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miércoles, 29 de enero de 2025

EL PUESTO

 

Suray Annys

 


—Ya basta con tus risitas… aún no hemos terminado.

—Pero sabes que es tu último juego.

—Lo sé, aunque todavía puedo ganarte.

—No, ya no puedes ganar.

—¡Te gane muchas veces antes!

—En todas ellas te dejé ganar…

—¡Mientes!

—No tengo necesidad.

—Lo haces por gusto.

—Bueno, eso es cierto.

— Tal vez sea yo quien hoy te deje ganar.

—¿Por qué lo harías?

—Quizá porque ya no tengo nada que perder.

—Jajaja, ya sabía yo que tenías en muy poca estima tu vida…

—¡Patrañas! Mi vida es lo único que aún poseo y que me importa pero…

—¿Pero?

—Pero ya no me gusta este juego.

—No puedes escaparte. Cuando accediste a este cuerpo sabías que llegado su tiempo deberías dejarlo… o más bien que él te dejaría.

—Sí. Y aun así me niego a abandonarlo.

—De nada te servirá negarte, ya perdiste tus piezas clave. Es cuestión de un par de jugadas más y te daré jaque mate.

—Ve a decirle a tu jefe que su segadora necesita reemplazo.

—¿A qué te refieres, mortal, grotesca e inconsciente?

—¿No lo sabes todo de tus miserables víctimas?

— Sé que eres insignificante, intrascendente, mezquina, temeraria e irreverente. Que tu soledad te volvió cruel e indiferente y que nadie recuerda tu nombre o tu rostro.

—Pues en hora buena, hermana querida. He sido jardinera y agricultora. He segado maleza toda mi vida.

Sin agregar más la anciana arrojó sobre la parca el gato famélico que vivía sobre su hombro. Luego se abalanzó ágilmente sobre la guadaña y la esgrimió trazando sobre la muerte un signo infinito en espirales multidireccionales. Con el último movimiento arrasó el tablero y atrapó la túnica negra que aún flotaba en el aire. Se la colocó y abrió los brazos.

—Aquí estoy, reclamo este puesto.

 

 

jueves, 25 de abril de 2024

DUELO

 Suray Annys

 

Las armas y condiciones de cada duelo se establecían entre los implicados durante siete horas después del conflicto. Regla que no todas las veces se cumplía.

Luego de la eclosión mundial la guerra volvió a ser artesanal… cuerpo a cuerpo y con fusiles. No más tanques, buques, aviones ni bombas. Los duelos se volvieron el modo elemental de dirimir cualquier conflicto. No más juzgados ni cárceles. El control poblacional se había reducido a no caer en duelos que estaban liberados y se podían aplicar desde una rencilla entre hermanos, hasta afrentas diplomáticas intercontinentales. Ya no existían países. Los continentes habían vuelto a ser miríadas de “parajes”. Las guerras solo ocurrían cuando los duelos quedaban empatados, con ambos contrincantes muertos y los sucesores no lograban ponerse de acuerdo. Podían sucederse hasta tres duelos consecutivos por el mismo conflicto. Siempre con las siete horas de intervalo para adecuar momento, equipos y logística. Si en los tres duelos el resultado era empate se debía organizar una batalla para la que se disponían de setenta y siete horas. La guerra estaba rigurosamente pautada. Número de integrantes de cada ejército y equipamientos debían ser igualitarios. Representantes de los parajes vecinos de los litigantes formaban un consejo de guerra que supervisaba el cumplimiento de las exigencias.

Los duelos podían implicar cualquier tipo de lucha siempre y cuando ambos contrincantes coincidieran.

 

Esta vez, en menos de una hora, todas las comarcas vecinas se habían enterado del duelo y sus particularidades.

Había confluido tanta gente como no se recordaba en ningún duelo. Los curiosos se amontonaron en el rosedal machucando los cultivos

El litigio era de lo más común, una herencia no determinada en testamento, sin sucesores sanguíneos. Dos amantes de un muerto reclamaban sus despojos. La vieja casona del lago era una construcción palaciega muy deteriorada.

Una cocinera había llegado al ayuntamiento. Su patrón había muerto y había dos hombres discutiendo en la vieja casa.

Cuando las autoridades llegaron el duelo ya había sido dispuesto. En siete horas exactas en el patio del rosedal uno de ellos moriría y el otro heredaría sobre todo el honor.

El resto fue ver llegar a las gentes equipadas con víveres como quien se dispone a un día de campo.

Llegada la hora los contrincantes en el centro de la multitud aguardaron la señal de inicio. Era la primera vez que el combate constaba de besarse a muerte o hasta pedir clemencia.




Los hombres se trabaron en feroz abrazo. Es imposible describir la animalidad monstruosa del humano cuando el amor se vuelve odio. El público comenzó a entender que aquello se prolongaría más de lo sospechado. Todo tipo de expresiones se contrariaban entre sí y hubo hasta quién organizo apuestas.

Cuando los amantes, ya temblando, apenas podían mantenerse en pie, las caras ardidas e inflamadas, la gente los vio desplomarse. Muertos. Nadie entendió nada. Entre murmullos de asombro o decepción y disputas por las apuestas se fueron dispersando. Solo una anciana ciega y vidente se quedó mirando el sendero del rosedal. Veía claramente como el fantasma del amado se alejaba abrazado a los otros dos fantasmas. Llego a escuchar que les decía.

