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lunes, 24 de noviembre de 2025

IREM, LA DE LOS PILARES

Iván Bojtor

 

Fueron muchos años de tormento los que me empujaron finalmente a escribir todo esto. Quizás así mi conciencia logre, si no calmarse, al menos convencerse de que hice cuanto pude para evitar aquella atrocidad. Porque, incluso después de tanto tiempo, sigo repitiéndome que yo podría haberlos salvado.

Por supuesto, conozco la conclusión oficial de la investigación: “debido a la baja temperatura falló la condición estanca del anillo O del acelerador de combustible sólido derecho, lo que provocó la fuga y la combustión”. Eso –dicen– causó la catástrofe. Y, al fin y al cabo, ¿quién le habría creído a un “paranoico que llama para decir disparates”?

De Irem la de los Pilares, la Ciudad de los Milagros, oí hablar por primera vez en un viejo relato de principios del siglo pasado, obra de H. P. Lovecraft. Dicen que los grandes escritores y poetas perciben hasta la vibración más leve del alma humana; y que los más grandes –Lovecraft entre ellos, sin duda– captan también los fragmentos de sensación y pensamiento que se filtran desde las profundidades oscuras del cosmos hasta nuestro mundo, incluso aquellos que quizá empezaron su viaje antes de que existiera la especie humana. Creo que autores como él, además de intuir y plasmar la cólera, el terror y el pavor que nos llegan del espacio infinito, cumplen otra función: son los ojos y oídos de la Tierra, los pocos capaces de predecir los horrores por venir. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino de Irem la de los Pilares.

En el cuento de Lovecraft, el beduino Abdul Alhazred encontró accidentalmente la ciudad perdida bajo las arenas perpetuamente agitadas de Hadramaut. La había mandado construir Sedad, último tirano de la tribu de los ‘Ád, como una imitación del paraíso celestial.

Años después volví a encontrar el nombre de la ciudad en textos de cronistas árabes medievales. Según la tradición preislámica, apenas visible detrás del fino velo del islam, aquella ciudad misteriosa fue obra de la tribu de los ‘Ád, desaparecida en circunstancias aterradoras. El folklore dice que los ‘Ád eran gigantes, y por eso atribuyen a ellos todo edificio cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos: fortalezas, palacios, murallas.

Cuando Saddád ibn ‘Ád, primer rey de los áditas, escuchó hablar del paraíso celestial, decidió crear su réplica terrenal. Una vez terminada, llamó a la Ciudad Sin Nombre por el nombre de su abuelo: Irem, nieto de Noé. Saddád partió con su séquito para contemplar la magnificencia de su obra, pero una voz horrible venida del cielo los fulminó a todos.

Según el geógrafo Al–Mas‘udí, en su época encontraron en Hadramaut la tumba de Saddád dentro de una montaña: una cámara funeraria de cien pies de largo por cuarenta de ancho; en el centro, dos lechos de oro. Sobre uno yacía el cadáver de un hombre de tamaño colosal. Una inscripción a su cabecera proclamaba al mundo que allí descansaba Saddád ibn ‘Ád, rey de los áditas.

Tras su muerte espantosa, toda la tribu pereció poco después. El misterioso enviado de Dios, el profeta Húd, les había advertido que destruyeran su horrendo ídolo y abandonaran sus oscuros rituales, pero nadie escuchó su voz. Cuando Dios los castigó con tres años de sequía, enviaron una delegación a La Meca para implorar lluvia. Pero sus emisarios pasaron primero un mes entero entregados al desenfreno, antes de ocuparse de su misión. Al fin pidieron lluvia, y aparecieron tres nubes en el cielo: una blanca, una negra y una roja. Una voz celestial ordenó al jefe de la delegación elegir una. Él escogió la negra, creyendo que traía más agua; pero eligió mal, pues la voz anunció destrucción para el pueblo de ‘Ád. Dios envió la nube sobre el país de los áditas; de ella surgió un viento abrasador que borró del mundo a aquella gente incrédula.

Pero la tradición sostiene que Irem la de los Pilares no fue destruida por el fuego del cielo. Dios la hizo invisible a los mortales, y sólo los escogidos lograron verla, y muy raramente. Según las crónicas, en tiempos del califa Mu‘áwiya, un beduino llamado ‘Abdallah ibn Qilába, mientras buscaba a su camello en el desierto, halló la ciudad desierta. Cuando el califa oyó la historia, envió un ejército entero a buscarla, pero no la encontraron.

El siguiente elegido que supuestamente vio Irem fue Marchie, médico de la expedición a Hadramaut de 1908. Hoy casi nadie sabe de aquella expedición: todos los mapas, notas y fotografías ardieron en un depósito parisino durante un bombardeo en la guerra. Yo sólo tengo el testimonio del nieto del doctor.

Según él, la expedición encontró algo extraordinario, que llamaron la estatua de O-Tarim. Marchie sostenía que aquello no lo había hecho mano humana. De hecho, difícilmente podía llamarse “estatua” según el uso de la época: ¿cómo llamar estatua a algo que cambia de forma y color constantemente, y que además emite sonidos extraños? Aquel ser viscoso, pegajoso, retorciéndose sin cesar, mostrando una apariencia distinta a cada segundo… Marchie creía que era el resto del espantoso ídolo de los áditas, no destruido por el fuego divino sino sobreviviente por algún medio inexplicable.

Siempre según el nieto, no sólo desaparecieron los documentos de la expedición, sino también las notas de su abuelo, sin dejar rastro, de un cajón cerrado con llave. El doctor primero sospechó del servicio secreto británico, pues la expedición francesa había provocado un pequeño escándalo político: a los británicos no les agradaba que una potencia rival investigara un territorio que ellos consideraban propio. Pero cuando encontró, en lugar de su diario guardado en la caja fuerte, sólo un puñado de cenizas, empezó a sospechar de otra cosa. Según cuentan, fue entonces cuando dibujó de memoria el plano de Irem la de los Pilares, el mismo plano que –lo admito– yo robé.

