Guillermo Cannata
En
febrero de 2022 decidí tomarme un descanso y alquilé una cabaña en el paraje conocido
como El Águila, en la provincia de Córdoba, a pocos kilómetros del pueblo de
Miraflores. El lugar cuenta con un arroyo de aguas claras y una vegetación
abundante y variada, que incluye un amplio bosque de quebrachos en el que casi no
penetran los rayos del sol. A lo lejos se puede divisar la majestuosidad de las
altas cumbres.
La misma mañana de mi llegada al paraje, fui
hasta el pueblo de Miraflores para conseguir comida, y cuando conté dónde
estaba vacacionando comencé a oír comentarios atroces y repugnantes. Que de
noche se oyen gritos infernales que provienen del bosque; que han aparecido
animales mutilados; que algunos testigos han visto una especie de monstruo con
garras y ojos centellantes en la espesura y hasta que una familia entera, que
estaba acampando a orillas del arroyo, había desaparecido el año anterior.
En mi condición de profesor de antropología,
no tardaron en venirme a la mente las leyendas de los pueblos originarios que
habitaron la zona: la del Tahuachí,
un ser humano con aspecto de lobo que aparece en las noches de luna llena, y la
del Urupecu, una especie de felino salvaje
con cabeza de hombre. Sin embargo, no podría saber con certeza hasta qué punto
esas leyendas perduran en el imaginario colectivo de la población actual.
Por la tarde salí a recorrer el lugar. La
belleza del paisaje contrastaba con su desolación. Pude constatar la existencia
de pocas viviendas, consistentes en precarias casillas de madera, con huertas y
criaderos de cerdos. Como ya mencioné, existe un bosque en el que la frondosa
arboleda crea un ambiente de oscuridad casi total, con un suelo húmedo y
musgoso. Al caminar por allí, llamó mi atención la existencia de un pozo de
aproximadamente un metro de diámetro, tapado con una piedra circular blanca. ¿Por
qué estaba allí, en medio del bosque? Quise retirar la tapa pero me resultó muy
pesada.
Mientras el sol del atardecer caía sobre
el horizonte, tomé mis cosas y emprendí el regreso a la cabaña.
Después de cenar, me acosté y quedé profundamente
dormido. Tuve terribles pesadillas, donde una voz grave, como de ultratumba,
repetía: «Itahí alaaf loent ergt verff nietch». Desperté empapado en sudor y de inmediato me di un baño.
Luego del desayuno fui hasta el pueblo por más provisiones, y me enteré de las noticias
que alguien había llevado hasta allí: durante la noche, algo había atacado a
los cerdos de Manuel Sánchez, un poblador del lugar, matando a dos de ellos.
Decidí cerciorarme por mi cuenta y me
dirigí hasta la vivienda de Sánchez, que se encontraba a unos doscientos metros
al norte de mi cabaña y a la que se llegaba por un camino rodeado de árboles. Golpeé
la puerta varias veces hasta que el hombre salió a recibirme. Luego de
presentarme le pregunté si podía hablar unas palabras con él; me respondió afirmativamente
con la cabeza, y luego me invitó a pasar a su hogar.
Manuel Sánchez era una persona mayor, pero
con una mente muy despierta. Toda su vida había vivido en el campo, continuando
con la tradición de sus antepasados. Tenía un hijo que lo ayudaba en las
labores, mientras que otro hijo menor se había mudado a Buenos Aires hacía
varios años. De a poco, la conversación fue derivando hacia lo que había oído
en el pueblo esa mañana sobre la matanza de los cerdos. Con tristeza, corroboró
los hechos y me dijo que hacía algo más de un año le había ocurrido lo mismo. Cuando
despertó esa mañana, tuvo el presentimiento de que algo malo había sucedido,
porque durante la noche lo atormentaron las mismas horribles pesadillas que la vez
anterior, incluida la extraña voz, con palabras que no podía descifrar. (No le
comenté que a mí me había sucedido lo mismo). Con respecto a quién podría ser
el responsable del ataque a los animales, al que conocían como «El que acecha
en la oscuridad», no tenía ninguna certeza, aunque lo relacionó con la aparición
de extrañas luces provenientes del bosque.
