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viernes, 10 de mayo de 2024

AMIVI

Rhys Hughes

 

Estamos en una canoa, tú y yo, en algún lugar de Timor Oriental y estamos remando río arriba, así que nuestros brazos están trabajando duro y nuestros músculos duelen, pero no hay alternativa, debemos seguir adelante. La cascada está frente a nosotros, ahora puedo escucharla en la distancia por encima del rugido de la corriente, y aprieto los dientes e intento aún más fuerte impulsarnos contra la corriente. Me contaste sobre una cueva detrás de la cascada donde hay una olla llena de oro. Te creí porque nunca te he conocido mentir. El oro fue escondido allí durante la guerra y nunca nadie vino a reclamarlo. Ahora estamos saliendo a tomarlo para nosotros, porque eso está dentro de los límites de la moralidad, nos lo han dicho nuestras conciencias, que examinamos. Todos deberíamos examinar nuestras conciencias de vez en cuando. No es fácil pero es esencial. A menudo pasamos por la vida sin examinar nuestras conciencias. Eso no es algo bueno. De todos modos, nuestras conciencias pasaron el examen. ¡Felicidades a nuestras conciencias! Y ahora la ceremonia de graduación está teniendo lugar, el viaje en canoa por este río hacia una olla de oro oculta.

—El dinero revertirá el declive en nuestras fortunas —me dijiste y la idea de tal reversión me atrajo instantáneamente. Las reversiones no son solo negativas. Pueden ser inspiradoras, beneficiosas, indispensables. Anhelamos revertir nuestra decadencia, nuestra regresión, nuestro deslizamiento hacia dificultades prácticas y desesperación abstracta. La reversión es una palabra agradable en nuestros oídos, un mantra musical. Y ahora algo extraño ocurre. Un pez nos pasa en la dirección incorrecta y está nadando hacia atrás. Todos los peces que hemos visto hasta ahora han venido río arriba, desde la dirección de la cascada, no desde detrás de nosotros. Y la canoa ya no es difícil de remar. La corriente ha cambiado de dirección, o tal vez son los minutos y segundos los que han hecho eso. Sí, el tiempo mismo ha retrocedido. Avanzamos sin esfuerzo. Giramos una última curva en el río. Y la cascada brilla ante nosotros, alta y delgada, y está cayendo hacia arriba, contra la gravedad. Oramos demasiado por la reversión en nuestras vidas, Amivi, y ahora debemos aceptar la penalización. Retroceder mientras avanzamos, así nuestras oraciones son respondidas. Todo sucede demasiado rápido. No hay oportunidad para que saltemos a través de la cinta de agua y aterricemos en la boca de la cueva mientras nuestra canoa es succionada hacia el cielo. Subimos, hasta la cima de la cascada, donde un arcoíris espera, y al chocar con el espectro ambos entendemos instantáneamente que somos el oro que buscamos, pero aún oculto en la oscuridad de los recovecos inaccesibles de nuestros corazones.


Rhys Henry Hughes es un escritor de fantasía y ensayista galés nacido en 1966 en Cardiff. Ha cultivado diversas formas de ficción, desde relatos cortos hasta novelas. Entre muchas otras obras, ha publicado las siguientes novelas y colecciones de cuentos: Worming the Harpy and Other Bitter Pills (1995), The Smell of Telescopes (2000), Stories from a Lost Anthology (2002), A New Universal History of Infamy (2004) –Parodia y homenaje a Jorge Luis Borges–, Engelbrecht Again (2008), Twisthorn Bellow (2010), The Brothel Creeper (2011), The Abnormalities of Stringent Strange (2013), The Pilgrim's Regress (2014), Flash in the Pantheon (2014), Brutal Pantomimes (2016), Cloud Farming in Wales (2017), The Honeymoon Gorillas (2018), Crepuscularks and Phantomimes (2020), Weirdly Out West (2021), Utopia in Trouble (2021), Comfy Rascals (2022), The Senile Pagodas (2022), Adventures With Immortality (2023), The Wistful Wanderings of Perceval Pitthelm (2023).

miércoles, 1 de mayo de 2024

SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE UN VERDUGO

 Rhys Hughes

 


(1)

La primera muerte involucra una horca que funciona al revés. La cuerda es una de esas hechas de cáñamo místico y pelo humano que se alzan en el antiguo truco indio. Así que el verdugo tendrá que ser una especie de faquir; probablemente un asceta desdentado con las costillas como los barrotes de una jaula y una barba enmarañada. Cuando junte las manos, la cuerda saltará por los aires. Pero esto es demasiado bárbaro para nuestro propósito, así que tendrá que haber modificaciones. Ahora el faquir tira de una palanca y una serie de pesas se ponen en movimiento, las ruedas giran y zumban las correas de los ventiladores. Un juego mecánico de manos se junta en un aplauso colectivo y tanto la tradición como el progreso quedan satisfechos.

