Boris Glikman
Quizás era
inevitable que a alguna mente brillante del Departamento de Investigación y
Desarrollo de cierta compañía de fama internacional se le ocurriese, durante
una sesión de brainstorming, la idea de una bebida compuesta únicamente
de luz pura. El concepto esencial que la sustentaba era de una simplicidad
extrema. En estos tiempos modernos y acelerados, pasar por el largo y
enrevesado proceso de necesitar que la luz del Sol sea fotosintetizada por las
plantas en energía química, la cual luego debe convertirse en moléculas de
carbohidratos, que nosotros debemos consumir y digerir para finalmente
incorporar la energía del Sol a nuestros organismos… ¿Por qué no omitir todas
esas etapas intermedias y simplemente capturar, embotellar e ingerir
directamente la energía del sol?
A la directiva le encantó la
propuesta y apoyó su realización por todos los medios posibles. Así, menos de
un año después de poner en marcha el proyecto, el producto apareció en las
tiendas: un reconfortante y delicioso elixir de luz solar natural, libre de
conservantes, azúcar añadida o sabores artificiales.
La bebida proporcionaba un impulso
instantáneo de energía, saciaba el hambre sin necesidad de digestión, apagaba
la sed al instante y hacía sentir un agradable calor por todo el cuerpo. Y, por
supuesto, era adecuada para todo tipo de dietas, incluidas –pero no limitadas
a– kosher, halal, vegetariana, vegana, crudivegana, sin gluten y frutariana.
Nadie podía objetar nada, pues se trataba de luz pura proveniente directamente
del Sol. Y, de manera fortuita, también resultaba ideal para quienes estaban a
dieta, ya que según la famosa ecuación E = mc², incluso una cantidad minúscula
de masa libera una enorme cantidad de energía, y así uno podía beber grandes
cantidades de esa poción sin prácticamente ganar peso.
Sorprendentemente, además de
satisfacer las necesidades físicas más básicas (comida, agua, calor) en la
jerarquía de necesidades, esta bebida también permitía al consumidor –y esto
fue una consecuencia completamente imprevista– alcanzar al instante la iluminación
espiritual una vez ingerida, cumpliendo así la necesidad más elevada en la
jerarquía: el anhelo de autorrealización. (Quizás no debería haber sido tan
inesperado, pues al ingerir la luz las personas, ipso facto, quedaban
iluminadas por dentro, que es exactamente lo que significa la iluminación;
además, la estructura morfológica misma de la palabra “enlightenment” revelaba
su íntima conexión con la luz).
Este efecto fortuito era perfecto
para la sociedad contemporánea, pues dado que el mundo digital proporcionaba
información instantánea, comunicación instantánea, entretenimiento instantáneo
y gratificación instantánea de necesidades y deseos, era natural que existiera
también una gran demanda de autorrealización instantánea. Y con este producto
ya no hacía falta pasar incontables horas meditando y repitiendo mantras, ni
sentarse a los pies de un gurú, ni trepar las montañas del Himalaya en busca de
monasterios. En su lugar, existía la conveniencia de un despertar espiritual
inmediato en una botella, accesible para todos.
La campaña publicitaria se
construyó alrededor de los eslóganes “¡IluminaCIÓN™ instantánea en una
botella!”, “¡Comida rápida para el cuerpo y el alma!” y “¡Deja que la luz te
DesLUMBRE!”. Por una vez, la realidad correspondía exactamente a las afirmaciones
promocionales, pues era verdaderamente un invento único en su especie, jamás
visto.
Y así, como era de esperar, todos
corrieron a comprar la nueva bebida, pues, además de su obvia atracción para el
público general, resultaba irresistible para una variedad de personas con
necesidades específicas, como los deportistas que buscaban un aporte de energía
inmediato, los buscadores espirituales que anhelaban la verdad sobre sí mismos
y el universo, y los obsesionados con el peso, que la incorporaron de inmediato
a sus regímenes meticulosos. Por supuesto, a los niños también les encantaba,
por su valor de novedad y sus propiedades casi mágicas.
Este éxito rotundo dio a la empresa
la libertad y el impulso para experimentar con nuevas variedades del producto.
El sabor de la luz solar original era una mezcla de melón y naranja. Más tarde,
se ofrecieron muchos otros sabores, a medida que los investigadores de la
compañía capturaban y embotellaban luz de otros objetos celestes y también de
fuentes artificiales.