Comparar aquel plano con las imágenes tomadas desde el espacio en 1984 fue lo que me llevó a telefonear a la NASA por primera vez. Intenté advertirles que estaban jugando con algo peligrosísimo, pero se burlaron de mí, me llamaron charlatán y adivino trastornado.

Las imágenes aéreas –o mejor dicho espaciales– que ahora exhiben, y en base a las cuales lanzaron la expedición para encontrar Irem, son falsificaciones. Yo recibí las auténticas en 1984, de manos de un entusiasta amateur que luego fue detenido por espionaje. Dijo haber encontrado por casualidad la frecuencia secreta y grabado las transmisiones del transbordador espacial.

La expedición anunció al mundo que habían encontrado Irem bajo las arenas del Rub al-Jalí, el mayor desierto del planeta. Si no conociera los hechos, quizá yo también lo habría creído, habría pensado que ese asentamiento arrasado por un terremoto era la Ciudad de los Milagros. Pero el plano de esa ciudad no coincide ni con el dibujo de Marchie ni con las imágenes originales del Challenger. Y lo más decisivo: no encontraron la estatua de O-Tarim.

A mí no me vengan con historias de anillos O quemados, sobrecalentamientos o fallos aerodinámicos. La caja negra del transbordador muestra que los instrumentos no señalaron error alguno.

Y aun así siete astronautas murieron el 28 de enero de 1986, cuando explotó el Challenger. Quizá porque en 1984, desde allá arriba, los instrumentos detectaron algo que no debían haber visto.

Alguien sigue guardando el secreto de Irem, la de los Pilares.


Título original en húngaro: Oszlopos Irem

Traducción; Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

 

martes, 11 de noviembre de 2025

LA ESPADA

Iván Bojtor

 

Sólo llevaba una armadura de cuero. Era uno de aquellos jefes bárbaros que veneraban a dioses bárbaros.

Había oído ya muchas historias, contradictorias entre sí, acerca de la construcción ciclópea de piedras toscas amontonadas al pie de un acantilado, del tamaño de una colina, a la que acababa de ingresar. Se decían mil cosas sobre ella: que en su interior moraba un dios gigantesco, o un monstruo; que allí se abría el descenso al inframundo; que en su interior se extendía un laberinto del cual jamás salía quien se aventuraba a entrar sin pensar… Y, por último, que al final de sus cámaras entrelazadas, en la última de todas, reposaba una espada maravillosa, capaz de volver invencible en la batalla a quien la poseyera.

El angosto corredor desembocaba en una vasta sala. A la luz de su antorcha distinguió una estatua colosal que llegaba hasta el techo: la figura de una divinidad. Entre las dos piernas de la imagen se abría una puerta, y delante de ella, un altar de piedra lleno de ceniza.

Sin saber qué ofrenda podía granjearle el favor del dios, arrojó sobre el altar un puñado de cebada, unas flores marchitas que había recogido el día anterior y, por si acaso, se pinchó el dedo con la punta del puñal, dejando caer tres gotas de sangre. Encendió el sacrificio con su antorcha, fijó la mirada en la puerta cerrada y esperó.

No vio –no podía verlo– que en un pequeño nicho tallado en la roca, a un lado del corredor por donde había entrado, se alzaba la estatua de un enano grotesco. Tampoco pudo ver cómo, mientras su ofrenda se consumía ante el gran ídolo, la boca del enano se curvaba en una mueca burlona.

Sobre el altar chisporrotearon aún algunos granos de cebada, y entonces la puerta se abrió.
El hedor lo golpeó apenas cruzó el umbral. En el suelo, por todas partes, yacían huesos, jirones de ropa, armas rotas y otras intactas. Avanzó hacia la puerta cerrada que se veía enfrente, pero un sonido irreconocible resonó a su espalda. No pensó, reaccionó: giró sobre sí mismo y blandió su hacha en el aire. Algo –una especie de lagarto escamoso y enorme– se deslizó junto a él y se tendió frente a la puerta. Detrás del monstruo, apoyada contra el muro, se alzaba una espada tan alta como un hombre. Habría jurado que antes no estaba allí.

¿Sería aquella la espada maravillosa de las leyendas, la que había venido a buscar?
Estaba seguro: si vencía al monstruo, el arma sería suya.

Mientras se acercaba, notó que la criatura giraba la cabeza a un lado y otro: comprendió que el brillo de la antorcha hería los ojos de la bestia, acostumbrada a la oscuridad. Con la antorcha en la izquierda y el hacha en la derecha, se abalanzó y descargó el golpe sobre su cráneo. El monstruo se estremeció unas veces y cayó de costado.

Vaciló.

¿Era todo? La victoria le pareció demasiado fácil. Pero no se detuvo a pensarlo.
Extendió la mano hacia la espada… y antes de tocarla, se disolvió en el aire, como una bruma.

Al instante, se abrió otra puerta detrás de él.

La siguiente cámara era más larga que la anterior; al entrar, no alcanzaba a ver su extremo.
Escarmentado por su encuentro con el lagarto, avanzó con más cautela. Llegó sin contratiempos a la puerta siguiente, ante la cual, sentado en un trono de piedra, descansaba un guerrero acorazado. En la hoja de la puerta pendía una espada, aunque no la misma que había visto desaparecer en la sala anterior.

El guerrero se estremeció como quien despierta de un sueño. Se incorporó con estrépito metálico y, empuñando su arma con ambas manos, avanzó hacia él.

Bastaron unos instantes para que el bárbaro comprendiera que, con su armadura ligera, era mucho más veloz.

