domingo, 26 de mayo de 2024

ESPECIAL MICROFICCIONES (OCHO)

 


LA TUMBA DE OMEGA

Benji Acosta (España)

 

El hombre, aún herido, decapitó al gran felino que acababa de matar a su esposa.

Lloró unas horas sobre el cuerpo, y despellejando la piel del animal, la envolvió en ella.

La acomodó en un lecho de pasto y la cubrió de piedras formando un montón impenetrable de casi un metro.   

Luego se marchó, y con él, su especie. Ya no quedaba ninguna mujer Neanderthal con la que aparearse.

Pero eso, él no lo sabía.

 

DESIERTO

Alejandro Fabián Alberto Aguirre (Argentina)

 

Una cerveza era lo que más deseaba. El calor insoportable, la sed que le invadía cada célula de su cuerpo reinaba en ese presente tan cercano a la muerte. No le importaban ni sus seres queridos, ni sus amigos, ningún ser humano; solo la imagen de un vaso de cristal pasado por el freezer conteniendo esa bebida con espuma.

Pero el desierto interminable era la realidad, uno lleno de tubos y mangueras. Un familiar se apiadó y desconectó el equipo.

 

EL DÍA DE LOS COBARDES

Giraldo Aice (Cuba)

 

El ambiente fue inundado por una música extraña y cautivadora, en el sentido lato, y un juego de luces, de todos los colores y tonos, con movimientos encantadores, en el sentido lato también, y todo ello hizo que la gente "normal" saliera de sus casas y costumbres y se quedaran admirados, embobecidos ante aquellas maravillas.

Yo, que le temo a lo desconocido, corrí a esconderme en el sótano, tal como hicieron todos los miedosos del pueblo.

A la mañana siguiente, todos los aptos dejaron sus empleos habituales y se fueron a cavar en la montaña de la reina, mientras las naves extrañas bajaban a recoger los minerales.

Se habían convertido en esclavos. Trabajaban de sol a sol, alimentados por las mujeres, sonámbulas, que cocinaban cualquier cosa y, luego, se unían a la faena.

Los miedosos, los sordos y los ciegos que habíamos escapado al embrujo nos fuimos encontrando. Y, unidos, estamos preparando la resistencia. Son poderosos, pero el amor a la libertad es invencible.

 

VENTISCA

Maru Alzugaray (Argentina)

 

Un viento plano y arenoso trae en su interior un manojito de palabras demoradas en los tiempos, impulsadas por la misma fuerza que las eleva o las arrastra. Pegajosas, quejumbrosas, dolidas, exasperantes… No tienen época, no tienen edad. Horadan las murallas, retumban y taladran. Destrozan con la velocidad de un rayo. Y después se alejan formando un remolino. Y se van, se mudan presurosas a buscar otro blanco… Y solo entonces, cuando una lágrima se desparrama por la piel sensible, comprendemos que estamos malheridos, perdidos, sin el consuelo de otra palabra que nos salve.

 

PARIA

Suray Annys (Argentina)


En medio de la cálida noche hubo una breve conversación entre la chica y el tipo vestido de negro. Ella gesticulaba y el no se movía. Yo me escondía de los poliperros que patrullaban solo las calles principales. Desde dentro del contenedor de la basura no podía oír todo lo que decía. En un tono y volumen muy bajos, su voz sonaba furibunda y angustiada. Algo iluminó desde la avenida hacia el callejón. Y él la envolvió en su capa y la atrajo hacia el contenedor. Mi corazón casi me asfixia. Creí que me descubrirían pero no. Cuando mis sienes se callaron pude ver claramente la expresión de ambos. El negó con la cabeza. Es delito, después de la peste mundial; cada criatura es sagrada. No quedó nadie en los bordes que lo haga. Lo único que podés hacer es parirlo y darlo. Criarlo y venderlo. Morir. O hacer el viaje y servir en esclavitud tanto como quieran los amos. Este es el único modo de interrupción no penal posible. Ella asintió con la cabeza. Él sacó un pequeño cofre de su bolsillo, lo abrió y lo sostuvo frente a ella. Ella apoyó su índice y el artefacto se iluminó…

La nave alienígena surgió casi de inmediato. Pequeña, silenciosa y neutra, como hecha de espejos. Una abertura se iluminó y se desplegó la rampa magnética. Ella lagrimeaba como un grifo roto.

—Vamos —dijo entre hipos y ahogos.

 

ESTADOS ALTERADOS

Armando Azeglio (Argentina)

 

La sensación de ser el humilde galeote de una sociedad hipócrita era una molestia. No dejaba de escuchar una suerte de zumbido que le repetía: “te resignaste”. El acuerdo automático con los otros, soslayando riesgos, evitando el perjuicio era un continuo y repulsivo desgaste. No quedaba margen para la discusión de sustancias, para la creación, para el ser. Y todo a cambio de una vivienda digna, un salario justo. O de la aceptación cual antídoto contra la inseguridad. ¿Un plato de lentejas? Cientos, miles, millones de ciudadanos comprando los mismos objetos, vistiéndose del mismo modo, suspirando por el mismo automóvil, soñando con iguales vacaciones, exhibiendo un mismo estilo, con la impresión que se está eligiendo libremente, que se ejerce un sacrosanto derecho: el de elegir entre Coca y Pepsi.

—¿Se va a servir algo? —le preguntó el mozo.

—Una Coca-Cola, por supuesto —respondió despreocupado.

 

CHIMENEA ATASCADA

Ruy Balmes (España)

 

Introdujo las manos para intentar averiguar la causa del atasco de la chimenea, mientras su vecino, un anciano amable pero con cierto aire misterioso, le contaba anécdotas sobre la vivienda, cuya antigüedad era de más de dos siglos.

—En el siglo XIX estas chimeneas las limpiaban niños que se introducían en ellas desde arriba, colgados en cuerdas. Era un trabajo peligroso, hasta el punto que muchos de ellos llegaban a morir realizándolo, ya bien por caídas, por quedar atrapados y asfixiados, e incluso literalmente asados, cuando el hollín aún caliente se incendiaba —decía el viejo.

—¡Qué horror!

—Vaya que sí —repuso el anciano—. Yo mismo hallé la muerte atrapado en esta misma.

Horrorizado, el hombre giró su cabeza y ya no vio a un anciano, sino a un niño sucio de hollín y vestido con andrajos, que le miraba inexpresivo. Paralizado por el pánico, sintió como unas frías manos infantiles le atrapaban y tiraban fuertemente de él desde el interior de la chimenea.

 

LA INVITACIÓN

Joyce Barker Bucat (Chile)


Sísifo subía, sin cesar, una roca hacia la cima de un cerro. Cuando estaba por llegar, la roca caía cuesta abajo, teniendo que subirla de nuevo.

—¡Qué haces! —gritó un enorme pájaro revoloteando sobre su cabeza.

—Qué crees. Subir la piedra hasta la punta del cerro.

—¿Para qué?

—Bueno, es mi deber hacerlo. 

—Parece un castigo más que un deber.

—¿No es lo mismo?

—Claro que no. Me parece que estás perdiendo tu tiempo.

—Mi tiempo es eterno en el infierno.

—¿En el infierno? Esto no es el infierno.

—¿Estás seguro?

—Claro que sí. El infierno queda en otro lugar.

—¿Adónde?

—Abajo, pues. ¿No te lo explicó Zeus?

—Mmm, no; y tampoco me interesa mucho el tema.

—¡Qué arrogante! Te estoy tratando de hacer reflexionar, y parece que no entiendes nada. ¿Estás drogado?

—¡No! ¡Sólo cumplo con mi deber!

—De subir mil veces una roca. ¡Excelente!

—No entiendes nada. 

—Tú tampoco. Bueno, te dejo. Debo quemarme y renacer.

—¿Otra vez?

—Es mi deber —respondió Fénix—. Ya cumplí 500 años… de nuevo.

—¡Feliz cumpleaños! Pero insisto: No sé para qué haces eso de quemarte. Es ridículo.

—Mira quién habla. En todo caso, venía para invitarte a mi fiesta, pero veo que estarás ocupado. Irán todas las ninfas, por si te animas…

—Qué sádico…


PARODIA

Alejandro Bentivoglio (Argentina)


Tal vez cumplía años ese día y su padre había contratado un par de payasos, pero ahora sólo uno de ellos, el alto y delgado estaba en el jardín con los otros niños, pero Lorenzo, que era él, no estaba viéndolo porque quería saber dónde estaba el otro, el torpe y maloliente. El que tenía una lágrima azul pintada en su cara blanca.

Lorenzo entró a la casa y en la cocina vio que el payaso gordo hacía el amor con su madre. La madre de Lorenzo tenía unos cuarenta años bien llevados. Él pensaba que era hermosa, pero también que había algo de grotesco en la forma en la que sus pechos regordetes se balanceaban mientras el payaso jadeaba.

No supo qué decirles y se fue. Su padre nunca entendió por qué él odiaba tanto a los payasos.

  

ALFIL MALO

Ricardo Bernal (México)

 

Aunque soy blanco, me estorban los peones de mi mismo color así que empiezo a comérmelos uno por uno. Persigo a un caballo blanco y esquelético que se desboca entre escaques minados: lo devoro en dos mordiscos, sus ojos aterrados aterran a una torre que se oculta tras unos matorrales. Hay alaridos, explosiones; hay altas cruces de fuego vigilando líneas y columnas. Vuelo al otro lado del tablero donde está la reina blanca. Nos miramos: los dos relojes que miden nuestra vida se congelan. Primero me como sus ojos, luego su lengua y su garganta, al final solo quedan jirones y charcos de sangre. Acorralo al rey blanco, estoy a punto de saltarle encima cuando me sacan del tablero y me guardan en la caja.


EL CIRCO

Xavier Blanco (España)

Y castiga sin postre al gigante, que la mira embutido en su ridículo disfraz de conejo y su cara de niño grande. Blancanieves se ha enfadado, esta vez con razón, ella hace lo imposible por reflotar la compañía, pero el ogro no entiende que es el hazmerreír del público, que sus fauces desdentadas ya no asustan a nadie. Intenta explicarle que son otros tiempos, que la grada quiere acción y necesita sangre. El gigantón sonríe esquivo y, moviendo las orejas blancas del disfraz, le promete que en la próxima función se comerá un niño. Ella disimula la risa y, acariciándole la nuca, le da golosinas.

 

GRIETA

Rafael Blanco Vázquez (España)

 

Miró por la mirilla y admiró:

—La de cosas que pasan ahí afuera.

Entonces llamaron a la puerta, toc toc.

Abrió y era ella, una insigne desconocida.

—Vengo a seducirte.

Se besaron, pero el cuerpo de ella era escurridizo.

—Chico, no sé si te podré consagrar todo mi tiempo, mi vida rebosa cosas.

—Pero yo quiero estar contigo.

—A mí me gustan tus besos.

Se besaron, pero el cuerpo de ella se escurrió.

Él miró sus manos vacías y pensó:

—Otro sueño que se esfuma.

Y se acostó.

 

HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA

Gema Bocardo (España)

 

Pensando en ti transcurre mi agónica existencia. Y te llamo desde el vacío en el que mi alma se retuerce, desde la prisión a la que mi padre me ha condenado. Mi padre, que me formó con barro y me otorgó la vida. Mi padre, que me abandonó en este ático en el que mi cuerpo inerte yace. No me perdonó un instante de ira y de locura, a mí, cuya voluntad fue la suya cuando la deslizaba en mi boca; a mí, que fui siervo de la voluntad de otros; a mí, cuya propia voluntad le fue negada.

Pensando en ti transcurre mi vida detenida. Sé que escuchas mi lamento y, por ello, te aguardo. Ven, insúflame movimiento con un shem con tus deseos. Te obedeceré sin dudas, sin quejas, sin juicios. Y cuando todos tus anhelos hayan sido cumplidos, por favor, escribe el mío: «Muere, Golem, MUERE».


LA CHINCHE

Iván Bojtor (Hungría)


El premio de cien mil dólares no fue entregado. El jurado salió corriendo del salón con la cabeza gacha. Cuando la Asociación de Detectives Privados anunció el concurso para diseñar el dispositivo de escucha más realista, no esperaban un desenlace así. Los participantes presentaron alrededor de setenta estructuras para la competencia. Había desde gatos de juguete, perros falsos e incluso un cerdo robótico. Por supuesto, estas máquinas de gran tamaño fueron eliminadas en la primera ronda. Luego, también fueron descartadas las aves falsas, solo un colibrí artificial avanzó debido a su tamaño. En la final del concurso, se presentaron dispositivos que imitaban insectos de todas partes. Se dice que Walter Sturm había estado trabajando durante tres años en lo que él llamaba su "obra maestra de la vida". Era bioquímico y había cultivado cada parte de su dispositivo de escucha a partir de tejidos celulares de la muestra original. Su creación estaba entre las tres más prometedoras. Primero, el jurado examinó el zumbido de la mosca que volaba de Jack Timmer, luego, la hormiga de Michel Roberti, que podía entrar por la cerradura. Cuando llegaron a la chinche de Walter Sturm, que se escondía en una hoja de planta y un miembro del jurado se acercó a ella, un olor tan repugnante llenó la habitación que todos huyeron asfixiándose. El premio no fue entregado.

 

CASI UN TORNADO

Gustavo Borga (Argentina)

 

Hace aproximadamente un año el jefe me llamó a la oficina. Me dijo:

—Borga, ¿por qué llegó tarde?

—Vengo en bicicleta. Tenía el viento en contra. No podía avanzar.

—Eso a mí no me importa. La próxima vez que llegue tarde lo echo a la mierda.

A partir de ese día salgo fuera de mi casa una hora antes para ver de qué lado sopla el viento. Mis compañeros hacen lo mismo. Nadie llega tarde.

Una mañana un viento muy fuerte (casi un tornado) soplo a favor nuestro. Ese día tomamos la fábrica.

 

HALO MÁGICO

Hernán Bortondello (Argentina)

 

—La protección durará mientras tu cuerpo ofrende sangre al Gran Espíritu. ¿Estás dispuesta, Immokalee?

—Lo estoy, hechicero. ¡Ningún perro blanco herirá a mi hijo!

El brujo le cortó ambas muñecas.

Las balas se desviaron y los enemigos cayeron bajo su hacha, cegados por el extraño resplandor que lo rodeaba.

El guerrero adolescente vería otra mañana. La madre no.

 

LOS DIOSES BARBADOS

Ana María Bugnone (Argentina)

 

La alianza ya no existía. El hombre blanco había destruido de golpe todo lo que consideraba negativo y poco natural en sus costumbres. De ahí en más, la marca a fuego en su pecho, aún sin cicatrizar, sería la razón para convertirlo de constructor, en tirador. Ya no más suspenso ingenuo sobre el destino de su tribu: la señal profetizada no se había cumplido y los dioses eran tan humanos como ellos.

 

CUENTO CLÁSICO 

CON FINAL INCIERTO

Rubén Faustino Cabrera (Argentina)

 

Tres deseos le podía pedir la familia White a ese amuleto. El primer deseo fue conseguir doscientas libras para pagar la hipoteca de la casa. El deseo fue concedido. A costa de la vida de su hijo, Herbert, cuyo cuerpo fue destrozado por la máquinas de la fábrica Maw & Meggins, que ofrecieron una compensación de doscientas libras a la familia White por la pérdida de su hijo.

El segundo deseo fue pedir que Herbert viviera de nuevo. Y Herbert se levantó de su tumba y estuvo a punto de ingresar al hogar de los White.

El tercer deseo lo pidió el señor White y los golpes en la puerta cesaron. La señora White abrió la puerta y no había nadie.

No se conoció jamás el tenor del tercer deseo que formuló el señor White.

Pero se cree que el tercer deseo fue algo así como “que todo esto sea un cuento, nada más que un cuento”. Desde entonces, cada vez que alguien abre un libro en la página que contiene La pata de mono, de William W. Jacobs, la familia White vuelve una y otra vez a revivir esta terrible historia.

 

LA GUERRA DE LOS CERDOS

Gastón Caglia (Argentina)

 

Tal vez había algo de cierto en esos informes sobre barrios incendiados y monstruos que devoraban a los viejos.

Pese a los comentarios la gente del lugar se mantenía en la idílica tranquilidad propia de los domingos a la tarde. Algunas explosiones se oían a lo lejos, en el centro, pero no cabían dudas que eran fuegos artificiales. Como somos de ir poco para aquellos parajes no sabíamos qué festejaban.

El abuelo, nuestro último abuelo, permanecía encerrado, y atado a una cadena, en el sótano. Pobre, entró en crisis cuando la abuela no regresó del mercado. Eso que le advertimos…

La policía nos dijo que esperemos un par de semanas, a ver si regresaba por sus propios medios, que quizás se fugó con un noviecito y que cuando se cansara de ella la iba a hacer volver tan rápido como se había fugado.

La semana pasada la paz del barrio se rompió cuando el vigilador que custodia la entrada debió ponerse firme y apelar a toda la autoridad que sus charreteras le confieren y evitar que una horda de ancianos, que pugnaban por ingresar al predio, lo hiciera sin estar autorizados. Presurosos los miembros de la comisión directiva a los pocos días exigimos respuestas a la empresa de seguridad. Respondieron que no entendían las palabras de los viejos dado que a todos les temblaba la carretilla y los dientes postizos se les caían, que quizás estarían corriendo una de esas maratones organizadas para la tercera edad y que debían atravesar el predio para cumplir con la carrera. Al segundo día comenzaron a ser cada vez menos.

Por suerte la normalidad regresó al barrio, aunque seguimos oyendo rumores de barrios incendiados y monstruos que devoran viejos más allá del boulevard.