En cuanto al condenado, se trata sin duda de un insurgente o de un rebelde político. Los pequeños delincuentes son desmembrados y abandonados a los cuervos en los campos de cebada. Los disidentes religiosos son descuartizados en el circo. Solo los idealistas (y sus hermanos anarquistas) son preservados para la soga. El asunto es un evento al aire libre; todos los buenos espectáculos están disponibles en estos días para el consumo público. Es la vieja excusa para una juerga; canciones, bailes y bromas. Este tipo, nuestro condenado, el espécimen actual, pronuncia un noble discurso sobre la justicia y la moralidad. Así es como debe ser.

Redoblan los tambores, las trompetas hacen fanfarrias, la multitud lanza fruta podrida y bromas crueles. El verdugo tira de la palanca, pero no pasa nada. Una de las manos mecánicas ha sido robada. La otra mano aletea sin rumbo: el sonido de los aplausos de una mano se revela finalmente como el de una muerte próxima. Empieza a llover. Se llama a un ingeniero. Más tarde, en el charco dejado por el aguacero frente a la horca, se ve a un hombre que cuelga del modo correcto, hacia las estrellas.

 

(2)

En el segundo caso hay una familia caníbal en algún lugar que, por alguna razón no especificada y patentemente ridícula, aún no se ha dado cuenta de que el canibalismo no es algo normal. Así que continúan en su ignorante felicidad en su vieja y destartalada mansión, atrapando a desventurados viajeros en redes tendidas a lo largo de la carretera y comiéndoselos, con botas y todo, en un guiso (invariablemente un estofado) regado con sidra de manzana de Adán, un juego de palabras espantoso y una bebida espantosa. Son una familia extraña; uno de ellos es sin duda un vampiro (¿el abuelo?) mientras que los demás son horrores y chiflados variados. Duermen durante el día e, invariablemente, consideran normal soñar en ataúdes individuales, con las tapas bien cerradas.

Una vez, reciben una carta del primo Stefan, que dice que viene de visita. El pánico es enorme. El primo Stefan es vegetariano. ¿Cómo van a servirle caldo de carne? No, no es posible. Tendrán que hacer un esfuerzo especial; el primo Stefan es un pariente respetado al que no ven desde hace más de una década. Después de dejar el viejo continente, se convirtió en un exitoso director de funeraria en el Este. Así que ha encontrado su nicho; y deben hacer todo lo posible para satisfacer a un invitado tan estimado. La sopa de viajero está fuera de la ventana; o por el desagüe más bien, y Papá y Mamá deben poner sus cabezas juntas (no difícil considerando que son gemelos siameses no separados) para encontrar una alternativa.

Cuando el primo Stefan llega, en un coche fúnebre turboalimentado, Papá y Mamá y el abuelo vampírico y los pequeños pero horribles y la mascota mítica (tal vez un basilisco, cuya mirada puede matar) y Purdy Absurdy están de pie en los escalones deteriorados del porche. Saludan al primo Stefan con una sonrisa y murmuran unas palabras en húngaro para recordar sus orígenes. El primo Stefan los sigue dentro de la casa y, en poco tiempo, la cena está servida. Conectado a una unidad de soporte vital por una docena de cables y tubos, un plato de vegetales adecuado, en este caso una víctima de un choque, espera la gracia y los brotes y la sal y la pimienta.

 

(3)

El tercer caso es similar, salvo que aquí tenemos a Karl y Julia, que viven en una granja abandonada después de que una catástrofe global haya acabado con la mayor parte de la civilización (o eso creen ellos). La naturaleza está recuperando la Tierra. Así que Karl sale a cazar mientras Julia convierte en salchichas lo que captura. No son exigentes, por supuesto, así que Karl trae en su saco manjares como el petirrojo, el panda, el rinoceronte y el escarabajo. Un día dice: "Jaguar en las colinas. Lo oí anoche". El lenguaje también ha decaído y Karl siempre ha sido conciso en los mejores momentos. Carga su rifle, se ajusta el collar de huesos de pescado y se rasca el pelo grasiento y lleno de piojos.

Julia roe una vieja calavera y gruñe, con la cara rota retorciéndose y contorsionándose en un intento salvaje de formular una opinión. Resopla, tira la calavera con gesto amenazador y enseña sus dientes podridos. "Jaguar demasiado noble para destruirlo. Karl déjalo en paz". Pero Karl niega con la cabeza. "Karl matar. Jaguar morir. Nosotros comemos". Julia coge un fémur del suelo lleno de basura y arremete contra Karl, que gruñe y se aparta de su alcance. Julia le lanza el hueso. Karl desaparece por la puerta.

Julia se debate entre ideas extrañas. ¿Por qué habría de ser algo demasiado noble para destruirlo? Mientras reflexiona, oye un disparo. Diez minutos después, Karl está de vuelta con un saco en la mano. "Jaguar", dice, radiante. Se dirige al pasillo y luego a la habitación donde guarda sus trofeos. Mientras tanto, Julia suspira y saca sus cuchillos. Llaman a la puerta. Dos personas están en el umbral. Una dice: "¡Tiene que ayudarnos! Hay un loco ahí fuera, un loco armado". Julia asiente con simpatía y les invita a entrar. Al mismo tiempo, en la otra habitación, Karl mete la mano en su saco y saca su último trofeo, que clava en la pared junto a los demás: un reluciente tapacubos cromado.

