Iván Bojtor
Módos era un pueblo próspero. Decían que eso se lo debía al Cerro del
Ángel, que atrapaba y desviaba el gélido aliento que descendía de las montañas.
En la cima desnuda del cerro se alzaba la famosa capilla de los peregrinos. Hay
que mencionarla, porque esta historia también comenzó un día antes de una
peregrinación.
Ya anochecía cuando Józsi, el viejo guardabosques, entró
en la taberna diciendo que había vuelto a ver aquel gran pájaro.
Se rieron de él.
—¿Y por qué no le disparaste con tu escopeta de
perdigones? — bromeó Pál Szekeres, el carnicero—. ¡Qué buena pechuga debe de
tener esa enorme tórtola! Tal vez alcanzaría para la cena de diez personas.
—¡No es tan simple! —murmuró el viejo—. ¿Quién sabe
qué clase de pájaro nos ha enviado el buen Dios?
—Eso sí que no se sabe —asintió Jóska Balogh—. Mi tía
Mári encontró una pluma enorme mientras recogía setas cerca del Bosque de
Köves. Corrió con ella y se la mostró al párroco. No estoy bromeando. De verdad
salió disparada con sus ochenta y siete años como si en algún lugar se hubiera
desatado un incendio. Le pregunté qué había ocurrido, pero no quiso decir nada,
solo se persignaba una y otra vez.
—Bueno, mañana yo mismo interrogaré al párroco cuando…
—comenzó a decir Pál Szekeres, pero Jóska lo interrumpió:
—Eso será difícil, porque tomó el tren de la tarde a
la ciudad. Lo vi con mis propios ojos cuando subía. Por alguna razón llevaba
mucha prisa.
—¿Será que ha pasado un ángel por aquí, como en los
viejos tiempos? —rio Pál Szekeres.
Su hijo, Pali, que estaba sentado en un rincón, tenía
en mente a otro tipo de ángel, Marika, la hija del tabernero. Esperaba con
ansias verla, aunque solo fuera un instante, aunque sabía que el padre de la
muchacha no la dejaba servir por la noche a aquella clientela tambaleante.
A la noche siguiente se celebró el baile. Se dice que Pali fue el que
lanzó la primera puñalada. Sus amigos intentaron ocultarlo, pero fue en vano,
porque casi todo el pueblo estaba presente y muchos testificaron en su contra.
Los músicos tocaban con gran entusiasmo, pero eran
pocos los que estaban bailando cuando apareció el forastero. Era alto, rubio,
de rostro aniñado, pero bajo su abrigo, en la espalda, había un bulto o una
malformación. Lo diré sin rodeos: parecía jorobado. Miró alrededor del patio de
la taberna y enseguida se fijó en Marika, que estaba bajo el moral con dos
amigas. Se acercó y la invitó a bailar.
Pali, que había entrado por un trago para animarse,
salió justo en ese momento. Al verlos juntos, inmediatamente volvió por otro
trago.
La música sonaba, las parejas danzaban. Los amigos de
Pali lo empujaban hacia adelante, instándolo a que reclamara por la muchacha,
que no fuera un cobarde.
El forastero, empapado en sudor tras el baile, se
dirigió a uno de los bancos, se quitó la chaqueta y la lanzó sobre él. Quienes
lo vieron exclamaron con horror, porque debajo de la chaqueta emergieron unas
enormes alas blancas. El forastero no les prestó atención, simplemente se las
arrancó y las puso junto a la chaqueta en el banco. Luego tomó a Marika de la
mano e intentó llevarla de nuevo a la pista, pero ella se soltó y corrió hacia
la puerta de la taberna. El forastero la persiguió, pero se topó con Pali, que permanecía
inmóvil, rígido como la estatua de San Martín en la iglesia.
Lo siguiente ocurrió con mucha rapidez. Y los testigos
vieron cosas diferentes.
Pronto se estableció que Pali fue el primero en lanzar
la puñalada. Pero ese fue el único punto en el que los testimonios
coincidieron.
Según el joven Józsi, el desconocido agarró a Pali por
el brazo, le arrancó el cuchillo de la mano, le empujó al suelo y luego le
asestó dos puñaladas en la cabeza. Según Pista Soós, después de la puñalada,
Pali dejó caer el cuchillo—tal vez al ver el chorro de sangre—, el forastero lo
recogió y se lo clavó dos veces en el cuerpo. Pero el anciano Józsi Korpás, que
hay que decir que estaba más borracho que nadie esa noche, afirmó que el
forastero simplemente extendió la mano hacia el cuchillo, y este saltó hacia su
mano, para luego volar de vuelta por el aire y tallar una cruz en la frente de
Pali.
Algunos quisieron abalanzarse sobre el forastero, pero
cuando intentaron moverse, ya no estaba. La chaqueta y las alas también habían
desaparecido del banco. Solo quedó un rastro de sangre que iba de la puerta de
la taberna hasta el banco.
Pero la policía no creyó en este “cuento milagroso”, y
cuando una semana después los leñadores encontraron un cadáver en el Bosque de
Nagytát, Pali fue llevado a la ciudad.
El juez, István Rozgonyi Nagy, tenía fama de ser un
hombre muy justo. Hasta los ladrones y asaltantes a los que había condenado lo
reconocían, pues decían que siempre les daba la pena justa (quizá solo un poco
menos). Pero en este caso estaba perplejo.
No creía ni por un segundo en la historia del ángel
que peleaba con cuchillos. Solo después de interrogar a todos los testigos (lo
que tomó casi una semana), mandó llamar a Pali desde la celda para escucharlo.
Mientras tanto, ya había quedado claro que el cadáver
hallado en el bosque no podía ser el del joven forastero, pues resultó ser un
viejo vendedor ambulante que murió de un infarto subiendo la cuesta, sin
señales de heridas ni cortes en su cuerpo.
En realidad, Pali pudo haber sido liberado de
inmediato, pero el juez tenía curiosidad por su versión de los hechos.
Lo que oyó de él era aún más confuso que las demás
historias:
—Bebí. Bebí mucho. El cuchillo estaba en mi bolsillo,
cerrado. No sé en qué momento lo abrí. No recuerdo la puñalada, solo la sangre
salpicándome la cara. En un instante me despejé, y lo vi sonriéndome como si
nada hubiera pasado. Sentí un dolor punzante en la mano y solté el cuchillo,
pero no cayó, sino que de repente estaba en su mano. Intenté retroceder, pero
caí de espaldas. Quise levantarme, pero algo me oprimía, me inmovilizaba, ni
siquiera podía mover las manos. Él se inclinó sobre mí, murmuró algo y me marcó
esta cruz en la frente. Así contado parece largo, pero todo pasó en un par de
segundos.
—No hay víctima —dijo el juez—, no hay denuncia, no
hay crimen. Que pague una multa por el desorden y que se vaya con la bendición
de Dios.
Cuando Pali fue arrojado fuera de la cárcel, miró a su
alrededor para ver quién presenciaba su vergüenza. Solo había una persona en la
calle: Marika.
—¿Tú?
—Sabes, Pali, yo quiero un hombre que, si es
necesario, luche por mí hasta con los ángeles.
Entonces Pali recordó lo que el ángel le susurró
mientras le marcaba la cruz en la frente.
Esta cruz me la agradecerás muchas veces en tus
oraciones.
Título original: Vágott kereszt
Traducción: Sergio Gaut vel Hartman
Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300, GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.