El caballero descargó golpe tras golpe; él los esquivó todos. Finalmente, se colocó a su espalda y asestó el suyo. El guerrero cayó. Las piezas de la armadura rodaron por el suelo, vacías: no había nadie dentro.

Dudó antes de tocar la espada. Ya no se sorprendió cuando, al extender la mano, el arma se desvaneció ante sus ojos, y tampoco cuando la puerta volvió a abrirse por sí sola.

La cámara siguiente era aún más larga; parecía más bien un pasadizo ancho. A lo lejos titilaba una luz verde, que se fue intensificando mientras avanzaba. Podría haber arrojado su antorcha, ya consumida hasta el mango, pero no se atrevió. ¿Qué lo esperaba?

Lo que lo esperaba era una última puerta, y sobre ella, clavada en cruz, una espada resplandeciente de luz verdosa. De ella emanaba el resplandor que inundaba la sala.
Delante, sobre una alfombra, estaba sentado un niño.

El bárbaro se detuvo. Miró al niño, luego al arma.

¿También debo matar al niño?, pensó.

Durante un rato se miraron en silencio.

Luego el hombre se dio media vuelta y emprendió el camino de regreso.

La sonrisa del enano de piedra se borró, y su cabeza se inclinó levemente, como si hubiera empezado a reflexionar.

Cuando el bárbaro salió de la cámara, una luz cegadora lo envolvió, y cayó al vacío.

Al recobrar el sentido, se encontró tendido en un barranco, al aire libre. El edificio había desaparecido.
Se frotó los ojos, se incorporó, y vio a su lado una espada sobre la hierba.

Parecía una hoja común, sencilla.

La levantó, la probó, la blandió hacia un lado y otro.

Por accidente, pasó demasiado cerca de la roca: pero, en lugar de chocar o sacar chispas, la espada atravesó la piedra como si fuera manteca.

Así lo cuentan.

Quizá ocurrió de verdad, quizá no.

Las tradiciones más antiguas dicen que las armas de los dioses eran forjadas siempre por enanos deformes: Hefesto para Zeus, Ptah –representado a menudo como un pigmeo monstruoso– para Horus, Tvastar para Indra, y Regin, el enano que volvió a forjar la espada rota de Odín, la Gram.

Sí, en aquellos tiempos cada arma extraordinaria tenía su propio nombre.

Las sagas aseguran que también San Olaf, unificador de Noruega y propagador de la fe cristiana, tuvo una espada semejante.

Tal vez sea cierto, tal vez no.

Pero los anales coinciden en algo: Olaf jamás perdió una batalla.


Título original: A kard

Traducción: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

 

 

viernes, 14 de marzo de 2025

MEDIA HORA DE NOSTALGIA

Iván Bojtor


¡De nuevo de permiso! ¿Permiso? Durante los últimos dos años terrestres pasados en la estación espacial, sentía cada vez más que era prisionero de sus recuerdos. Como si ya no existiera nada más que aquella taberna sucia, de olor rancio, en la que se metió por casualidad unos veinte años atrás. En su momento, esa nueva experiencia lo protegió por mucho tiempo de sumergirse en el mundo de sueños y visiones artificiales, pero ahora trataba de escapar de sus propios recuerdos.

Llegó. Sus pies descalzos sintieron el calor del piso de tierra apisonada de la taberna, y su nariz fue golpeada por el olor a licor, pero no vio nada. Estaba oscuro. ¿Qué pudo haber pasado? ¿Habían configurado mal el temporizador y se equivocó de momento? Tropezó entre los bancos, palpando a su alrededor, buscando la ropa que había enviado con anticipación.

A apenas dos pasos de distancia, un destello de luz brilló ante él, seguido de una carcajada atronadora. A la luz de la vela, vio que unas treinta personas, hombres, mujeres y niños, lo rodeaban, lo miraban y señalaban. Uno de los hombres tenía su ropa en la mano, agitándola como si esperara que corriera a buscarla. Pero un hombre corpulento y calvo se la arrancó, apropiándose de ella.

—¡Se acabó el circo! —exclamó.

Y se la entregó. Algunos protestaron diciendo que, por el dinero que habían pagado, el espectáculo debería haber durado más, pero el hombre grande alzó el dedo amenazadoramente y todos guardaron silencio.

Mientras se subía los pantalones apresuradamente, miró a su alrededor, pero en la tenue luz no reconoció ningún rostro familiar. Dudó: ¿Acaso me equivoqué de fecha? ¡No! Todo lo contrario. Lo más probable es que acertara. Ya había estado en este tiempo antes, y ahora el programa, siguiendo una regla casi ininteligible, me lanzó no a otro lugar, sino al mismo lugar, pero en otro intervalo de tiempo.

Y cuando el calvo corpulento hizo la pregunta habitual estuvo seguro de lo que había pasado.

—¿Ya ha estado aquí antes?

El calvo hizo una señal al joven detrás de la barra, quien corrió hacia ellos con una botella de vodka y dos vasos. Como pronto se enteró, él era el nuevo tabernero. Había comprado el lugar hacía ocho años, después de la muerte del anterior.

¿Qué podía decirle? ¿Que justo quería hablar con el tabernero anterior para aclarar algunas cosas muy importantes? ¿A quién le importaría ya?

Escuchó con indiferencia la charla del hombre corpulento sobre la cosecha de centeno y la granizada que había caído unos días antes. Solo esperaba a que pasara el tiempo para poder regresar.

—¿Qué pasó con el tabernero anterior? —preguntó después del tercer vaso de vodka.