 

(4)

El cuarto ejemplo se refiere a un joven bastante deprimido, Thomas, que se acerca al borde de un acantilado y se arroja al vacío. Nadie sabe lo que realmente pretende, aunque no hay que pasar por alto lo obvio. Da vueltas por el espacio y pierde el conocimiento; tan relajado está ahora que, de algún modo milagroso, sobrevive al aterrizaje con no más de una docena de moratones en las piernas y el torso. Sin embargo, Thomas no lo sabe y, cuando despierta, asume que está muerto. Pero es consciente de lo que le rodea, así que finalmente decide que debe de ser un fantasma. No hay otra explicación. Se levanta, se cepilla y flexiona sus músculos fantasmales.

Piensa que debe adoptar su papel por completo. Se convertirá en un espíritu maligno. Hará todo lo posible para dañar a la gente. Así que se dirige al pueblo más cercano y espera a su primera víctima. Un anciano, con una pierna postiza, sale tambaleándose de la oficina de correos sobre un bastón nudoso. Thomas aparta el palo de una patada y, una vez que el hombre está en el suelo, le quita la pierna postiza y lo golpea con ella hasta matarlo. A continuación, entra en YE OLDE TEA SHOPPE y mete una docena de bollos rancios en las fauces de todo el reparto de la producción de Blithe Spirit de la Sociedad Dramática de Aficionados local. Se atragantan lentamente, escupiendo migas y poniéndose azules en muertes reales tan cursis como cualquiera de las que hayan representado.

Varios ultrajes más tarde, cuando está en el proceso no del todo injustificado de obligar al vicario a comerse el caniche rosa de la señora Featherstonehaugh, collar, correa y señora Featherstonehaugh incluidos, es apresado por una turba vengativa de jugadores de cribbage, tenderos jubilados y ex militares (todas las medallas colocadas en las chaquetas al menor aviso) que lo persiguen fuera del pueblo y gritan: ¡asesinato índigo! Thomas se sorprende de que puedan verlo, pero no se preocupa en lo más mínimo. Lo persiguen hasta el mismo acantilado del que antes había saltado y esta vez no duda: es un fantasma y los fantasmas pueden volar. Es una lástima que ahora esté tan tenso, de expectación, de triunfo.

 

(5)

El quinto punto es a la vez más sombrío y perverso. Tenemos a un solitario que vive en una buhardilla, o en un estudio, y que nunca habla con ninguno de los otros inquilinos del edificio. No tiene familia cercana (todos han muerto en circunstancias misteriosas y realmente espeluznantes), pero está plagado de tías. Está la tía Emily, la tía Theresa, la tía Hilda y la tía Eva. En los funerales de su madre o de su padre o de sus hermanos o hermanas, se turnan para murmurar perogrulladas como "tienes los ojos de tu padre" o "tienes la nariz de tu madre" o "tienes las orejas de tu hermana" o cosas por el estilo. El solitario se limita a asentir y fruncir los labios. Una vez de vuelta en su pequeña habitación, rebusca en las tablas del suelo y saca las bolsas de plástico que allí se esconden. Es todo desesperación. ¿Cómo lo saben?, se lamenta.

 

(6)

Ahora estamos de vuelta en alguna lúgubre y fría ciudad, destartalada y asmática, durante las profundidades del invierno. Una figura encorvada sale de la ventisca, envuelta en una capa raída con capucha. Saca una llave diminuta del bolsillo y abre una puerta que da paso a una luz y un calor apagados. Seguramente es el interior de una juguetería. Hay marionetas y autómatas, animales maravillosos colgados del techo con cuerdas, cajas de sorpresas y muñecos de tamaño natural. Con un suspiro de satisfacción, la figura encorvada se quita la capa y se frota las manos (guantes sin dedos, naturalmente) con alegría. Lleva un paquete bajo el brazo. Lo deposita con cariño en una silla y lo desenvuelve. Hay un brazo mecánico, brillante y extraño en la tenue iluminación. La figura encorvada lo lleva hasta una marioneta que está sentada tranquilamente en un rincón y lo ajusta con cuidado. La marioneta está completa. Ahora tiene dos brazos. La figura encorvada da cuerda a esta marioneta y, después de esta, a todas las demás. Pronto la tienda se llena de animales y personas que bailan.

Hay una secuencia de golpes salvajes en la puerta. La figura encorvada hace una pausa en su danza y se apresura a descerrajar el cerrojo. La abren de un empujón y tres hombres siniestros con pesados abrigos y sombreros de chistera fuerzan la entrada.

—¿Doctor Coppelius? —gritan—, tenemos una orden de arresto contra usted. —Le ponen un papel arrugado delante de las narices—. Tenemos razones para creer que hoy ha robado voluntariamente parte del aparato de ejecución erigido por el ayuntamiento para castigar a los infractores de la ley. A saber, un brazo mecánico. Debido a esta acción, la sentencia contra un agitador tuvo que retrasarse casi dos horas.

