elegimos una mesa a la sombra de un phaat enano de lujuriantes inflorescencias. El denso y dulzón aroma estimulaba aún más nuestro insaciable apetito.
—¿Qué pensaste para la entrada, primo?
—Costeletas de flucsio, primo. Con salsa de marjantes.
—Buena elección, primo. No muy hechas.
El camarero octópodo nos trajo la carta (DIN A3, 400 páginas papel ilustración impresa a 4 colores), casi dos kilogramos de difíciles decisiones, así que ni la miré.
—Lo mismo que él, con pelo del flucsio y, por favor, que el jugo de corniveleto esté a punto, no hervido. —El primo me miró con curiosidad.
—No sabía que te gustaban los corniveletos.
—Si está pasado me hace montar en cólera.
Como era previsible, el octópodo entendió mal y el cuerno vino con ese sabor a leche quemada que parece gutapercha rancia y respondí por mí. Me comí al octópodo y dos metros de la cola de mi primo.




PERDIDA EN LAS PROFUNDIDADES

Claudia Isabel Lonfat, Juan Manuel Montes, Daniel Alcoba


Se internó en la red como cualquier día. Después de aburridas horas de videos y comentarios sin sentido, cayó dentro de una publicidad. La publicidad la llevó cibernéticamente hacia una puerta, pagó el onecoin que costaba el ingreso y bajó las escaleras. Jamás había descendido tanto por la red. A su alrededor emergieron pantallas ofreciéndole sexo exótico y planos de armas en 3D. Treinta pisos más abajo encontró que los pasillos estaban húmedos y poco actualizados. Avanzo igual, a pesar de cierta incertidumbre, un poco entregada a lo que pudiera ocurrir en ese desvío virtual, hacia dónde era arrastrada por la curiosidad y el morbo. Ahora el silencio era absoluto; no se escuchaba el sonido de las ventanas emergentes, ni a los locutores robotizados. Entró en una habitación oscura que olía a almizcle. En un rincón se condensó el rostro de un hombre atractivo que le sonrió con ternura y la insolencia de un amante inminente que parecía conocerla de toda la vida.
—¿Es posible hacer el amor con un holograma? —quiso saber.
—Claro —respondió el galán etéreo—, pero para que salga bien tienes que encontrar los algoritmos de tu deseo, que son únicos. Y usarlos como si fuesen íntima lencería.
Ella cerró los ojos. De inmediato se abrió una ventana emergente desde el punto G, irradiando un fuego desconocido que iba más allá de las entrañas; en segundos, se convirtió en polvo.




CONSECUENCIAS INESPERADAS

Alejandro Bentivoglio, Carlos Enrique Saldívar, 

Sergio Gaut vel Hartman


Al chocar contra la pared a una velocidad descomunal, el automóvil quedó reducido a una papilla humeante de metal indescifrable. Los restos fueron vidrios y ladrillos desparramados por todas partes. Sin embargo, Werner no se hizo ni un rasguño. Se levantó y miró el desastre. Esperaba no haber roto nada importante; ni siquiera conocía el pueblo en el que estaba y ya daba una mala impresión. Salió tambaleándose del vehículo para alejarse antes de que explotara y cayó de rodillas pocos metros más adelante. Una muchacha se acercó a él para auxiliarlo y un policía preguntó:
—¿Cómo es posible que no se hiciera ningún daño? —Werner reconoció que no había usado el cinturón de seguridad ni bolsas de aire.
—Es un caso de Impresión Demorada —dijo la chica—. Es raro pero sucede. —Aunque ella no lo conocía, lo rodeó con sus brazos y lloró. Werner entendió sus palabras un segundo antes de que su tórax se partiera y su cabeza reventara.
Las semillas de Werner se esparcieron por todo el pueblo, y a su debido tiempo, germinaron. La chica, que se hacía llamar Leticia Oxford desde que vivía en la Tierra, cultivó los pequeños Werner con dedicación y esmero. Como pertenecía a una especie que se caracterizaba por su longevidad, tuvo tiempo de ver crecer a sus retoños y tras un prolijo adoctrinamiento, los usó para conquistar el planeta.  

Los autores: Claudia Isabel Lonfat, Caseros, Buenos Aires, Argentina; Héctor Ranea, Salta, Argentina; Alejandro Bentivoglio, Avellaneda, Buenos Aires, Argentina; Carlos Enrique Saldívar, Lima, Perú; Patricio Guillermo Bazán, Buenos Aires, Argentina; Daniel Alcoba, La Plata, Argentina; Juan Manuel Montes, Mendoza, Argentina; Sergio Gaut vel Hartman, Buenos Aires, Argentina.

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