—Fue una terrible desgracia —comenzó el calvo—. Sucedió junto al horno. Estaba bebiendo con uno de los clientes, igual que nosotros ahora. Se emborracharon terriblemente, los dos. Nadie sabe de qué discutieron. Después alguien dijo que el forastero pudo haber dicho algo sobre su madre, o la insultó. Pero eso no es seguro. ¿Quién podría saberlo? Comenzaron a gritar más fuerte, y luego se levantó, tomó el hacha que estaba junto al horno y, tambaleándose, fue hacia el forastero. Pero este fue más rápido, saltó del banco, agarró el hacha y se la lanzó. Le acertó de tal forma que el filo le hundió la frente. Murió en el acto.

—¿Se sabe quién lo mató?

—Nadie lo sabe. Era alguien como usted: un visitante. Dijeron que ya había estado aquí varias veces, pero siempre hablaba solo con él, con nadie más. Tal vez compartían algún secreto. Incluso es posible que hicieran negocios, contrabandeando algo. O quién sabe.


Título original: Félóra nosztalgia

Traducción: Sergio Gaut vel Hartman 


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

 

viernes, 28 de febrero de 2025

LA CRUZ TALLADA

 

Iván Bojtor

 


Módos era un pueblo próspero. Decían que eso se lo debía al Cerro del Ángel, que atrapaba y desviaba el gélido aliento que descendía de las montañas. En la cima desnuda del cerro se alzaba la famosa capilla de los peregrinos. Hay que mencionarla, porque esta historia también comenzó un día antes de una peregrinación.

Ya anochecía cuando Józsi, el viejo guardabosques, entró en la taberna diciendo que había vuelto a ver aquel gran pájaro.

Se rieron de él.

—¿Y por qué no le disparaste con tu escopeta de perdigones? — bromeó Pál Szekeres, el carnicero—. ¡Qué buena pechuga debe de tener esa enorme tórtola! Tal vez alcanzaría para la cena de diez personas.

—¡No es tan simple! —murmuró el viejo—. ¿Quién sabe qué clase de pájaro nos ha enviado el buen Dios?

—Eso sí que no se sabe —asintió Jóska Balogh—. Mi tía Mári encontró una pluma enorme mientras recogía setas cerca del Bosque de Köves. Corrió con ella y se la mostró al párroco. No estoy bromeando. De verdad salió disparada con sus ochenta y siete años como si en algún lugar se hubiera desatado un incendio. Le pregunté qué había ocurrido, pero no quiso decir nada, solo se persignaba una y otra vez.

—Bueno, mañana yo mismo interrogaré al párroco cuando… —comenzó a decir Pál Szekeres, pero Jóska lo interrumpió:

—Eso será difícil, porque tomó el tren de la tarde a la ciudad. Lo vi con mis propios ojos cuando subía. Por alguna razón llevaba mucha prisa.

—¿Será que ha pasado un ángel por aquí, como en los viejos tiempos? —rio Pál Szekeres.

Su hijo, Pali, que estaba sentado en un rincón, tenía en mente a otro tipo de ángel, Marika, la hija del tabernero. Esperaba con ansias verla, aunque solo fuera un instante, aunque sabía que el padre de la muchacha no la dejaba servir por la noche a aquella clientela tambaleante.

 

A la noche siguiente se celebró el baile. Se dice que Pali fue el que lanzó la primera puñalada. Sus amigos intentaron ocultarlo, pero fue en vano, porque casi todo el pueblo estaba presente y muchos testificaron en su contra.

Los músicos tocaban con gran entusiasmo, pero eran pocos los que estaban bailando cuando apareció el forastero. Era alto, rubio, de rostro aniñado, pero bajo su abrigo, en la espalda, había un bulto o una malformación. Lo diré sin rodeos: parecía jorobado. Miró alrededor del patio de la taberna y enseguida se fijó en Marika, que estaba bajo el moral con dos amigas. Se acercó y la invitó a bailar.

Pali, que había entrado por un trago para animarse, salió justo en ese momento. Al verlos juntos, inmediatamente volvió por otro trago.

La música sonaba, las parejas danzaban. Los amigos de Pali lo empujaban hacia adelante, instándolo a que reclamara por la muchacha, que no fuera un cobarde.

El forastero, empapado en sudor tras el baile, se dirigió a uno de los bancos, se quitó la chaqueta y la lanzó sobre él. Quienes lo vieron exclamaron con horror, porque debajo de la chaqueta emergieron unas enormes alas blancas. El forastero no les prestó atención, simplemente se las arrancó y las puso junto a la chaqueta en el banco. Luego tomó a Marika de la mano e intentó llevarla de nuevo a la pista, pero ella se soltó y corrió hacia la puerta de la taberna. El forastero la persiguió, pero se topó con Pali, que permanecía inmóvil, rígido como la estatua de San Martín en la iglesia.

Lo siguiente ocurrió con mucha rapidez. Y los testigos vieron cosas diferentes.

Pronto se estableció que Pali fue el primero en lanzar la puñalada. Pero ese fue el único punto en el que los testimonios coincidieron.

Según el joven Józsi, el desconocido agarró a Pali por el brazo, le arrancó el cuchillo de la mano, le empujó al suelo y luego le asestó dos puñaladas en la cabeza. Según Pista Soós, después de la puñalada, Pali dejó caer el cuchillo—tal vez al ver el chorro de sangre—, el forastero lo recogió y se lo clavó dos veces en el cuerpo. Pero el anciano Józsi Korpás, que hay que decir que estaba más borracho que nadie esa noche, afirmó que el forastero simplemente extendió la mano hacia el cuchillo, y este saltó hacia su mano, para luego volar de vuelta por el aire y tallar una cruz en la frente de Pali.

Algunos quisieron abalanzarse sobre el forastero, pero cuando intentaron moverse, ya no estaba. La chaqueta y las alas también habían desaparecido del banco. Solo quedó un rastro de sangre que iba de la puerta de la taberna hasta el banco.

Pero la policía no creyó en este “cuento milagroso”, y cuando una semana después los leñadores encontraron un cadáver en el Bosque de Nagytát, Pali fue llevado a la ciudad.