El doctor Coppelius se deja llevar encadenado. Su juicio es breve y directo en todos los aspectos. Como reconocimiento a su posición en el mundo académico, se juzga que cortarle los miembros y abandonarlo en un campo de cebada sería inapropiado. También lo sería el descuartizamiento en el circo y la soga pública. Se le concede el raro honor de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. El día señalado, se oyen disparos y diez balas impactan en su corazón a la vez. Le brotan resortes y no poco aceite sale de su boca.

 

Título original: Six Characters in Search of an Executioner

Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman

 

 

Rhys Henry Hughes es un escritor de fantasía y ensayista galés nacido en 1966 en Cardiff. Ha cultivado diversas formas de ficción, desde relatos cortos hasta novelas. Entre muchas otras obras, ha publicado las siguientes novelas y colecciones de cuentos: Worming the Harpy and Other Bitter Pills (1995), The Smell of Telescopes (2000), Stories from a Lost Anthology (2002), A New Universal History of Infamy (2004) –Parodia y homenaje a Jorge Luis Borges–, Engelbrecht Again (2008), Twisthorn Bellow (2010), The Brothel Creeper (2011), The Abnormalities of Stringent Strange (2013), The Pilgrim's Regress (2014), Flash in the Pantheon (2014), Brutal Pantomimes (2016), Cloud Farming in Wales (2017), The Honeymoon Gorillas (2018), Crepuscularks and Phantomimes (2020), Weirdly Out West (2021), Utopia in Trouble (2021), Comfy Rascals (2022), The Senile Pagodas (2022), Adventures With Immortality (2023), The Wistful Wanderings of Perceval Pitthelm (2023).

 

lunes, 29 de abril de 2024

LUBNA

 Rhys Hughes

 

Conocí a Lubna al día siguiente de comprarme un par de zapatos robustos y resistentes. Estaba cansado de que mis zapatos se deshicieran después de unos meses, así que gasté dinero extra para comprar un par garantizado para que durara años. Entonces Lubna entró en mi vida. Los dos eventos no están relacionados temáticamente, pero sin esos zapatos especiales y sin esa mujer especial, ciertamente no estaría donde estoy hoy. 

Lubna es sufí y me habló sobre su fe, y yo escuché con interés, y durante nuestra amistad mi interés creció y siguió creciendo. Investigué por mi cuenta y eventualmente decidí que también quería ser sufí. Revelé esto una noche tranquila mientras paseábamos bajo un cielo rayado por estrellas fugaces. Mi verdadera educación había comenzado y ha perdurado hasta este instante. 

En Pakistán, la práctica del giro sufí se llama Dhamaal y es una de las formas de meditación físicamente activa que llena a un devoto de conciencia de lo inefable y ayuda a acercar un alma inquisitiva a la fuente de toda perfección. Lubna demostró la ceremonia en una habitación de su casa y mi corazón ardía de ganas de imitar sus movimientos. Cuando ella terminó, llegó mi turno. 

Sí, literalmente llegó mi turno. Mientras ella tocaba el naghara cada vez más rápido, me vi girando en trance, manteniendo el ritmo con el tambor, y un hermoso sentimiento de amor y desinterés me invadió. Pero también sucedió algo más. Lubna estaba creciendo más alta, ahora estaba muy por encima de mí, con los ojos cerrados y una expresión arrobada mientras sus manos revoloteaban sobre el tambor en un deslumbrante trance. 

Entonces entendí que era yo quien estaba hundiéndose. Estaba perforando el suelo. Pronto mi cabeza quedó a nivel del suelo y abrí la boca para hablar, pero no tenía nada que decir que pudiera ser más fuerte que el tambor. El naghara lo decía todo y yo era un oyente que descendía más y más profundamente en la tierra. Lubna se convirtió en una figura cada vez más distante, imposible de enfocar. 

Sabía que seguiría girando mientras ella tocara el tambor, pero cuando estuviera lo suficientemente profundo, tan profundo que el mundo superficial fuera solo un punto de luz al final de un túnel extremadamente largo, ¿cómo sabría si todavía estaba tocando o no? El sonido estaría mucho más allá del alcance de mi oído. Pero seguiría sonando en mi cabeza porque ella había plantado el ritmo allí. 

Vi muchas vistas curiosas en mi descenso. Al principio, la oscuridad aumentó hasta que la negrura fue casi total, luego las paredes del túnel comenzaron a enrojecerse y la visibilidad regresó, porque había penetrado bajo la corteza de nuestro planeta y ahora estaba ingresando a la zona donde fluye y brilla el magma. En lo profundo del centro de la Tierra me dirigía en un viaje espiritual al núcleo de mi alma. 

