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domingo, 23 de noviembre de 2025

ETERNIDAD

Kristijan Šarac

 

Su olor está en mi piel. Necesito una ducha, pero no quiero borrarlo.

Nos conocíamos desde hacía tiempo, pero recién entonces —esa tarde en el pequeño recinto con piscina— nos atrevimos a cruzado la línea. Una silenciosa intimidad aún vibraba en el aire cuando él, de pronto, rompió la calma.

—¿Cómo está Marko?

Eran amigos y trabajaban juntos.

Yo debería haber contestado con suma cortesía: “¿Y tu prometida, está bien?”.

Pero algo me ató la lengua.

Él se puso el bóxer. Era parecido al mío. Todo entre nosotros parecía tener un reflejo común. Incluso la manera de escapar del mundo era idéntica. Se incorporó, apoyándose en la almohada, con una sonrisa que aligeraba la fragilidad del momento.

“Somos iguales”, pensé. Y habría querido decírselo en voz alta. Pero mi nuevo amante –mi nuevo amado– no debía ni sospechar cuánto significaba ya para mí. Porque si uno piensa algo con demasiada insistencia… puede volverse verdad.

Él seguía sonriendo. No sabía si yo me engañaba a mí misma o si él se atrevía a pensar lo mismo que yo. Quería que me abrazara de nuevo. Horas. Días.

Mientras me abrochaba el sujetador, también empecé a sonreír.

Ambos mirábamos hacia la pared, evitando cruzar las miradas; si lo hacíamos, no saldríamos de esa habitación en mucho, mucho tiempo.

—Te amo —susurró él de repente, temblando como si no creyera haber dicho esas palabras.

—Nadie puede saberlo —le respondí automáticamente.

Pasaron años…

Seguimos juntos en secreto, siempre que era posible.

Ese era nuestro refugio, donde podíamos ser “nosotros”, donde nadie más existía.

 

No hay lágrimas. No hay dolor. Solo un vacío donde antes estuvo él.

Miro a los demás llorar sin entender para qué sirve el llanto. Es un gesto vacío, una distracción teatral que desvía la atención del difunto hacia ellos.

A mí las lágrimas no me devolverán nada.

Con los años, su lado de la cama –y de mi corazón– se llenó únicamente de recuerdos de la felicidad compartida.

 

Nunca dudé de mi propia locura cuando intentaba aceptar un mundo sin él. Me preguntaba una y otra vez qué era real. Nunca hallé una respuesta para ningún “¿por qué?”. ¿Cuántas veces debo perderte? ¿Cuántas veces debo enterrarte? ¿Qué tendría que hacer para evitar que tu tumba vuelva a cerrarse entre nosotros? Hay comprensiones que solo algunos reciben. Es un sentido que no puede enseñarse.

 

El Portador de Luz cayó, dejando tras de sí un mito cruel.

Las historias de los vencedores quizá son ciertas… o quizá nos cubrieron los ojos para que viéramos solo lo que ellos quieren. Yo marcaré el sendero por el que caminé antes de salir de la oscuridad.

Una rebelión nació contra la tiranía. Una batalla sangrienta derribó al último de los voladores, los que eran nuestra esperanza de vivir iluminados. Pero no se rindieron. Por fortuna. Ganaron poco para ellos, mucho para nosotros.

Siempre agradeceré a mi protector, Antiquus Serpens, por liberarnos de esas jaulas doradas y permitirnos pensar con nuestras propias mentes.

Nosotros nos mostramos indignos de los sacrificios de héroes como Abadón, Belcebú y Belial, que lo perdieron todo por nuestra libertad.

Y aun así, caímos de nuevo en la sombra disfrazada de luz.

Por él daría mi vida. Y por él cometí todas las atrocidades que hice creyendo hacer el bien, engañada por los invasores. Ahora mis ojos están abiertos: veo al guardián de la puerta ígnea, Magnus Drakoa. Me espera. Es mi turno de entrar en el amparo de los caídos. He ganado un poco de paz tras tantos años de lucha entre las sombras y esos breves destellos de penumbra. Toda mi esperanza está en que la firma que dejo –sellada con mi sangre– me alivie la existencia en este cuerpo. Es un pacto que vale dos almas.