El juez, István Rozgonyi Nagy, tenía fama de ser un hombre muy justo. Hasta los ladrones y asaltantes a los que había condenado lo reconocían, pues decían que siempre les daba la pena justa (quizá solo un poco menos). Pero en este caso estaba perplejo.

No creía ni por un segundo en la historia del ángel que peleaba con cuchillos. Solo después de interrogar a todos los testigos (lo que tomó casi una semana), mandó llamar a Pali desde la celda para escucharlo.

Mientras tanto, ya había quedado claro que el cadáver hallado en el bosque no podía ser el del joven forastero, pues resultó ser un viejo vendedor ambulante que murió de un infarto subiendo la cuesta, sin señales de heridas ni cortes en su cuerpo.

En realidad, Pali pudo haber sido liberado de inmediato, pero el juez tenía curiosidad por su versión de los hechos.

Lo que oyó de él era aún más confuso que las demás historias:

—Bebí. Bebí mucho. El cuchillo estaba en mi bolsillo, cerrado. No sé en qué momento lo abrí. No recuerdo la puñalada, solo la sangre salpicándome la cara. En un instante me despejé, y lo vi sonriéndome como si nada hubiera pasado. Sentí un dolor punzante en la mano y solté el cuchillo, pero no cayó, sino que de repente estaba en su mano. Intenté retroceder, pero caí de espaldas. Quise levantarme, pero algo me oprimía, me inmovilizaba, ni siquiera podía mover las manos. Él se inclinó sobre mí, murmuró algo y me marcó esta cruz en la frente. Así contado parece largo, pero todo pasó en un par de segundos.

—No hay víctima —dijo el juez—, no hay denuncia, no hay crimen. Que pague una multa por el desorden y que se vaya con la bendición de Dios.

Cuando Pali fue arrojado fuera de la cárcel, miró a su alrededor para ver quién presenciaba su vergüenza. Solo había una persona en la calle: Marika.

—¿Tú?

—Sabes, Pali, yo quiero un hombre que, si es necesario, luche por mí hasta con los ángeles.

Entonces Pali recordó lo que el ángel le susurró mientras le marcaba la cruz en la frente.

Esta cruz me la agradecerás muchas veces en tus oraciones.

 

Título original: Vágott kereszt

Traducción: Sergio Gaut vel Hartman



Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

 

jueves, 22 de agosto de 2024

LA VENGANZA DE BATU KAN

Iván Bojtor

 

Me dirigí "hacia arriba" en el "ascensor" hasta el nivel 1241. "Hacia arriba", todavía decimos así, pero en realidad me estaba moviendo hacia atrás en el tiempo. Adoptamos esta tecnología de los joguunos hace unos seiscientos años, quienes se habían extraviado en la Tierra desde algún planeta en la galaxia Messier 81. Busqué la puerta que daba al pasillo del año 1241 y, apremiado por el tiempo, corrí hasta la cuarta puerta. Simplemente la atravesé, no necesitaba abrirla ni cerrarla. Ya estaba en una sala correspondiente a abril de 1241, cuyos treinta lados giraban en círculos. Me tomó tiempo elegir el correcto. Ya estaba mareado por la vista cuando finalmente la rotación de las paredes se desaceleró y encontré la que buscaba. Le di una patada furiosa, fijando así el día. Por suerte, los cuadrados que ajustaban las horas aparecieron en el suelo. Solo tuve que pisar el número seis, dar unos cuantos golpes y así fijé también los minutos. Luego me agaché y toqué dos veces con mi dedo el cuadrado, seleccionando el segundo.

Ya había introducido las coordenadas geográficas antes de partir, así que solo me quedaba iniciar el programa. (¡Gasté una fortuna en este viaje! Espero que valga la pena). Pronuncié la contraseña que había elegido: "Batu". En ese instante, me encontraba en el campamento mongol en el amanecer del segundo día de la batalla de Muhi. Caminé con cautela entre los guerreros y caballos inmóviles como estatuas hasta la yurta más ornamentada, donde un mozo sostenía un caballo con una brida, junto al cual un guerrero armado estaba a punto de montar, con un pie ya ligeramente levantado. Lo reconocí de inmediato. No por una fotografía, ya que no había ninguna de él, sino por un antiguo dibujo a tinta chino que la máquina me mostró unas diez mil veces durante mis estudios. ¡Ahora vas a recibir lo tuyo! En realidad, no estaba enojado con Batu, sino con todo el mundo. Principalmente conmigo mismo, por haberme dejado engañar en el examen. Y también con los examinadores, esos dos idiotas que, cuando di una respuesta incorrecta, se rieron con tanto sarcasmo en la pantalla que me dieron ganas de lanzarles algo. Estaba enfadado con el programa que me dieron, porque en los cinco minutos que tenía para responder, no pudo decidir cuál era la respuesta correcta. Claro, también fue engañado por la pregunta, igual que yo. (“¿Batu era realmente hijo biológico de Gengis Kan, o no?”) ¡Yo, idiota! Cuando comparé los materiales que la máquina me proporcionó, llegué a la conclusión de que sí. Empecé a argumentar, pero no pude terminar porque los dos examinadores, como si lo estuvieran esperando, empezaron a reírse y a balancearse de un lado a otro.

—¡Respuesta incorrecta! —La correcta era: "Desafortunadamente, aún no lo sabemos".