Atravesé cavernas que eran burbujas en este magma y había formas extrañas de vida allí, y especies que ya no existían arriba, pero todo era un borrón, un desenfoque, una cinta de impresiones porque el giro era demasiado rápido. Exploté esas burbujas y desaparecieron como mundos despedidos por una fuerza cósmica, pero no pude dejar de girar, porque la música seguía sonando en mi mente. 

Finalmente llegué al centro del mundo, pero el impulso me llevó más allá y terminé emergiendo a la luz del día del otro lado del globo. Ahí es donde finalmente encontré descanso, mis piernas en posición vertical en medio de un desierto en un país que nunca había visitado antes. Ya no había más roca para que las brocas de mis piernas mordieran. El motor se había detenido, la música había muerto. 

Lubna, ahora soy un árbol solitario en un territorio estéril, un árbol de piernas muy raro. Espero que algún día descanses en la sombra inadecuada de mis pies y reces. Si mis zapatos hubieran sido menos resistentes, se habrían desgastado mucho antes de que atravesara el planeta. Si nunca te hubiera conocido, nunca habría girado con tanta alegría. Me encontré a mí mismo en el proceso. Por favor, ven y encuéntrame también.


Título original: Lubna

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman


Rhys Henry Hughes es un escritor de fantasía y ensayista galés nacido en 1966 en Cardiff. Ha cultivado diversas formas de ficción, desde relatos cortos hasta novelas. Entre muchas otras obras, ha publicado las siguientes novelas y colecciones de cuentos: Worming the Harpy and Other Bitter Pills (1995), The Smell of Telescopes (2000), Stories from a Lost Anthology (2002), A New Universal History of Infamy (2004) –Parodia y homenaje a Jorge Luis Borges–, Engelbrecht Again (2008), Twisthorn Bellow (2010), The Brothel Creeper (2011), The Abnormalities of Stringent Strange (2013), The Pilgrim's Regress (2014), Flash in the Pantheon (2014), Brutal Pantomimes (2016), Cloud Farming in Wales (2017), The Honeymoon Gorillas (2018), Crepuscularks and Phantomimes (2020), Weirdly Out West (2021), Utopia in Trouble (2021), Comfy Rascals (2022), The Senile Pagodas (2022), Adventures With Immortality (2023), The Wistful Wanderings of Perceval Pitthelm (2023).

miércoles, 24 de abril de 2024

LA MÁQUINA DE LA FURIA

 Rhys Hughes

 

Tras el juicio, lo conduje a la prisión con una cadena. Bailamos por el sendero rocoso que se adentraba en las montañas. A veces, cuando aflojaba el paso, le contaba historias de los bandidos que habitaban esta región. Llegamos a la prisión antes del anochecer.

La celda que le di tenía una ventana pequeña y alta que daba al sur. No le faltaba de nada. Había cigarrillos y periódicos. Incluso le ofrecí jugar al ajedrez en el patio. Me agarró firmemente del brazo y me dijo:

—No seas tan amable. —Y los dos nos reímos, porque se había dado cuenta de que estaba nervioso. Aún temía fallar en el último momento. Después de todo, tenía afinidad con él. Habíamos sido amigos—. No habrá problemas —añadió. Yo sabía lo que quería decir. La última ejecución había sido un sueño. No había razón para suponer que la siguiente no lo sería.

 

Como guardia, tenía a Boris. Boris, un alma práctica, ya había limpiado su rifle. La prisión, dijo, le recordaba a las cuevas donde había pasado su infancia. Las paredes de piedra eran muy húmedas.

—Días felices —repetía mientras se golpeaba la nariz con un dedo huesudo. Resistí el impulso de golpearlo con uno de mis garrotes. Parecía bastante amable, aunque sus ojos estaban llenos de malicia. Lo había elegido bien.

Me contenté con un insulto adecuado. Me guiñó un ojo y empezó a rascarse las llagas que le cubrían las piernas. Sus uñas, como sus dientes, eran largas y amarillas. Lo dejé solo, encaramado a un taburete de madera fuera de la celda, y me dirigí a mis aposentos.

Me quité los guanteletes e inspeccioné la habitación. Era tan opresiva como una celda. Me di cuenta de que mi predecesor había dejado una lista con mis obligaciones clavada en el escritorio. Suspiré mientras la leía. Me esperaban tiempos ajetreados. Un Ejecutor es mucho más que el hombre que acciona la palanca.

 

Una de esas tareas era preparar la comida del prisionero. Le daba pan duro y buen vino para cenar. Me parecía el equilibrio adecuado.

A menudo le observaba mientras comía. Una sola vela iluminaba la celda. Cuando le informé de que su abogado llegaría al día siguiente, salió de las sombras y frunció el ceño.

—Quiere darte la oportunidad de apelar —le expliqué.

—Es muy considerado de su parte —replicó—, pero es un viaje innecesario. Ha sido un juicio justo. —Asentí con la cabeza. Ahora los engranajes de la justicia eran suaves. Todos los juicios eran justos. De hecho, la prensa había hecho comentarios favorables sobre el suyo. Los jueces habían sido muy comprensivos, el jurado había derramado muchas lágrimas. Todo había salido según lo previsto—. Debes rechazarlo —añadió.

