Maritza Macías Mosquera
Desde
tiempos inmemoriales, la promesa religiosa de vida eterna se fue diseminando
por la Tierra. Para ello se utilizó el lenguaje hablado primero, a través de la
palabra, y escrito después, por medio de los símbolos, a los que se les dio
sonido y forma y que las distintas culturas crearon para comunicarse. Las
letras en occidente y la escritura cuneiforme en oriente. En la actualidad se
usan mayoritariamente letras y el idioma inglés para una comunicación global. Existen
también, libros o escrituras para propagar la fe en un ser superior que es
distinto, de alguna forma en las diferentes culturas, pero muy similar en su
esencia: así podemos encontrar que los cristianos adoran a Dios y a su hijo, Jesús;
los judíos a Jehová; los musulmanes lo llaman Alá y reconocen en Mahoma a su profeta.
En las culturas asiáticas el Dalai Lama se erige en intérprete de las
enseñanzas de Buda. La fe cristiana, nacida con la llegada de Cristo, el
momento exacto en el que el mesías hizo su aparición, pretende que la historia se
inicie en ese punto, como si el pasado no hubiera existido; es el año cero. Han
transcurrido dos mil cuarenta y cinco años desde entonces, desde que fue
crucificado. Se les ha prometido a los fieles que regresará a la Tierra a
salvar a las personas buenas y que vivirán para siempre; el resto, por
supuesto, arderá en la pira eterna del infierno.
Los
padres de Axel, profundamente cristianos y devotos de la virgen María, de su
hijo y de su padre, creían ciegamente en esa promesa. Ejemplo de rectitud en su
comunidad, no faltaron jamás a la iglesia. Cada domingo se les veía muy amables
y felices en la misa de la mañana, al principio solos y luego con cada uno de
los hijos que le fueron llegando por obra, gracia y bendición del señor.
Pero
una terrible circunstancia los estaba obligando a replantear su fe. Axel, el
más pequeño de los hijos del matrimonio Stuart, estaba en coma inducido hacía
exactamente siete días, luego de siete meses de tratamientos infructuosos. Sí,
era el día séptimo desde que el tumor en su cerebro parecía haber vencido a
todas las oraciones, todas las promesas a la virgen y a todas las cadenas de
oración que se habían creado, con la única solicitud de salvar su vida.
Conocidos, amistades y familiares, de distintas religiones se unieron para pedir
por su recuperación, pero esa fuerza y esperanza que da la fe, no parecía
alcanzar para salvar a Axel.
No
obstante, había una salida, aunque no era… espiritual. Los avances científicos
y tecnológicos del dos mil cuarenta y cinco, permitieron desarrollar un mapa completo
del cerebro, con las mismas funciones de un cerebro humano, una mente externa que
podía ser programada para continuar el desarrollo normal de cualquier persona.
Solo que, en este caso, a diferencia de los demás humanos, Axel no tendría
cuerpo, pero no moriría jamás.
He
ahí la disyuntiva, porque el cerebro externo no era creación de Dios, era
creación humana. ¿Qué diría Dios de nosotros, argumentaba la familia, si permitimos
que la personalidad de Axel fuese implantada en un cerebro artificial? ¿Lo
autorizaría Su Santidad, el papa? ¿La iglesia accedería siquiera a estudiar el
caso con la premura que necesitaban los que estaban listos para realizar el
procedimiento? ¿Estaban ellos en condiciones de optar por ese tipo de maniobra
sin vulnerar su fe en Dios? ¿No se vería aquello, acaso, como un apartamiento, una
forma de poner en duda la omnipotencia divina? Y lo más importante: ¿Axel
seguiría siendo Axel cuando todo él habitara en su cerebro artificial?