Y allí estaba, frente a Batu. En el camino planeé desquitarme bien con él, darle un buen golpe, pero... Su casco... ¿Qué pasa si me corta o me hiere la mano? Para cuando regrese, podría infectarse, y además, no llevo vendas. ¿Por qué no pensé en eso? Debo idear otra cosa. Tal vez podría robarle la espada. Buen trabajo, se vería genial en la pared de mi habitación. ¿Qué trofeo sería? Lástima que no saldría conmigo, porque "el tiempo restaura las modificaciones". Es decir, simplemente desaparecería de mis manos y regresaría aquí. Entonces, ¿qué demonios debo hacer? ¿Cómo podría irritarlo más? Solo tengo 1.2 segundos, ese es el tiempo que tengo para hacer algo, porque si lo supero, entonces... entonces todo se moverá y el infierno se desatará. ¡Me advirtieron sobre esto! Entonces tuve una idea. Me acerqué al kan y... le di un golpecito en la nariz. Los ojos de Batu brillaron y su cabeza se estremeció por un momento, pero inmediatamente volvió a quedar inmóvil. ¡Ja, ja, ja! ¡Lo logré! ¡Qué sorpresa se llevó! Ja, ja. Ahora se romperá la cabeza pensando en lo que sucedió. ¡Vamos a casa!

¡Finalmente en casa! Me relajo en el sillón, mirando la pared y sorbiendo mi carísimo vino reservado para esta ocasión. ¡Eso salió realmente bien! Puede que otros digan que fue una venganza mezquina, pero mi enojo se disipó. Y por eso, ya valió la pena. Qué bien que está esta máquina, el regalo de los joguunos. Al principio, todos le tenían miedo, durante mucho tiempo solo los investigadores podían usarla. Nadie entiende hasta hoy cómo funciona. Pero ¿a quién le importa? Lo importante es que funciona. Qué divertido fue cuando Batu me miró fijamente. En realidad, no es tan feo como en ese dibujo a tinta. Lo miré bien. Su rostro, incluso en ese momento antes de la batalla, irradiaba calma. Y parecía haber una sonrisa en la comisura de su boca. Claro, puede que solo yo lo haya visto así. ¿Qué fue eso? Un destello metálico. ¡Aú! Mi nariz. ¿Qué la golpeó? ¿Y qué es esa risa?

 

Título original: Batu Kán bosszúja

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

martes, 14 de mayo de 2024

EL SECUESTRO DE LA BELLA HELENA

Bojtor Iván



 

La llevamos de vuelta. Por supuesto que la llevamos de vuelta. ¿Qué otra opción teníamos? Pero juramos que no trabajaríamos más para Lang, ese sujeto presumido y arrogante, un tipo despreciable que ni siquiera pagó nuestros gastos. Y ahora las juega al sabio, mintiendo descaradamente, como si no fuera él quien ideó toda esta locura. Lo vi en las noticias.

—¡Tenemos que poner fin a la práctica de enviar a principiantes y aficionados! —dijo. Después sonrió orgulloso a la cámara, como si él no hubiera sido quien inventó todo eso. Los que estaban a su alrededor, por supuesto, aplaudían sonrientes. ¡Pero si hubieran visto al magnate de la moda tres días antes! Se volvió loco, como... ni siquiera sé cómo describirlo. Golpeaba la mesa con el puño, lanzaba los vasos de cristal contra la esquina, y nos amenazaba con revocar nuestras licencias. La verdad es que yo ni siquiera quería tomar ese trabajo, Olsen me lo impuso.

—¡Necesitamos el dinero! ¡Necesitamos el dinero! ¡Necesitamos el dinero! —Eso es todo lo que escuché durante días. ¡Y sí! Es ridículo que gasten miles de millones en un estúpido concurso de belleza, pero cuando se trata de reunir dinero para una expedición científica, uno ya está envejeciendo. Teníamos dos horas. Exactamente una hora, cincuenta y ocho minutos y diez segundos. Antes de partir, le dije a Lang que no sería suficiente. Pero él de inmediato citó a sus famosos expertos. Los conozco a los tres. Siempre dicen lo que su cliente quiere escuchar. ¡Expertos! Incluso eligieron mal el lugar de llegada.

Terminamos en un valle rocoso. Rápidamente marqué el lugar, coloqué el transmisor, y nos pusimos en marcha. Nos dijeron que desde allí había un sendero hacia la ciudad. Más tarde se excusaron diciendo que el concepto de sendero era bastante relativo. No había ningún sendero allí, ni siquiera un rastro. Nos arrastramos de roca en roca a gatas. ¡Oh! No hace falta llevar cuerdas. Hay un camino transitable. Cuando finalmente salimos del valle, ya habíamos perdido veinte minutos. Finalmente llegamos a la ciudad... ¿Ciudad? Más bien un pueblo. O ni siquiera un pueblo, más bien apenas un caserío. Al principio pensamos que estábamos en el lugar equivocado. Pero no, ese era la famosa y renombrada Esparta. Los habitantes ni siquiera nos prestaron atención, ni siquiera nos miraron, a pesar de que no nos disfrazamos como de costumbre porque ya no teníamos tiempo. En la puerta del palacio, la guardia parecía estar esperándonos, ya estaban sonriendo desde lejos. Olsen se detuvo frente a ellos, sacó uno de los "jarros de oro" de su bolsa y recitó el discurso que había memorizado de antemano.

—Somos comerciantes de Troya, queremos presentarnos ante el gran rey Menelao porque traemos un regalo para él. —Los guardias se rieron. Uno de ellos, un gigante que tal vez fuera su comandante, respondió en inglés impecable.

—¡Guarden ese montón de chatarra dorada! ¡Y lárguense! ¡Lárguense de aquí, fuera de la puerta, o se arrepentirán! El rey está muerto. Quemamos Troya hace veinte años. Ahora, inventen otra historia.

¡También habíamos errado el momento!

—¿Quizá la reina? —balbuceó Olsen—. ¿Tal vez podríamos hablar con ella?

—La reina está durmiendo. Y está harta de los turistas groseros —respondió el gigante.

