A. R. Yngve
La civilización
onfoloide conquistaba otros mundos por gloria más que por beneficio. Vivían
regidos por costumbres estrictas… y vivían estrictamente para la guerra. Sus
ejércitos y flotas habían recorrido la galaxia durante miles de años, tomando
control de muchos sistemas estelares. Decenas de pueblos alienígenas vivían
bajo su férreo dominio.
Finalmente llegó el turno del
Sistema Solar.
Los onfoloides creían en la
importancia de planificar con cuidado y llevaban mucho tiempo estudiando a los
terrícolas. Satélites espía y sondas cartografiaron todos los ejércitos de la
Tierra, bases de misiles, redes de comunicación y plantas de energía.
La información fue analizada y los
líderes onfoloides –a quienes, por simplicidad, podemos llamar un “comité” de
once “generales”– se reunieron para interpretar los resultados.
—Los hemos vigilado durante casi
ochenta de sus años.
Ese tiempo no era demasiado para un
onfoloide, que con los tratamientos adecuados podía vivir al menos trescientos
años… y además podía hibernar durante los largos viajes espaciales.
—¿Ya nos han notado?
—Tenemos varios espías en la Tierra
en este momento. Sus informes pueden interpretarse como que los terrícolas no
se han puesto de acuerdo sobre si nuestra presencia en su sistema es real o no.
Muchos parecen creer que nuestras investigaciones espía son solo imaginación, o
un engaño.
—Su confusión nos sirve, pero no
podemos estar seguros de cuánto durará. ¡Ataquemos ya!
El undécimo general, el más joven –apenas
setenta y dos años– dudó.
—¿De verdad hay honor en hacer la
guerra contra terrícolas de la manera ordinaria? Sus armas son ridículamente
primitivas. ¿No sería más honorable decidir la batalla con un combate entre
nuestros mejores guerreros… como hacían nuestros antepasados?
Los otros diez generales rieron, a
la manera de los onfoloides. Sonó como una habitación llena de serpientes
jugando con la lengua.
—El joven general conoce nuestras
tradiciones, y eso es honorable —dijo el mayor de ellos—. Hemos estudiado la
historia de los terrícolas, y su honor debe ser respetado… dándoles la
oportunidad de reunir un ejército.
Sin embargo, otro general estaba
preocupado.
—Todo parece perfecto, los
terrícolas no tienen idea… y, aun así, hay algo que me hace preguntarme si de
verdad los hemos entendido. Parecen… excéntricos.
El general anciano rio.
—Eso ya lo sabíamos. ¿Y cómo haría
eso que la victoria fuera menos segura? Votemos.
Con solo dos votos en contra, el
comité decidió lanzar de inmediato el ataque contra la Tierra.
La campaña comenzó con un ultimátum
oficial emitido por satélites onfoloides y transmitido a todos los receptores
del planeta.
Por primera vez, los humanos
pudieron ver a uno de ellos. El general más viejo, conocido como Otspt, era el
portavoz de los onfoloides: un reptil de piel escamosa verde oscura, cuatro
brazos sobre un torso musculoso, vestido con un uniforme escarlata.
La voz fue traducida a un inglés
sintético:
—¡Pueblos de la Tierra! Hablo en
nombre de mi pueblo, Onfol. Nuestras naves espaciales están ahora cerca de su
planeta. Venimos como conquistadores. Nuestras armas son superiores en todos
los aspectos. Deben someterse al poder de Onfol y deponer todas las armas, o
luchar para perder con honor. Venceremos de cualquier manera. La elección es
suya. Sus líderes pueden darnos su respuesta en siete días terrestres.
Un par de días después, los
informes de los espías llegaron a la flota espacial. Los generales los vieron y
se sorprendieron.
—¿Puede ser cierto? ¿Los terrícolas
intentan engañarnos?
Los espías juraron que decían la
verdad: los terrícolas se negaban a creer que el ultimátum onfoloide fuera
real. Incluso bromeaban al respecto. El uniforme rojo de Otspt, en particular,
los disparó: decían que era una broma evidente sacada de uno de los propios
cuentos terrícolas sobre alienígenas verdes y escamosos. Otros parecían casi
ignorar la transmisión.