Llevaban
siete largos días discutiendo el tema entre los padres y la familia más
cercana. Las posturas eran disímiles, y aunque todos eran muy activos en la
iglesia no pensaban del mismo modo. Por un lado estaba la fe; por otro, el
deseo de que Axel no dejara de existir en el plano terrenal a una edad tan
temprana. El tiempo se agotaba y no habían decidido nada. Habían perdido un
tiempo maravilloso. Hasta que Anne, la hija mayor, la más alejada de la iglesia,
la díscola de la familia, quien no se había querido casar nunca, que decidió no
tener hijos y que disfrutaba de la vida sin más responsabilidades que las de su
trabajo, les lanzó un discurso con la más absoluta calma y convencimiento.
—¿Qué
podría objetar el Creador? —argumentó Anne, astuta como pocas—. En las Escrituras
leemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y bueno, hemos ido
evolucionando, desarrollándonos como especie y creando mejores formas de vida
para prolongarla; la medicina y la tecnología han evolucionado sin cesar, y en
ese afán lograron crear órganos artificiales para que nadie se muera esperando
un trasplante, para lo cual es necesario que otro ser humano muera. Llevamos muchos
años probando y trasplantando con éxito a personas de todas la edades. ¿Por qué
no permitirnos dar el paso siguiente? Yo creo firmemente –y fue enfática en
este punto– que Dios solo está cumpliendo con su promesa. ¿A imagen y
semejanza? Pues sí, cada día que pasa somos un poco más parecidos a Él. —Pero
su discurso no se detuvo en ese punto, y conservando la misma calma, prosiguió—.
Si Axel muere, algo de nosotros morirá con él, lo sabemos, porque es parte
nuestra, porque es nuestro Axel. Dios no quiere que nos enfermemos, lleva más
de dos mil años mostrándonos el camino para mejorar nuestras vidas y ha ido cumpliendo
todo. Observemos la historia, la precariedad del mundo en el que nació Jesús y
miren ahora, todo el avance, que a pesar de haber sido lento, en cada siglo hemos
dado un paso más adelante. Les pregunto: ¿por qué no creer en la inteligencia,
el esfuerzo, la dedicación y el estudio de tantos seres humanos, guiados por la
mano de Dios para evitar que se pierdan vidas? Creo que Él ha cumplido su
palabra y no hemos querido creerle, como hicimos hace dos mil cuarenta y cinco
años atrás.
Recorrió
a todos con una rápida mirada, tomó su abrigo, su mochila y, haciendo un gesto
de despedida, se marchó. Nunca había tenido el coraje de reconocer su ateísmo,
sabía que eso significaría el repudio unánime de la familia, amaba a Axel,
desde antes de que naciera, Dejó de estudiar durante todo ese año para
acompañar a su madre durante el embarazo.
Diez
años atrás había decidido convertirse en una mujer estudiosa y aplicar su inteligencia
a la búsqueda del conocimiento. Ahora era una científica de renombre, recibida en
la universidad con notas sobresalientes y era invitada a cuanto foro o simposio
hubiera en cualquier parte del mundo, pero no sabía si su voz sería escuchada
en su familia.
Salió
de la casa, prendió un cigarrillo y caminó lentamente. Le temblaban las
piernas.
Maritza Macías Mosquera nació en Chile en 1959. Realizó sus estudios universitarios en la Universidad de Concepción, egresando como Profesora de Educación General Básica en el año 1984. Ha incursionado en la escritura en varios géneros como el epistolar, la lírica, la novela, el cuento y microcuentos y, en la actualidad en el ensayo; ha publicado algunos de sus escritos individualmente y participando con otras y otros escritores, en blogs y en Facebook. Trabajó en escuelas de alta vulnerabilidad, lo que la llevó a mejorar sus competencias, obteniendo el grado de diplomada en gestión de Liderazgo Educativo y en Pedagogía Teatral, y luego dos post títulos, como Orientadora Educacional y Como Jefe de Unidad Técnica Pedagógica. Para terminar, obtuvo el Grado de Magíster en Gestión Educativa, en la Universidad del Mar.