Nos miramos entre nosotros. Si no hay otra opción, que sea lo que tenga que ser. Ya nos habíamos preparado para esto en casa: teníamos tapones en la nariz y láminas de película molecular protegiendo nuestros ojos. Saqué de mi bolsillo el aerosol de gas lacrimógeno y les rocié una dosis. Siempre llevo un frasco conmigo. Incluso ahora. Porque en este mundo... Entonces Olsen avanzó, empujando a las criadas. Debo admitir que el diseño del palacio era impecable. No sé de dónde lo sacaron. Seguro que no de esos "expertos" idiotas. ¡Pero la iluminación! Eso no lo habíamos previsto. Todo estaba en penumbras, solo algunas luces titilaban aquí y allá.

—¿Quién se atreve a entrar aquí...? —exclamó Helena cuando irrumpimos en su habitación. Intentó huir, pero la atrapé y, con un movimiento bien ensayado, le tapé la boca con cinta adhesiva. Mientras tanto, Olsen le sujetó las manos, le puso una cuerda de autoretención, la hizo girar y se la puso sobre su hombro como si hubiera sido una bolsa. Salimos del palacio sin problemas. Estábamos cruzando sobre los guardias que yacían en el suelo cuando sonó la alarma. Solo nos quedaban veintiocho minutos, la cuenta regresiva había comenzado. Corrimos todo lo que pudimos. Mientras tanto, Olsen se había cortado dos veces en el proceso, y fue un milagro que saliera ileso. Yo me torcí el tobillo con una piedra y caí detrás de ellos, saltando a la pata coja. Me estrellé contra el círculo cuando faltaban doce segundos.

Lang dijo que él ya había arreglado todo y, de todos modos, Helena solo quedaría retenida durante tres días. Supongo que uno de esos días lo destinó a los preparativos, al trabajo de los maquilladores y peluqueros. Los otros dos días serían para el concurso. Estaba tan seguro de que la famosa Helena ganaría la final del concurso de Miss Mundo que ni siquiera inscribió a otra concursante. O tal vez solo se quería ahorrar la tarifa de inscripción.

Allí estábamos, tumbados de espaldas, en el círculo de llegada. Los ayudantes, los hombres de Lang, sacaron a Helena de debajo de nosotros y nos dejaron tirados en el suelo, aturdidos. Gemí en vano pidiendo un médico porque tenía el tobillo muy hinchado, pero no me oyeron. O no querían oírme. Pasaron unos veinte minutos antes de que recuperáramos el sentido lo suficiente como para poder ponernos de pie, yo estaba probando mi pie dolorido cuando entró Lang.

—¡Idiotas! —exclamó—. ¿A quién demonios me trajeron? ¡Vengan! ¡Vengan a ver!

Salimos tambaleándonos a la sala de recepción. En una de las sillas había sentada una anciana. Incluso miré a mi alrededor para ver dónde estaba la bella Helena, pero no la vi en ninguna parte, solo los tres "expertos" acechaban en una esquina. ¡Claro! ¡El horario! Me reí de mí mismo. Olsen también se dio cuenta, se cubrió la cara con las manos y se rio, simplemente se rio. Entonces Lang empezó a gritar. Por supuesto, devolvimos a Helena. La devolvimos ese mismo día.


Título original: Szép Heléna elrablása

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.



 

lunes, 29 de abril de 2024

ELEUSIS

Iván Bojtor

 

El tiempo a menudo se compara con una línea recta. Cada línea recta es infinita y cualquier segmento de longitud arbitraria, ya sea de un micrómetro o de diez mil millones de años luz de longitud, puede dividirse en un número infinito de puntos. El tiempo, según esta concepción, es una sucesión de momentos, y cada momento está compuesto por un número infinito de momentos. Si el tiempo es verdaderamente infinito, ¿es posible que se forme de nuevo un universo que sea idéntico en todo a uno que ya existía anteriormente? Es posible, pero la probabilidad es infinitesimal.

 

A principios de febrero de 1940, en una parada del autobús entre Atenas y Corinto, subió una anciana, "delgada y arrugada, pero con grandes ojos vivos". Cuando le pidieron el precio del billete, simplemente se quedó junto al conductor, con los ojos muy abiertos, sin entender. Como no tenía dinero, el revisor la echó en la siguiente parada. Resultó ser la parada de Eleusis. El conductor intentó arrancar el autobús, pero por más que lo intentó una y otra vez, el motor no arrancó. Al final, a uno de los impacientes pasajeros se le ocurrió la idea de salvar la situación: reunir el precio del billete de la anciana. Ella volvió a subir al autobús, recibió su billete y el motor del autobús arrancó. Entonces la anciana les dijo:

—Deberíais haberlo hecho antes, pero sois egoístas, y ya que estoy entre vosotros, os diré algo más: sufriréis por la forma en que vivís, ni siquiera tendréis hierba ni agua.

Antes de terminar su amenaza, la anciana se convirtió en niebla y desapareció del vehículo. Nadie la vio bajar. Los pasajeros se miraron unos a otros, examinaron el talonario de billetes para asegurarse de que realmente habían dado uno.

(La Hestia, 7 de febrero de 1940) 

Los agricultores locales en Eleusis, hasta principios del siglo XIX, cubrían con flores la estatua de Santa Demetra una vez al año, porque creían que ella aseguraba la fertilidad de sus tierras. (Esta serie de rituales se interrumpió en 1820, cuando E. D. Clarke se llevó la estatua a Inglaterra.) ¿Quién era Santa Demetra? Nadie más en el mundo la conocía excepto en Eleusis; ni siquiera está canonizada. F. Lenormant, un arqueólogo, escuchó la historia de Santa Demetra de un sacerdote: era una anciana de Atenas a quien le sucedió una gran desgracia cuando un turco secuestró a su hija. La buscó durante años, recorrió el mundo hasta que descubrió dónde la llevaban. Un héroe pallikar[1] corrió en su ayuda y liberó a su hija de la prisión.

