Juan
Manuel Montes
Solo
el cuatro por ciento de Internet es visible, el otro noventa y seis permanece
oculto. Algunos lo comparan con un iceberg, pero a mí me hace recordar a los
círculos del infierno.
Bajar
de manera segura no es fácil, pero sobre todo no es recomendable, aunque uso un
proxy que modifica mi IP, y además uso el sistema TOR. La experiencia me ha
demostrado que en este mundo no se puede ser cien por ciento invisible (nunca
estamos seguros); hay que tener cuidado con quien se habla pero
fundamentalmente de qué se habla.
El
mundo está monopolizado por diez corporaciones que controlan los recursos
económicos a nivel mundial y estas corporaciones están defendidas por
doscientos cincuenta y cinco destructores alrededor de los océanos, guiados por
tres mil doscientos veinte satélites. El mundo oculto que no vemos es el que
ellos administran, el de las grandes corporaciones; no el de los gobiernos
supuestamente democráticos, sino que nuestro mundo ha sido creado por un uno
por ciento de la población que, como un gran ilusionista, entretiene con la
mano derecha mientras que con la izquierda le oculta la realidad al noventa y
nueve por ciento restante. Ellos tienen mis datos biométricos y sé que además
tienen los datos de mi ADN, al igual que los datos de todos los que deben
hacerse un análisis de sangre para la obra social. Ellos saben lo que compro y
lo que consumo, lo que veo en la televisión, lo que tiro a la basura. Saben que
soy docente, cuánto cobro, cuánto debo, cuánto tengo, todo. Todo.
En
definitiva, lo que yo soy, ellos lo saben. Excepto una cosa. Por suerte ser
sólo un árbol escondido en un inmenso bosque de millones de personas me
favorece, y además, me beneficia haber nacido en un departamento ignoto, de una
provincia poco importante, de un país del sur del sur. Lo que ellos no saben,
es mi noventa y seis por ciento oculto. Aunque últimamente en mi país la
vigilancia silenciosa nos ha sido impuesta con cámaras, bases de datos y
espionajes. Y aunque seguimos haciendo nuestras vidas normalmente, el sistema
nos conoce cada día más.
Actualmente
recorro los intricados pasillos de la web profunda, soy un pequeño nudo de una
red mundial de pseudos-anarquistas-informáticos llamada Nautilus. Muchos de mis
compañeros, a los que conozco sólo por sus seudónimos, han descendido las
veinte mil leguas de la web, aunque yo aún no estoy preparado para hacerlo.
(Nunca
estamos seguros). Hemos metido en nuestras casas innumerables cámaras que
pueden espiarnos. Están en nuestros celulares, en las computadoras, en los
televisores, en el auto, todo lleva una cámara o una forma de sacarnos
información. Hasta he sabido de casos que utilizan la red wifi de un edificio
como si fuera un sonar, para saber la distribución de las habitaciones y el
número de inquilinos.
Pero
soy cuidadoso, no uso wifi sino que me conecto directamente mediante un cable
de ethernet. No he eliminado las cámaras de mi casa (eso sería muy sospechoso),
sino que las mismas dan a un punto ciego o les pego un stiker encima. Aunque
dispongo de una mejor arma que un sticker para hacerme invisible a las agencias
como la NSA u otras más clandestinas, o en contra de mis compañeros de hacking, (uno nunca sabe en dónde está
la trampa). Mi arma es que aparento ser como todos y tengo un usuario en las
redes sociales y gasto unos cien dólares anuales en juegos de granjas virtuales
o de eliminar caramelos, prendo de veinte a veintitrés la televisión en ese
canal que todos ven y compro el último celular de moda.
Si
estás leyendo esto (que espero que se haya viralizado por la red superficial)
tengo algo que aclararte: nunca bajes, nunca uses el buscador TOR y teclees las
direcciones punto onion, no vayas. Confórmate con ser parte del noventa y nueve
por ciento, endéudate con un crédito a treinta años y viaja de vez en cuando al
exterior. Toma cocacola y habla de política, no importa el partido, todos
responden a lo mismo, al dinero proveniente del uno por ciento.
Yo
sólo he bajado hasta el cuarto nivel, el quinto y todo lo que rodea a esa fosa
de las Marianas virtual es demasiado peligroso, y muchos dicen que cuando se
vuelve de aquellas profundidades uno ya no es el mismo. En estos años he
conocido a un solo individuo, en persona, que ha descendido a los más profundos
abismos de la web. Me lo encontré por casualidad en una reunión de la escuela,
en una capacitación sobre el uso de las TICs que nos obligaron hacer un sábado.
Los dos nos aburríamos en conceptos tan básicos como maneras para usar los
puertos USB o crear un usuario para una red social.
Por
llegar tarde, me había ubicado en la parte de atrás del aula, lejos de los
otros profesores de mi área. Me sorprendió que el tuviera una notebook
Thinkpad, algo vieja pero robusta, pero sobre todo me llamó la atención que la
hiciera funcionar con una llave USB. Me le acerqué un poco, durante la
interminable charla; él ni siquiera miraba de vez en cuando hacia adelante. Le
dije, medio en broma o medio probándolo:
—Preferiría
estar leyendo a Julio Verne. —Él me miró con cierto escepticismo y agregué—. Me
encantaría estar ahora en el Nautilus. —Cuando escuchó la palabra Nautilus,
sonrió.
