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martes, 14 de mayo de 2024

EL SECUESTRO DE LA BELLA HELENA

Bojtor Iván



 

La llevamos de vuelta. Por supuesto que la llevamos de vuelta. ¿Qué otra opción teníamos? Pero juramos que no trabajaríamos más para Lang, ese sujeto presumido y arrogante, un tipo despreciable que ni siquiera pagó nuestros gastos. Y ahora las juega al sabio, mintiendo descaradamente, como si no fuera él quien ideó toda esta locura. Lo vi en las noticias.

—¡Tenemos que poner fin a la práctica de enviar a principiantes y aficionados! —dijo. Después sonrió orgulloso a la cámara, como si él no hubiera sido quien inventó todo eso. Los que estaban a su alrededor, por supuesto, aplaudían sonrientes. ¡Pero si hubieran visto al magnate de la moda tres días antes! Se volvió loco, como... ni siquiera sé cómo describirlo. Golpeaba la mesa con el puño, lanzaba los vasos de cristal contra la esquina, y nos amenazaba con revocar nuestras licencias. La verdad es que yo ni siquiera quería tomar ese trabajo, Olsen me lo impuso.

—¡Necesitamos el dinero! ¡Necesitamos el dinero! ¡Necesitamos el dinero! —Eso es todo lo que escuché durante días. ¡Y sí! Es ridículo que gasten miles de millones en un estúpido concurso de belleza, pero cuando se trata de reunir dinero para una expedición científica, uno ya está envejeciendo. Teníamos dos horas. Exactamente una hora, cincuenta y ocho minutos y diez segundos. Antes de partir, le dije a Lang que no sería suficiente. Pero él de inmediato citó a sus famosos expertos. Los conozco a los tres. Siempre dicen lo que su cliente quiere escuchar. ¡Expertos! Incluso eligieron mal el lugar de llegada.

Terminamos en un valle rocoso. Rápidamente marqué el lugar, coloqué el transmisor, y nos pusimos en marcha. Nos dijeron que desde allí había un sendero hacia la ciudad. Más tarde se excusaron diciendo que el concepto de sendero era bastante relativo. No había ningún sendero allí, ni siquiera un rastro. Nos arrastramos de roca en roca a gatas. ¡Oh! No hace falta llevar cuerdas. Hay un camino transitable. Cuando finalmente salimos del valle, ya habíamos perdido veinte minutos. Finalmente llegamos a la ciudad... ¿Ciudad? Más bien un pueblo. O ni siquiera un pueblo, más bien apenas un caserío. Al principio pensamos que estábamos en el lugar equivocado. Pero no, ese era la famosa y renombrada Esparta. Los habitantes ni siquiera nos prestaron atención, ni siquiera nos miraron, a pesar de que no nos disfrazamos como de costumbre porque ya no teníamos tiempo. En la puerta del palacio, la guardia parecía estar esperándonos, ya estaban sonriendo desde lejos. Olsen se detuvo frente a ellos, sacó uno de los "jarros de oro" de su bolsa y recitó el discurso que había memorizado de antemano.

—Somos comerciantes de Troya, queremos presentarnos ante el gran rey Menelao porque traemos un regalo para él. —Los guardias se rieron. Uno de ellos, un gigante que tal vez fuera su comandante, respondió en inglés impecable.

—¡Guarden ese montón de chatarra dorada! ¡Y lárguense! ¡Lárguense de aquí, fuera de la puerta, o se arrepentirán! El rey está muerto. Quemamos Troya hace veinte años. Ahora, inventen otra historia.

¡También habíamos errado el momento!

—¿Quizá la reina? —balbuceó Olsen—. ¿Tal vez podríamos hablar con ella?

—La reina está durmiendo. Y está harta de los turistas groseros —respondió el gigante.