(Mircea Eliade: Historia de las creencias y las ideas religiosas)

Hades secuestró a la hija de Deméter, a espaldas de su madre, Zeus se la entregó. Perséfone gritó. Los picos de las montañas y las profundidades del mar resonaron con el sonido de su voz inmortal. Su madre, Deméter, escuchó. Un agudo dolor agarró su corazón, arrancó su cabeza, arrojó su manto y voló como un pájaro sobre las aguas y la tierra, buscando a su hija. Inútilmente la buscó. Cuando supo que Hades había secuestrado a su hija, y con el permiso de Zeus, abandonó el Olimpo y descendió a la tierra de los mortales. Desfiguró su forma; nadie la reconoció, ni hombre ni mujer. Se parecía a una anciana que nunca más podría dar a luz ni recibir los regalos de la diosa del amor. En Eleusis se convirtió en la nodriza del hijo más joven del rey. La reina le dio la bienvenida con estas palabras:

—En tus ojos se ve la nobleza y la dignidad.

Más tarde, se construyó un santuario para sí misma. Se retiró allí, y en ese mismo lugar lamentó a su hija. Amenazó a los hombres y a los dioses con una terrible hambruna para recuperar a su hija. Envió un año terrible a la tierra. Ninguna semilla germinó. Habría destruido a la humanidad, y los dioses ya no habrían sido venerados ni sacrificados más... (Károly Kerényi: Mitología griega)

Eudemos escribió sobre los seguidores de Pitágoras: afirmaban que todo lo que ha sucedido volverá a suceder exactamente de la misma manera; me estarán escuchando de nuevo, estaré diciendo estas mismas palabras de nuevo, y mi mano estará jugando con la misma vara, al igual que todo lo demás se repetirá. Esta enseñanza dice que no hay eventos únicos; nada sucede solo una vez (como ejemplo, algo citado con frecuencia: el juicio a Sócrates; tampoco eso ha sucedido solo una vez). El evento que está ocurriendo ahora ya ha ocurrido y volverá a ocurrir, una y otra vez. En el tiempo considerado infinito, estas historias casi idénticas parecen repetirse a intervalos tan cortos que desafían los límites del cálculo de probabilidad. No puedo afirmar que las tres historias de Eleusis se ajusten a lo descrito por Eudemos. Tampoco puedo afirmar con certeza que el culto a Santa Demetra no sea la continuación del culto de la antigua diosa, ni que Santa Demetra haya sido sacada del autobús en la parada de Eleusis. Sin embargo, me asalta una sensación extraña y aterradora que quizás no me atreva a describir.

Nuestra teoría del tiempo infinito está muriendo.

 

Título original: Eleusziszi kollázs

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman

 

Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

[1] Noble guerrero del Medioevo griego.

domingo, 21 de abril de 2024

LOS DOS ODIN

 Iván Bojtor

 

Maravilloso y despiadado, caprichoso y cruel, escribió Johannes Brøndsted sobre Odín, el dios principal de los pueblos germánicos del norte.

Los otros adjetivos del historiador danés tampoco son halagadores: temible, demoníaco y sádico. Según la tradición, en su afán por obtener toda la sabiduría y aprender todos los secretos, no rehuyó el engaño, la apostasía y la infidelidad. Es cierto que tan duro como era con los demás, lo era consigo mismo. Sacrificó un ojo por conocimiento, e incluso se colgó de un árbol.

Los vikingos contaban que cazaba de noche en los bosques y montañas con su séquito. En los campos de batalla, aparecía como una figura alta y tuerta, con un sombrero de ala ancha y una larga capa.

Era un dios aristocrático y peligroso; un dios de reyes, caciques y hechiceros.

Y sin embargo...

Hace unos años, mi pequeña hija llamó Odín a un gatito negro de pocos días. ¿Por qué llamar Odín a un lindo gatito?  Sigo sin entenderlo. Busqué en las listas de nombres de gatos de Internet, pero no encontré este nombre en ninguna de ellas.

Puede que ni siquiera merezca la pena mencionar este caso, pero estaba hojeando un libro y me encontré con unas líneas sorprendentes.

Jorge Luis Borges, en su poema “Esquinas”, escribió la siguiente frase:

“Tal vez sea junto al edificio donde María Kodama y yo llevamos una vez en una cesta de mimbre a un pequeño gato abisinio que se llamaba Odín”.

¿Qué posibilidades hay de que un gato en Buenos Aires (Argentina) y otro en Veszprém (Hungría), al otro lado del globo, se llamen Odín? Sospecho que, si se pudiera calcular, el resultado sería un número increíblemente pequeño, ininteligible en la vida cotidiana.

Bueno, ¡incluso si se tiene en cuenta el hecho de que conozco a dos gatos que se llaman Odín!

Por supuesto, esto es sólo una coincidencia. Pero, creo, a Borges le habría gustado esta historia, porque, en su concepción, todos los gatos del mundo, el que sirvió para modelar la estatua de la diosa egipcia Bast hace cinco mil años, o Muezza, el gato favorito del profeta Mahoma, o nuestra vecina Cirmosa, o los dos Odines, son todos el mismo gato.

Creo recordar que Schopenhauer escribió algo parecido sobre un gato que jugaba en su jardín. Por desgracia, no puedo citarlo exactamente. Dijo algo así como que sería una locura creer que el gato visto aquel día era, en todo y en toda verdad, distinto del que había estado jugando en el mismo lugar trescientos años antes.

Mucha gente piensa así. Esta opinión se ve quizá reforzada por el hecho de que dos de ellos, a muchos miles de kilómetros de distancia, por alguna razón inexplicable, recibieron el nombre del mismo dios misterioso perdido en las brumas del pasado.


Título original: A két Odin

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.


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