 

HISTORIA DEL POZO

Alejandro Camacho (Argentina)

 

Sabía que Adelaida y Armando eran amantes; él, cumplía el papel de amigo, ella, fingía ser mi mujer. Por las noches, antes de dormir, imaginaba besos ajenos sobre su piel, una escena desagradable. Siempre lo negaron.

Para divisar con mis ojos el engaño realicé un hueco bajo la alfombra y me escondí. Bendita fue mi suerte al descubrir que los actos se consumaban en el sofá, al lado de la guarida. Juro por los diablos del firmamento que estuve a punto de salir, pero los gemidos y las palabras bonitas me obligaron a estudiar cada detalle, cada mueca; había orgasmos increíbles, realmente hermosos. Pasaban los meses y el romance entre ellos crecía, los encuentros duraban horas.

Nadie notaba mi falta. Gritos y gritos, pasión desenfrenada, espasmos por todas partes; imágenes dignas de una película francesa. Cierta tarde lloré de alegría: el amor es divino, aún en los tiempos del engaño.

Luego de trescientos días decidí mostrarme. Levanté despacio el tapiz e intenté dejar la sala, Adelaida soltó un alarido que hizo eco en los oídos de Armando. A los pocos minutos dos escobas me perseguían, no entendía nada. De pronto un espejo mostró mi nueva imagen: una rata, una asquerosa rata gris. Quizá la culpa la tuvo el exceso de polvo, o tal vez la falta de dignidad.

El pozo aún conserva mi pequeño cuerpo solitario.


RAYAS

Susana Camps (España)


Son las seis de la mañana cuando suena el teléfono y me preguntan: ¿Qué tiene usted en el bolsillo del pijama?  Llevo maquinalmente la mano al pecho. Me emociono tanto al oír que obtengo el primer premio que no atino a contestar estado civil ni profesión. Volverán a llamarme hacia las doce.

Simpático, metafórico, ocurrente y socarrón son algunos de los piropos que me lanzan durante la entrevista. Alaban mi agudeza mental pese a lo intempestivo de la llamada. Celebran mi audacia cuando contesto que soy camello.

Yo sólo guardé mi coca en el bolsillo antes de echarme a roncar.

  

EL VENTANAL

Mario Capasso (Argentina)

 

Sentados a la mesa de un bar, frente a uno de los ventanales del lugar, cuatro hombres pertenecientes con sus más y sus menos a la edad mediana, hablaban al unísono mientras afuera la tormenta se manifestaba a su modo, a la fuerza y sin contradicciones.

Uno de los hombres sostenía en mangas de camisa que un brazo velludo no aseguraba la comparecencia de un futuro venturoso, y lo mismo pasaba con las piernas o el pecho, llegado el caso.

El de al lado, con el ceño fruncido hasta cierto límite, afirmaba que las fiestas paganas debían su origen a una deuda de juego.

Otro charlista aseveraba que un buen vaso de limonada, si era ingerido con el grado exacto de libertad de conciencia, siempre daba en la tecla.

A todo esto, el último de los conversadores juraba, por lo más sagrado para él, que la última vez que se había puesto la faja en la cintura nadie se dio cuenta del apretón, por esa causa casi estuvo a punto de morir, y entonces, por lógica consecuencia, decía, resultaba evidente que la indiferencia imperaba en las conductas de las personas y regía la vida de los seres humanos.

Un trueno los hizo callar a todos juntos y todos al mismo tiempo, en un movimiento sincopado, miraron hacia el vidrio del ventanal, que acusaba los impactos de los gotones.

Allí afuera, bajo la lluvia, un pibe los miraba con los ojos como rayos.

Los cuatro coincidieron: el pibe estaba “calado hasta los huesos, pobre”.

Al rato, una vez concluido este acuerdo, sin necesidad de firmar un acta ni ocho cuartos, con la tormenta arreciando sobre la inmovilidad del pibe en la calle, cada uno de los cuatro hombres arrancó su exposición más o menos por donde la había dejado.

 

BESTIARIO

Juan J. Catalano (Argentina)

 

Algunos predican la libertad animal. En un extremo es una vida libérrima en las ciudades de animales vagabundos, tratando de darle algo de naturaleza a la ciudad inhumana.

Algo de eso hice sin darme cuenta, al poner el vaivén en la puerta en la terraza de mi casa liberando a mis gatas. Algo así entendieron ellas que, prefiriendo techo, comida y amor, siguieron durmiendo en los mismos sillones.

  

FECHA DE VENCIMIENTO

Mónica Cazón (Argentina)

 

La entrevista laboral se presentó prometedora. La mañana clara y silenciosa hacía presagiar los mejores augurios. Los postulantes al cargo éramos solo tres, lo que incrementó mi esperanza de conseguir el puesto. En ese estado de ilusión se encontraba mi pensamiento cuando escuché la charla de mis compañeros de espera.

—¡Ay, Jorge, con treinta años vas a tener problemas! Espero que puedas advertir la desventaja de esa edad.

—Sí, tienes razón, suerte que recién has cumplido veintiséis. Figúrate que Leonardo con sus cuarenta pretende una oportunidad. A esa edad en el mercado laboral te eliminan con un balazo en la cara.

En ese momento una señorita muy joven me invitó a pasar, lo que hice de muy buen grado, no sin antes solicitarles a los otros postulantes transmitir un mensaje a mi familia.

—Por favor, tengo cuarenta; si escuchan un tiro díganle a mis cinco hijos que los amo.

 

LA ÚLTIMA CONSIGNA

Sandro W. Centurión (Argentina)

 

Siempre soñé con llegar a convertirme algún día en un ser humano. Y también siempre supe que esto no iba a ser para nada simple. Sería más fácil si, como mi padre, me dedicara a la noble tarea de producir antimateria. Pero no, yo quiero ser humano. Muy pocos han egresado de la Escuela de Humanidades. Lo que debe aprenderse acerca del conocimiento y el pensamiento humano no solo es complejo sino interminable. Un solo error es motivo suficiente para la expulsión. A esto hay que agregar el aislamiento y la soledad que se impone para poder asimilar algo del incierto espíritu humano. 

Sin embargo, los beneficios están a la vista: un aumento considerable en el margen de privilegios, la visa de la transmigración, el poder la palabra, y sobre todo la posibilidad de reproducción que, ciertamente justifica las penurias cognitivas y los sacrificios metafísicos que debe soportar todo aquel Alfa que desee ser humano.

Nada es imposible de hacer para un Alfa. Otros lo han hecho antes. Tal vez lo más difícil, la prueba de fuego, en la que muchos fracasan, es la "consigna final". El último renunciamiento que debe dar un Alfa antes de convertirse en ser humano. 

Es en este momento, donde estoy ahora, yo y mi existencia, sometido a la "consigna final" que definirá mi destino para lo que queda de tiempo cósmico. El tribunal superior me ha dado la consigna final: "Alfa: para convertirte en ser humano deberás olvidar todo lo aprendido en tus estudios, ¿estás dispuesto, deseas ser humano?". Acepto sin dudar. El rayo humanizador apunta directo a mi cabeza. Cuando despierte, en algún lejano rincón de la galaxia, habré olvidado todo lo que sé, y desde la absoluta ignorancia comenzaré a vivir como humano. Será genial. Estoy feliz.

 

DESEO

Lucía Amanda Coria (Argentina)

 

Miraba con avidez el cuerpo curvilíneo. No podía evitarlo. Había aparecido en su campo visual dejándolo estático, con la boca reseca, sin voluntad para otra cosa que no fuera ese deseo loco de poseerla, de apretarla con sus manos febriles. De acercarla a su boca.

Ya no podía pensar y tanteó en el interior de sus pantalones. Sus dedos hurgaron con terca insistencia, casi con furia. Sabía cómo terminaría pero no se detuvo.

—¡Miseria! —se dijo frustrado y reconociendo su derrota—. Ni una perra moneda para la Coca-Cola.

 

EL MIEDO EN CASA

Sergio Cossa (Argentina)

 

Reniego sobre mi falta de inspiración para escribir un relato de terror. La trama es original, los personajes, oscuros, pero no logro plasmarlo en la hoja. Llevo todo el día y un cesto repleto de papel arrugado. Escribí, tiré, me fui, leí, volví a escribir, caminé por el bosque hasta que el frío de la noche me regresó a la cabaña.

Las historias cómicas, las anécdotas, las greguerías con poco esfuerzo dibujan una sonrisa en el lector. ¿Pero cómo logro ese rictus de miedo, esos espasmos que contraen el estómago y erizan la piel en unas pocas líneas?

Decido darme un respiro y me preparo un café. Escucho un golpe seco en la habitación contigua y cuando me acerco veo la ventana abierta. El viento helado retuerce las cortinas y un hedor suburbano y mugriento me agrede desde la oscuridad.

 

PEDIR PERDÓN

Rosa Lía Cuello (Argentina)

 

Era necesario zurcir las heridas, sentir que aún estaba vivo, aunque la sociedad lo declaraba muerto. Y todo por ese maldito vicio que lo hacía viajar del cielo al infierno en un momento. Nunca podía distinguir el verdadero cielo, porque los demonios lo acosaban en la vigilia. Aquellas largas noches sin dormir, llenas de fantasmas, de recuerdos felices y de los otros, cruzaban el puente de la cordura y lo expulsaban del paraíso. Estaba flaco y demacrado, ya no se reconocía en los espejos, por eso los fue rompiendo, para no ver su propia realidad. Solo conservó uno que había sido de su madre. Allí podía verla a ella, del otro lado, sonriéndole.

No entendía por qué. Si al fin y al cabo la culpa era de él, por haberla empujado y hacer que golpeara la cabeza contra el piso de ladrillo. Ella no aceptó que él necesitaba el dinero para comprar polvo blanco y lo dejó solo, o con él mismo que era peor.

Las palabras no alcanzaron para justificar el infierno y siguió cayendo, hasta la noche en que cruzó el espejo para reunirse con ella y pedirle perdón.

 

LOS FRASCOS

Christopher T. Dabrowski (Polonia)

 

Nos despertaron de la hibernación. Si nuestros padres estuvieran vivos tendríamos quinientos años. Mi esposa también. Ninguno de ellos está vivo ya. Las lágrimas empañan la vista de varios viales. ¿Pero seguirían siendo ellos? Sus memorias y redes neuronales fueron copiadas en discos... Cuando los clonen, volverán como los llamados resurreccionistas. No lo sabrán: se les cargarán recuerdos artificiales. Esto es todo lo que se podría hacer. No había suficiente espacio en la nave para todos. Se decidió salvar solo a la élite. Tal vez yo soy uno para...

 

ALGO QUE CONTARSE

Rogelio Dalmaroni (Argentina)

 

Un hombre esperaba en el andén del subte, en medio de una multitud muda.

Una mujer esperaba en el andén de enfrente, en medio de otra multitud muda.

Se miraron. Llegó el subte de él.

Al otro día, a la misma hora, ella en su andén, él en el suyo.

Se miraron. Llegó el subte de ella.

Al otro día a la misma hora, él en su andén, ella en el suyo.

Cuando llegaba el subte de ella él le gritó: ¡tengo algo que decirle!

¡Yo también!, gritó ella, antes de subirse al subte. Y se saludaron efusivamente.

Al otro día él fue al andén de ella. Cuando se vieron comenzaron a acercarse, sonrientes.

Eran las 8,15 horas del 6 de agosto de 1945, en Hiroshima.

 

SUERTE

Graciela De Gaetano (Argentina)

 

Nunca había matado. Ni siquiera se había atrevido a mirar, en su niñez, cuando sus tías mataban gallinas. Pero esto era distinto. A través de la delgada pared escuchaba a la gata de la vecina extrañando a su dueña. Escuchaba cómo lloraba desconsolada por su ausencia; y cómo, apenas volvía, ambas se disfrutaban. Eso no lo dejaba vivir. El silencio tampoco le devolvía la paz; y estaba siempre pendiente del patio vecino, aunque no se escuchara ni un mínimo sonido. La quietud de la casa también lo dejaba sin aliento.

Nunca las había visto, pero las odiaba. Y ya lo tenía decidido: mataría a la gata, con eso sería suficiente. Sin la gata, no habría amor que lo atormentara.

Con la poción asesina en una mano, trepó al tapial. Entonces la vio, tirada al sol, con su espléndido pelo negro y sus enormes ojos grises mirándolo.

Quizás fueron sus zapatos, que no eran los adecuados para trepar, o la pared perfectamente pintada, o el miedo. Un minuto después, su cabeza se estrellaba contra el concreto.

Agonizando en el patio, inmovilizado al piso por el clavo del destino, vio como la gata se acercaba despacio; la vio mirarlo, oler su sangre y relamerse. En su último segundo sintió el terror de siempre: los gatos negros. Después, la vio cruzar la puerta. Ese fue el final.

Ella, ronroneando, se estiraba a la espera de su amor, que no tardaría en llegar.


PLAGA CELESTIAL

Carmen de la Rosa (España)


En primavera, una bandada de ángeles exterminadores anidó en los tejados del Vaticano. Armados con espadas de fuego, los ángeles combatían día y noche en feroces batallas aéreas, rociando de sangre, guano y plumas chamuscadas a los peregrinos que transitaban por la Plaza de San Pedro. De cuando en cuando de lanzaban en picado sobre un guardia suizo, lo abrían en canal y devoraban sus vísceras.

De nada sirvieron las púas de acero que se instalaron en las fachadas de los edificios, los ángeles las achicharraron con los rayos que emiten sus ojos azul cobalto. Cuando el Papa decidió, al fin, trasladarse a Castelgandolfo, bajó súbitamente la temperatura y cayó sobre Roma una tromba de agua. Los ángeles se guarecieron en sus nidos, inmóviles como gárgolas, y cuando escampó, fueron levantando el vuelo. Formados en escuadrón emigraron, gracias a Dios, a países más cálidos.

 

 

MUÑECA

Oscar De Los Ríos (Argentina)

 

Rusa, le decían. Tenía el pelo rubio, los labios y cachetes pintados de rojo, vestía ropas de vivos colores. Parecía no tener piernas bajo su voluminoso cuerpo, avanzaba bamboleándose de derecha a izquierda siempre a punto de caer y desarmarse; cosa que milagrosamente no ocurría.

Era mechera, y los empleados de las tiendas de la calle San Luis, aseguraban que tenía ocho manos, varios pares de ojos y que las prendas desaparecían dentro de su cuerpo. Un día dejó su noble oficio para casarse con el presidente de la cámara de comerciantes; un turco al que apodaban el Califa, porque siempre decía que iba a tener su propio harén.

 

EL FUEGO DEL ODIO

Rolando José Di Lorenzo (Argentina)

 

Cuando se encontraron, se miraron fijo. Ninguno de los dos quería bajar la vista. Ninguno iba a perder la partida. Muchos recuerdos oscuros, habían matado los buenos momentos. Estaban engañados, dolidos, rencorosos. Se seguían mirando, penetrando sus pupilas, traspasando los colores. Tantas cosas para reclamar, tantas otras para vengar. Solo eso quedaba entre ellos. No bajaron la vista y a cada instante, las miradas eran más duras. Afiladas y resplandecientes dagas salían y penetraban sus ojos. Y así siguieron, y con el fuego del odio, se fueron fundiendo. Y la materia derretida, se iba amontonando en el piso, como una mermelada. No supieron hacer otra cosa, más que una mermelada roja de corazones muertos.

 

VISIBLE

Daniel Diez Crespo (España)

 

Al tocar con su nariz la uña del meñique del pie fue invisible. Al descubrirlo sumergido en la bañera jugando a doblar como un libro su piel, llenó de espuma el espejo en el que ya no aparecía su reflejo. Escondido, invadió lo ajeno. Desvestido, inmune, escuchó, tropezó, vio y vigiló, rio, asustó, robó, tocó, usurpó, acarició, golpeó, sopló, zancadilleó, rio, carcajeó, aulló, rompió, rajó y desnudó, y el último día, eufórico, mató. Al tocar con su nariz la uña del pulgar del pie fue visible. Al aparecer sumergido en la bañera jugando a doblar como un libro su piel, salpicó agua hirviendo, histérico y con sus brazos, los azulejos del cuarto de baño. A la vista, se descubrió avergonzado, y bajo el agua, visible, desapareció.

 

ATERRADA

Luciano Doti (Argentina)

 

La niña quedó en mitad de la escalera, entre penumbras. Parecía que no se animaba a descender del todo. En la sala la esperaba uno de sus tíos; la madre insistía en inventarle ese parentesco a cada nuevo hombre con que se liaba. Solían ser del ambiente dark, se creían diabólicos. Pero éste lo era en serio. Lo constataba ella, cuando su progenitora iba a la cocina a buscar algo, y él le acariciaba las piernitas que dejaba descubiertas el corto vestido de algodón.

 

CANCIÓN DE INVIERNO

Esteban Dublín (Colombia)

 

Una mujer se había enamorado de la lluvia. Se ilusionaba con los nubarrones, se alegraba con la llovizna, se excitaba con los aguaceros. Añoraba el invierno durante todo el año. Cuando llegaba, salía a las calles, se sentaba en el prado helado de los parques y escribía sus cartas de amor en medio de la tempestad. Por supuesto, vivía enferma y sus padres le prohibieron las salidas al frío de los temporales. Rebelde, sin embargo, una noche de diluvio escapó de casa buscando el origen de los truenos. Murió sumergida en un lago al que se lanzó para emular la imagen de las gotas rebotando sobre el agua. Nunca encontraron el cuerpo. Algunos dicen que se transformó en rocío y que se la escucha cantar cada vez que cae granizo.


UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Julio Ricardo Estefan (Argentina)

El príncipe era flaco, desgarbado, con una palidez cadavérica, acentuada por sus negras ojeras. Era, además, bastante torpe. Sin embargo, estaba allí, frente a la Bella Durmiente, sin atreverse a besarla. Cuando finalmente lo hizo y ella entreabrió sus ojos, él estaba distraído siguiendo una mariposa con la vista. Esto le permitió a la Bella Durmiente echarle una ojeada y fingir que continuaba dormida. Había decidido aguardar una segunda oportunidad.