Nos miramos entre nosotros. Si no hay otra opción, que sea lo que tenga que ser. Ya nos habíamos preparado para esto en casa: teníamos tapones en la nariz y láminas de película molecular protegiendo nuestros ojos. Saqué de mi bolsillo el aerosol de gas lacrimógeno y les rocié una dosis. Siempre llevo un frasco conmigo. Incluso ahora. Porque en este mundo... Entonces Olsen avanzó, empujando a las criadas. Debo admitir que el diseño del palacio era impecable. No sé de dónde lo sacaron. Seguro que no de esos "expertos" idiotas. ¡Pero la iluminación! Eso no lo habíamos previsto. Todo estaba en penumbras, solo algunas luces titilaban aquí y allá.

—¿Quién se atreve a entrar aquí...? —exclamó Helena cuando irrumpimos en su habitación. Intentó huir, pero la atrapé y, con un movimiento bien ensayado, le tapé la boca con cinta adhesiva. Mientras tanto, Olsen le sujetó las manos, le puso una cuerda de autoretención, la hizo girar y se la puso sobre su hombro como si hubiera sido una bolsa. Salimos del palacio sin problemas. Estábamos cruzando sobre los guardias que yacían en el suelo cuando sonó la alarma. Solo nos quedaban veintiocho minutos, la cuenta regresiva había comenzado. Corrimos todo lo que pudimos. Mientras tanto, Olsen se había cortado dos veces en el proceso, y fue un milagro que saliera ileso. Yo me torcí el tobillo con una piedra y caí detrás de ellos, saltando a la pata coja. Me estrellé contra el círculo cuando faltaban doce segundos.

Lang dijo que él ya había arreglado todo y, de todos modos, Helena solo quedaría retenida durante tres días. Supongo que uno de esos días lo destinó a los preparativos, al trabajo de los maquilladores y peluqueros. Los otros dos días serían para el concurso. Estaba tan seguro de que la famosa Helena ganaría la final del concurso de Miss Mundo que ni siquiera inscribió a otra concursante. O tal vez solo se quería ahorrar la tarifa de inscripción.

Allí estábamos, tumbados de espaldas, en el círculo de llegada. Los ayudantes, los hombres de Lang, sacaron a Helena de debajo de nosotros y nos dejaron tirados en el suelo, aturdidos. Gemí en vano pidiendo un médico porque tenía el tobillo muy hinchado, pero no me oyeron. O no querían oírme. Pasaron unos veinte minutos antes de que recuperáramos el sentido lo suficiente como para poder ponernos de pie, yo estaba probando mi pie dolorido cuando entró Lang.

—¡Idiotas! —exclamó—. ¿A quién demonios me trajeron? ¡Vengan! ¡Vengan a ver!

Salimos tambaleándonos a la sala de recepción. En una de las sillas había sentada una anciana. Incluso miré a mi alrededor para ver dónde estaba la bella Helena, pero no la vi en ninguna parte, solo los tres "expertos" acechaban en una esquina. ¡Claro! ¡El horario! Me reí de mí mismo. Olsen también se dio cuenta, se cubrió la cara con las manos y se rio, simplemente se rio. Entonces Lang empezó a gritar. Por supuesto, devolvimos a Helena. La devolvimos ese mismo día.


Título original: Szép Heléna elrablása

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.



 

lunes, 29 de abril de 2024

ELEUSIS

Iván Bojtor

 

El tiempo a menudo se compara con una línea recta. Cada línea recta es infinita y cualquier segmento de longitud arbitraria, ya sea de un micrómetro o de diez mil millones de años luz de longitud, puede dividirse en un número infinito de puntos. El tiempo, según esta concepción, es una sucesión de momentos, y cada momento está compuesto por un número infinito de momentos. Si el tiempo es verdaderamente infinito, ¿es posible que se forme de nuevo un universo que sea idéntico en todo a uno que ya existía anteriormente? Es posible, pero la probabilidad es infinitesimal.

