Suray Annys
—Ya
basta con tus risitas… aún no hemos terminado.
—Pero sabes que es tu último juego.
—Lo sé, aunque todavía puedo ganarte.
—No, ya no puedes ganar.
—¡Te gane muchas veces antes!
—En todas ellas te dejé ganar…
—¡Mientes!
—No tengo necesidad.
—Lo haces por gusto.
—Bueno, eso es cierto.
— Tal vez sea yo quien hoy te deje ganar.
—¿Por qué lo harías?
—Quizá porque ya no tengo nada que perder.
—Jajaja, ya sabía yo que tenías en muy poca estima tu
vida…
—¡Patrañas! Mi vida es lo único que aún poseo y que me
importa pero…
—¿Pero?
—Pero ya no me gusta este juego.
—No puedes escaparte. Cuando accediste a este cuerpo
sabías que llegado su tiempo deberías dejarlo… o más bien que él te dejaría.
—Sí. Y aun así me niego a abandonarlo.
—De nada te servirá negarte, ya perdiste tus piezas
clave. Es cuestión de un par de jugadas más y te daré jaque mate.
—Ve a decirle a tu jefe que su segadora necesita
reemplazo.
—¿A qué te refieres, mortal, grotesca e inconsciente?
—¿No lo sabes todo de tus miserables víctimas?
— Sé que eres insignificante, intrascendente, mezquina,
temeraria e irreverente. Que tu soledad te volvió cruel e indiferente y que
nadie recuerda tu nombre o tu rostro.
—Pues en hora buena, hermana querida. He sido
jardinera y agricultora. He segado maleza toda mi vida.
Sin agregar más la anciana arrojó sobre la parca el
gato famélico que vivía sobre su hombro. Luego se abalanzó ágilmente sobre la
guadaña y la esgrimió trazando sobre la muerte un signo infinito en espirales
multidireccionales. Con el último movimiento arrasó el tablero y atrapó la
túnica negra que aún flotaba en el aire. Se la colocó y abrió los brazos.
—Aquí estoy, reclamo este puesto.
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