NOVELA

Jorge Etcheverry (Chile/Canadá)

 

La disyuntiva que se le planteaba al escritor era rescatar y fijar esos parajes ya transformados donde nació y creció, en medio de la familia, las consejas, los gritos de los vendedores ambulantes, los pájaros marinos allá arriba, la costa, esas calles de casas viejas, el centro que se modernizaba a duras penas, la plaza, el parque, la costanera las campanadas de las iglesias y la bóveda del cielo. La ominipresencia del mar, como tantos y tantos pueblos en el país de la dilatada costa. Pero un momento, ¿dónde quedan entonces mis propias cosas, mis problemas, lo que pasó y me marcó a mí, después de todo también yo soy persona, tuve niñez, adolescencia, juventud, etcétera? ¿Donde encajo yo en todo esto?

Así se debatía el autor en una preñez de años, antes de dar a luz esa novela.

 

CONEXIÓN

Lu Evans (Brasil)

 

Dhaiago resopló, cruzando los brazos delante de sí y analizando la caja fijada a la pared, sin tener ni idea de cómo funcionaba. Los músculos de su mandíbula se tensaron y la yugular palpitó con rabia. Nada había salido según lo previsto. Un solo error de cálculo en las coordenadas de la trayectoria y ahora estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Dhaiago no debía estar allí.

Cerró los ojos, respiró hondo varias veces y volvió a la tarea de descifrar la caja rectangular, sólida y pesada, con un círculo negro en el centro. Metió el dedo índice en el pequeño agujero que correspondía al número dos y pulsó. No ocurrió nada. Había un apéndice colgando de un gancho plateado y conectado a la cosa por un cable. Dhaiago agarró el apéndice y, con cierta desgana, lo descolgó del gancho. Oyó un ruido extraño y sordo procedente de un extremo de la extraña pieza y decidió volver a colocarla en su sitio. Pero quería arrancar la caja metálica de la pared y destrozarla.

Rebuscó en su bolsillo y sacó unas monedas grises antiguas, que no eran monedas en absoluto, sino fichas, como le había explicado el dueño del bar... significara eso lo que significase. ¿Cómo usarlas? ¿Por qué usarlas?

—No puedes ser real. ¿Nunca has hecho una llamada, hombre? —le preguntó el dueño del bar, mientras le ayudaba a utilizar la guía telefónica.

No tenía adónde ir y no conocía a nadie más que a su abuelo. Necesitaba ponerse en contacto con él. El teléfono público era su única esperanza. Ya había encontrado el número de la familia con la ayuda del dueño del bar. Nunca sería capaz de averiguarlo. Y aunque lo hiciera, aunque hablara con su abuelo, ¿cómo iba a convencer a un chico de quince años de que él, un hombre de treinta y tres, era su nieto del futuro?


DISIMULADOS

Caro Fernández (Argentina)


José sueña en la calidez de su lecho matrimonial con Adriana, la escribana del piso de abajo. Adriana, totalmente dormida, gira en su cama murmurando el nombre de Martín, quien descansa a dos departamentos de distancia en medio de una visión onírica con la rubia del 3º “B”. La rubia sueña con Pedro, mientras a su lado, Diego, recibe caricias oníricas de Paola, la mujer de José. En la mañana todos se encuentran en la puerta del ascensor y se saludan como si nada.

 

DEDOS

Ruth Ferriz (México)

 

De jueves a domingo bajo las luces azules y naranjas del bar, aquellos dedos bailaban suavemente sobre las teclas del piano. Viernes y sábado otros dedos llevaban el compás sobre la superficie de la mesa y, a ratos, buscaban entre las mil cosas que guarda la bolsa de una mujer, unos cigarros y el encendedor correspondiente.

Después de muchos jueves y domingos vacíos, de viernes y sábados de espera, sobre los vasos, hielos y bebida, los dedos se tocaron. Primero con un roce más leve que un soplo, después como si una fuerza galvánica los impulsara descubriendo relámpagos y sueños, acariciaron, sujetaron y envolvieron en humo y besos aquellos dedos largos y delgados de piel suave.

Los dedos sujetaron hombros y manos, manos y cintura y un poco más abajo, hasta la cadera, deseando llegar a las curvas plenas y redondas pero sin atreverse a hacerlo. La penumbra los animaba rodeándolos de música.

En ocasiones los otros dedos se trasladaban hasta el piano, deseando que las manos sabias que arrancaban tantos sonidos a aquella caja, compusieran melodías sobre su cuerpo, caja de resonancia también, que amplificaba sentimientos, sensaciones, deseos.

Y los dedos llegaron; despertando gritos y murmullos, músculos tensos, piel húmeda y susurros convertidos en palabras. Colonizaron playas bañadas de saliva y dunas suaves como pétalos de arena, selvas de olores almizclados, colinas coronadas por pezones. Navegaron en espacios de ámbar y al buscar estrellas, se perdieron en los abismos negros de la fantasía encontrando apenas la cordura.

Más lo mejor fue, que al probar la fruta prohibida en lugar de perderlo, descubrieron el paraíso.


SEGUNDO USO RECREATIVO 

PARA EL ATRAPAMOSCAS 

Agustín Fest (México)


Los niños descubrieron que el atrapamoscas podía alimentarse de escorpiones y de pequeñas tarántulas, sólo que la lucha era lenta y aguerrida. A un precio de cinco dólares por atrapamoscas, más el costo de la pintura para darles a su guerrero un color distintivo, pasaban horas de diversión en los parques. Las apuestas solían ser por la mesada, los celulares, las consolas portátiles de videojuegos y, por supuesto, el atrapamoscas ganador. Los adultos, al principio, consideraban el juego cruel, asqueroso y muy costoso. No tardaron en imponer reglas civilizadas.

 

LOS DUEÑOS DEL GATO

José A. Figueira (Uruguay)

 

Hace algún tiempo, una amiga decidido venir a la capital a estudiar. Entre sus pertenencias más importantes trajo a Tomeo, su gato, hermoso felino digno de admiración. Como residía en un edificio de once pisos, sus primeros días de adaptación fueron difíciles. Pero transcurrido cierto tiempo notó que Tomeo había encontrado una forma de andar por el edificio como si fuera el dueño. Desaparecía y volvía a casa como si nada, luego de varios días.

Una tarde, mi amiga encontró a una vecina anciana en el ascensor que le preguntó si podría hacerse cargo de su gato por nos días, que debía viajar y no quería dejarlo solo.

Mi amiga aceptó y a las pocas horas escuchó el timbre, era la señora que llevaba en brazos a Tomeo.

—Te traigo mi gato —dijo.

—No, este es Tomeo, mi gato —respondió y mi amiga, casi enojada—; por favor, démelo.

Comenzó una discusión sobre la pertenencia del gato, y como la cosa se puso difícil decidieron bajar a la recepción del edificio y pedirle al portero que dirimiera el asunto. Unos pocos segundos después mi amiga, la señora y el portero estuvieron en la recepción. Pero ninguna de las mujeres llegó a decir nada.

—Ay, gracias a Dios — dijo el portero—; encontraron a mi gato.

 

PANEGÍRICO

William E. Fleming (España)

 

El platillo volante se situó entre dos coches negros. De su interior, ante la expectación de las gentes que poblaban la extensión verde, coronadas de pequeñas piedras blancas; aparecieron dos figuras antropomorfas de exagerada cabeza. Mientras todos se asombraban del primer contacto, los dos seres entonaron una canción de despedida junto al lado de una fotografía de un personaje de pelo cano sonrisa benévola y gafas de carey.

 

CREER A PIE JUNTILLAS

Itzel Alejandra Flores García (México)

 

Al oeste del pueblo se abría un bosque salvaje y tenebroso al que no se podía ingresar sin armas. Atravesarlo cada treinta días era indispensable, pues del otro lado estaba el pozo de agua que abastecía al pueblo. 

Cada mes se hacía una selección de aldeanos destinados a conseguir el líquido vital y acto seguido, se hacía un ritual de protección para el grupo elegido. Era ya una tradición repetida desde tiempos inmemoriales. Se reunían hombres y mujeres de todas las edades y traían consigo velas encendidas. Entonaban cantos polifónicos y recitaban mantras religiosos que llenaban al grupo de valor y confianza; luego se dirigían a la bodega del armamento y se equipaban para la partida. Se sabía que sólo algunos regresarían. El tiempo de espera era de tres días y si nadie regresaba para entonces, la selección se repetía hasta que regresaran con el agua. 

Nadie había podido describir qué sucedía en la travesía. Lo único cierto era que lo que enfrentaban parecía cada vez más poderoso. 

La zozobra se apoderó del pueblo, pues habían transcurrido dos semanas sin recibir a la comitiva de vuelta. Estaba a punto de terminarse la última gota y no había señales de su regreso. Otro ritual comenzó: los cantos se hicieron unísonos y terriblemente dolientes.

 La última cruzada salió con la luna llena. Esta vez solo eran tres personas inermes pues ya no quedaban ni rifles, ni arcos en la bodega. Era el último intento por salvar al pueblo. 

Al alba, regresaron con los barriles llenos. Los había salvado la vulnerabilidad. Creer a pie juntillas en la tradición había sido un error.

 

ESCUPITAFIO

Daniel Frini (Argentina)

 

Se sabe: la gota horada la piedra. La puntería y velocidad de la saliva de Indalecio Zoróndez grabaron, con paciencia, la lápida de su enemigo.

«Baracio Trollópez. 1906-1963. Un día tuvo la osadía de

Al fin, Indalecio también murió. Las generaciones futuras no sabrán jamás cuál fue la ofensa.


MI MADRE 

Y LAS HABICHUELAS MÁGICAS

Silvia Alejandra García (Argentina) 


Una pastilla blanca para la tiroides y otra amarilla grande, para la hipertensión; una blanca larga como un jaboncito rectangular, para la gota; una bordó, vitaminas; una blanca ovalada, ansiolítico; otra verdecita, antidepresivo; la mitad de una color rosa, para los nervios; una celeste, de magnesio; una cápsula ovalada para el colesterol, otra verde oscura, energizante; una blanca redonda para domesticar el apetito y la última, de calcio. Las siembra desde que se levanta hasta que vuelve a acostarse, en su organismo.

Una a una, van marcando el transcurso del día. La conducen por andariveles seguros hasta una meta que no alcanzaría sin ellas. Cuando se duerme se disipa la magia. Al día siguiente despierta igual que el anterior y tiene que empezar de nuevo.

 

DESPERTAR A LA VIDA

Boris Glikman (Australia)

 

Hace algún tiempo, una mujer con una pistola en la mano nos exigió a mí y a mis compañeros que diéramos buenas razones por las que merecía la pena vivir; de lo contrario, iba a acabar con nosotros.

Pensé: "Esta es la misma pregunta con la que he luchado durante tanto tiempo y ahora me obligan a dar una respuesta definitiva. ¿Me invento alguna razón extravagante y así escapo con vida? Pero si miento, entonces mi vida no merece realmente la pena".

A lo lejos, vi cómo remataban a mis amigos: obviamente, sus respuestas no eran lo bastante buenas.

Ahora era mi turno. Entré y me enfrenté al interrogador. Con voz desprovista de todo tono, me ordenó que expusiera mi caso.

—La vida es dura, muy dura a veces —le contesté—, y muchas veces no quiero seguir luchando contra las fuerzas inflexibles y avasalladoras. Pero quiero seguir viviendo. Es lo único que puedo decir. Quiero vivir.

La interrogadora me miró con una mirada vacía –una mirada carente de toda expresión humana– decidiendo su respuesta.

Justo cuando estaba a punto de pronunciarse, desperté a la vida.


CAMPEONATO DE ESGRIMA

Myriam Goluboff (Argentina/España)

 

Sonó la alarma. Era el aviso. Había que prepararse para la exhibición. La función debía comenzar. Nos vestimos con el traje y llevábamos bien sujeto el escudo en una mano y en la otra la espada. Aún estaba pendiente el contacto con la emisora para coordinar la transmisión por radio y por TV.

 

MUJER DUPLICADA

Dora Gómez Q (Argentina)

 

El contratista mandó un plomero para solucionar el daño causado por un caño roto que había inundado el jardín

La mujer contempló al plomero desde la ventana, con los antebrazos apoyados en la pala, mirando Netflix en el teléfono, al costado de un pozo profundo cavado hasta el caño.

La ira la hizo fantasear con asesinarlo. El escenario era ideal, podría hacerlo con esa pala donde estaba apoyado. ¡Plaf ¡un empujón y al pozo, después cubrirlo, eso era todo.

Llamó al contratista.

—¿Puede apurar al plomero que detuvo el trabajo? Estoy sin agua desde anoche —suplicó.

—Enseguida voy.

Pero el “enseguida” del contratista, no era el “enseguida” que ella necesitaba.

Volvió a fantasear… asesinarlo… un palazo… cubrirlo…

Leía un libro cuando regresó el agua. Satisfecha se duchó, comió algo ligero y se durmió.

La despertaron unos ruidos. Había alguien en la casa. Adormilada fue hasta el comedor donde una mujer desconocida pintaba un mural en la pared

—Hola —saludó la mujer—, ¿querés un café?

—Bueno —contestó medio dormida a la extraña y notó que llevaba puesta su ropa, y también se le parecía físicamente,

 ¿Sería amiga del pintor que tenía llave? ¿Cómo sabía dónde estaban el café y las tazas?

 Ya despabilada decidió llamar a la policía desde el cuarto que estaba preparando para pintar la mañana siguiente. Cuando se retiraba sigilosamente, vio un montículo de tierra en el jardín, como la tumba que había imaginado para el plomero, y la pala puesta como lápida en la cabecera.

 Canceló el llamado cuando la desconocida entró al cuarto de repente y le indicó:

—Ahí tenés una manta, podes quedarte hoy, pero mañana te tenés que ir, porque tengo que pintar acá.

 Ella tomó la manta ofrecida, desconcertada, sintiendo ardor en sus manos enrojecidas, con tierra en las uñas.

 

VOLVER A NACER

Juan Pablo Goñi Capurro (Argentina)

 

El día exacto de mi concepción, descendí de la cápsula del tiempo, cubierto por el traje invisible. Reconocí la casa donde crecí. Entré por el fondo. Una luna grande iluminaba la cocina; el almanaque confirmó la fecha. Mi decisión tambaleó cuando oí gemidos en la habitación matrimonial. La curiosidad –o el morbo– fue más fuerte. Me asomé; estaba encendida la lámpara de la mesa de luz, la cama golpeaba contra la pared. Hui corriendo, impactado por la visión. Fue duro ver a mi madre, igualita a la foto de bodas, pero desnuda. Mi padre no estaba.

 

LO SALVAJE

Betina Goransky (Argentina)

 

Levanto la cabeza; varios mechones de mi cabello quedan revueltos, tapándome la cara. Con el dedo índice levanto uno por uno hacia atrás e imagino el estado de mi cabellera enrulada, desprolija, rebelándose –como la dueña, pienso–; es la edad, diría mi madre.

A mi alrededor, como todas las mañanas, hay mucho ruido, gente apurada, bocinas, desconexión; personas prisioneras en su mundo, incapaces de saber qué pasa afuera de sí mismas.

De pronto, cuando doy vuelta la esquina para ir hacia el colegio, levanto la vista y quedo paralizada por esos ojos color caramelo que me miran con intensidad. ¿Leo palabras en esos ojos? Porque juro que me están hablando. ¿Estoy muy loca? No entiendo lo que me dice, ¿en qué idioma habla? Sacudo mi cabeza como para sentir que estoy despierta, que no es un sueño, y un temblor me corre desde los dedos de los pies hasta la coronilla y, gradualmente, un calor intenso irradia hacia fuera de mi cuerpo. ¡Estoy iluminada! Como si me atravesaran rayos láser, luces con todos los colores del arco iris; comienzo a elevarme, cierro los ojos, me gusta lo desconocido, es profundo y me completa. Abro los ojos, ya no está, ¿desapareció? No tiene importancia, me enamore de él solo en segundos. Emociones no autorizadas recorren mi cuerpo; lo vi con mis ojos, con el alma, y gracias a él descubrí la mujer que hay en mí, salvaje y amante.

 

LA MEMORIA

Daniel Gorodinsky (Argentina)

 

En el corredor de un antiguo museo, las sombras danzaban entre las reliquias de una especie ya olvidada. Allí, en un rincón cubierto de polvo, reposaba una llama ardiente en forma de antiguo pergamino. Su material parecía una amalgama de tiempo y memoria, un órgano vital de conocimiento ancestral.

Un visitante inesperado, con ojos ávidos y mente inquisitiva, se detuvo ante aquel antiguo artefacto. Sus dedos rozaron la superficie del pergamino con reverencia, sintiendo la energía latente que emanaba de él. Al tocarlo, una sensación de conexión temporal invadió su ser, como si estuviera tocando las raíces mismas de la historia.

En un destello, el corredor se transformó en un paisaje de antaño, donde la vista se perdía en la vastedad de un mundo primordial. La especie que una vez pobló aquel lugar se materializó ante sus ojos en formas etéreas, como recuerdos vívidos de un pasado distante.

El visitante se vio a sí mismo, no como un individuo solitario, sino como parte de una red de vida que se entrelazaba con cada criatura, cada planta, cada roca. En ese instante de comunión con la historia, comprendió la importancia de preservar la memoria de todas las especies, grandes y pequeñas, en el vasto corredor del tiempo.

Con un suspiro, la visión se desvaneció, dejando al visitante con un profundo sentido de asombro y gratitud. Guardando en su corazón la llama del conocimiento que había encontrado en aquel antiguo pergamino, continuó su camino, sabiendo que llevaba consigo un fragmento de la historia de una especie perdida en el flujo temporal.