 

A principios de febrero de 1940, en una parada del autobús entre Atenas y Corinto, subió una anciana, "delgada y arrugada, pero con grandes ojos vivos". Cuando le pidieron el precio del billete, simplemente se quedó junto al conductor, con los ojos muy abiertos, sin entender. Como no tenía dinero, el revisor la echó en la siguiente parada. Resultó ser la parada de Eleusis. El conductor intentó arrancar el autobús, pero por más que lo intentó una y otra vez, el motor no arrancó. Al final, a uno de los impacientes pasajeros se le ocurrió la idea de salvar la situación: reunir el precio del billete de la anciana. Ella volvió a subir al autobús, recibió su billete y el motor del autobús arrancó. Entonces la anciana les dijo:

—Deberíais haberlo hecho antes, pero sois egoístas, y ya que estoy entre vosotros, os diré algo más: sufriréis por la forma en que vivís, ni siquiera tendréis hierba ni agua.

Antes de terminar su amenaza, la anciana se convirtió en niebla y desapareció del vehículo. Nadie la vio bajar. Los pasajeros se miraron unos a otros, examinaron el talonario de billetes para asegurarse de que realmente habían dado uno.

(La Hestia, 7 de febrero de 1940) 

Los agricultores locales en Eleusis, hasta principios del siglo XIX, cubrían con flores la estatua de Santa Demetra una vez al año, porque creían que ella aseguraba la fertilidad de sus tierras. (Esta serie de rituales se interrumpió en 1820, cuando E. D. Clarke se llevó la estatua a Inglaterra.) ¿Quién era Santa Demetra? Nadie más en el mundo la conocía excepto en Eleusis; ni siquiera está canonizada. F. Lenormant, un arqueólogo, escuchó la historia de Santa Demetra de un sacerdote: era una anciana de Atenas a quien le sucedió una gran desgracia cuando un turco secuestró a su hija. La buscó durante años, recorrió el mundo hasta que descubrió dónde la llevaban. Un héroe pallikar[1] corrió en su ayuda y liberó a su hija de la prisión.

(Mircea Eliade: Historia de las creencias y las ideas religiosas)

Hades secuestró a la hija de Deméter, a espaldas de su madre, Zeus se la entregó. Perséfone gritó. Los picos de las montañas y las profundidades del mar resonaron con el sonido de su voz inmortal. Su madre, Deméter, escuchó. Un agudo dolor agarró su corazón, arrancó su cabeza, arrojó su manto y voló como un pájaro sobre las aguas y la tierra, buscando a su hija. Inútilmente la buscó. Cuando supo que Hades había secuestrado a su hija, y con el permiso de Zeus, abandonó el Olimpo y descendió a la tierra de los mortales. Desfiguró su forma; nadie la reconoció, ni hombre ni mujer. Se parecía a una anciana que nunca más podría dar a luz ni recibir los regalos de la diosa del amor. En Eleusis se convirtió en la nodriza del hijo más joven del rey. La reina le dio la bienvenida con estas palabras:

—En tus ojos se ve la nobleza y la dignidad.

Más tarde, se construyó un santuario para sí misma. Se retiró allí, y en ese mismo lugar lamentó a su hija. Amenazó a los hombres y a los dioses con una terrible hambruna para recuperar a su hija. Envió un año terrible a la tierra. Ninguna semilla germinó. Habría destruido a la humanidad, y los dioses ya no habrían sido venerados ni sacrificados más... (Károly Kerényi: Mitología griega)

Eudemos escribió sobre los seguidores de Pitágoras: afirmaban que todo lo que ha sucedido volverá a suceder exactamente de la misma manera; me estarán escuchando de nuevo, estaré diciendo estas mismas palabras de nuevo, y mi mano estará jugando con la misma vara, al igual que todo lo demás se repetirá. Esta enseñanza dice que no hay eventos únicos; nada sucede solo una vez (como ejemplo, algo citado con frecuencia: el juicio a Sócrates; tampoco eso ha sucedido solo una vez). El evento que está ocurriendo ahora ya ha ocurrido y volverá a ocurrir, una y otra vez. En el tiempo considerado infinito, estas historias casi idénticas parecen repetirse a intervalos tan cortos que desafían los límites del cálculo de probabilidad. No puedo afirmar que las tres historias de Eleusis se ajusten a lo descrito por Eudemos. Tampoco puedo afirmar con certeza que el culto a Santa Demetra no sea la continuación del culto de la antigua diosa, ni que Santa Demetra haya sido sacada del autobús en la parada de Eleusis. Sin embargo, me asalta una sensación extraña y aterradora que quizás no me atreva a describir.