 

La gente me dice que no quiero estar sola. Pero no entienden lo que implica “matarlo dentro de mí”. Me da igual lo que digan: vivo para su recuerdo, no para el hombre que ellos lloran. Cada noche, desde que él…

Me siento en la pesada butaca y miro los dos espejos negros en la pared. Cuando me reflejo en ellos, soy prisionera y, a la vez, vuelo libre como un cóndor. Esos ojos oscuros me queman como un Fénix y me congelan como un espíritu de hielo. No sé cómo no perderme para siempre en ese negro con un matiz indefinido de marrón. He sido su prisionera durante tanto tiempo… Una cautiva en frías mazmorras. Una esclava de esas garras afiladas que, a cada parpadeo cansado, arrancan un pedazo de mi alma. Y sin embargo, me embriaga la idea de destruir el mundo con el fuego que llevo dentro. Ese impulso me eleva, feroz, como un ave en pleno ataque. En esos lagos oscuros y helados –en sus ojos, en los míos, en ese espejo– inventé la perfección. Un ideal imposible de su rostro, de sus gestos, de sus palabras. Allí dormía él, acurrucado en mi amor. Luego me pierdo de nuevo en ese mar negro, y me veo en el reflejo… pero no soy yo. Es una versión idealizada de mí misma. Las sombras mienten: muestran una versión más brillante, más perfecta. Un ser que no pertenece a este mundo. Que nunca existió. Él dejó mi vacío y solo quedaron tormentas. Piedras en el lugar de los pulmones. No respiro desde hace una eternidad.

Hoy esos ojos no me conceden piedad. Me muestran como una inquisidora, una torturadora. Pero esa no soy yo: solo es otra imagen torcida bajo los juicios humanos. Nadie necesita saber de mis heridas ni de mi sangre ofrecida. Él…

Cuando vuelvo a mirar esos dos espejos negros, solo veo mi reflejo roto. Espinas donde antes había algo vivo. No existo en esta realidad. Cuando no me reflejo en ellos, estoy vacía, como una cáscara. Sin ellos no existo. Me vuelvo un fantasma. Mi nuevo entorno tiene muchos espejos, pero ninguno mezcla verdad y mentira como los ojos negros de mi amado. Allí estoy, tumbada en el abismo oscuro, en el marco de sus ojos. Allí duermo, sobre las piedras donde mis alas se rompieron contra su cuerpo y su piel pálida. A donde vaya, me perseguirán los espejos de mi alma: sus ojos negros.

 

Estoy cansada. Estoy sola. Sigues vivo en mi recuerdo, así que no me abandonaste por completo. Me dejaste algo por lo que valía la pena vivir. Pero ahora, cuando mi corazón y mi alma están gastados por la falta que me haces, solo lamento una cosa: Que tú, igual que tu recuerdo, morirás conmigo.


Título original en serbio: Večnost

Traducción: Sergio Gaut vel Hartman

 

Kristijan Šarac nació en 1981 en Split. En 2015 puso en marcha el portal www.fantasticnivodic.com, donde escribe reseñas y análisis centrados en la literatura y la fantasía. En 2017 fundó la asociación “Autostoperski vodič kroz fantastiku” (“La Guía del Autoestopista por la Fantasía”), que se dedica a crear, desarrollar y llevar a cabo los programas de la Asociación orientados al estímulo y desarrollo de la literatura fantástica en la región, lo que incluye también la gestión de la parte editorial, no lucrativa, del trabajo de la Asociación. Es el editor principal y responsable de quince ediciones publicadas hasta ahora y de tres números de revista. Editó los libros Madre distorsión y El último refugio, de Vlatka Basioli. También participa ocasionalmente en la edición de la colección anual de relatos Regia Fantastica. Es colaborador de las editoriales Forme B y Golconda, y autor de numerosos prólogos para sus ediciones de cómics de las series Morgan Lost, Brendon, Nathan Never y Julia. Se han publicado sus relatos en las antologías del “Fantastični vodič”, “Avetinje i anđame”, “Ubiq” y “Marsonic”.


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