Se descubrió que cada planeta y
estrella tenía su propio sabor único: la luz de la Luna era más fresca en el
paladar que la luz solar y tenía un elemento indefinible que uno no lograba
describir; Marte sabía un poco a jugo de tomate; Venus era bastante ácida y
casi avinagrada, por lo que se recomendaba beberla combinada con luz de otras
fuentes; Júpiter y Saturno, como correspondía a su naturaleza gaseosa, eran
como el mejor champagne burbujeante; y las supernovas tenían un sabor
extremadamente picante, explosivo en la boca, que solo los muy valientes o muy
insensatos se atrevían a probar. También se descubrió que las iluminaciones de
cada ciudad poseían un sabor particular, aunque los amantes de la vida sana
preferían únicamente bebidas provenientes de fuentes naturales y despreciaban
los sabores artificiales de bombillas, luces fluorescentes o letreros de neón,
que invariablemente sabían a vino barato.
Con este producto en el mercado,
muchos creían que el mundo se encaminaba hacia una existencia utópica en la que
la humanidad finalmente se liberaría de su pesada y aprisionadora dependencia
de plantas y animales para su nutrición; y en la que el hombre común, al
volverse instantáneamente iluminado, vería más allá de los estrechos límites
del interés propio y de la autopreservación, y comprendería que todo está
inextricablemente conectado y que todos somos uno.
Sin embargo, quienes eran
optimistas y creían que sería por fin posible alcanzar un estado idealista
habían olvidado un aspecto profundo y paradójico de la naturaleza humana:
cualquier cosa que traiga placer y disfrute está sujeta al abuso, al mal uso y al
exceso. Consecuentemente, la misma fuente de gratificación y dicha, como por
ejemplo el alcohol, podía convertirse –y lo hacía– en una amenaza mortal para
la propia existencia. Así, la obesidad y todas las enfermedades que conllevaba
eran comunes en las sociedades con alimentos en abundancia; el alcoholismo
asolaba muchos países; y las adicciones a sustancias legales e ilegales
destruían incontables vidas.
Dado que esta bebida satisfacía de
inmediato –y en un solo producto– tantas necesidades humanas, era inevitable
que algunos se volvieran adictos. Como suele ocurrir con los adictos,
encontraron maneras de evitar la opción de comprar legalmente una cantidad
limitada del producto, y empezaron a consumir cantidades ilimitadas
gratuitamente mirando directamente al Sol y dejando que la luz fluyera tanto a
través de sus bocas abiertas como de sus ojos. Ingerir luz a través de los ojos
era algo que los no adictos jamás harían, y esa experiencia particular se
comparaba con inyectarse heroína, pues daba un subidón aún mayor.
A estos adictos se les llamó
rápidamente “soladictos” o “sunkies” (un acrónimo de “sun” y “junkie”), y esta
palabra coincidía además con la connotación de “hundirse”, lo cual resultaba
muy apropiado, pues ningún drogadicto había caído tan bajo como estos sunkies.
La mayoría de las personas enganchadas a narcóticos podían rehabilitarse y
volver a ser miembros respetados de su comunidad. Los adictos al Sol, sin
embargo, renunciaban voluntariamente a su vista y a su movilidad –dos de las
facultades más preciosas y vitales que posee un ser humano– y asumían una
existencia estática, semejante a la de una planta, permaneciendo arraigados en
un mismo lugar. No les importaba nada más que seguir el recorrido diario del
Sol por el cielo con sus cabezas giratorias, usando su sentido del calor para
localizarlo –pues sus retinas habían quedado quemadas– y beber su luz.
In Sol Veritas –en el Sol reside
toda Verdad– era su lema y principio rector, pues creían que el Sol era el
portal hacia la realidad última y la única fuente de verdades eternas y
absolutas. Su discurso proselitista hacia los no adictos era bastante persuasivo:
afirmaban que, una vez que uno comenzaba a mirar al Sol, se daba cuenta
rápidamente de lo insignificantes y grises que eran los asuntos de la vida
cotidiana, y de lo llenas de significado y magníficas que eran las revelaciones
inagotables y la belleza infinita que emanaban del Sol, el lugar donde residían
la perfección, la trascendencia y la pureza. También ensalzaban la estabilidad
y seguridad de sus vidas actuales, pues el movimiento del Sol, perfectamente
predecible por milenios, disipaba las incertidumbres de su antigua existencia.
Uno encontraba sunkies por todas
partes: sentados, de pie o tumbados sobre las aceras, las carreteras, la
hierba, el barro, los charcos o las cunetas, totalmente ajenos a su entorno.