Nuestra teoría del tiempo infinito está muriendo.

 

Título original: Eleusziszi kollázs

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman

 

Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.

[1] Noble guerrero del Medioevo griego.

domingo, 21 de abril de 2024

LOS DOS ODIN

 Iván Bojtor

 

Maravilloso y despiadado, caprichoso y cruel, escribió Johannes Brøndsted sobre Odín, el dios principal de los pueblos germánicos del norte.

Los otros adjetivos del historiador danés tampoco son halagadores: temible, demoníaco y sádico. Según la tradición, en su afán por obtener toda la sabiduría y aprender todos los secretos, no rehuyó el engaño, la apostasía y la infidelidad. Es cierto que tan duro como era con los demás, lo era consigo mismo. Sacrificó un ojo por conocimiento, e incluso se colgó de un árbol.

Los vikingos contaban que cazaba de noche en los bosques y montañas con su séquito. En los campos de batalla, aparecía como una figura alta y tuerta, con un sombrero de ala ancha y una larga capa.

Era un dios aristocrático y peligroso; un dios de reyes, caciques y hechiceros.

Y sin embargo...

Hace unos años, mi pequeña hija llamó Odín a un gatito negro de pocos días. ¿Por qué llamar Odín a un lindo gatito?  Sigo sin entenderlo. Busqué en las listas de nombres de gatos de Internet, pero no encontré este nombre en ninguna de ellas.

Puede que ni siquiera merezca la pena mencionar este caso, pero estaba hojeando un libro y me encontré con unas líneas sorprendentes.

Jorge Luis Borges, en su poema “Esquinas”, escribió la siguiente frase:

“Tal vez sea junto al edificio donde María Kodama y yo llevamos una vez en una cesta de mimbre a un pequeño gato abisinio que se llamaba Odín”.

¿Qué posibilidades hay de que un gato en Buenos Aires (Argentina) y otro en Veszprém (Hungría), al otro lado del globo, se llamen Odín? Sospecho que, si se pudiera calcular, el resultado sería un número increíblemente pequeño, ininteligible en la vida cotidiana.

Bueno, ¡incluso si se tiene en cuenta el hecho de que conozco a dos gatos que se llaman Odín!

Por supuesto, esto es sólo una coincidencia. Pero, creo, a Borges le habría gustado esta historia, porque, en su concepción, todos los gatos del mundo, el que sirvió para modelar la estatua de la diosa egipcia Bast hace cinco mil años, o Muezza, el gato favorito del profeta Mahoma, o nuestra vecina Cirmosa, o los dos Odines, son todos el mismo gato.

Creo recordar que Schopenhauer escribió algo parecido sobre un gato que jugaba en su jardín. Por desgracia, no puedo citarlo exactamente. Dijo algo así como que sería una locura creer que el gato visto aquel día era, en todo y en toda verdad, distinto del que había estado jugando en el mismo lugar trescientos años antes.

Mucha gente piensa así. Esta opinión se ve quizá reforzada por el hecho de que dos de ellos, a muchos miles de kilómetros de distancia, por alguna razón inexplicable, recibieron el nombre del mismo dios misterioso perdido en las brumas del pasado.


Título original: A két Odin

Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman


Iván Bojtor nació en Szombathely, Hungría, en 1954; actualmente vive en Veszprém. Sus primeros artículos se publicaron en la antigua revista Ország-Világ. Fue el fundador del club de SF Kvark de Veszprém, que publicó su propio fanzine llamado PreVega, y después Kvark. Algunos de sus escritos se han incluido en GFK 300GFK 400 y en la antología Durchjáró 20. Sus relatos cortos se han publicado en la revista Castle Ucca Workshop, en el fanzine Black Aether, y sus artículos sobre los misterios de la historia han aparecido en la revista Incredible.


LA CIUDAD Y SUS ESTACIONES

Franco Ricciardiello   Por ejemplo, en invierno a las cinco de la tarde ya es de noche, la cálida luz de los escaparates guía el paseo por...