João Ventura
Cuando Marte entró
aquella mañana en el Olimpo, con el ceño fruncido, los dioses notaron de
inmediato que no estaba satisfecho. A lo lejos aún podían oírse los ecos de la
tormenta que traía en su estela. Apoyó en el suelo la lanza y el escudo y,
quitándose el casco, lo colocó junto a las armas.
Júpiter, reclinado en su trono,
bostezaba; había estado de juerga hasta altas horas y arrancaba granos de uva
de una bandeja al alcance de su mano izquierda, mientras que con la derecha
llevaba a la boca, de vez en cuando, una copa de hidromiel.
El gran salón tenía el aspecto
habitual, adornado con guirnaldas de rosas; se oía el canto de aves de plumaje
colorido; algunos dioses menores tocaban y bailaban, otros chapoteaban
alegremente en la piscina de agua tibia y perfumada.
Indiferente al ambiente, Marte
avanzó directo hacia el trono, las sandalias marcando un ritmo cadencioso sobre
el mármol blanco, y a su paso las conversaciones se iban apagando mientras los
dioses seguían su trayecto a través del enorme salón.
En presencia de Júpiter, Marte
dijo:
— Necesito hablar contigo, Padre de
los Dioses. En privado…
La reverencia ritual fue casi
imperceptible, pero Júpiter fingió no notarla.
—Vamos al despacho —dijo Júpiter, y
levantándose del trono se dirigió, seguido por Marte, hacia una puerta en la
que podía leerse: “Consejo de Administración del Olimpo: Presidente”.
El murmullo de las conversaciones
en el gran salón volvió poco a poco a la normalidad. Solo Juno se deslizó lenta
y disimuladamente hacia la puerta, para intentar oír algo de lo que ocurría al
otro lado. Al fin y al cabo, las madres siempre se preocupan por los hijos…
—¿De qué se trata? —preguntó
Júpiter, sentándose en un sillón e indicando otro para Marte.
Este permaneció de pie, pero su
postura tenía más de desafío que de respeto.
—Quería hablarte sobre la
distribución de los planetas que hiciste.
El rostro de Júpiter se ensombreció
más.
—Habla —solo dijo.
—Acepto perfectamente que te hayas
quedado con el mayor de todos, con noventa y siete lunas y una mancha roja,
¡hermosa! Que a Saturno, tu padre, le hayas dado el segundo más grande, lleno
de anillos, ¡y con doscientos setenta cuatro satélites! Aunque tuviera la manía
de devorar a sus hijos y tú te salvaras por poco, pero bueno, sabes que yo
siempre he sido muy respetuoso de la familia. Que a tu abuelo Urano le hayas
dado el tercero en tamaño, pasa. Estoy de acuerdo con que le hayas ofrecido a
Venus el más brillante, con las nubes reflejando el Sol, una verdadera joya,
acorde con su belleza. Plutón recibió el planeta más pequeño, que ni siquiera
puede considerarse como tal, pero en fin, siempre bajo tierra ocupándose de los
muertos… ¿para qué quiere un planeta?
Júpiter se removió impaciente en el
sillón, sin entender adónde llevaba el discurso de Marte.
—Ahora bien: que tu hermano
Neptuno, ese viejo gagá, siempre tropezándose con el tridente, enredado con
ninfas y sirenas, con las barbas llenas de algas, se quede con el cuarto en
tamaño, rodeado de dieciséis lunas, ¡eso ya me cuesta tragarlo! Que Mercurio,
ese mensajero tuyo, ese chismoso, ese charlatán, se quede con el planeta más
próximo al Sol, y encima con una órbita con precesión… ¡ya es demasiado! Y a mí
me das un planeta sin agua, con una atmósfera de dióxido de carbono, tormentas
de arena que duran meses, prácticamente sin campo magnético y con dos lunas
ridículas, la mayor de las cuales tiene unos pocos kilómetros de diámetro. ¡Dos
piedras grandes!
Júpiter suspiró, aburrido. Ya no
podía con Marte, siempre planteando problemas. Pero, con la intención de
preservar la paz en el Olimpo, se puso la máscara de Padre de los Dioses,
siempre generoso.
—¿Y qué querrías tú? —preguntó.
Marte creyó entrever un espacio
para la negociación y avanzó.
—Dame el tercero contando desde el
Sol. Solo tiene una luna, es cierto, pero tiene tierra y agua, verde y
amarillo, nubes en abundancia…
Júpiter lo interrumpió.
—¡Ni pensarlo! En ese planeta voy a
colocar unos nuevos seres: los Hombres. Tengo intención de acompañar
personalmente su evolución. ¡Será mi proyecto más importante! Quiero convertir
ese planeta en un Olimpo terrestre.
Marte sintió que había perdido.
Cuando habló, se le notaba la rabia contenida:
—Muy bien. Pero ya que mencionaste
proyectos, voy a contarte uno nuevo que estoy desarrollando. Se llama guerra
psicológica. —El rostro de Júpiter mostró sorpresa y Marte, saboreando el hecho
de haber tomado al Padre de los Dioses desprevenido, continuó—: Cuando pongas a
esos… ¿Hombres?... en la Tierra, voy a meterles en el inconsciente –es algo que
tendrán dentro de la cabeza sin saber que lo tienen y con lo que van a pensar
sin saber que piensan– un miedo, un terror, una sospecha de que en Marte viven
otros seres, aterradores, alienígenas, verdes, unos… aaa… marcianos –el nombre
hasta es bonito, marcianos– que están preparando una invasión de la
Tierra para esclavizarlos, decapitarlos, empalarlos, yo qué sé… Y vivirán
siempre con ese miedo dentro de la cabeza, y cuando miren hacia arriba será
siempre con el temor de un ataque inminente. Adiós, ¡oh Padre de los Dioses!
Juno apenas tuvo tiempo de
apartarse de la puerta cuando esta se abrió de golpe. Marte pasó sin verla,
caminó rápidamente hasta la gran entrada del salón, tomó sus armas y salió del
Olimpo.
Juno entró en el despacho.
—Entonces, Júpiter, ¿qué quería?
Indignado, Júpiter volvió a la sala
del trono; la música ambiental lo calmó, olvidó la conversación con Marte y
comenzó a dedicar su intelecto divino a la magna tarea de decidir qué haría esa
noche (después de que Juno se durmiera…).
¿Cómo podría Orson
Welles saber, milenios más tarde, que todo el pánico causado por un célebre
programa de radio sería, en realidad, la consecuencia lejana de una rabieta del
Dios de la Guerra?
João Ventura es portugués, docente universitario, le gusta leer y escribir, es casado y tiene dos hijos. Como le gustan las palabras, creó en la blogosfera un espacio para ellas, que naturalmente se llama “Das palavras o espaço”, donde va colocando textos con cierta irregularidad. Ha publicado dos colecciones de cuentos: Tudo isto existe y el más reciente, O cidadão sem sombra. Vive en Lisboa.