—No lo entiendo —se quejó Otspt—.
Nuestros estudios muestran que los terrícolas asocian precisamente el color
rojo con la sangre. Deberían reaccionar a eso como una amenaza clara de
derramamiento de sangre. ¿Qué más dicen sobre mí?
El espía se puso nervioso.
—Que usted… me disculpo por verme
obligado a decir esto… en realidad es un humano disfrazado de onfol.
Otspt y los demás generales
sisearon con furia. Era un insulto. El comité emitió otro ultimátum, esta vez
con todos sus miembros presentes.
La transmisión mostró las fuerzas
onfoloides, así como imágenes de sus campañas anteriores en otros mundos.
Cosechas incendiadas, ejércitos alienígenas aniquilados con rayos mortales,
flotas hundidas, ciudades pulverizadas.
Otspt endureció el tono de su
segundo ultimátum:
—Esta es nuestra última
advertencia. Respondan ahora o prepárense para un ataque a gran escala. ¡Y
entonces habrá sangre! ¡Grandes cantidades de sangre! ¡De las venas de millones
de terrícolas muertos!
El general y todo el comité
concluyeron con un gesto ritual simultáneo que, entre los onfoloides,
constituía una amenaza de muerte extremadamente seria: una mano con garras se
cerraba en puño y golpeaba cinco veces la sien, mientras la lengua se extendía
a su máxima longitud.
Los espías en la Tierra informaron
de nuevo, y sus furiosos reportes fueron confirmados por las transmisiones de
televisión: los terrícolas se rieron de la segunda aparición de Otspt, y
encontraron su “actuación” todavía más entretenida.
Incluso fabricaron máscaras de
lagarto que se parecían a la cara de Otspt e imitaron el gesto amenazante: se
golpeaban las sienes con el puño cerrado y sacaban la lengua… y luego se reían
a carcajadas.
Ahora los generales estaban
rabiosos. Ordenaron una demostración de fuerza y enviaron misiles para destruir
todos los monumentos importantes.
Los misiles no pudieron ser
detenidos y eran completamente invisibles para los sistemas de radar de la
Tierra. En un solo día, los rascacielos más altos del mundo, torres, pirámides,
monumentos y estatuas quedaron reducidos a escombros.
Otspt sonrió.
—Ahora solo tenemos que esperar a
que vengan a suplicar misericordia. Como tantas otras familias rebeldes. ¡Onfol
sobre todos, en todas partes!
El comité y los soldados presentes
alzaron los brazos y prorrumpieron en el antiguo grito de guerra:
—¡Onfol sobre todos, en todas
partes!
El comité no tuvo que esperar el
siguiente informe de los espías, porque podía observar el curso de los
acontecimientos directamente en las transmisiones de noticias. La confusión
reinaba entre los líderes de la Tierra, pero de inmediato empezaron a culparse
mutuamente por las explosiones. Una superpotencia amenazó con bombardear una
gran zona desértica llamada “Afganistán”, a la que acusaban de haber volado un
monumento con grandes cabezas de piedra llamado “Monte Rushmore”.
Pero ningún líder terrícola dijo
que los onfoloides estuvieran detrás, ni se enviaron apelaciones oficiales a
ellos. Hubo, sí, algunos intentos vagos de apelación, pero los onfoloides
comprendieron que venían de terrícolas sin importancia, sin poder real.
Los generales esperaron un par de
días una posible capitulación… pero una vez más se toparon con el silencio de
los líderes de la Tierra. Para los onfoloides no quedaba otra opción que
desembarcar. Cancelar el ataque a esa altura habría sido una deshonra para su
pueblo. Comenzaron un ataque relámpago contra las bases de misiles terrestres.
Decenas de miles de misiles de neutronio penetraron con facilidad todos los
obstáculos. Taladraron cada ojiva y bomba, contaminándolas con plomo para que
no pudiera producirse ninguna explosión nuclear.