Me quité la máscara. La máscara de Ejecutor es pesada y aún no me había acostumbrado a ella. El sudor de mi frente se enfrió rápidamente. Me estremecí.

—Por supuesto. Eso es prudente. —Hubo un silencio incómodo. Se sirvió un vaso de vino.

—Pero es una muerte lenta —dijo.

Arrastré los pies. Él conocía el proceso tan bien como yo. La Máquina de la Furia no había sido diseñada para realizar su tarea con humanidad. Intenté recordarle las elevadas razones que había detrás de la función del dispositivo para hacerle comprender los ideales que regían su funcionamiento.

—Una muerte lenta —repetí—, y dolorosa. Pero no se trata de eso. En otros tiempos, el cadáver de un prisionero tenía que ser descuartizado, transportado a la sala de autopsias y embalsamado por un experto. Nosotros nos ahorramos muchas molestias haciendo que el embalsamamiento sea el método real de envío. —No me miró. Lo tomé como una señal de abatimiento. Decidí continuar por otros derroteros—: Sí, los detalles son espeluznantes. El formol, las bolitas de algodón bajo los párpados, la extracción de las vísceras. Pero considere la magnífica ironía: el prisionero parece estar más sano a medida que su vida se desvanece.

Vació su vaso y se sirvió otro. Su mano no temblaba. La gota carmesí que colgaba de su labio no cayó.

—He matado a un hombre —dijo simplemente—. Por lo tanto, debo morir.

Comprendí entonces que mis palabras habían sido en mi propio beneficio. Le había subestimado. Su comentario anterior había sido una simple exposición de hechos y no una queja. No le agradecí el ejemplo. En lugar de eso, levanté el puño como si fuera a golpearle.

Fuera, en el pasillo, Boris aplaudió.

 

También tenía que proporcionar al preso material para escribir. Según la lista, cada preso tenía que anotar los detalles de su vida justo antes de cometer el delito. Era una tradición.

Despertada mi curiosidad, busqué un mapa de la prisión y tracé una ruta hasta los archivos, donde se guardaban todos estos registros. La sala se encontraba en el nivel inferior del edificio. Al bajar los escalones de piedra que conducían a ella, descubrí que todos los registros habían sido destruidos. La cámara estaba completamente inundada.

Por eso era doblemente importante que el preso aprovechara la oportunidad para dejar constancia de sus motivos y premeditaciones. Sabía que se sentiría orgulloso de ser el primero en contribuir a un nuevo archivo.

De regreso a su celda, en una de las alas en ruinas de la prisión, me encontré con Arkady. Aún no dominaba del todo su instrumento. Sus notas brillantes y claras no eran las de un canto fúnebre. Me resultó fácil reprenderle: Lo agarré bruscamente por la garganta y le susurré suavemente al oído.

Pareció comprender.

—¿Más sombrío en el día? Por supuesto. —Pero no estaba del todo convencido. Decidí insistir en la urgencia del asunto—. Los días pasan. El gran día llegará. Si para entonces no puedes llenar los pasillos de música lúgubre, nos estarás defraudando a todos.

Él sabía, por supuesto, que mi enfado tenía otro origen. Todas las noches me había despertado su chillido salvaje. Y yo había pensado, al principio, que el prisionero gritaba.

 

La familia del preso vino a presentar sus últimos respetos. Entraron en la celda y cerré la puerta. Boris y yo nos negamos a acompañarles. Respetábamos la intimidad, dijimos. Juntos miramos por la mirilla.

Era una escena maravillosa. El hermano del preso llamaba especialmente la atención. Se paseaba por la celda y hacía gestos extravagantes. Al principio, la conversación estaba dominada por trivialidades domésticas, pero finalmente derivaron hacia temas más interesantes.

El hermano estudiaba Historia en la Universidad. Había traído un regalo para el preso, un icono religioso que colocó sobre la mesa junto a la cama. Sus anécdotas sobre el pasado lejano eran fascinantes.

—El derecho no siempre fue una ciencia exacta —dijo—. En otros tiempos, dos hombres podían ser castigados de forma diferente por el mismo delito. Había incoherencias por todas partes. Se tenían en cuenta las circunstancias que rodeaban las acciones, así como el resultado de las mismas.

—Tenían buenas razones —respondió el preso—, pero no espero que se me trate de forma diferente. Fui declarado culpable y debo pagar el precio.

El hermano apoyó las manos en los delgados hombros.

Naturalmente —dijo en un susurro escénico—. Las razones complican las cosas, como descubrieron nuestros antepasados. —Señaló el icono—. Reza a Watt siempre que tengas dudas. Sólo él reformó el sistema. Como capitán de aeronave durante las guerras, lanzó bombas sobre las cabezas de muchos civiles inocentes y fue aclamado como un héroe. La experiencia le afectó profundamente. Llegó a creer que todo acto deliberado de quitar la vida debería ser clasificado como asesinato.

—Una idea inspirada —asintió el prisionero.