Cuando terminamos la charla, le pedí que
me acompañara a ver los animales que habían sido atacados. Estos presentaban
cortes profundos en varias partes del cuerpo, con algunas vísceras expuestas, y
un gran charco de sangre alrededor. El comisario del pueblo estaba al tanto de
estos hechos, pero no había podido hacer nada hasta ese momento.
Saqué
del bolso un frasquito de vidrio y recolecté algunas muestras de pelo y de
trozos de uña que se encontraban sobre los cadáveres, para luego analizarlas.
Después de despedirme, partí hacia la
ciudad de Córdoba. En el laboratorio del Hospital Provincial me recibió Pedro
Parodi, un antiguo compañero del colegio secundario. Le comenté el origen de
las muestras a analizar y me prometió que en diez días iba a tener los
resultados del ADN.
Me propuse encontrar una explicación para
este caso, aunque esta estuviera fuera de mi ámbito profesional. Había una coincidencia
inquietante: aquella noche el señor Sánchez y yo tuvimos similares pesadillas y
oímos las mismas voces. Sánchez también mencionó la presencia de luces en el
bosque a lo que yo agregué la existencia del extraño pozo.
Por la mañana, me dirigí a la biblioteca municipal
y solicité algunos libros de ocultismo para consultar en la sala. Tras revisar
varias páginas, hallé una traducción para las palabras que había oído en los
sueños en el libro Estudios esotéricos, de Paul Ricard. Itahí alaaf loent ergt verff nietch podía traducirse como: Itahí,
el que mora en la profundidad, volverá para gobernar. Según este autor,
existe una deidad inmaterial llamada Itahí que desde el principio de los
tiempos gobernaba sobre gran parte del universo. Sin embargo, luego de una
disputa contra las fuerzas del dios Kameth, debió recluirse en el interior de
la tierra, aguardando desde entonces la oportunidad para volver a gobernar.
La semana siguiente, recibí un mensaje de
Pedro Parodi en el que me informaba que ya podía retirar los resultados de los
análisis de ADN. Esa misma tarde me dirigí al laboratorio. Al llegar, una
secretaria me entregó un sobre con el informe. Al abrirlo, el resultado era
concluyente y aterrador:
El material analizado contiene ADN que no
coincide con el de ninguna especie conocida.
¿Es «El que acecha en la oscuridad» un
enviado del dios Itahí? Decidí que tenía que volver al paraje para encontrar
más respuestas.
Llegué al anochecer y me adentré en el bosque,
hasta escasa distancia del pozo. Me senté sobre un tronco caído y esperé con mi
cámara de fotos en la mano, mientras la oscuridad de la noche envolvía el
lugar.
Comencé a realizar llamados que podrían
despertar a la entidad que habitaba en las profundidades.
—Itahí,
Itahí, Itahí…
De repente, la tapa de piedra comenzó a
moverse y una luz blanca muy potente emergió de su interior.
De la luz pareció corporizarse un ser
amorfo que, poco a poco, tomó forma humana.
¡El que acecha en la oscuridad!
La bestia repetía, con una voz grave, las
mismas palabras que oí en sueños.
Intenté tomarle una foto, pero, por el
nerviosismo, la cámara resbaló de mis manos.
Creo que ya me vio, con sus ojos rojos
brillantes, y viene hacia mí…
Guillermo Cannata nació en Rosario el 10 de enero de 1971, y allí vive en la actualidad. Es bioquímico y le gusta la lectura, a la que empezó a abocarse más hace unos años, cuando se sintió más libre de obligaciones. Sus escritores preferidos a nivel local son Bioy Casares, Borges (el de Ficciones y el Aleph), Pablo De Santis y Guillermo Martínez. También le gusta el policial inglés y el thriller al estilo de Dan Brown. Ahora está leyendo cuentos de ciencia ficción, un género que considera de mucha imaginación. Un cuento de su autoría fue incluido en la antología sobre distopía "Ecos de mundos perdidos" de la editorial Nebula, de reciente publicación.