Sus extremidades, atrofiadas por la completa falta de movimiento, se transformaban
en algo parecido a ramas de árbol marchitas y grotescas, acentuando aún más su
aspecto vegetal. La visión de estos adictos era tanto repugnante como
indescriptiblemente triste, especialmente porque muchos eran jóvenes que habían
sacrificado todas las promesas que el futuro les ofrecía.
La mayor tragedia era que los
sunkies negaban que sus vidas se hubieran convertido en una tragedia. No solo
se volvían ciegos físicamente, sino también ciegos a la realidad de su
situación, convenciéndose de que eran seres superiores que llevaban vidas superiores,
los únicos en posesión de los secretos últimos de la existencia. Se veían a sí
mismos como parte de una casta de élite, la vanguardia de una utopía
igualitaria por venir, pues ante el Sol todos eran iguales. Estos Hijos del Sol
–como preferían llamarse, en referencia a su supuesta filiación con la
estrella, pues se sentían renacidos al contemplarla de forma inquebrantable, y
también en referencia a la hermandad que creían haber alcanzado– no se sentían
perturbados por su pérdida de vista y movilidad, pues no había nada en la
Tierra que quisieran o necesitaran ver o hacer. De hecho, consideraban su
ceguera e inmovilidad una bendición, pues no solo les impedía distraerse de su
devoción total al Sol, sino que, aún más importante, evitaba que sus mentes y
almas se contaminaran con las imperfecciones e iniquidades que marcaban y
definían la existencia terrenal.
Así, la luz en una botella, antes
la mayor bendición para la humanidad, se convirtió en su mayor maldición,
provocando una calamidad inimaginable antes de su llegada al mercado, pues
¿quién podría haber imaginado que personas sanas optarían voluntariamente por
convertirse en vegetales inmóviles, sacrificando sus vidas solo para poder
mirar fijamente al Sol y sentir su cálida sonrisa sobre sus rostros? Los
sunkies estaban ya completamente perdidos para la sociedad, tanto física como
mentalmente, y ningún tipo de rehabilitación era posible para ellos. En la más
amarga de las ironías que tan a menudo se repiten a lo largo de la historia, la
humanidad, habiéndose liberado de su dependencia de las plantas y alcanzado la
mayor libertad que jamás había poseído, veía ahora cómo una proporción cada vez
mayor de su población elegía llevar una existencia semejante a la de una
planta.
Pero esta tragedia mundial en
desarrollo importaba poco a la compañía que había llevado la bebida al mundo,
pues sus técnicos trabajaban afanosamente en una creación aún mayor, que sin
duda superaría en popularidad a la luz embotellada. Inspirado en el café y los
fideos instantáneos, el nuevo invento en preparación ya tenía un nombre
comercial: Insta-Vida, y, una vez completado, permitiría a una persona
experimentar toda su vida en un instante. Esta era, razonaba la directiva, la
máxima aspiración y meta en una era obsesionada con lo instantáneo: al
condensar tu vida entera en un solo momento, ya no tendrías que arrastrarte
durante décadas de interminables rutinas repetitivas, ni atravesar las
porciones banales y aburridas de la existencia, sino que podrías terminar con
todo ¡en un santiamén! Además, obtendrías una ventaja insuperable sobre tus
rivales en el ámbito de la vida rápida.
Con el atractivo de los beneficios
navideños en mente, la directiva presionaba sin descanso a ingenieros y
científicos para que trabajaran cada vez más rápido, de modo que Insta-Vida
pudiera aparecer en el mercado para la época navideña. Y así, era solo cuestión
de tiempo antes de que este nuevo invento arrasara en el mundo, y la gente
comenzara a vivir y morir más rápido que las efímeras mayfilies.
Título original: The light of their lives
Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman
Boris Glikman es escritor, poeta y filósofo. Las mayores influencias en su escritura son los sueños, Kafka, Borges y Dalí. Sus historias, poemas y artículos de no ficción han sido editados en revistas electrónicas y publicaciones impresas. Boris ha aparecido varias veces en la radio, incluyendo la radio nacional australiana, interpretando sus poemas e historias y discutiendo el significado de su trabajo. Dice: "Escribir para mí es una actividad espiritual del más alto grado. La escritura me da el conducto a un mundo que es inalcanzable por cualquier otro medio, un mundo que está poblado por Verdades Eternas, Preguntas Inefables y Belleza Infinita. Es mi esperanza que estas historias mías permitan al lector echar un vistazo a este universo".