—No podía elegir ni permitir que me abandonen… si en vida no podíamos estar juntos los tres sería luego. Sí. Yo puse el veneno que bebimos cuando les confesé que los amaba a ambos. Morí antes porque comencé a beber mientras los esperaba.


Suray Annys usa el apellido materno para escribir y publicar. Es profesora de artes, ecologista arboricultora y jardinera y paisajista autodidacta. Escribe, actúa, y dibuja desde los seis años. Es anarquista, no cree en el mercado, las religiones, la civilización iluminada por la ciencia... Por ende, regala y comparte su producción artística burlándose del valor monetario del arte, el lavado de dinero a través del mismo, los egos del derecho de autoría y la arrogancia consumista de hacer arte por el arte o pretender vivir de él. Vivir con arte y poner este al servicio de la comunicación y el conocimiento es su interés. Deja siempre inacabada su obra, transfiriendo al interlocutor/consumidor los interrogantes. Le gusta pasearse como en la vida misma por diversos géneros y materias. Aunque destaca que prefiere las ficciones filosóficas y la literatura fantástica porque la realidad es demasiado absurda y bizarra. No publicó nada en ningún lado, a excepción de revistas autogestivas y redes sociales. Utiliza seudónimos múltiples para diferentes producciones y rara vez colabora en creaciones colectivas. Para acceder a su trabajo el único modo es el azar o el contacto directo.

martes, 9 de abril de 2024

EL TREN

Suray Annys 


El extraño sujeto que encontré en la estación parecía haber olvidado el incidente, pero yo me había asustado mucho.  Éramos los únicos en el andén. Cuando  llegué el hombre se acercó, se paró frente a mi mirándome fijo y serio. Sujeté mi cartera con fuerza. Vestía bien pero sus cabellos y barba estaban largos y desprolijos. No llevaba equipaje ni bolso ni nada en sus manos grandes y fuertes.

—No subas al próximo tren —me dijo.

—¿Por qué? —le espeté.

—Porque no es el que esperas. Es un tren fantasma, viene del pasado y va al futuro.

—Pues según el horario debe pasar mi tren, no el suyo —porfié.

—Como  digas. Yo te avisé —Y se alejo unos cuantos metros.

El tren llegó y subimos en vagones diferentes. No estaba tranquila por eso no me dormí. Había pocos pasajeros. Reparé en sus atuendos extraños y anticuados.  Viajaban solos; no había grupos ni familias. Miré por la ventanilla; el campo cambiaba de colores y pronto hizo frío, después calor, después, frío de nuevo. Afuera llovió, paró. Llovió, paró. Todo estaba enrarecido. No reconocía el trayecto ni el paisaje. No sé cuánto tiempo paso, creo que dormité. Pero no hubo paradas. Mire a una mujer que estaba en el asiento del otro lado del pasillo. Me espante. Era un esqueleto seco dentro de sus vestidos. Me cambié de asiento Pero no vi a nadie más.

¿Dónde habrían bajado los otros?... ¿Pasamos por estaciones y yo dormía? Afuera, los días y las noches se sucedían cada vez más rápido. Hasta las ventanillas parecían parpadear en la vertiginosa alternancia. Me dormí en estado de inquietud. Me despertó la voz del guarda…

—Fin del recorrido.

Al levantarme los huesos me dolieron… me costó mantenerme en pie.  Bajé del tren sintiéndome perdida. Había un cortejo fúnebre en la estación. Me acerque a ellos y juez de paz me dijo

—Aun no la esperábamos. Nos apuramos a venir cuando supimos que abordó este tren.

—No entiendo nada. Se confunden de persona.

Entonces el hombre sacó un pequeño espejo y me lo dio. Me mire y no me reconocí. Era una ligera y frágil anciana.

—Por favor, por aquí —me dijo el juez de paz tendiendo la mano para ayudarme a entrar en el féretro.


Suray Annys usa el apellido materno para escribir y publicar. Es profesora de artes, ecologista arboricultora y jardinera y paisajista autodidacta. Escribe, actúa, y dibuja desde los seis años. Es anarquista, no cree en el mercado, las religiones, la civilización iluminada por la ciencia... Por ende, regala y comparte su producción artística burlándose del valor monetario del arte, el lavado de dinero a través del mismo, los egos del derecho de autoría y la arrogancia consumista de hacer arte por el arte o pretender vivir de él. Vivir con arte y poner este al servicio de la comunicación y el conocimiento es su interés. Deja siempre inacabada su obra, transfiriendo al interlocutor/consumidor los interrogantes. Le gusta pasearse como en la vida misma por diversos géneros y materias. Aunque destaca que prefiere las ficciones filosóficas y la literatura fantástica porque la realidad es demasiado absurda y bizarra. No publicó nada en ningún lado, a excepción de revistas autogestivas y redes sociales. Utiliza seudónimos múltiples para diferentes producciones y rara vez colabora en creaciones colectivas. Para acceder a su trabajo el único modo es el azar o el contacto directo.

EL ENCUENTRO

 Laura Irene Ludueña   La reconoció de inmediato. Mary Shelley estaba sentada sola en el banco de una plaza oscura, como hurgando en sus r...