Para un onfol, una bomba atómica
era un juguete de niño. Podían haber aniquilado a millones de personas de
muchas maneras. Pero no había honor en matar sin darle al enemigo la
posibilidad de ofrecer al menos una resistencia simbólica… así que eligieron desembarcar
con soldados.
Dos naves de desembarco con
cuatrocientos soldados cada una aterrizaron en el centro de una ciudad llamada
“Washington”, en el continente llamado “Norteamérica”.
Ochocientos onfoloides marcharon
por las calles rectas y asfaltadas, listos para abatir cualquier resistencia…
pero no ocurrió nada. Pasaron varios aviones primitivos, algunos incluso dando
vueltas sobre la zona donde marchaban los soldados.
Sabían que los terrícolas tenían
abundantes armas pequeñas y habían visto a los humanos dispararse entre sí
muchas veces… ¿entonces por qué nadie lo hacía ahora?
Los soldados empezaron a dudar.
¿Sería una emboscada? Escanearon el entorno y comenzaron a notar que los
terrícolas debían haberlos visto llegar. Miles de terrícolas les apuntaban
desde cornisas, ventanas y escondites… con pequeñas placas de comunicación con
lentes de cámara.
El comandante de la fuerza de
desembarco gritó a los generales en órbita:
—Estamos rodeados de terrícolas
desarmados. No intentan contactarnos; nos están sacando fotos. ¿Qué hacemos?
¿No entienden que deben… actuar? Necesitamos más información.
Los generales llamaron a sus espías
y exigieron una explicación inmediata. Un espía onfoloide estaba casualmente en
esa misma ciudad, en el edificio blanco, sin imaginación, llamado “La Casa
Blanca”. Los terrícolas pasaban al lado del espía sin siquiera notarlo, porque
todos los espías se ocultaban bajo un camuflaje perfecto.
—Me he infiltrado en la casa de su
líder supremo —informó el espía directamente al comité—. El líder y sus
asesores están hablando de nuestro desembarco… y también de una figura poderosa
llamada… ¿Twitter?
Los generales se miraron,
sorprendidos… y entonces el general más joven se iluminó.
—¡Twitter! He oído hablar de eso.
No es una persona, sino un canal de comunicación primitivo que los terrícolas
usan para…
El general dudó.
—Nuestros espías llevan un tiempo
monitoreando Twitter, pero no pueden descifrar su verdadero propósito. Es
absurdo, incoherente y trivial… y, sin embargo, parece tener una influencia
enorme sobre los terrícolas.
—Conéctennos a ese “Twitter”
—ordenó Otspt—. Veamos qué están comunicando ahora mismo y midamos cómo han
reaccionado a nuestra conquista.
Las computadoras onfoloides eran
distintas de la tecnología terrestre, pero podían simular con facilidad su
interfaz de usuario. Los generales “vieron” los contenidos de Twitter con los
ojos, y las computadoras tradujeron esas impresiones. Pronto comprendieron que
gran parte de la comunicación en curso en Twitter era sobre el desembarco
onfoloide… solo que no del modo que ellos esperaban.
Los terrícolas en Washington
tomaban fotos y videos del desembarco, que compartían en Twitter. Los generales
podían ver las reacciones y conversaciones en forma de texto e imágenes. Muchos
terrícolas insistían en que el desembarco no era real: afirmaban que era un
rodaje cinematográfico o un engaño organizado por enemigos políticos. Y
parecían ser muchos.
Una gran cantidad de comentarios
sugería que los soldados onfoloides eran parte de alguna conspiración oscura
terrestre: “QAnon”, “torres 5G”, “noticias falsas” y otras tonterías que los
líderes onfoloides no entendían. Muchos creían que los videos eran falsos y
pensaban que podían demostrarlo. Un comentario decía:
Miren su marcha ridícula en ritmo
perfecto.
El peor CGI del mundo.
JAJA :-P
¿Por qué –se preguntaban los
generales– los terrícolas se divertían con el hecho de que un ejército pudiera
marchar en ritmo perfecto? Los onfoloides lo practicaban desde hacía
generaciones.