 

LA MANO EN LA FRENTE

Alejandro Marcelo Guarino (Argentina) 


—¿Pasó?

—Más o menos.

—Te dije que no chuparas, que te iba a hacer mal, que si no estás acostumbrado… —La mano de ella seguía sosteniéndole la frente. El cuerpo de él, arqueado sobre el inodoro vaticinaba una arcada más—. ¿No era que había pasado? —le dijo enojada.

Afuera, la fiesta de graduación le decía que era su última noche cerca de ella. Ella se iría a Buenos Aires a estudiar medicina y él se quedaría allí, trabajando eternamente en el campo de su padre.

En el salón estaban todos, Carlitos, el Jeta, Mariano, pero ella estaba allí, sosteniéndole la frente para que él se sintiera apoyado, seguro en medio de su estupidez.

Se sentó sobre el inodoro, los ojos llorosos.

—Andá —le dijo—; te estás perdiendo la fiesta, andá y perdoname.

Cuando ella salía del baño se chocó con el Tripa.

—Ahí lo tenés a tu amigo, dale una mano, ¿querés?

El Tripa se le acercó.

—¿Qué chupaste boludo? —le preguntó.

—Agua —contestó él.

—¿Y por qué devolviste? —Él levantó los hombros—. ¿Estás bien? —dijo el Tripa.

—Andá, andá que no pasa nada —contestó él.

Solo en el baño sintió, un dolor terrible en el diafragma por haber provocado el vómito. Puso su mano en su frente, donde, hasta hacía un rato había estado la de ella y se quedó así.

 

AUTORRETRATO

Patricia Guebel (Argentina)

 

Movió el pie izquierdo hacia adelante. Lo intentó con el derecho, pero este permaneció en su lugar. Trató de convencerlo flexionando la rodilla sin éxito. Miró a su alrededor para ver si tenía testigos de su bochornosa situación. Gente había, claro, si estaban en el Museo de Bellas Artes, pero los visitantes no miraban las obras, pendientes como estaban de sus teléfonos móviles. El guía que los conducía se dio por vencido y también sacó su celular. Estaban prohibidos, pero bueno. Parecía una película de zombies.

Él era el único alerta, por lo del pie, claro. Extendió el brazo derecho y sintió alivio al ver que respondía. Aprovechó para acomodarse los anteojos y lo extendió otra vez. Quiso hacer lo propio con el brazo izquierdo, pero este permaneció inmutable, colgando junto a su cuerpo.

No sabía qué hacer. Intentó serenarse. Un señor con un nene de unos nueve años pasó a su lado. El chico lo señaló y le preguntó a su padre “qué era eso”. El señor, algo incómodo, le respondió que seguramente era una escultura nueva y tironeándolo, dijo:

—Vamos, Santino, sigamos.

Santino comenzó a caminar hacia atrás sin dejar de mirarlo. El sentía que el sudor lo invadía por completo y los anteojos se le resbalaban peligrosamente.

Comenzó sus intentos de moverse repitiendo los mismos movimientos desde el comienzo. Todo fue en vano. El cuerpo comenzaba a dolerle. La gente estaba despejando el lugar, llegaba la hora de cierre.

Cuando ya no quedaba nadie, dos empleados del museo se acercaron a él.

—Miguel, este japonés me tiene cansado. Su autorretrato siempre está en cualquier parte. Parece que se bajara solo. Tendríamos que encadenarlo ¿no te parece?

—Mañana vemos, ahora ayudame a ubicarlo.

 

CRUZANDO EL ESTIGIA

Jorge Guerrero de la Torre (México)

 

Un psicopompo, ese extraño ser que en las mitologías cumple la función de conducir las almas de los difuntos hacia la ultratumba, quiere llevarme consigo, y no deja de retorcerse furiosamente en el fondo de mi bolsillo, trocando su forma a cada instante: jaguar, cuervo, perro, candidato político, gobernante corrupto, dictador totalitario.

 

RESUMEN DE HISTORIA: PLANETA TIERRA. HUMANOS

Lucila Adela Guzmán (Argentina)

 

En el tiempo que dura el recreo, nosotros, los esclavos terrestres, tendremos que limpiar la pegajosa mucosidad que no cesa de resbalar por los cuerpos, por las paredes y el piso de las aulas.

Limpio la baba que cae desde las tapas del libro de historia, una historia que, escrita por los vencedores, insiste en describirnos infames y autodestructivos.

Abro la hoja señalada y leo:

“Una de las prioridades de los habitantes del tercer planeta ha sido la de personificar el costado maléfico de su humanidad en unos cuantos mortales, llamados líderes. Y así esta especie bípeda ha logrado, a lo largo de su historia, perpetrar sangrientos genocidios, crueles acciones llamadas comúnmente crímenes de lesa humanidad.

Este comportamiento permitiría al homo sapiens responsabilizar a unos pocos y despojarse así de la culpa, logrando con ello esa repulsiva sequedad en la piel que los caracteriza”.

 

AJEDREZ

Ricardo Guzmán Wolffer (México)

 

¿Que quién mueve las piezas del ajedrez? No es la mano de Dios: el único jugador no tiene oponente. Sólo hay un hombre perdido dentro del tablero, aterrado por el tamaño de la reina tambaleante. Es Gregor, tratando pasar sus antenas entre los caballos sin hacerles cosquillas. Juega a no perder la cordura bajo la mirada diagonal de los jesuitas que le interrogan su peculiar forma. Dios sólo juega a encontrar música en el roce de las patitas histéricas y el marfil sonoro.

 

MÁSCARAS

J. J. Haas (Estados Unidos)

 

Sus disfraces a medida llegaron de Dangerous Pretensions justo a tiempo para la fiesta de Halloween. Mark y Veronica se pusieron las máscaras y los disfraces, se subieron al Mercedes plateado y se deslizaron por la interestatal hasta el Ritz-Carlton.

—Estás estupenda —dijo Mark, mirando el voluptuoso cuerpo de Veronica atrapado en un uniforme de colegiala de cuadros escoceses verdes. Su máscara pintada a mano estaba salpicada de pecas y el largo pelo castaño recogido en una coleta.

—Pensé que te gustaría. —Habían acordado mantener sus disfraces en secreto hasta el día de la fiesta—. Tampoco estás nada mal. —Mark llevaba un traje de pirata y una máscara con un parche en un ojo y una cicatriz en la mejilla.

Después de la gran entrada, los Martinis fríos, los canapés calientes y la charla obligatoria, se encontraron bailando lentamente en medio del salón con todas las miradas puestas en ellos.

—No tan cerca —protestó Verónica. Nunca había visto a su marido tan excitado.

—¿Quieres subir a mi habitación, pequeña?

—¿Y nuestros amigos?

—¿Esos farsantes? Tendrán que buscarse sus propias citas.

—Bueno, si insistes.

Se escabulleron de la fiesta y reservaron una habitación para pasar la noche. Tras cerrar la puerta, Mark desnudó lentamente a Verónica, saboreando cada momento mientras liberaba sus preciosos pechos del ceñido uniforme. Pronto estuvieron los dos desnudos.

—¿Y las máscaras? —preguntó ella.

—Dejémoslas puestas —susurró él, besándola con la lengua a través de los agujeros de la boca.

Mark se imaginó como un auténtico pirata introduciendo a una virgen en los caminos del mundo, y Verónica como una inocente violada por Barbanegra. Después se durmieron y se olvidaron de quitarse las máscaras.

Cuando se despertaron por la mañana, descubrieron que las máscaras estaban permanentemente adheridas a sus rostros.

 

INALÁMBRICO

Michael Haulică (Rumania)

 

Ayer me convertí en ciudadano del espacio Wireless. El último chip que vi fue el de Juliette Binoche, quien me cerró la puerta en la nariz murmurándome una buena noche, una buena muerte, algo así. ¿Binoche? Binoche, por supuesto. En Binoche. Fue mi último deseo: elegir el chip de la persona que cerraría mi puerta. La elegí como si estuviera eligiendo a mi asistente para el seppuku. Salieron bien su cara, sus movimientos, su voz. Habría jurado que era el original. ¡Oh, vaya!

Inalámbrico. Sin ningún vínculo físico con nadie. Ni siquiera un alambre, allí... Cuando solo era un simple aspirante a la ciudadanía inalámbrica, yo también bailaba sobre los cables, como todos los demás. Con todos los demás. Ahora yo...

No sé si el mundo muere cuando ya no podemos tocar a quienes amamos, no lo sé.

Yo también solía bailar con cables. Correos electrónicos, chats, esas cosas. Ahora soy ciudadano inalámbrico. Ya nada me ata a nadie. Estoy solo y libre. No me llevé casi nada conmigo. Algunos recuerdos, algunos planes sin realizar, algunas obsesiones, todos los amores.

Lo sé, lo sé, que desde entonces nada es como solía ser, que ya no tengo el olor, el tacto, el sabor, el oído, y la vista... en vano, en vano. Pero esa fue mi elección. Inalámbrico. Solo y libre. Y de nuevo aparece frente a mis ojos la Binoche, con su sonrisa, antes de cerrarme la puerta.

—Vamos, cariño, no estés triste. ¿No sabes que el final de un mundo es el comienzo de otro?

 

AVISO

Ariel Hernández Reyes (Cuba)

 

Estaba en el cementerio. No sabía por qué estaba allí. Acompañaba a una muchacha que colocaba flores en una tumba mientras lloraba, tratando de arreglarse su desordenado pelo. Una mujer anciana estaba a su lado. Por el parecido, debía ser su madre. Intenté calmarla en su dolor, pero la mujer mayor con el dedo sobre sus labios me indicó que debía guardar silencio. Se acercó a mí y dijo: "La pobre no se acostumbra. Piensa que la que está ahí es su hermana gemela". Miré la tumba y se veía la foto de ella. En la del lado estaba la de la anciana y en la siguiente, la mía.

Me despierto. Solo fue un sueño. Salgo a caminar, me hacía falta. De pronto, una muchacha pasa por mi lado. El balcón que había arriba se desprende. La abrazo y rodamos. Por casualidad, no nos aplastó. Parece que el sueño me hizo estar alerta. Miro a la mujer y era la misma del sueño que me dio las gracias. Yo no tenía nada que hacer, así que la acompañé a su casa. Pasamos por el lado de la anciana, pero esta vez no la vi.

 

SOLUCIÓN

John Heli Hillon (Colombia)

 

Ella era guerrillera y él, militar; se encontraron de golpe, cada uno apuntando con su fusil.

Segundos de suspenso marcó el destino de los dos. Ella tenía en su pierna una marca de sangre y él la cara embarrada después de haberse arrastrado por el fango.

Para él, la guerra era algo natural, pero nunca se imaginó enfrentarse a una mujer. No quería ser negativo, pero matarla, seguro lo haría perder la razón. Una alianza sería lo mejor, si le perdono la vida, pensó, tal vez confiese el escondite de su comandante.

El disparo dio en el blanco, su cuerpo sin señal de vida reposaba en el suelo. Un tirador había resuelto el asunto.

 

NADJA

Rhys Hughes (Gales)

 

Nadja era escritora de libros y le pregunté quién era su autor favorito. Me miró con una extraña sonrisa y me dijo:

—Hay una prueba fácil para averiguar la respuesta a tu pregunta.

—¿Cuál es la prueba?

—¿También eres escritor?

—Hago mis pinitos y tengo anhelos.

—¿Anhelos sin ganancias? Bueno, eso es suficiente. Ahora quiero que imagines un hotel realmente gigantesco en el que se hospedan todos los escritores que han existido, desde la primera palabra escrita en la primera página hasta la última. A medianoche se declara un incendio que rápidamente se convierte en un infierno. Si tu primer impulso es escapar y preservar tu vida, entonces está asegurado que tu escritor favorito eres tú mismo.

—Yo llamaría a los bomberos —murmuré.

—Algunos bomberos deben ser escritores. Los que lo sean ya estarán presentes en este hotel ficticio. Podrán atajar el incendio sin tener que desplazarse hasta el lugar en un camión de bomberos.

—¿Eso es bueno?

Nadja se encogió de hombros. Escribimos en el mismo cuaderno grande. Yo escribo de izquierda a derecha y ella de derecha a izquierda. Mi primera página es su última página y viceversa. Un día nos encontraremos en el medio y ninguno de los dos sabe qué pasará después. Tal vez nos detengamos. O puede que nuestras palabras se entrecrucen y continúen la una en la otra, enganchándose en las letras que se proyectan como valientes exploradores que se adentran en las espinas de los matorrales, crecimientos que resultan ser los de la cultura, no los de la naturaleza salvaje.

Este hotel interminable me agujerea los zapatos mientras recorro los pasillos en busca del director para pedirle toallas limpias, jabón nuevo, almohadas extra para la cama, para recibir críticas muy favorables.

 

HUELLA: IMPRESIÓN PROFUNDA

Luisa Hurtado González (España)

 

Dejó profundas huellas en mi camino y equivocada las seguí sin vacilación.
Cuando llegué a su lado, me miró con ese gesto de desilusión que tanto me hería.

—¿Qué haces aquí? —dijo—. ¿Por qué me has seguido? ¿No has visto acaso como mis pasos se alejaban de ti?

Me sentí perdida. Desanduve el camino andado viendo a cada paso como mis pisadas y las suyas iban en direcciones opuestas.

Ahora, ya en mi senda, sin señales, sin marcas, sin pistas, intento seguir con mi vida pero a veces, sólo a veces, sacó el par de zapatos que olvidó en mi armario, me los pongo y recorro la casa a grandes zancadas.

 

LA SENTENCIA

Marcela Iglesias (El Salvador/Ecuador)

 

Parada frente a él, recordaba su última conversación.

—¿Sabés que te adoro? Lo sabés ¿verdad?

Él, dándole un beso en la frente, le había contestado.

—Lo sé, nena, lo sé. Llevas haciéndolo treinta y seis años.

—Entonces, esta vez no te vayas —le había dicho con mirada suplicante.

—Sabes que no puedo quedarme. Yo soy el capitán. Debo irme y cumplir con mi deber.

—Si te vas hoy, no vuelvas más. Prefiero perderte de una vez, que vivir anhelando tus regresos.

Seguía ensimismada en sus recuerdos hasta que alguien le dijo:

Señora, debemos continuar con el servicio, hay que cerrar el ataúd.

 

ASTERIÓN NO TIENE CASA

Salomé Guadalupe Ingelmo (España)

 

Siete de julio: lo esperan. Viste de blanco resplandeciente. Al cuello, pañuelo rojo sangre: invitación para el redentor bronce.

El hombre querría volver a casa tras la oficina, cenar apaciblemente con su familia. Pero él no tiene hogar, sino laberinto… El animal, encelado, sólo desea embestir, consumar el sacrificio. Si no el propio, uno ajeno. Se debate: instinto o conciencia, rebelión o mansedumbre... Alguien lo imaginó así, dividido, hace siglos. ¿Será posible reescribir el sino?

Soy Asterión, el minotauro. Encerrado en mi prisión sin cerradura, indago sobre mí mismo… Y me pregunto qué naturaleza veis vosotros al mirarme: animal, hombre...

 

LA PERSPECTIVA DE UNA PIEDRA

Mike Jansen (Países Bajos)

 

Patéticos humanos, oh, tan pequeños, encerrados en su pequeño mundo, imaginándose dueños de todo lo que ven, mientras trabajan para su amo. Qué heroicos, qué grandiosos, qué memorables se consideran, pero todo es ceniza, dura un instante, un breve momento, casi inexistente en el tiempo geológico. Sin embargo, compartimos un mundo, aunque sin conciencia de ello porque ustedes pronto olvidan cómo escuchar. Sólo sus hijos, a menudo, todavía miran con nostalgia lo desconocido, lo inalcanzable. Sientan mi áspera corteza, pequeños humanos. Aprendan sobre glaciares, y piedras lejanas. Quién sabe, tal vez un día alguno de ustedes salga de nuevo para expandir su ínfimo mundo. ¿Qué hay de mí? Descanso un poco de tantos vagabundeos, mi paciencia es tan infinita como mi origen en la nube de Oort, de la que apenas tienen noticias. Y tal vez un día podamos conversar, cuando también ustedes se hayan convertido en piedra.

 

FRIDA

Leonardo Killian (Argentina)

 

Se cumplen doscientos años de la muerte de Caperucita Roja.

En la que es hoy la pequeña aldea de Rotkappchen, a los noventa y dos años, víctima de la grave epidemia de gripe que azotara la región este del Danubio, moría en brazos de su amada Anne y rodeada de su único hijo y siete nietos, Frida Riefenstahl, aquella que Perrault y los Grimm habían inmortalizado como Caperucita.

Hasta los últimos días siguió bebiendo cerveza y fumando en pipa mientras trabajaba, cosa que hizo toda su vida de la mañana a la noche sin una queja, con un buen humor a prueba de todo.

Todo, incluye haber sido atacada por un inmenso lobo que también había devorado a su abuela, haber sufrido la violación de los cazadores que la salvaron y fruto de la cual tuviera a su único hijo Hans, retardado y cruel quien, según se decía, era absolutamente inútil y un estorbo que la llenó de nietos, a los que también debió criar.

Su contracara era Anne, su compañera de casi toda la vida.

Frida, luego de su desgraciada experiencia con los cazadores odiaba a los hombres pero se enamoró tempranamente de su vecina Anne Krueger, por entonces mal casada con un hombre al que terminó abandonando. Desde entonces compartieron en armonía sus larguísimas existencias.

La señora Krueger tenía muy mal carácter, pero la muerte de Frida la golpeó y a las pocas semanas también sucumbió a la influenza, aunque a ella, nadie la llorara.

El hijo imbécil pronto se desentendió de su familia y desapareció sin dejar rastro.