El hermano se metió la mano en el bolsillo, sacó un anillo de plata y se lo puso al preso en la palma de la mano.

—Tu prometida quiere que te lo devuelva. Está muy contenta. Ya ha encontrado a otro hombre. Pronto se casarán. Lo único que lamenta es que, por razones obvias, no podrás asistir a la boda.

El prisionero contempló el anillo durante largo rato. Luego sonrió, como si reflexionara sobre su buena suerte.

 

Pronto llegó el gran día. Arkady encabezó el desfile a través de la prisión. Las plañideras y los lamentos iban en la retaguardia. El prisionero caminaba con su icono pegado al pecho. Yo caminaba a su lado, maravillado por su dignidad. Boris se colocó a una respetuosa distancia detrás de nosotros.

Así recorrimos los complicados pasadizos y las empinadas escaleras hasta la cámara circular del centro de la prisión. Saqué la pesada llave del aro que llevaba al cinto y abrí la puerta. Aquí surgió una pequeña confusión, pues Arkadi ignoraba que solo los Condenados y su Ejecutor podían entrar en el calabozo. Se sintió decepcionado al negársele la entrada, pero le recordé que podría llegar el momento en que él también ocupara el puesto de Ejecutor y se le concediera el privilegio.

Y así, agarrando al prisionero por el codo, lo conduje a la cámara. La Máquina de la Furia permaneció en silencio. Caminé detrás del aparato y agarré la palanca. El prisionero no apartaba los ojos del suelo.

Le ofrecí un último deseo, pero tuvo el buen gusto de negarse. Así que me despedí de él y tiré de la palanca. Se oyó un rugido y la Máquina de la Furia cobró vida, lanzando chispas sobre el frío suelo de piedra e iluminando la sombría mazmorra con una luz chillona. Los innumerables brazos del artefacto comenzaron a desenrollarse y a balancearse de un lado a otro, como si hubieran sido encantados por la música sobrenatural de los motores.

A partir de aquí, los acontecimientos deberían haber transcurrido sin sobresaltos. Ciertamente, los brazos sujetaban al prisionero con suficiente fuerza y lo atraían hacia sí. Pero surgió un problema imprevisto. El icono metálico que aún llevaba se había magnetizado. Empezó a interferir con los circuitos. Los brazos se soltaron y se agitaron salvajemente. El prisionero, sin comprender, permanecía de pie en medio de este frenesí, con los ojos muy abiertos, la boca abierta, ileso.

Intenté llamarle para explicarle el motivo de aquel caos, pero no me oía por encima del ruido de los motores. Se limitó a aferrar con más fuerza su icono. Vi con horror que la Máquina se estaba sobrecalentando: su cuerpo brillaba, las chispas que brotaban de su tobera de escape eran cada vez más grandes y brillantes, todo el aparato empezó a tambalearse sobre sus cimientos.

Desesperado, luché para abortar la ejecución, para forzar la palanca a volver a su posición original. Pero no se movía. La Máquina de la Furia estaba decidida a continuar la ejecución. No solo debía su nombre a esas brujas vengativas del mito, sino también su tenacidad. Me di cuenta de que no tenía más remedio que arrancar el icono de las manos del prisionero.

Con un poderoso salto, salté por encima de la Máquina y me puse en medio de los brazos. Intenté arrebatarle el icono al prisionero, pero no quería soltarlo. No lo entendía. Una cuchilla me rozó el cuero cabelludo. Grité y golpeé al prisionero en la mandíbula con el puño, arrancándole el icono de las manos mientras se desplomaba. Rodé hasta un rincón seguro de la mazmorra y me quedé allí, acurrucado con mi premio, hasta que la Máquina se apagó por fin.

Lentamente, me puse en pie y me di la vuelta. La Máquina de la Furia no nos había defraudado. El cuerpo del prisionero colgaba suspendido a unos centímetros del suelo, perfectamente embalsamado, con una tranquila sonrisa en el rostro. Abrí la puerta y salí al pasillo. Boris me esperaba con el rifle cargado. Arkadi me escupió con disgusto. Las plañideras y los lamentos sacudieron la cabeza y murmuraron.

—Quedas detenido —gruñó Boris.

Esperé a que me pasaran las insignias de rango. Boris arrancó la mía de mi túnica y la prendió en la suya. Luego entregó a Arkady su propia insignia. El proceso continuó con los dolientes y los lamentos. Cuando terminó esta formalidad, Boris, el nuevo Ejecutor, le dio a Arkady su arma y le ordenó que me llevara de vuelta a la superficie.

Agaché la cabeza, avergonzado, mientras subía los escalones de piedra. En una o dos semanas, estaría en la Sala del Tribunal, en un juicio por mi vida. Pero sabía que así era como debía ser: Acababa de llevar a cabo una ejecución.

Y una ejecución, como todo acto deliberado de quitar la vida, es un delito capital.