Al menos algunos terrícolas
parecían comprender que los cientos de soldados reptilianos, verdes y de cuatro
brazos eran de verdad una fuerza invasora… pero discutían entre ellos sobre qué
gobierno terrícola ya sabía de la invasión, o la controlaba en secreto.
—¡Idiotas! —exclamó Otspt—. ¿No
entienden que somos nosotros quienes conquistamos su planeta… y no ellos?
—La demostración inicial de fuerza
no fue suficiente —dijo sombríamente otro general—. Debemos escalar. Aunque
arriesguemos un pequeño bochorno. Que los soldados disparen contra algunos
terrícolas armados sin provocación.
—¿Qué está diciendo? —replicó un
colega—. Nuestros soldados jamás se rebajarían voluntariamente a eso. ¡Somos
civilizados!
—Esperen —dijo rápido el general
más joven—. No hemos probado los duelos. Desafíen a uno de ellos… no para
decidir la invasión, sino para iniciar la lucha de manera honorable. Como dicta
la costumbre.
Los reptiles en el centro de mando
se tensaron en silencio. Sintieron el poder tácito de la tradición. Una batalla
no podía comenzar hasta que ambos bandos reconocieran que estaban en guerra.
Siempre había sido así.
—Bien —dijo Otspt—. Creo que
estamos de acuerdo.
El general convocó al comandante de
la invasión, que estaba entre los soldados en tierra.
—Busque a un terrícola armado, que
parezca un guerrero, y desafíelo a un duelo ritual. ¡Ahora mismo!
Alto y con amplia experiencia de
combate –y cicatrices de otras conquistas– el comandante Ptoss avanzó con
determinación hasta una vereda y clavó la mirada en un terrícola uniformado que
estaba junto a un vehículo marcado “POLICE”.
Ptoss se conectó a su simulador de
voz para dirigirse a los terrícolas directamente con el desafío tradicional.
Era difícil traducirlo al inglés, pero el simulador lo intentó bien:
—¡Tú! ¡Terrícola! Tu madre tenía
pequeños sacos de leche… y tu padre tenía pies pequeños.
El terrícola miró con desconcierto
a la criatura reptiliana que estaba a diez metros. Abrió la boca y balbuceó:
—¿Qué demonios…?
Ptoss alzó un brazo con el gesto
amenazante tradicional. Cuando los generales lo vieron levantar el brazo, se
estremecieron al comprender el error de su comandante… pero ya era demasiado
tarde para detenerlo.
El reptil de cuatro brazos sacó la
lengua y golpeó cinco veces su sien con el puño cerrado. El humano lo vio
perfectamente. Debería haber sacado su arma y comenzado el duelo. Pero, en
cambio, empezó a sonreír… y a reírse. Pronto otros humanos comenzaron a reírse
también… muchos. Ptoss se dio vuelta y vio que los soldados también miraban
alrededor y escuchaban. Estaban entrenados en la cultura terrícola y sabían
bien lo que significaban esos estallidos de risa.
Ptoss dio la orden de retirada.
Cientos de reptilianos fuertemente armados corrieron de regreso a las naves con
gran eficiencia y despegaron de la Tierra.
El Comité quedó sin palabras por un
momento. Intentaron desesperadamente averiguar qué hacer.
—Nunca he deseado tanto borrar un
planeta de la faz del universo como a esta maldita Tierra —siseó Otspt—. Pero
eso solo haría la deshonra aún peor. ¿Cómo salvamos las apariencias? ¿Cómo?
¿Alguien aquí tiene otra sugerencia brillante?
La mirada furiosa de Otspt cayó
sobre el general más joven, que comprendió que el comité había encontrado a
quien culpar del fiasco. Ahora, salvar las apariencias era crucial.
—Podríamos declarar que la
aparente… locura… de los terrícolas significa que son indignos… oponentes. No
hay honor en desafiar a alguien demasiado loco para entender lo que pasa.
El joven general soltó una risita
nerviosa.
—Cierto, pero… ¿qué dirán las otras
especies de la galaxia después de esto? —replicó indignado un anciano general—.