Su bisnieta se dedicó al cine y, según se sabe, obtuvo una merecida fama, en tanto que los descendientes del lobo, formaron jaurías que asolaron y aterrorizaron a Europa con sus esvásticas.

Y esto no es cuento.

 

LA OSCURIDAD 

QUE AHORA ME PERTENECE

César Klauer (Perú)

 

A través de los párpados, veo. Me cae encima un desfile de decenas de ojos palpitantes de angustia. Pestañean y esconden un suspiro. Se abren paso entre sombras a contraluz, y penetran en mi espacio oloroso a madera y seda. Contaminan la oscuridad que ahora me pertenece, que me he ganado solo por vivir. Me muestran una última imagen de lágrimas y sollozos, antes de cerrar la tapa del féretro.

 

EL FUEGO

Vladimir Koultyguine (Rusia/Polonia)

 

La sombra de fuego entra a la casa y el hombre la sigue, de verdad, es él quien le sigue, pero ninguno de los dos puede averiguarlo, es imposible seguir los movimientos del fuego, y menos aún si es una sombra. La casa está vacía y llena del frío invernal, que todavía no se ha ido, por eso el fuego mismo duerme debajo de una piedra-altar, no muy lejos de allí; todos conocen el lugar, aunque nadie sabe que aquí, exactamente aquí, hay un escondite. Nadie sospecha siquiera, cuando pisa el eslabón de piedra tallada, que es el fuego quien duerme en este lugar, y sueña con su propia sombra que huye de una persona, un hombre mayor que la persigue sin saberlo. Es una pesadilla muy pesada, dado el peso de la piedra y la densidad del aire, soportado en las rejas metálicas del agua. No hay ninguna persona alrededor, solo hay humo de lejanas fábricas.

 

MALA SUERTE

Mario César Lamique (Uruguay/Argentina)

 

—¡Este es el mundo al revés! Como para no estar triste, desilusionado, angustiado, sorprendido, furioso, in-dig-na-do porque la cosa funciona al revés, solo acá pasa esto, en Estados Unidos no sucede, en los países en serio el que tiene mala suerte es quien pasa por debajo de una escalera y no el que mira todo desde el escalón más alto.

Esto exclamaba el pintor a las cuatro direcciones posibles de un único viento movedizo, justo antes de subir a la ambulancia, mientras no dejaba de pasarse las manos por el pelo, que ahora estaba tomando un color salmón aunque un poco más oscuro que el que estaba a punto de secarse sobre la pared.

 

LA CHICA DEL METRO

Carlos Latorre Gutiérrez (Chile)

 

Ella subió en la estación del metro Baquedano, hora punta, alta, pelo largo y rubio, atractiva, se ubicó a mi lado, muy cerca de mí; sentí sus piernas junto a las mías. El metro se detuvo bruscamente y ella se tomó de mi brazo, me agradeció con una sonrisa, la vi morderse los labios, luego la vi salir; no sabía qué hacer, sentí que todos me decían ¡síguela!, ¡síguela! ¿Qué hago?, me pregunté; olvidé mi destino y sin pensarlo dos veces salí rápido, subí las escaleras apresuradamente, llegue a la calle y mire para todos lados, de pronto la vi, ahí estaba esperando la luz verde; camine atrás de ella, camine al lado de ella, nos miramos, se sonrió, la invite a un café, ella acepto, ahora la tengo frente a mí, no puedo dejar de observar sus ojos azules y su alegre sonrisa.

Elena, la chica del metro ahora es mi esposa, es una mujer extraordinaria, soy inmensamente feliz, me gustaría darle las gracias a los del metro que me decían ¡síguela! ¡síguela!…bueno yo creí escuchar eso.

 

NOCHE

Mirta Leis (Argentina)

 

La luna llena se dibuja junto al río Paraná. Teresa, con los pies descalzos, juguetea con el agua fresca y oscura. Un dejo de nostalgia se esconde en sus ojos pero la magia del momento le brinda la necesaria calma. Hace una hora que camina, ya está lejos de las luces del caserío. Los árboles de la costa parecen esconder imágenes fantasmagóricas, pero el placer del momento aleja los miedos.

Un aullido se escucha a lo lejos, un pájaro enorme cruza a la luz de la luna. El batir de alas se acerca a Teresa que observa intranquila.

—¿Qué haces en mis dominios? —dice una voz que sale del ave. Teresa, espantada, descubre un rostro de mujer en cuerpo de ave rapaz.

—Una Arpía —se dice, creí que solo existían en la Mitología ¡Dios mío!

—Te hice una pregunta, mujer.

—Disculpe, yo solo estoy caminando por la orilla, no quiero molestar.

—Nadie invade mi territorio, regresa a tu casa.

Teresa corre rumbo al caserío, un rumor de alas batientes la persigue, una garra se clava en su espalda y la derriba. El afilado pico hurga buscando las viseras mientras musita: —Ha sido buena la caza hoy.



LOS MONSTRUOS DE MI ABUELA

Ada Inés Lerner (Argentina)

 

Comentaba mi abuela que en la legendaria Cedrón, en su juventud, encontraron un monstruo que tenía el cuerpo de una cabra, cara de hombre, muchos brazos, piernas y bocas, pero que come por una sola de ellas. Parecido al abuelo, come por una boca y aúlla por todas, bufaba la Nona. Tenía siete caras, embebidas en una cabeza redonda de humano, sobre un cuello y siete brazos, con sus manos, pecho y vientre, como todos. De medio cuerpo abajo era de cabrón. En cambio, se quejaba mi Nona, Cata la cucaracha albina es ninfa. Estado de pureza que los machos nunca alcanzarán, decía.

 Ambos acudirían desde un sitio marginal y sospechado de bastante salvaje, en una isla del Mar de los Muertos. Debido al aislamiento, lo monstruoso y único pudo conservarse, y además el sitio está prestigiado por los Cíclopes, seres de un ojo solo redondo, parecidos al Tuerto, mi tío, enjundioso y mal logrado.

  

MARATÓN INTERMINABLE

Sara Lew (Argentina/España)

 

Corre por las calles mirando hacia atrás a cada instante. Corre atropelladamente sin reparar mucho en los obstáculos urbanos ni en los transeúntes que pasan. Corre con el ritmo propio de un corazón acelerado, aunque pareciera que la música que resuena en sus auriculares le marcara el paso. Tejados, balcones, cornisas, nada se resiste a su frenético andar. Desafía al ascensor subiendo escalones de dos en dos hasta llegar a la azotea. Allí, de repente, algo cambia. Ese pánico que lo apremia a correr se convierte en resignación cuando toma conciencia de lo que debe hacer. Como si en ello se le fuese la vida, se dirige presuroso hacia el mar. Llega a la playa exánime, pero no disminuye su ritmo hasta que se adentra en el agua. Por fin, al amparo de las olas, se detiene. Entonces, la bomba adosada a su cuerpo estalla.

 

LA CODICIA DE LOS POBRES

Mario Linovesky (Argentina)

 

Vio a esos jóvenes desarrapados mendigando monedas y se conmovió. Sin pensarlo dos veces les dio trabajo en su fábrica, con lo que les proveyó de dignidad y responsabilidades. Sin embargo, aun cuando se hallaba ufano por su solidaridad, no le llevó demasiados meses comprobar lo que era el desagradecimiento de esa gente. No lograba entendedr cómo, habiéndoles dado ocupación, dignidad, responsabilidades y hasta algunas horas diarias para qué pudiesen descansar, ahora ellos, codiciosos, le exigiesen también un salario.

 

UNA PALOMA, 

TODAS LAS PALOMAS

Claudia Isabel Lonfat (Argentina)

 

Toda mi vida quedó en suspenso desde ese día a la salida de la facultad. Habíamos quedado en reunirnos, con los compañeros, para tratar algunos temas de seguridad que no se podían dejar pasar desde que se produjo el golpe de estado. Teníamos que pensar en lo que se nos venía encima.

Nunca llegué al bar “La Paz”, lugar elegido para el encuentro, porque mi destino cambió de manera abrupta; unos tipos me metieron en un auto y listo. Me sacaron del mapa con la gente mirando, y a plena luz del día.

Creo que hubo una señal, algo que no supe interpretar. Pero esos pensamientos vinieron mucho después, cuando tuve cabeza para analizar mi situación.

Esa mañana un tirador furtivo le disparó a una paloma, y esta cayó muerta a mis pies. Vi su pecho destrozado por los perdigones; el blanco puro manchado de rojo y una marca en mi calzado que se fue oscureciendo hasta hacerse indescifrable. También vi un movimiento, fugaz, que se perdió entre los árboles.

Pensé que cientos o miles de palomas morían a diario atrapadas entre las ruedas de los autos, los dientes felinos, las pestes, las trampas, o terminaban siendo solo presas de alguien; como yo ahora. Es posible que fuera natural. Que nuestro destino estuviera escrito: el mío y el de la paloma.

Perdida en el tiempo, por alguna razón, dejé de ser un objeto de tortura para convertirme en objeto de perversión. Y frente a todo lo negativo, él, ese hombre oscuro que me miraba de una manera indescriptible, extraña, había dado la orden de que jamás nadie me volviera a tocar. Era una alianza entre él y yo; sin palabras.

 

EL ABRAZO

Javier López (España)

 

Cortar un árbol resultaba demasiado fácil. Tiraban, a través de la maneta, de una cuerda. La sierra se ponía en marcha, y no había espécimen que se resistiera. Un solo hombre era capaz de derribar un gran ejemplar en pocos minutos.

Y si el bosque era lo suficientemente espacioso, como aquellos bosques en los que los árboles no están muy juntos y puede situarse un vehículo entre ellos, entonces todo era mucho más rápido y destructivo. Una máquina moderna era capaz de talar, descortezar y hacer piezas el tronco del más longevo de los robles, despedazando en cuestión de segundos lo que había tardado décadas en elevarse.

Por eso cuando los árboles sintieron, bajo el suelo de tierra blanda, las vibraciones de la gran máquina que se acercaba, se abrazaron todos a través de sus ramas, formando una masa vegetal tan densa e impenetrable, que en aquel bosque jamás pudo volver a entrar nada ni nadie.

 

LOS TÍTERES VIVOS

Víctor Lowenstein (Argentina)

 

En un teatrillo de títeres y durante una función escolar, los fantoches comenzaron a mostrar síntomas vitales. El titiritero Don Rómulo, que era viejo y alcohólico entre otras cosas, ni se dio por aludido. Siguió tirando de los hilos e imitando histriónicas voces. Los títeres, se retorcían maniatados. Tironeaban y enredaban los piolines malogrando la obra que representaban. Los niños y demás espectadores algo sospechaban, pues era obvio que la función teatral se estaba desmadrando y los bastidores a punto de caerse. Finalmente, una de aquellas marionetas gritó, sí, gritó con voz humana, pero nada ocurrió. Todos se convencieron de que se trataba de un acto de ventriloquía del titiritero. Nadie lo confrontó para preguntarle. Don Rómulo era sordo, entre otras cosas.


TEMPORAL

Laura Irene Ludueña (Argentina)

 

Primero negros nubarrones, luego truenos, relámpagos y finalmente la lluvia anunciaban la tempestad más violenta que hubiera conocido. Todo era un caos, situación que no debí subestimar. De todas maneras, había usado la máquina durante otras tormentas que, si bien no eran tan intensas, podían haber alterado algo. Pero como todo había salido bien, decidí seguir con mi plan. Tenía que encontrarlo y hacer que la vara de la justicia caiga sobre él. Me lo había prometido. Así es que me subí a la máquina y marqué 1985, el año en que teniendo yo sólo seis años, la mató frente a mí, dejándome huérfana. Lo haría pagar. Lo que no calculé es que el temporal alteraría el recorrido y me trasladaría veinte años antes de lo previsto. No me importó. Solo quería venganza. Cuando lo vi lo identifiqué enseguida. Era tan bien parecido como ella lo había descripto. ¡Y tan joven! Casi un adolescente. Estaba parado solo en la esquina oscura de la casa de su familia. Sin pensarlo dos veces me acerqué, saqué el arma que tenía y disparé. Sin mirar atrás corrí al lugar desde donde podría volver a mi tiempo. Un cosquilleo en las manos me alertó de que algo extraño estaba pasando. Me estaba desintegrando. ¿Qué falló? Antes de desaparecer por entero me di cuenta. En 1965 ni siquiera había nacido.

 

¡DESPIERTA YA!

Luisa Madariaga Young (Cuba/Estados Unidos)

 

Amaneció, una llovizna fina invitaba a quedarse un poco más, pero tiene dos despertadores para sacudir el sueño, uno, con solo extender la mano, puede cancelarlo.

Ah, pero existe el otro, inteligente, terco e insistente, que con la primera nota ya está tirando de la sábana, pegando su naricita suave y ligeramente fría en su rostro y ¡cómo no!, maullando a todo volumen: ¡Despierta, ya es hora! Necesito mis caricias, mi desayuno y es tiempo de que vayas a trabajar.

Y pensó: puedo cada noche dormir relajado.

 Su fiel despertador deja cualquier asunto gatuno a la hora exacta cada mañana.

 

CRÓNICAS TERRÍCOLAS

Eduardo Mancilla (Argentina)

 

En la ribera occidental del lecho reseco del río Paraná, donde centurias atrás estaba emplazado el club de Regatas Rosario, se va a llevar a cabo el último y definitivo congreso de científicos intergalácticos destinado a resolver el destino final de los despojos de la civilización humana.

Bajo una pertinaz llovizna ácida que pincela el cielo ocre, las naves nodrizas dejan caer transbordadores repletos de espectros fluorescentes, mientras otros alienígenas estacionan sus embarcaciones propulsadas por fuentes de energía desconocidas. El parque Fabio Zerpa, constituido sobre las ruinas de lo que fue el Parque Alem, está repleto de navíos extravagantes llegados de galaxias remotas.

De una de ellas descienden dos hologramas con formas zoomórficas manteniendo algún diálogo extrasensorial. En ese momento, emerge de un socavón y los interrumpe lo que especulan puede ser un niño humanoide que les dice:

—¿Se la cuido, don?


EL DESEO

Rafael Martínez Liriano (República Dominicana)

 

—¿Cuál será tu primer deseo? —preguntó el genio a su nuevo amo.

—Quiero ver el mundo arder —respondió este.

—¿Por qué deseas algo así? —preguntó el genio, contrariado.

—Porque tú me lo permites.

 

LA INVASIÓN

Jaime Arturo Martínez Salgado (Colombia)

 

La tierra fragosa y la altísima vegetación no amilanaron a los guerreros, que en fila india invadían el territorio en el que se asentarían. Desde semanas atrás, la marcha y el posicionamiento del terreno eran constantes. Las partidas de reconocimiento guiaban a los soldados y apenas éstos aseguraban el espacio y tomaban posesión de él, los obreros emprendían la construcción de túneles y trincheras. Pero esta mañana escucharon que el enemigo se aprestaba para la resistencia. Tiempo después una lluvia tenue cayó implacable. Primero la recibieron como una bendición, luego un olor acre invadió los espacios y los soldados empezaron a caer asfixiados.

—¿Ya terminó?

—Sí, señor, después de esta fumigación no creo que quede una sola hormiga en su jardín.

 

ARTÍCULOS DETERMINATIVOS

Sarko Medina Hinojosa (Perú)


El lobo estaba en la punta del iceberg lamiendo la luna, la muchacha traía un pañuelo color muerte, su sombra comió de los restos del pulmón, tu conciencia retomó la lectura de la Biblia, los paráclitos se acostumbraron al hedor, él se asomó al filo de la navaja, ella trató de animal al forúnculo, yo sabía que la Tierra era plural, ellos intentaron amar a las cucarachas por su feminidad, esos liberaron su poder para hacer Dientes de León del asma, ese manipuló la onda del espacio e hizo unos macarrones de lujo, eso se liberó de las leyes de la gramática para convertir la irrealidad en una sopa Campbell, nosotros acabamos de sacarnos la piel vieja, ustedes morirán si leen la partícula de polvo, todos se pueden ir a la menopausia de la tabla del dos he dicho…

 

RULETA RUSA

Cristian Mitelman (Argentina)

 

El sonido metálico me decepciona; me llena de horror. Veo en el rostro del participante ese alivio de quien sabe que aquélla no es su ronda...

Segundos después escucho el fogonazo. Miro los rostros. Todos están inmóviles, colgados en el tiempo. Espero el desenlace de la escena. Pero tarda. El mundo se ha hecho fractalmente lento.

Creo advertir un cambio en la mirada de quien está en la diagonal izquierda.

Su consternación, su alivio (su intolerable alivio), auguran que ha terminado mi partida.

Algo me quema en la sien.

 

LA MOSCA

Maritza Macías Mosquera (Chile)

 

Lo vio golpearse la cara, las piernas y los brazos. Lo vio golpear la mesa y blandir sus manos al aire. Lo vio, por largos e infructuosos minutos, mientras ella preparaba la estrategia para el próximo ataque. Él, regañaba. Ella, se burlaba. Él, la buscaba. Ella, se mostraba. Él volvió a atacarla. Ella, volvió a escaparse…

 

LA CANCIÓN DE BALTASAR

Iván Molina Jiménez (Costa Rica)

 

Debido a un imprevisto, el día que cumplí setenta y cinco años lo pasé en un tren de alta velocidad. Lo abordé a las siete de la mañana en Chicago y llegué a la ciudad de México, donde vivo, poco antes de las nueve de la noche. Al bajar del vagón, resbalé y caí sobre una de mis rodillas. La mujer que venía detrás de mí dejó caer su equipaje y se apresuró a auxiliarme.

—¿Se encuentra bien? —preguntó.

—Perfectamente —respondí.

