Gary Daher
Utilizamos la onda corta para escuchar los partidos de
fútbol que nuestro equipo juega en los otros distritos. Mi padre tiene una
radiola de siete bandas, una clara joya de la tecnología instalada en un mueble
grande que se encuentra en una esquina del cuarto principal donde duermen, al
que se le ha conectado un cable que sube hasta el techo para mejorar la antena.
Yo me enredo sobre la tela de uno de los enormes parlantes que vibraban a los
costados, y voy de uno a otro tratando de comprender el relato deportivo que se
escucha sobre un fondo de ruido blanco insoportable, y donde la voz se apaga de
repente, cuando menos lo esperas.
Todo esto es una tortura. Pero uno
quiere oír, quiere saber si su equipo, un equipo de mucha nombradía va a lograr
en esta versión de la Copa Simón Bolívar, ese campeonato que disputan los dos
primeros de cada ciudad participante, la ansiada clasificación para la Copa
Libertadores de América.
Este año ha sido un mal año, el club
no ha podido clasificarse, pero todavía resta un honor, el de llegar tercero,
cosa que no me queda claro para qué sirve, pero he oído decir que se le
permitirá jugar algún torneo a nivel internacional al equipo que logre ese
puesto. Y si no, al menos tengo algo con qué defenderme de las burlas de los
compañeros de clase, que son de otros equipos y que esperan ver al mío
aplastarse contra el piso.
El partido se juega en Potosí, una
ciudad lejana, que imagino difícil de acceder, ensimismada en los Andes. El
rival es totalmente débil, al menos esa idea tengo yo, pues la ciudad no tiene
ninguna tradición en el torneo, y el equipo en sí ha obtenido pocos puntos. Me
parece lógico que mi club vaya a ganar, y ya sueño yo con que gane por goleada,
así me envanezco con mis compañeros y puede equilibrar el no haber clasificado
en los dos primeros puestos.
Pero el partido es duro. Ha
transcurrido la primera etapa con un cero a cero contundente. No puedo creer lo
que está sucediendo. Entre los rezos y la manía de disponer en forma simétrica
las fichas de dominó que me ha regalado mi tío, tratando de colocar, eso sí,
los números más altos en la parte superior sobre los más bajos, para darle
fuerza, creo yo, al que se merece tenerla, a mi equipo, que tradicionalmente
tiene mejor fama.
Mascullan los nombres de los
jugadores y de vez en cuando dicen que tal o cual equipo sacará la pelota,
luego de una infracción o de que el balón –así le llama el locutor– ha
traspasado la línea de juego. Pero de goles nada.
Y no hay poder que modifique el
marcador. Yo me empeño con la imaginación para hacer que la pelota vaya al arco
rival y se produzca el ataque, pero por el contrario, lo que me parece escuchar
entre el ruido blanco es que es el equipo contrario el que ataca y que ya son
varias las veces en que el arco, mi amado arco, está a punto de ser
quebrantado. Mi ánimo está fuera de sí, y no comprende cómo un equipo de
Potosí, en un lugar tan remoto, tan alto, tan extraño, esté haciendo frente a
este renombrado, ya campeón en otros años, tan de ciudad más grande, tan
fuerte, tan mío.
Ya se ha cumplido el tiempo
reglamentario. Tengo el alma por el piso. Mi club, mi gran club ha empatado,
apenas ha empatado con este pequeño, débil e insignificante equipo primerizo.
Pero el árbitro no termina el
partido. Todavía respiro una pequeña esperanza. Estoy a punto de elevar una
enésima oración, cuando de repente, luego de un largo instante en el que
solamente se oye una vocal que se extiende, y que primero confundo con el
ruido, se oye la palabra “gol”, pero es “gol de Lonabol”, la empresa que auspicia
el relato del partido, y que no es otra que la “Lotería Nacional Boliviana”,
pero finalmente dicen el nombre, y es el nombre del equipo: “Gol de Wilstermann
Unificada de Potosí”.
Y el árbitro, como espantoso verdugo,
como enemigo fundamental ha decretado el fin del partido.
Mi club ha perdido por uno a cero.
No hay palabras para la humillación.
No hay voz para otra cosa que mascullar la derrota.
Pienso en la cara del Ché, muerto el
año pasado, con los ojos abiertos en la primera plana del periódico Presencia,
extendido todo él en los quioscos de cada una de las esquinas. Pienso en los
héroes derrotados. Pienso en que no tengo reivindicación.
Leo este texto muchos años después. Ahora que sospecho
que aquello era el principio de la victoria, que las cosas podían cambiar, que
no se trata de clubes, ni partidos, ni de procesos de cambio de entrenador, que
lo que aquí se discurre es de cambiar por dentro, que las victorias son plenas
con las derrotas. Y que, finalmente, ser derrotado en Potosí, es doble grandeza,
pues se levanta la historia, y la sangre verdadera, que es tu equipo real, ese
con el que juegas.
Del fútbol hoy no me queda nada. Soy
un hombre recompuesto, gracias al ataque de hígado que me propinó aquella
derrota. Quince días de hospital pueden doblegar los exabruptos del más fanático.
Ahora, que, si me preguntan, ya ni
recuerdo a quién regalé el poster de Roberto Perfumo, ese defensa poderoso del
Racing, y que estaba orgullosamente pegado en mi cabecera, ni sé qué hice con el
conjunto de tapitas de botella, querido y cuidado, donde con gran amor había
pegado los rostros de los jugadores de mi club de fútbol, y que me servía para
jugar con los vecinos campeonatos interminables con arqueros hechos de tapas
donde se había vertido plomo. Es cierto, ha mejorado la tecnología. Me parece
que muchos canales de televisión retransmiten encuentros no solamente de
provincia, sino internacionales. Pero a mí nada: paso indiferente a los partidos, los
jugadores y las pelotas. Soy un hombre sobrio y he perdido totalmente el gusto
de jugar a la lotería. Pero alguna vez, no lo divulguen, cuando nadie me ve,
reviso sin querer, como quien busca una noticia menor, si mi club de fútbol,
aquél a quien adoré en mi primera y segunda infancia, en medio de velas, rezos
y sueños de piratas, ha sido otra vez derrotado.
Gary Daher (Bolivia,
1956). Poeta, narrador, traductor y ensayista. En narrativa, ha publicado tres
novelas. En traducciones, ensayos y estudios, es autor de tres libros, donde
destaca Ezra Pound: una luz entre Homero y Dante, publicado en 2024, que
contiene la traducción y lecturas de los primeros siete cantares de este poeta.
En poesía, es autor de 12 poemarios donde resaltan Viaje de Narciso, 2009,
Antología Personal y otros poemas, La
Senda de Samai, 2013); y Jardines de
Tláloc, 2017. Estos tres últimos libros conforman una trilogía en la medida
de una propuesta que marca un rumbo intenso hacia la indagación humanista, la
preponderancia del desafío de la consciencia, y una metafísica que parte del
trabajo de los cuerpos, publicada en 2018 bajo el nombre de Piedra Sagrada,
por la Editorial Vitrubio, Madrid.