 

Título original: The fury machine

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman

 

Rhys Henry Hughes es un escritor de fantasía y ensayista galés nacido en 1966 en Cardiff. Ha cultivado diversas formas de ficción, desde relatos cortos hasta novelas. Entre muchas otras obras, ha publicado las siguientes novelas y colecciones de cuentos: Worming the Harpy and Other Bitter Pills (1995), The Smell of Telescopes (2000), Stories from a Lost Anthology (2002), Stories from a Lost Anthology (2002), A New Universal History of Infamy (2004) Una parodia y homenaje a Jorge Luis Borges, Engelbrecht Again (2008), Twisthorn Bellow (2010), The Brothel Creeper (2011), The Abnormalities of Stringent Strange (2013), The Pilgrim's Regress (2014), Flash in the Pantheon (2014), Brutal Pantomimes (2016), Cloud Farming in Wales (2017), The Honeymoon Gorillas (2018), Crepuscularks and Phantomimes (2020), Weirdly Out West (2021), Utopia in Trouble (2021), Comfy Rascals (2022), The Senile Pagodas (2022), Adventures With Immortality (2023), The Wistful Wanderings of Perceval Pitthelm (2023).

 

EN EL PARQUE

 Rhys Hughes

 

Vi el plato volador con mis propios ojos cuando me levanté de madrugada para ir en busca de un vaso de agua. Luces parpadeantes, un zumbido misterioso y bajo, ninguna señal de que se trataba de un engaño. Sobrevolaba mi jardín, como si esperara algo, pero no salí corriendo en pijama; la hierba estaba mojada y no encontré mis zapatillas. Perdí la oportunidad de verlo más de cerca.

A la mañana siguiente me encontré con Clive en la panadería. Yo estaba comprando bollos helados, mientras él pedía una pizza vegetariana con una dotación extra de aceitunas.

—¿Te has enterado del...? —empecé.

—Sí, Douglas, lo vi con mis propios ojos. Sobrevoló muchos jardines, incluido el mío, y luego se fue. ¿Qué propósito tenía? Reflexioné y de repente me di cuenta.

—¿Qué hiciste? —grazné.

—Me di cuenta de la verdad sobre los platos voladores. Sé lo que son y por qué vienen a la Tierra. Me voy al parque y si me acompañas te lo explicaré.

Seguí a Clive por la calle que llevaba al parque más cercano. Cuando llegamos, nos acercamos al lago y observamos a los patos. Comí un bollo helado y arrojé al agua las migas que me sobraban. Los patos festejaron felices los bocados que les ofrecía, pero Clive me agarró el brazo con fuerza y me impidió seguir lanzando trozos de bollo.

—¡Mira esto! —gritó.

Como un lanzador de disco, Clive se afirmó en el lugar y lanzó la pizza tan lejos como pudo. La pizza aún estaba caliente, las aceitunas brillaban como cristales y el vapor surgía de la pasta de tomate mientras planeaba sobre las aguas. Luego cayó al lago y se hundió.

—Esperaba que flotara —comenté.

Clive estaba como extasiado.

—¿Has visto? Los patos no lo entendieron. No sabían qué hacer con la pizza. No la reconocieron como comida y ¿por qué iban a hacerlo? No saben lo que es una pizza. Eso demuestra mi punto de vista.

—Quieres decir que...

—¡Sí, Douglas! Los platos voladores son restos de comida que nos lanzan los extraterrestres desde el espacio exterior. Es obvio. ¿Por qué nadie ha pensado en esto antes? Nosotros les lanzamos comida a los patos, los extraterrestres nos lanzan comida a nosotros. Es una analogía perfecta.

No le creí y se lo dije. Pero esa noche trasladé al jardín la mesa del comedor y una silla, y me senté allí, expectante, blandiendo un cuchillo y un tenedor.

Todavía estoy en el mismo lugar, esperando.

Me pregunto cómo serán los extraterrestres.

Tal vez sean como tú.

De hecho, ahora creo que eres uno de ellos.

 

Título original: Down in the park

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman


Rhys Henry Hughes es un escritor de fantasía y ensayista galés nacido en 1966 en Cardiff. Ha cultivado diversas formas de ficción, desde relatos cortos hasta novelas. Entre muchas otras obras, ha publicado las siguientes novelas y colecciones de cuentos: Worming the Harpy and Other Bitter Pills (1995), The Smell of Telescopes (2000), Stories from a Lost Anthology (2002), A New Universal History of Infamy (2004) –Parodia y homenaje a Jorge Luis Borges–, Engelbrecht Again (2008), Twisthorn Bellow (2010), The Brothel Creeper (2011), The Abnormalities of Stringent Strange (2013), The Pilgrim's Regress (2014), Flash in the Pantheon (2014), Brutal Pantomimes (2016), Cloud Farming in Wales (2017), The Honeymoon Gorillas (2018), Crepuscularks and Phantomimes (2020), Weirdly Out West (2021), Utopia in Trouble (2021), Comfy Rascals (2022), The Senile Pagodas (2022), Adventures With Immortality (2023), The Wistful Wanderings of Perceval Pitthelm (2023).

 

 

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