Al terminar de incorporarme, la miré e inmediatamente la reconocí. Era Fátima Yacine, una cantante argelina que alcanzara fama mundial medio siglo atrás por “Baltasar”, una canción sobre el minado de los mares con artefactos explosivos específicamente diseñados para identificar y hundir las embarcaciones de refugiados e inmigrantes.

—Tenía veintitantos años —dije— cuando empecé a trabajar en la embajada de México en Turquía. Allí descubrí su música y quedé fascinado. Fui a todos sus conciertos en Estambul. Tal vez estaba un poco enamorado…

Fátima sonrió, acarició delicadamente una de mis mejillas, levantó su equipaje y se despidió con una leve inclinación de cabeza. Al alejarse, evoqué todas las persecuciones y amenazas de muerte de que fue víctima, y el coraje con que las enfrentó. De pronto y sin aviso, mientras salía de la estación, “Baltasar” volvió a caminar a mi lado.

 

EL PRIMER CRIMEN

Juan Manuel Montes (Argentina)

 

En el primer caso policial de la existencia también podríamos observar el tópico del misterio del cuarto cerrado (aunque se haya llevado a cabo bajo el cielo abierto y primigenio del mundo). Tres son los sospechosos: Eva, quien ya tiene antecedentes criminales; Adán cómplice habitual de la mujer, y por último tenemos a Caín que despreocupado ara la tierra para plantar sus frutos.

Dios pone el sol sobre la cabeza de los sospechosos y los interroga. No puede tomar declaraciones de Eva, quien llora desconsolada la muerte de su hijo; Adán también se quiebra al enterarse del suceso. Cuando llega el turno de Caín, este se muestra osco y le dice a Yavhé.

—¿Acaso soy yo el custodio de mi hermano?

Dios en ese momento vislumbra una mancha oscura y pegajosa en el azadón de Caín. Luego, hace que llueva torrencialmente sobre los cultivos que poco a poco desentierran una mano y un torso. Así el creador ya tiene los elementos policiales básicos: un sospechoso, un arma y un cuerpo. Rápidamente dictamina justicia divina y manda al homicida al exilio.

No se sabe bien por qué Dios llevó a cabo esta investigación ya que en definitiva si creemos en la omnipresencia del creador Éste ya sabía todos los cómo, los cuándo y los por qué. Solo nos queda pensar que hasta Él, a la imagen de los hombres, también disfruta con un buen policial negro.

 

EL MEJOR MAÑANA

Yanzey Morales Marín (México)

 

Las calles lucen semidesérticas, se escucha poco ruido; las áreas vegetales han reverdecido, el aire ha perdido su espesor y color dañino, el cielo luce azul. En la calle, muchas personas se ganan la vida en cosas simples, niños sin calzado en los cruceros hacen malabares con pelotas de vinil, mujeres con sus pequeños a la espalda venden golosinas, hombres limpian parabrisas bajo los rayos del sol. En lugares concurridos hay personas mendigando por una moneda. Persisten los montículos de desechos en las esquinas cercanas a los mercados, a la basura de siempre se han agregado los barbijos, coloridos y contaminantes como cualquier desechable. Las calles lucen grises igual que mi aspecto. Hurgo en la basura igual que el grupo de niños a mi lado, estamos tristes y hambrientos pero nuestro encuentro ha logrado que olvidemos nuestra realidad. Me sorprenden cuando pasan sus pequeñas manos sobre mi cuerpo. Al llamado de sus padres, me quedo solo otra vez, mientras pienso que pasará mucho tiempo antes de que vuelva a vivir un gesto de cariño. Al cabo de un rato muevo el rabo muy feliz, cuando el más pequeño regresa para adoptar mi soledad.

 

LA HABITACIÓN AZUL

Diego Muñoz Valenzuela (Chile)


Despierto en una habitación azul pastel, tapizada de cuadros de vivos colores. El cubrecamas es carmesí. Por una ventana entra el aire fresco del campo. Los objetos se ven levemente alargados, como en un cuadro del Greco o de Modigliani. Me incorporo y miro el piso de tablas resquebrajadas, donde se mezclan tonos de café y verde. Asomo la cabeza por la ventana y veo que es noche: inmensas estrellas como soles cuelgan del cielo. Me encuentro con el espejo. Unos ojos azules fulgurantes me contemplan bajo una cabellera roja y revuelta. El aire se revuelve en derredor, forma corrientes de color.

Entonces comprendo quién soy. Tomo la navaja y corto mi oreja. La sangre brilla como mil soles furibundos y caigo entre lirios, girasoles y campos de trigo infinitos.


EL BESO

Lidia Inés Nicolai


La vi de lejos. Corrí a besarla pero un movimiento de su cabeza me lo impidió. Caminé a su lado en un intento vano por hablar con ella. La irregularidad del adoquinado hería mis pies. Ella, en cambio, con sus tacones altos, muy suelta, caminaba como si no tocara el suelo. Era extraño. Cuando el otro apareció en la esquina lo comprendí todo. Entonces fue ella quien corrió. El ardor de su beso quemó mi alma. 

 

21358

Gustavo Nielsen (Argentina)

 

Viviana no me cree lo de los panaderos. Me doy cuenta por la cara que pone. Igual dice, para conformarme: “Panadero, panadero, traeme pan, amor y dinero”. El viento se lo lleva volando; Vivi lo ve desaparecer con una sonrisa indiferente.

—¿Y si vuelve? —le digo.

—Nos quedamos quietos para que el viaje haga efecto.

—Mirá si dentro de media hora aparece Brad Pitt por ese caminito, con un miñón debajo del brazo y los bolsillos llenos de dólares.

—Con el panadero atrapado entre dos dedos —me dice.

—Claro. Y preguntando: “¿De quién es este panadero?” (“¿What is dis panaderou’s?”).

—Yes. Y mirá si yo, anonadada por el imprevisto, no puedo levantar la mano.

—Y aquella chica de allá, la de malla celeste, le grita “¡mío, mío, yo lo mandé en comisión de amor, pan y dinero!”. Entonces Brad se le acerca romántico, la abraza y ahí mismo sobre el pasto se ponen a franelear enamoradísimos, y después se comen el miñón hasta las migas.

—Y él le compra pebetes, flautitas y galleta marinera (porque tiene plata). Se gasta cien dólares en lactal con salvado. Engordan como chanchos y se casan.

 

ESPEJOS

Miguel Núñez Mercado (Chile)

 

Me veo de niño abriendo las dos puertas del armario de la habitación de mis padres, interiormente cada una de ellas es un espejo de cuerpo entero. Contemplo mi imagen enfrentada en una y otra luna. En uno de los ángulos del primer espejo las figuras rebotan y se reproducen hasta el vértigo; cada vez más minúsculas y lejanas parecen observarme con asombro. La última que soy capaz de distinguir en la distancia, me ofrece una sonrisa deforme y con gestos enérgicos me ordena que acuda junto a ella. Con el corazón desbocado cierro con llave las dos puertas y me vuelvo a la cama con la esperanza de que todo haya sido un sueño.

 

ESCRITURA NOCTURNA

Mónica Ortelli (Argentina)

 

Sabes que no debes molestarla, que es mejor cantarle nanas. Aún así, de tanto en tanto una pulsión aparece y aunque lo intentas no logras contenerte. En esas ocasiones, en vez de decir: "Hola, ¿qué tal? ¿Así que eres mi Medusa?", te convences de que alguien usurpó tu cabeza y que lo oscuro y tenebroso que has plasmado no te pertenece.

—¿Ahí es donde aparezco yo?

—Exactamente, personaje. Exactamente.

 

RETORNO A ÍTACA

José Manuel Ortiz Soto (México)

 

Luego de una ausencia de casi veinte años, ahí estaba su esposa en la puerta: cigarro en la boca, lentes de sol, sonrisa amplia y despreocupada. Habría querido reclamarle dónde carajos estuvo todo este tiempo, pero la discusión de sus otras dos mujeres apenas le permitió balbucir: “No es lo que tú piensas. Están aquí contra mi voluntad, pero ¿cómo podría echarlas a la calle si no tienen adónde ir?”. La recién llegada se lo tomó con calma: no sacó un arma para matarlas, tampoco comenzó a gritar que se fueran de su casa. “Solo pasaba por aquí y subí a saludarte”, se despidió. “¡Pinche puta!”, alcanzó a oír que decían mientras se alejaba.

 

EL TIRO DEL FINAL

Araceli Otamendi (Argentina)

 

Madrid, 1933. Aurora ata los cordones de los zapatos, acomoda el vestido. En un bolsillo del pollerón, la pistola. Acomoda el pelo y camina. En una de las habitaciones, grande y lejos del comedor, Hildegard, la hija, duerme. Ha preparado la conferencia sobre eugenesia que pronunciará mañana. Duerme cansada sin adivinar que su madre percibe su respiración unos metros más allá. Hildegard, me traicionaste, piensa Aurora mientras calibra en la mano el revólver. Te engendré para vengarme del absurdo destino, me negó tantas cosas: posición, apellido, fama, estudios. No tuviste padre, sólo progenitor. Te tuve sin ansiar goces sexuales, me vengué de la realidad y ella, que había logrado hacer lo que yo no pude me traiciona con un infeliz, que trabaja en el despacho de un cagatintas. Abre la puerta: Aurora dispara cerca de la sien de Hildegard, descerrajándole el tiro mortal.

 

ESTATUA

Delia Margarita Pacheco (México)

 

En la aldea donde vivo se tiene la creencia de encontrar entre los nacimientos una niña con una belleza sin igual. Quien tenga el lunar en una de sus manos y una marca de nacimiento en su espalda sería adorada por cada uno de los ciudadanos de este pequeño lugar. Habían pasado varios lustros hasta que nuestro Dios nos concedió el milagro de su aparición a nuestra Tierra.

Al fin la íbamos a conocer. La tan anhelada creatura. Fue un parto difícil. Su madre se retorcía de dolor frente a las parteras, todas ellas atentas a cada espasmo que sentía, a cada dolor que su cuerpo apenas si aguantaba. Yo no estaba presente, pero me contaron que fue terrible, por poco se muere la pobre mujer.

Para sorpresa de todos logró sobrevivir, y también la niña. Pasaron los meses y de repente, se le empezó a notar a la pequeña la marca de nacimiento, que por tantos años habíamos esperado.

—¡Es nuestra elegida! —gritó una mujer, mientras la niña corría hacia el pequeño lago.

La notaron de inmediato y la prepararon para el ritual que el cielo les había prometido. Nadie podía tocarla, excepto su mamá, o los milagros no se cumplirían.

Pero hubo un enfermo que hizo lo indebido. Sucedió por la madrugada. La niña lloraba mucho y se asustó de aquel hombre, pero él lo pagó. No me pregunten cómo. Terminó asfixiado con una cuerda.

Desde entonces nadie la toca. Porque el designio es más grande que cualquier mal que se pueda presentar. En su honor al cumplir los doce años crearon una estatua con la figura de la niña. Dice la leyenda que se mueve, pero pocos los saben, no sé que sea, pero hay que estar precavidos.

 

LA OSCURIDAD

José María Pallaoro (Argentina)

 

¿En el fondo del vaso estaba el sol? Quise averiguarlo, y entré en la oscuridad absoluta. Tantee las paredes del vaso y comencé a girar. Había un abajo que pisaba. ¿Había un arriba que no veía? ¿Cómo salgo de acá? Cerré los ojos y la oscuridad, sin inmutarse, seguía. ¿Pasaron horas, días, tal vez? No tenía necesidad de comer, ni de beber, no tenía necesidades de nada. ¿Estoy muerto? Dos palillos chinos, inmensos, me atraparon por los costados y me elevé y caí en una boca inmensa que comenzó a masticarme. Ahora, encerrado en una jaula oxidada, veo a otros animales mutilados como yo. No tan lejos, una pecera pareciera esperarnos.

 

EL CLUB DE LOS SORDOMUDOS

Sergii Paltsun (Ucrania)

 

—¡Desde hoy solo hablemos cafiano! —dijo el jefe amenazadoramente. Kaffar lo miró sorprendido: en su barrio vivían chajanos y hablaban chajano. Y el jefe mismo era mitad chajano—. ¡Los chajanos han oprimido a nuestro pueblo durante siglos! —siguió el jefe señalando el televisor que murmuraba en el rincón, donde recitaban periódicamente otro decreto de las autoridades—. ¡No vamos a hablar la lengua del opresor!

Kaffar dominaba el cafiano y otros cinco idiomas, pero solía usar el idioma más adecuado para comunicarse con su interlocutor y no el que le ordenaban. Reflexionó durante toda la noche y por la mañana dio parte de enfermo. Dos días después puso el certificado médico delante del jefe, sin pronunciar palabra. Allí se indicaba que había perdido la voz por una enfermedad de la garganta. Desde entonces usaron gestos para entenderse.

Dos semanas después, sorpresivamente, Kaffar fue invitado al club de los sordomudos. Aceptó, nervioso, y fue; negarse hubiera despertado sospechas. Por lo demás, en apariencia, todos los reunidos asistían por primera vez y esperaron en silencio, ubicados en la sala.

A la hora señalada el presidente del club salió a escena, pidió atención con un gesto… y comenzó a hablar.

—¡Saludos! ¡Este es el único lugar donde ustedes pueden permanecer sordos a las prohibiciones estúpidas, y mudos cuando no quieran hablar! ¡Comuníquense libremente!

Al principio, todos se miraron inquietos entre sí, pero gradualmente atendieron al llamamiento del presidente, y la sala se llenó de un animado bullicio.

Desde entonces, Kaffar no se perdió ninguna reunión. El gobierno prohibía cada vez más idiomas y al club ingresaron paisakos, cuortos, tulunos, japesis e incluso un elfo. En general, había con quien y de qué hablar.

Al cabo de seis meses se incorporó el primer cafiano. Reticente al principio, poco después trajo a otros diez.

Ahora, los miembros del Club apuestan cuándo llegará el primer miembro del gobierno.

 

SUEÑOS

Juan José Panno (Argentina)

 

El sábado a la noche el delantero soñó que en el partido del día siguiente ejecutaba un penal y era gol porque amagaba y disparaba a la izquierda del arquero que se iba engañado hacia su derecha.

El domingo el árbitro cobró un penal para su equipo y el delantero que tenía muy presente el sueño amagó a la derecha y le dio hacia la izquierda del arquero casi con displicencia respondiendo a la premonición.

El arquero que se había volcado justamente hacia su izquierda no tuvo que hacer mucho esfuerzo para detener la pelota.

El delantero se quedó estático azorado. La perturbación se multiplicó cuando el arquero al pasar a su lado mientras sacaba la pelota le dijo en tono canchero: los sábados a la noche me tiro a la derecha los domingos a la tarde no.

 

MAL DE OLORES

Ernesto Parrilla (Argentina)

 

Sufro de olores. Suena extraño, lo sé. Pero desde pequeño los olores me abruman. Cuesta explicarlo, porque no son los mismos olores que los demás perciben. No es que se intensifican el olor de la rosa, del asado, de la caca del perro. Ni siquiera es olor a podrido. Si se pareciera a algo, sería al olor de la muerte. Pero más incisivo, penetrante.

Lo peor es que llegan acompañados de sensaciones, premoniciones, la certeza de fatalidad. De niño supe que morirían mis padres, mis abuelos, mis tíos. Y a medida que fui creciendo, fui sabiendo de antemano de las muertes de muchas otras personas cercanas.

El olor las hace inevitables. Y por eso lo odio, lo aborrezco. Porque cada vez que lo siento, es un aviso. Y cuando se intensifica, una señal, una orden. Es, entonces, cuándo los mato, antes que la locura sensitiva me destroce a mí.

Sufro de olores desde niño, así que imaginarán mi tortura.

 

EL REGRESO DEL AMO

Eduardo Pinzón Espinel (Colombia)

 

Era más de medianoche cuando entró a casa, silencioso, a hurtadillas, como solo él sabía hacerlo, tras años de vida licenciosa. Caminó haciendo gala de equilibrio y se dejó caer sobre el mullido sofá que presidía la amplia sala de televisión. Luego de dos días de ausencia sintió hambre y se desplazó a la cocina, donde halló sobre la mesa una porción de jamón, que aún cuando fría y escasa para su apetito, logró saciar el hambre. Volvió al sofá, se estiró y le resultó imposible darse la libertad de un corto maullido.

Los humanos con quiénes compartía el hogar, una pareja de adultos mayores, hacía rato que soñaban con su regreso.

 

LOS ESPEJOS DESVELADOS

Gerardo Horacio Porcayo (México)


Su más temido infierno se concretaba en esa cámara de azogues. Su figura multiplicada, la felicidad destellando en cada superficie reverberante.

Mil copias de Borges en una fábrica continua, desbocada de novelas de variopinto género. Cada una susurrando, a la usanza de los poco educados, cada palabra escrita, sin descanso, sin término, sin fallar en recordarle cada uno de los argumentos por él desechados, por él dejados a un lado en arrebatos de puritanismo literario.

 

POR EL OJO DE LA CERRADURA

Fernando Andrés Puga (Argentina)

 

Detrás de la puerta, pasos. Alguien que se acerca. Murmullos. Dos que conversan en voz baja. A juzgar por el timbre, un hombre y una mujer. ¿Acaso un niño? No. Esos jadeos no son infantiles, más bien sugieren dos cuerpos que se buscan, que se enredan.

Un golpe; uno de ellos que se apoya contra la puerta. Se aceleran los jadeos. Sí, es una mujer y grita. Un extraño sonido sobre la madera, un chirrido que afloja los dientes, largas uñas que rascan con fuerza. Él que aúlla, se eriza, descarga. Al unísono caen sobre la alfombra del pasillo.

¿Y yo? De este lado me arrebato. Un olor que embriaga se desliza a través de la puerta. Con la espalda apoyada en la madera siento la otra espalda detrás. ¿Oirán mi presencia? Me levanto apresurado, golpeo a la puerta. Nadie. El silencio más oscuro reina del otro lado. Golpeo con más fuerza. Nadie. Y es en ese momento cuando decido mirar por el ojo de la cerradura.