—Sí,
a mí también. —No dijimos más, pero me dediqué
a rastrear IP zonales y ser más cauto en la manera de ocultar mi propia IP.
Al
cabo de unos tres meses él me encontró, cuando yo casi lo tenía. A través de un
fallo me había metido en la intranet de la red policial y lo había estado
siguiendo por las cámaras de la ciudad, pero él siempre se me escapaba por
zonas ciegas del sistema de vigilancia federal y, cuando no lo veía, accionaba
un destructor de ondas de radiofrecuencia, para que no pudiera rastrearlo
mediante las redes móviles.
Un
sábado por la mañana prendí mi computadora personal y en el fondo del escritorio
vi una imagen del Nautilus que debajo decía: “No fue tan difícil encontrarte”.
Al principio me asusté (nunca se está seguro en los abismos) pero desde ese
día, en la sala de profesores, comenzamos a hablar de todo un poco. Debo
admitirlo; él, a pesar de que era profesor de geografía, tenía mucho más
conocimientos que yo en todo lo concerniente a las computadoras. Hasta había
descendido mucho más profundo en la web y no perdía tanto tiempo en preocuparse
por aparentar ser normal.
Gracias
a su descripción pude saber cómo son los niveles inferiores. En los niveles
superiores aún podemos encontrar algo de luz, como libros facsímiles de la
llamada piratería culta: de Cervantes, de Borges o manuales del ser
adolescente, pero a medida que descendemos la luz disminuye y nos podemos topar
con casi cualquier cosa, como instructivos para hacer una bomba con C4, junto
con un manual de jardinería del cannabis, libros de ovnis, secretos de estado,
tratados de experimentación humana, etcétera. Pero en el quinto nivel está la
zona más profunda, llamada la fosa de las Marianas, esa de la que se dice posee
muchos subniveles. Allí no hay casi información, sino personas que monitorean
constantemente la red. Ellos deciden quienes entran y a qué.
Todo
este submundo se gestiona con una criptomoneda virtual llamada bitcoin. Esta moneda se inmiscuye en
todos los agujeros legales de los estados y se ha visto fortalecida por el
mercado negro tanto que el valor de un bitcoin ha pasado de cinco a más de
ochenta mil dólares. Con bitcoins se puede comprar piratería, armas,
pornografía, personas, partes de personas o sicarios.
Desgraciadamente
(nunca estamos seguros) a él lo atraparon, creo que vendiendo documentación y
pasaportes argentinos a un contingente de esclavos asiáticos. Los mismos, aunque
vivían en condiciones de esclavos, habían organizado una revuelta en un buque
factoría.
En
las noticias solo salió que un grupo de piratas tomaron por asalto el buque, y
luego no se habló más de ellos, sino de las valientes tropas de defensa, uno de
los doscientos cincuenta y cinco destructores que ya mencioné, que solucionó
rápidamente el problema y liberó, paradójicamente, a los captores. Luego, a él
lo siguieron por los nudos de la red y unos días una partida formada por
efectivos de la Federal, del FBI y de la Interpol entraron a su casa derribando
la puerta. Le armaron una causa de pornografía infantil, ya que la opinión
pública frente a casos tan aberrantes juzga de inmediato, nunca pregunta, y
también se olvida de inmediato.
Sé
que tarde o temprano, encontrarán nuestras charlas antisistema y quizá me
vengan a buscar (nunca estamos seguros). Solo espero que no sean las fuerzas de
investigación, ya que he sabido de incontables personas a las que nunca juzgan
legalmente y que sólo toman declaración con su torturador en cárceles fantasmas
como Guatánamo o menos mediáticas y sin nombres, como las que arman en el
ártico, en portaaviones o en el desierto.
Hoy
he detectado los primeros indicios, he podido deshacerme de los primeros
embates de troyanos, pero tarde o temprano destruirán mis defensas y podrán
invadir mis cámaras y usar todos mis registros. Tarde o temprano, la forma de
mi cara, las marcas de mis dedos y los números de mis cuentas se hundirán en
los niveles inferiores de la web profunda…
Si
estás leyendo esto es que alguien ha pagado por mí unos quinientos bitcoins, y
ya no existo corporalmente o quizá, si pagaron mil, nunca he existido ya que
con esa suma no sólo han eliminado mi cuerpo, sino que también eliminaron todos
mis datos de la red.
Por
ello te pido que reenvíes este testamento a diez de tus contactos, para que
entre todos no nos olvidemos de anónimos como yo que desaparecen luchando en
contra del sistema. Por favor recuerda que he vivido, que he sido Juan Manuel
Montes y que no fui solo otro mito de Internet, o una simple ficción literaria.
Juan Manuel Montes es escritor, profesor de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. Miembro de Triple-C. Publicó en 2008 La soledad de los héroes, y en 2012 Relatos desde Liliput. Sus textos aparecen en diversas antologías del género como Tratado de Grimminología (2012), Con la literatura no se juega (2012), Destellos en el cristal (2013), Triple-Ceis (2013), Brevedades: Antología argentina de cuentos re breves (2013), El mundo de papel: Antología argentina de microrrelato infantil y relatos breves (2014), Todo el país en un libro (2014), Grageas 3 (2014), Cien páginas de amor (2015), Peón envenenado (2016) y Latinoamérica en breve (2016), entre otras.

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