Nosotros sabemos que los terrícolas están locos. Pero el rumor, hermanos, el
rumor puede propagarse… que huimos de una batalla. Si los planetas sometidos
llegan a oír que la Tierra se burló de Onfol…
Todos los reptiles presentes
palidecieron. El momento fue percibido como decisivo. El general más joven miró
por una ventana hacia el espacio. Era posible vislumbrar otros planetas del
sistema solar. En especial, el planeta rojo…
Entonces el reptil tuvo una idea
verdaderamente brillante. No era la salida que habían querido, pero quizá era
la mejor que podían conseguir.
—Díganme… ¿los sometidos saben
cuáles de los planetas de este sistema están poblados?
La gente de la Tierra quizá nunca
sabría qué la había salvado de ser aniquilada por los onfoloides. Pero sí
entendieron que algo iba mal con las sondas y telescopios espaciales de la
humanidad. Todas las sondas que intentaban ir más allá de la órbita de la Luna
desaparecían sin dejar rastro. Se perdió el contacto con todas las sondas y
robots más allá de la órbita lunar. Y una fuerza misteriosa parecía sabotear
todos los intentos de enviar señales de radio al espacio, fuera del Sistema
Solar.
Algunos científicos excéntricos
afirmaron que eso confirmaba la “Hipótesis del Zoológico” y que la Tierra había
sido puesta en una cuarentena cósmica por inteligencias espaciales benévolas y
superiores.
Solo tenían parte de razón. Los
onfoloides se aseguraron de que ninguna otra especie de la galaxia oyera hablar
de los terrícolas durante muchísimo tiempo. Construyeron ruinas falsas y fosas
comunes falsas en Marte, con señales falsas en lengua terrestre… incluso
plantas y animales muertos falsos… para mostrárselos a los planetas sometidos
bajo su dominio, como advertencia: Miren lo que les pasó a los terrícolas
necios que creyeron poder derrotar a Onfol. Un mundo muerto.
Mientras tanto, la gente de la
Tierra siguió discutiendo qué había realmente detrás de los sucesos extraños,
los actos de terrorismo y los actores que fingían ser lagartos verdes de cuatro
brazos. ¿Había sido una campaña publicitaria que salió mal? ¿Qué extremistas
podían haber llevado a cabo un evento de esa magnitud? Rusia acusó a Estados
Unidos, que acusó a China, que acusó al resto del mundo.
Pero nadie dijo oficialmente que la
Tierra hubiera sido invadida desde el espacio… porque ninguna persona razonable
podía creer que un acto tan ridículo pudiera confundirse con la visita de una
civilización avanzada.
A.R.Yngve nació en Suecia. Su niñez
estuvo dominada por una institución: las bibliotecas públicas, que eran para él
lo que la iglesia es para los creyentes. Leyó vorazmente, sobre todo ciencia
ficción y divulgación científica. Entre sus influencias admite a Frank Miller,
Alan Moore, Christopher Priest, Philip K. Dick, Frederik Pohl & Cyril M.
Kornbluth, Alfred Bester, James Tiptree Jr. y Fredric Brown. Su otra gran
influencia fue cinematográfica, sobre todo el Stanley Kubrick de 2001 y Dr.
Strangelove. Desde 1993 ha intentado escribir novelas y verlas publicadas. En
2004, la editorial Wela Fantasy descubrió su novela Terra Hexa en
su website y la contrató para publicarla en papel. Siguieron Terra Hexa II (2006),
Terra Hexa III (2007), Supermobilen (2011), Sagopyjamasen (2012),
Vaernen den fördömde (2012), Hundra tusen pirater (2013),
Fruktans fysik (2014), cuatro volúmenes de Darc Ages - De mörka
tidevarven (2016/17), Monster i massor (2016) y Rex
Omega (2019). Esta trayectoria un buen motivo para ver el futuro con
optimismo y hace que el propósito de Yngve de convertirse en uno de los
escritores más influyentes del siglo XXI no sea un disparate. Actualmente vive
en Noruega con su esposa y su hijo.