Y veo.

LAS VOCES

Fabián Rafael (Argentina)

 

Las voces no paran en todo el día. “Nadie te quiere, te quieren matar, tenés que hacer algo”, hablan a tus espaldas. Todo el día escuchando las voces, parece que ya se acostumbró a vivir con ellas. Se fue a dormir después de un día agitado, y las voces lo siguen; él, para acallarlas un momento, se medica. Eso hace que las voces lo dejen dormir aunque sea unas horas, pero de nuevo se despierta y están allí: “Todos te odian, tienes que hacer algo, hablan a tus espaldas, te quieren matar. Va a su trabajo, y las voces no cesan, entra en su oficina y las voces lo atormentan más, llama a su secretaria y toma medidas drásticas con sus empleados. Ese día uno de los empresarios más ricos del país despidió a ciento ochenta empleados de sus empresas sin un motivo de consideración.

 

ROTA

Laura Ramírez Vides (Argentina)

 

Hacía tiempo estaba raro.

Hacía tiempo entraba en estados extraños.

Ese día explotó.

Él avanzaba; yo retrocedía.

No sé qué me decía, no sé qué me gritaba, no sé qué mascullaba mientras caminaba encorvado hacia adelante; yo, inclinada hacia atrás.

No entendí o no me acuerdo…

Recuerdo solo haberle preguntado, ya con los hombros contra la ventana: ¿qué vas a hacer?

Recuerdo el ruido que hizo mi alma al romperse.

Recuerdo la marea de dolor invadiéndome, inundándome, rebalsándome.

Recuerdo mi estallido.   

No llegó a pegarme sin embargo ese día me rompí.

Ese día envejecí.

 

LA RESPUESTA

Rogelio Ramos Signes (Argentina)

 

—¿Quién se llevó mis llaves? —preguntó Paulina en voz alta frente al armario donde solía guardarlas. —El silencio, con todo su desgano, hizo que sus palabras rebotaran en el amplio comedor de la casa—. ¿Quién sacó mis llaves del lugar de siempre? —insistió, perdiendo la paciencia pero aguzando el oído.

—¡Fui yo! —le respondió una voz grave y sonora como un trueno.

Paulina, lívida, hipotensa, temerosa, se desmayó, desplomándose pesadamente sobre el piso.

Creo que la gente que vive sola no debería hacer preguntas en voz alta.


CORPULENCIA

Rolando Revagliatti (Argentina)

 

Con semejante físico, es lógico, se da el gustazo de trompear, de vez en cuando, a escogidos cretinos en tren de patoteros. Ha noqueado, por ejemplo, a energúmenos choferes de colectivos. ¿Por qué limitarse a una discusión estéril, pudiendo escarmentarlos? ¡Ha corregido a tantos, elevándolos con naturalidad por sobre su cabeza, agitándolos, hasta hacerles deponer actitudes necias, presuntamente arraigadas! Impuso siempre su corpulencia, y permítaseme enunciarlo así: su preclaro vigor, como factor desmoralizante frente a comportamientos repetitivos de groseros y malintencionados. Ya desde la niñez el admirable Hércules implementó los mentados recursos. Con las mujeres se contiene: se limita a la —también mentada— estéril discusión.

 

INGRATITUD

Bárbara E. Rodríguez Rivero (Cuba)

 

Desde los cuatro años lo puse a estudiar piano en uno de los mejores conservatorios de la época. Invertí tiempo y dinero en instruirme también yo en ese arte, para poder respirar y sentir con él, buscando darle a su vida ficticia el sentido que nunca tuvo mi vida real. Hoy lo he puesto a tocar una pieza de Chaikovski para un grupo de invitados a la escena que llevaba días preparando, y su reacción me dejó sin aliento.

—¡No seguiré siendo el centro de tu estúpida novela. A los trece años hay mejores cosas que hacer! —me gritó delante de todos, cerró la tapa del piano de un tirón y se largó de la página.

 

UNA HISTORIA DE PARRICIDIO

E IMPACIENCIA

Frank Roger (Bélgica)

 

El hombre ojeroso entró como una tromba en la comisaría y se acercó a uno de los agentes de servicio:

—Quiero entregarme. He cometido el peor crimen que un hombre puede cometer. No merezco seguir con vida.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Viajé atrás en el tiempo y maté a mi padre antes de que yo naciera.

El hombre rompió a llorar mientras volvían a su mente los recuerdos de aquel acto horrible.

—No creo que sea posible hacer lo que acaba de decir —replicó el policía sin perder la calma.

—Sé lo que piensa. Matando a mi padre antes de mi nacimiento he dado lugar a una paradoja temporal. Todo apunta a que, lógicamente, yo no debería estar aquí, pero…

—Eso no es a lo que me refiero. Lo que quería decir era que no creo que sea posible viajar en el tiempo. No existe nada parecido al viaje en el tiempo. Ahora, si me disculpa, tengo trabajo pendiente.

—Tiene que creerme —insistió el hombre y, de repente, en un parpadeo, dejó de existir.

El policía, incrédulo, miró fijamente el punto donde había estado el hombre y preguntó a sus colegas.

—¿Qué coño ha sido eso?

—Impaciencia —replicó uno de ellos—. Lleva un tiempo que esas paradojas temporales completen su efecto.

 

SALSA DE TOMATE EN LAS VEREDAS

María Cristina Rolnik (Argentina)

 

Tenía rasgos amables, cortados a cuchillo, y ojos verdes. Su local de comida vegetariana era pequeño. Él atendía y despachaba, la mujer batik, cobraba. Entré para comprar semillas de sésamo. Elegí sésamo blanco. Cuando estaba por pagarle a la señora batik, entraron tres hombres grandes; por eso no sé si eran cuatro. El dueño no dijo hola; dijo: sólo tenemos comida vegetariana. Sí, ya sabemos, dijo uno de los hombres. Es que nos ves cara de carnívoros, vos, dijo otro. Sus amigos rieron. Uno de ellos me miró a los ojos, creo que para determinar si el diálogo era creíble, normal. Y no, no me parecía, pero amagué una sonrisa. La señora batik se olvidó que yo estaba ahí y yo me olvidé que estaba ahí. Ellos ocuparon todo el pequeño local, eran tres o cuatro. Tenemos canelones, pizza de verdura y berenjenas en escabeche, dijo el dueño sin respirar y sin soplar. Había más cosas, pero no las mencionó. Lo que no había era buen aire, parecía que habían encendido un espiral Buda: el centro eran los hombres grandes; desde allí el aire lento y pesado giraba, nos separaba de ellos, nos aplastaba contra la pared. ¿Y usted qué recomienda, maestro?, dijo uno. El reclamado maestro tragó saliva, su nuez de Adán subió y bajó. Los canelones están muy buenos, pero son de ver-du-ra, separó en sílabas pero sin mala intención. Era pura enseñanza gramatical. Dos de los hombres se agacharon para ver las joyas envueltas en la vitrina. Los otros (o el otro), apenas se movieron. Extendí mi mano hacia la señora rogándole con el gesto que se apurara. Ya, ya, cóbreme. Ella me dio el vuelto. Había mutado a una apariencia de mártir resignada. Dijo gracias. Gracias, respondió mi espalda y salí rápido del negocio. Corrí. Me detuve en la esquina. Apreté los párpados y esperé los ruidos.

 

EL ESCRITOR HIPERSENSIBLE

Marco Antonio Román Encinas (Perú)

 

Caperucita estaba exhausta. En los últimos tiempos, y después que Perrault recogiera su historia en su famoso libro, los escritores de microrrelatos no dejaban de hacerla ir y venir a la casa de su abuelita con la cesta de comida. Por tal razón, decidió pedirle a quien ahora la tomaba de personaje le permita descansar, que ya estaba bueno eso de pasear siempre por el mismo bosque, y que mejor contrate el servicio de entrega a domicilio de Rappi, o de cualquier otra empresa, para que envíen por ese medio la bendita canasta y así no la expongan a ella innecesariamente a ser devorada por el lobo solo por añadir un elemento dramático a su historia.

La reconvención de Caperucita hizo saltar una lágrima al escritor hipersensible. El látigo de esas palabras subversivas eran las de un demonio interior agazapado en sus entrañas, y no dejaban de resonar en sus oídos. Decidió, entonces, seleccionar el texto en Word de la rebelión infantil con el cursor y presionar la tecla suprimir.

 

GARANTÍA BD

Armando Rosselot (Chile)


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ATRACCIÓN FATAL

Gloria Salas (Argentina)

 

 Entró al salón por la puerta entreabierta y se deslizó ligera, furtiva y cautelosa, tratando de pasar desapercibida.

Pero no pudo resistir la fascinación que le produjo ese soberbio ejemplar que brillaba en el centro de la habitación

Fue amor a primera vista.

Se acercó despacito. Nunca había visto nada tan lindo.

El negro y brillante zapato de charol la aplastó con un grito de asco.

 

UN CUENTO TRISTE

Carlos Enrique Saldívar (Perú)

 

—Nárrame un cuento —dijo él.

—¡Me confesaste que hiciste el amor con otra mujer, estallé, te insulté a voz en cuello, me dirigí a la cocina, cogí un cuchillo, no sabía con exactitud que quería hacer con este! Tú estaba atrás de mí, diciendo idioteces como: «Si te sirve de consuelo, amor, solo te engañé con el cuerpo». Di la vuelta de golpe, y allí estabas tú, sonriente… no, la expresión de tu rostro cambió: tu boca se abrió de modo imposible, tú único grito, tu insoportable temblor, tu sangre, tus entrañas. Y yo, deshaciéndome en lágrimas durante horas, preguntándome qué habría de hacer al respecto.

—Ese relato ya me lo has contado. Dime algo nuevo, por favor.

—De acuerdo —dijo ella.

Se recostó sobre el cadáver y le contó una bella historia. La del pasado de ambos, cuando recién se hubieron conocido. Cuando todo era perfecto.


MAGIA

Sergio Fabián Salinas Sixtos (México)


El mago apuntó la varita mágica al público.

—¡Abracadabra patas de cabra! —dijo.

Una nube de humo blanco inundó el teatro y los espectadores desaparecieron en el acto. Rascándose la cabeza, el mago contempló perplejo los asientos vacíos del silencioso teatro; mientras que los espectadores miraban sorprendidos el solitario escenario.

 

EL CEPO

Lola Sanabria (España)

 

Se sienta en el balancín del porche y escucha, en un silencio de bisagras oxidadas, los golpes y los gritos que reverberan en su cabeza. Cuando la tarde agoniza, enciende el farolillo y observa cómo la luz atrae a las polillas. Caen dentro de la urna mortuoria, con las alas quemadas, apiladas unas sobre otras. A medianoche, se levanta, recorre el sendero de grava, empuja la cancela y sale al camino que lleva al puerto. En las tabernas se encuentran los mejores especímenes. Hombres siempre dispuestos a dar un puñetazo, a romper algún diente. Hombres, muy hombres. Como su padre.

 

LA CREMALLERA

Carlos Eduardo Sánchez (Argentina)

 

Cuando escribo y noto que mis personajes se me ocurren demasiado sobrios, muy realistas, reemplazo mi cabeza, aprovechando una cremallera que tengo en el cuello, por otra que contiene una mente más abierta. Eso me permite concebir menos estructurados a los protagonistas de mis cuentos; me facilita imaginar, por ejemplo, a un escritor que cambia su cabeza, valiéndose de una cremallera que tiene en su cuello, por otras cabezas de acuerdo a lo que quiere escribir. Pero, lamentablemente, debo reconocer que no siempre funciona porque nunca sé exactamente qué cabeza tengo puesta.

 

CULPAS

Claudia Sánchez (Argentina)

 

Una sonrisa se dibujó en su rostro al verme llegar. Era una sonrisa exagerada, estática, forzada, incongruente con la expresión de sus ojos. Una certeza, toda instinto, cruzó rauda por mi mente: lo había descubierto. Sin sacar la llave de la cerradura, volví a cerrar la puerta, giré dos veces la llave y fui hacia el auto. El sonido de un disparo me hizo detener. El instinto me había fallado. No teníamos armas en casa.

 

 

EL OLOR DE UNA MIRADA

Federico Schaffler (México)

 

Floto inmerso en el ciberespacio, entre bits y bytes, recorriendo caminos inexistentes en la realidad que aquí son casi tangibles, buscando información, diversión o perversión, poseído por la tecnología de la nueva época, que amenaza con hacerme olvidar los olores, texturas y sabores del mundo exterior.

Con el cuerpo oprimido y la mente libre, estoy aquí y allá al mismo tiempo, en Timbuktú y Anáhuac, en tu mente y en la de todos, en tu cuerpo virtual o en el mío, sin poder recordar el sabor de una caricia o el olor de una mirada.

Aquí adentro, donde no hay nada y todo está, no temo a mis inconsistencias, traumas o insuficiencias, soy más de lo que soy allá, creando avatares, nuevas caras y cuerpos; personalidades que anhelo ser en sueños, de manera virtual, para que tú me veas y me oigas y me poseas, sin tocarme o conocerme jamás. Puedo ser yo o el otro, hombre, mujer o monstruo, niño dios o demonio ancestral, cualquier cosa en esta virtualidad de sueños tecnológicos, donde exhalo mi hálito de cristal sobre la urdimbre de la nueva raza de silicio y fotones, empañando este cristal que divide y une nuestras dos realidades.

 

MINOTAURO

Sergio Esteban Segura Bermedo (Chile)

 

Caminó el largo corredor que indicaba la salida del inextricable laberinto. Salió al exterior y su vista abarcó toda la extensión del espacio. Respiró profundo el aire y sintió una especie de placer desconocido. Las nubes del horizonte se teñían con la llama rojiza del atardecer y más al fondo otras nubes negras eran el presagio de un inminente temporal. Entonces recordó que Teseo había quedado allá en uno de los pasillos del laberinto con los ojos abiertos y los órganos de su vientre esparcidos por el suelo. También recordó que las palabras fueron el material con que los cretenses lo habían condenado vivir milenios en la ignominiosa prisión.

 

EL TÍO

David Slodky (Argentina)

 

¡Ma-ma-má se enojó mu-mu-mucho conmigo! P-p-porque tarta-tarta- tartamudeo. Me-me-me encerró en mi mi-mi- cuar-cuar-cuarto y n-n-no voy a s-s-s-salir hasta q-q-que dej-j-je de tarta-tarta-tartamudear. Y d-d-de hacerme p-p-pis en la c-c-cama.

Ya no tartamudeo. Mamá me dejó salir. Ojalá esta noche no me haga la pis.

—¡P-p-p-pero n-n-no m-m-ma-má! ¡No me de-j-j-jés en la casa d-d-del t-t-tío! ¡P-p-porque n-n-no q-q-q-quiero!


ESCENA DE CELOS

Manuel Serrano (España)


Total, porque me pillaste con tu mejor amiga. Menuda me montaste. Y de eso hace casi una semana. No creas que te voy a contestar. No insistas ni por mail ni por Internet ni por teléfono. De ninguna manera. Cuando pasen un par de semanas más te llamaré y quedaré contigo. No esperes verme vencido. A tus preguntas, maliciosas todas, seguro, te contestaré seco y con monosílabos. No intentes echarme la culpa de nuestros problemas, no sabré de qué me estás hablando, te diré que alucinas, que estás mal de la cabeza. Te aseguro que si intentas agredirme, física o mentalmente, no voy a defenderme. Dejaré que descargues tu ira y tu frustración sobre mí y cuando estés derrotada y agotada, será mi turno. Te diré todos tus defectos, tus carencias y tus temores hasta que te derrumbes; entonces te acogeré entre mis brazos, te daré mi pañuelo para que te enjugues las lágrimas, te quitaré el pelo mojado de tu hermosa cara. Me acercaré más hasta besar tus ojos salados. Te hablaré dulcemente y con cariño. Te diré cuánto me necesitas. Que sabes de sobra que sin mí no eres nada y solo al final, cuando estés sin defensas, te perdonaré. Seguro que no quisiste hacerte daño con la escena de celos.

 

MERA SUGESTIÓN

Fernando Sorrentino (Argentina)

 

Mis amigos dicen que yo soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.

Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror, y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso; pese a todos estos hechos, yo, sin embargo, estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada.

De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar en la cocina. Esto me preocupaba, pues se acercaba la hora del almuerzo y sería imprescindible que yo entrase en ella.

 Entonces sonó el timbre.

 —¡Entre! —grité sin levantarme—. Está sin llave.

 Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.

—Se me durmió la pierna —dije—. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?

El portero dijo “Cómo no”, abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina no había ningún asesino.

Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.

 

PODRÍA HABER SIDO AMOR

Marcelo Sosa (Argentina)

 

Apenas lo vi, sentí un cosquilleo en el estómago, por no decir un remolino de mariposas atropellándose entre sí o una pelea de perros y gatos. Sin embargo, mi mirada trasmitió otro mensaje. Mecanismo de defensa diría Freud. La derrota y el dolor precedían mi existencia, era necesario acorazarse inclusive para una simple aventura. A la larga, tanta cautela sirvió para cerciorarme de que al principio ambos complotamos para terminar en una cama o en algún recoveco del mundo lejos de miradas indiscretas. Nuestra primera borrachera fue la prueba de fuego. Decidimos quedarnos solos hasta el final. El abrazo de despedida podría haber sido el detonante para liberar las pasiones reprimidas. No obstante, todo quedó en un insulso apretón de brazos. El pasado condena pero, a veces, cuando se lo permitimos es sólo una perspectiva que sirve para mostrarnos tal cual somos. El conocimiento mutuo trajo vergüenza, temor a ser descubiertos. El ansia de poseernos dio paso a otro sentimiento. La amistad hizo casa en lo vivido y floreció en sensaciones nuevas que sublimaron a las anteriores. Nos sentimos amigos y hermanos, palabras que al principio sonaron a cortesía, adulación o histeria y con el tiempo, fueron tomando el color de la más pura y sublime verdad.

Entendí y me entendió. Hoy lo quiero pero no para terminar como él teme. Ojalá comprenda. La vida da muchas vueltas como para entenderlas a todas. Tiempo al tiempo. El futuro hablará por nosotros aunque nos resistamos. Seremos grandes amigos aunque nos pese.

 

VALENTÍN

Marina Sosa (Argentina)

 

Entre sus manos surgió desde debajo del viejo banco de escuela aquella carpeta barata de plástico celeste, hecha trizas.

No pudo mirarme. Su rostro era un revuelo de cabellos sucios, llanto y mocos.

—Así no puedo, profe. No puedo encontrar nada. Ya terminé el trabajo pero no sé dónde está…

Valentín, en la última fila. Valentín entre un mar de hojas desparramadas e inconexas. Valentín cargando por las calles de Villa Hidalgo de una sola tira una mochila heredada de prepo de algún cesto de basura. Valentín tan para dentro. Valentín atento, afectuoso, respetuoso, alegre y ahora de repente su mundo le cayó encima. Una letra que se niega a afirmarse, una regla y un color que no llegan. Tanto irse por los márgenes de las hojas. Valentín tan acongojado. Valentín deambulando su soledad de ida y vuelta a la escuela, su carencia de la que no puede zafar.

—¿Y eso es todo Valentín? ¿Sólo una carpeta rota, cielo?

Ochenta pesos por una carpeta con la imagen de Messi y el abrazo de Valentín. La sonrisa y el alivio y la vergüenza y esta pena que tiene una larga lista de nombres y apellidos. Este hambre de cuadernos y carpetas, de libros y lecturas, de cursivas y de imprentas. En este idioma y en todos los idiomas. Este llanto injusto e ignorado.

—¿Profe, leemos un cuento de terror antes de irnos?

—Claro.

 

EL ARRIERO

Roberto Spinelli (Argentina)

 

Cuando el gaucho entró a la pulpería, los pocos parroquianos levantaron la vista asombrados. El pañuelo rosa al cuello no condecía con aquel rancho en medio del campo.

—¿Está perdido el hombre? —le descerrajaron desde un rincón oscuro. —Pidió una caña, sin contestar, pero el silencio fue peor—. Le estoy hablando a usted, payaso.

—Llevo al norte un arreo de diez mil cabezas —dijo con una voz temblona.

—Entonces no tendrá problema en dejarnos cien, acá se come mucho asado.

—Mire, no le puedo decir a mis vacas que se queden, ellas saben que vamos para el norte.

—Así que el payaso le habla a las vacas —lo encararon con las manos en los facones.

—Tal vez ustedes no me crean, pero son muy obedientes, siempre van en la dirección que les ordeno, y también me obedecen si les pido que corran.

—Va a tener que defender con su vida andar tomándonos el pelo. —Lo sacaron del lugar a empujones, patadas y planazos en el lomo.

Como pudo llegó al palenque, montó su caballo, se aclaró la garganta y gritó:

—¡Al este, al galope!

Entre los restos de la pulpería encontró una botella de ginebra que, por pura casualidad, se salvó del desastre. Las diez mil vacas arrasaron con todo.

Bebió un trago y con la voz tranquila ordenó: —Al norte, al paso.

 

INMORTALIDAD FORZADA

María Julia Svenson (Argentina)

 

Bella descreía de la inmortalidad que le acababa de ser entregada, aun en el caso de que eso fuera posible, y no una mera fantasía del profesor Tisok; no estaba dispuesta a renunciar a su alma.

—Esto no tiene nada que ver con su alma, querida —replicó de inmediato el científico, que además de haber inventado un procedimiento para promover la inmortalidad era capaz de leer los más íntimos pensamientos de Bella—. Esto es un hecho, un hecho material y concreto.

Bella dejó que su mente condujera la mirada a lo largo, ancho y alto del laboratorio. La mente puede construir una realidad, se dijo. Y por lo tanto vio los azules, rojos y amarillos de los paneles que ocultaban el diván sobre el que Tisok había intentado violarla. Porque las intenciones del científico, eso era obvio, solo se limitaban a poner sus conocimientos y destrezas al servicio de sus instintos más básicos. ¿Inmortalidad? ¿Telepatía? ¿Qué otras argucias estaba dispuesto a desplegar el miserable?

—No podrás poseerme, Tisok. Tus talentos serán inmensos, pero los míos no les van en zaga.

—¿Y qué estás dispuesta a hacer para burlar mis propósitos? —La risotada de Tisok fue digna de un villano de la peor película.

—Irme. Voy a romper las ligaduras que me atan a este sillón y viajaré por el espacio hasta dar con un planeta perfecto, un mundo de mares iridiscentes, playas con arenas de colores y olas de aguas mansas.

—¡Eso es imposible! —bramó el profesor.

—No lo es. —Y bella deseó morir, declinó la inmortalidad, neutralizó la telepatía y viajó, en efecto, hasta un planeta perfecto, un mundo de mares iridiscentes, playas con arenas de colores y olas de aguas mansas exactamente un segundo antes de disolverse en la inexistencia.

 

¿APOCALIPSIS?

Chelo Torres (España)

 

¿No lo veis subir desde la tierra, desde lo más hondo de las entrañas? Nos atrapará. Aquellos que no luchen, serán los primeros en ser poseídos. Utilizados contra sus semejantes. Perderán la conciencia y la esencia de su ser. Vivirán experiencias desgarradoras. Todo desaparecerá. ¿Servirá de algo luchar?

 

LA BRUJA NOVATA

Xavier Torres (España)

 

—Necesito tu mejor órgano, ese material tan sensible a la vista de las hembras.

Anaís me había reclutado como semental cuando un incendio afectó su finca y la rescaté sin alharacas. No había tenido suerte con sus parejas, me contó: era una especie de hechicera digital que vertía pociones amorosas en aplicaciones como Tinder, Badoo y demás suburbios de soledad, acuciada por el imperativo hormonal de ser madre.

El acceso a la peña de la fertilidad lo subimos por el corredor norte de la montaña. Ella iba pertrechada de amuletos, talismanes, piedras mágicas, sortilegios y estampitas de la Virgen, las dispuso como una orla alrededor de la piedra plana que nos acogería como tálamo temporal.

Mi labor como macho alfa culminó con un gruñido de placer, ella sonrió extasiada al sentirse mojada por la llama germinal y recitó el mantra que invocaba a las diosas del lugar.

—El milagro de la concepción se ha cumplido —celebró alborozada y ofrendó su vulva entreabierta a los cuatro puntos cardinales.

Yo me callé que no creía en milagros desde que las pruebas para bombero desvelaron mi bajo conteo de espermatozoides. También tengo derecho a mis ritos de infertilidad.

 

SIN IDENTIDAD

Ruben Traviezo (Venezuela)

 

El desorden que quedó, luego de ser arrastrados por la crecida, fue el menor de nuestros dilemas. Lo verdaderamente trágico fue perder nuestras identidades. Muy rápido, los viejos cimientos cedieron y las fosas se inundaron hasta el punto en que los ataúdes estallaron y todos, en el cementerio, nos mezclamos en una enorme sopa de huesos, barro, piedras y madera…

 

EL CABALLO ARDIENTE

Tanya Tynjälä (Perú/Finlandia)

 

El Caballo Ardiente regala su lengua a doncellas y brujas. Entrega su savia aunque se sequen sus vetas y vaga sin rumbo buscando el sueño. Pero el mundo gira y la arena cae desorbitando sus ojos. (Aún recuerdo la ternura de su cuello).

No pretendas cabalgarlo al verlo pasar, detén su marcha descarriada. No mires sólo el pétalo de su piel o la luna de su cadera o el mármol de sus muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.

Limpia la sangre de su camino, llévalo a descansar entre las amapolas, dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, antes de que deje de ver las estrellas.

  

PSICOTERAPIA BREVE

Héctor Ugalde (México)

 

El paciente, acostado en el diván, cuenta su problema al psiquiatra.

El especialista escucha con atención el curioso caso y junta sus manos con los dedos índices extendidos sobre sus secos labios mientras piensa largamente sobre el diagnóstico y alguna solución.

Finalmente toma una decisión y da su veredicto mientras su ojo derecho sufre algunos espasmos en un incontrolable tic nervioso.

El hombre en el diván se levanta negando con la cabeza.

—No. ¡Eso es imposible! ¡No puedo hacerlo! ¡No está usted diciéndolo en serio! ¡Definitivamente no puedo dejar de leer microcuentos! Prefiero seguir encontrándome al dinosaurio cuando despierte.

 

FOTOGRAFÍA

Pablo Valle (Argentina)

 

Voy con mi cámara fotográfica por la calle, a la pesca, como siempre. Veo en una esquina bultos, ropa sucia amontonada, botellas de bebidas alcohólicas. Me acerco despacio. Llevo la cámara a mi cara, como siempre: ¿una máscara? No quiero que se den cuenta de que me acerco, quizás se enojen o se asusten. Serán buenas fotos, de concurso, como siempre. Los bultos van tomando forma. Me acerco más y disparo varias veces. Temo que el ruido sea... Me acerco más. Veo que no hay nadie en los bultos, son sólo ropa tirada, vacía. Creo que igualmente son buenas fotos. Hago, o se hace, un silencio. Hay alguien detrás de mí.

  

APARIENCIA

José Luis Velarde (México)

 

A primera vista el honor puede revelar una buena apariencia, aunque el aspecto provenga más de las opiniones conseguidas desde el inicio de los tiempos que de situación reciente. Basta referirse al honor para conseguir respeto. Pareciera establecido en un artículo constitucional.

Visto desde otras perspectivas podría exhibir un perfil ganchudo y feos promontorios de iniquidad, porque no siempre el honor es quien dice ser. Hubo honores establecidos sobre acciones terribles. Honores que reverenciaron poderes malvados tras batir al verdadero honor tantas veces depuesto por émulos de abolengo rastrero. El honor puede surgir de una paciente instalación. Un fantasma servil de apariencia conmovedora y farsa irremediable. Un engaño exquisito donde se confundan los matices auténticos que un día inspiraron respeto a quienes fueron capaces de enarbolarlo sin engaños.

El verdadero honor advierte que muchos prefieren sustitutos de tintes luminosos y excéntrica movilidad.

El verdadero honor permanece en la sombra.

 

LA LISTA DE TODAS LAS LISTAS

João Ventura (Portugal)

 

Elaboraba listas de forma obsesiva. Al principio era un pasatiempo, pero pronto se convirtió en su actividad principal, dominante y exclusiva. Hacía listas de todo: libros, películas, discos, ciudades, países, actores, políticos, recetas, animales, plantas, monumentos y de toda clase según diversos criterios: el más grande, el más pequeño, el mejor, el peor, el más antiguo, en fin, todo lo que era comparable podía ser (y era) objeto de una lista.

Cuando le retaron a escribir la lista de "10 libros que no cambiaron mi vida", sonrió. Se dirigió a la "Lista de todas las listas", pero cuando terminó de revisarla (lo que le llevó bastante tiempo, como es fácil adivinar) descubrió que nunca había hecho una lista de los libros que no habían cambiado su vida. Evidentemente, había que corregirlo.

Pero no se preocupó demasiado: la Lista de Todas las Listas era un "trabajo en curso" y pronto encontró la manera de añadirle fácilmente lo que le habían pedido. Como tenía la "Lista de todos los libros que he leído" y la "Lista de los libros que han cambiado mi vida", solo tenía que restar la segunda de la primera, ¡y voilá!

Así que se puso a buscar las dos listas mencionadas, pero entonces surgió un problema: el sistema de catalogación que utilizaba en la "Lista de todas las listas" dejaba mucho que desear (entre otras cosas porque no paraba de introducir cambios...): asignaba números a las listas y luego había una "Lista de localización de las listas" que hacía coincidir las localizaciones de los archivos con esos números. Pero esa lista de ubicación había sido reubicada, por lo que, con gran pesar, no pudo responder al desafío que se le había planteado.

¡Más grande que la intensidad de su obsesión por hacer listas, era su total y completa falta de sentido del orden!


LUNES

Irma Verolín (Argentina)

Los lunes son días de frío. Juan no lo sabía y aquel lunes salió desprevenido a la calle. Ráfagas de viento gélido y copos de nieve surgieron de pronto desde el centro de la tierra y Juan, en mitad de la avenida, sobre la hilera de franjas blancas del pavimento, quedó convertido en estatua de hielo. "Todos los lunes deberían ser días feriados", pensó alguien que miraba la ciudad desde una alta ventana.

 

CARTA PARA RAQUEL

Gabriela Vilardo (Argentina)

 

Las paredes del sótano estaban recubiertas de un lienzo blanco, muy parecido a la seda; era un sitio acogedor. Él las acariciaba, luego miraba la estantería, gracias a la tenue luz que se filtraba por la escalera. Se acercaba y elegía una de las telas que sacaba del tercer estante Y la olía. Tomaba su anotador para registrar las ventas del día. Luego limpiaba uno a uno los sombreros. Los contaba. Eran siete. Los hacia girar sobre su mano derecha y los volvía a acomodar. Se sentaba a un escritorio. Servía vino kosher en un copa que apoyaba a un costado. Y empezaba el ritual. Con gran esfuerzo por ver los renglones de la hoja escribía:

 Querida Raquel, queda poco tiempo en este lugar. No bien tenga noticias tuyas partiremos con nuestra hija, aunque duela tanto deja la tienda. Antes de que no pueda ver una cuerda tocaré para ti lo que tanto te gusta. Ya se viene la noche y no hay aquí ni una ventana. Te quiere, Elías.

Puso la hoja sobre una pila de papeles. Se levantó y prendió el tocadiscos. Apoyó la púa sobre un Concierto de Bronislaw Huberman. La música empezó a sonar y se apuró a buscar su violín. Y tocó junto al intérprete. Los pasos de su hija en la escalera indicaban que debía subir, que llegaba la noche. Y el ruego de siempre: “No nos podemos ir sin tu madre, Raquel”

 Raquel sabía lo que seguía: el violín en su estuche, otra vez debajo del escritorio de esa tienda que ella le había improvisado para que pudiera vivir tan lejos de su tierra. Una lapicera en mano. El “Kristallnacht” número cincuenta escrito sobre la pared hasta el próximo 9 de noviembre.

 

POST SCRIPTUM

Gabo Vulpara (Argentina)

 

La casa abandonada era terrorífica, la noche también, la tormenta era peor.

La joven que me acompañaba, sin embargo, miraba todo en silencio, tranquila y con las manos en los bolsillos de su abrigo.

Sonó un ruido a madera vieja, no sé dónde, y salté.

—¿No tenés miedo de los fantasmas? —le pregunté, temblando.

—Dentro de un rato te lo confirmo —respondió, mientras me disparaba en la cara.

 

TERMITERO ELÉCTRICO

Abrahan David Zaracho (Argentina)

 

En homenaje a P. K. Dick.

 

—Ochocientos millones de gastos mensuales, once megafábricas subterráneas, ciento cincuenta años de trabajo secreto ininterrumpido. Aún así, no me dice el objeto del proyecto. ¿Que construyeron?

—A usted, señor presidente.

 

MIEDO

José Luis Zárate (México)

 

En la oscuridad: tus dedos recorren mi carne. No hay pasión alguna en ellos, sólo miedo.

El frío perfila los dibujos, la piel se ha vuelto dura, insensible. Recorres piedra, mármol, acero. Pero sólo es piel.

Inerte.

Tus dedos sobre mis labios, sorprendidos por el cálido aliento.

Me ves mirarte. Sorprendida por los ojos vivos.

— Estas helado — dices, pero deseas decir otra cosa.

Yo me volteo, molesto. Por tu miedo, por la forma sutil en que te apartas, como si pudiera contaminarte de alguna forma.

Sobre la mesa de noche: los instrumentos de dibujo. Recuerdo los infinitos estremecimientos, el dolor dosificado con el placer. El polvo que ha ido asentándose sobre todo ello.

No puedo imaginarte tocándome tan íntimamente.

Puedo percibir cómo contienes el aliento, intentando que no oculte los sonidos mínimos, minúsculo. Mi respirar.

Esperas que se detenga, que cese en algún momento de la noche.

Pero te engañas.

Lo sé y lo sabes.

Siento tus ojos en mi espalda, en la piel oculta.

En la verdad.

Lo único que ha muerto aquí es el tatuaje.

 

UN RATO ANTES 

DE LA HORA DE LA SIESTA

Sergio Gaut vel Hartman (Argentina)

 

—Dígame, Epigramático, ¿usted piensa que yo soy una mujer deseable?

—Ay, Gemebunda; si yo no creyera eso no le estaría haciendo la corte.

—Podría moverlo un interés espurio.

—¡No! ¡En absoluto! Mi interés es puro, lo que se dice un interés compuesto.

—¿Compuesto? ¿Compuesto de qué?

—Un kilo de amor, tres granos de respeto, una barra de admiración, cinco gotas de deslumbramiento y un puñado de pasión.

—No le está poniendo mucha pasión a esto, Epigramático.

—Es que la pasión es muy picante, Gemebunda; no es para todos los paladares.

—Me parece que usted miente, que lo único que lo mueve es dormir la siesta conmigo.

—En eso se equivoca, querida Gemebunda: si por una de esas cosas coincidiéramos en una cama, digamos entre las tres y las cinco de la tarde, yo no pensaría en dormir la siesta.

—Salga, Epigramático; a cuántas les dirá lo mismo.

—A todas, debo confesarlo. Y casi siempre me da muy buen resultado.

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