João Ventura
Entraron a la agencia de viajes DESTINOS EXÓTICOS impulsados por la curiosidad. Pero después de consultar algunos folletos y hablar con el empleado, quedaron fascinados. Era justo lo que buscaban, un país con una civilización milenaria, todavía relativamente intacto por el turismo de masas de los últimos años. La mujer siempre había querido viajar al Este. Hicieron la reserva, pagaron una seña y regresaron a casa para leer la descripción detallada del viaje y a continuar buscando información en la red.
El día de la salida ha llegado. ¡Un largo vuelo, pero no hay territorios inexplorados junto a la puerta!
Un representante de la agencia local estaba esperando para llevarlos al hotel. Fuera del edificio del aeropuerto, la brillante luz del sol y la abundante vegetación les recordó que estaban bien lejos de casa.
El pequeño hotel era agradable. El hombre paseó una rápida mirada por toda la habitación y lo que vio le encantó. Era cómodo sin ser lujoso.
Por la tarde fueron a dar un paseo tranquilo. Los habitantes que encontraban, en tiendas y cafeterías, lucían sonrientes y atentos. Tenía la sensación de que estaban dispuestos a trabajar por nada, con apenas un dólar de propina quedaban muy agradecidos.
Al día siguiente, por la mañana, realizaron la excursión programada a las ruinas milenarias, que habían sido tragadas por la selva y descubiertas a fines del siglo XIX. El pequeño vehículo todoterreno avanzaba lentamente por el camino de tierra, levantando polvo traído por el viento desde las regiones más secas.
Cuando se encontraron cara a cara con el primero de los templos, la sensación fue de asombro por su tamaño. Miles de toneladas de piedras cuidadosamente encajadas soportaban torres que parecían desafiar la ley de la gravedad. Los rayos oblicuos del sol mostraban, acentuándolo, el bajorrelieve de la piedra, mientras los ojos lo iban descubriendo, friso por friso, figura por figura. Y al mismo tiempo, aquello era una razón para meditar acerca de cómo civilizaciones poderosas, capaces de construir esas maravillas, han desaparecido en la vorágine del tiempo. Tomaron fotos para recordar aquellos magníficos templos más tarde, cuando la memoria se vuelve fugaz.
Se acercó un guía local que, en un inglés bastante aceptable, prometió mostrarles el interior del templo por dos dólares. Les pareció que era una persona muy vieja, pero era ágil tanto al caminar como al subir y bajar escaleras. Le preguntaron dónde había aprendido inglés. La respuesta llegó muy sucintamente: "Americans ... war ...". Aquello fue confuso, sin definir si era la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Indochina. Se rindieron. Lo que sea que fuera, ¡el hombre era viejo!
Habitación tras habitación, recorrieron la planta baja; en cada una las decoraciones de las paredes era más hermosa que en la anterior. El guía explicaba las historias descritas en la piedra e identificaba las figuras mitológicas representadas. Cuando regresaron a la habitación inicial, les preguntó:
—¿Les gustaría ver también la planta inferior? —Sí, lo harían.
En una esquina de la habitación, que había sido ignorada porque estaba en penumbras, había una pequeña puerta que conducía a una escalera descendente. El guía abrió el camino con una linterna y la pareja lo siguió. Después de unas pocas docenas de escalones, las escaleras conducían a una habitación que, en contraste con las de arriba, tenía paredes lisas y varias puertas; el guía fue hacia una de ellas, donde comenzaba un corto corredor, que desembocaba en otra habitación, nuevamente con varias puertas... ¿Que existiría aquí merecedor de observación? Esta ruta laberíntica continuó durante unos minutos. Finalmente el guía se detuvo y se volvió hacia la pareja.
—Lo que he dicho allá arriba sobre la construcción de este templo no es cierto —dijo—. En la fecha de la construcción, los habitantes de la zona eran salvajes, incapaces de realizar trabajos de esta magnitud. Los constructores fuimos nosotros.
—¿Nosotros, quiénes?
—Nosotros, los krolls, visitamos este planeta hace más de mil años. Es parte de la misión de nuestra especie dejar huella allí adónde vamos. Este templo es esa marca. Y uno de nosotros permanece para proteger el templo. Yo soy ese guardia.
La voz del guía sonaba ahora de forma diferente, más grave, como se estuviera hablando desde siglos atrás.
—¿Te dejaron aquí, solo?
—¡Es un honor ser el guardián de la marca! Y no estoy solo. Tengo conmigo a Gr'rl.
—¿Quién es Gr’rl?
—Ustedes tienen perros. Nosotros tenemos a Gr'rl. Pero necesito alimentarlo. A veces con los locales, pero a él no le gustan mucho. Son muy delgados. Otras veces lo alimento con turistas. Le gustan mucho los turistas occidentales, sus cuerpos tienen más azúcar. —Y en este punto el guía sonrió; una sonrisa terrorífica.
El sonido de otro aliento se escuchó en el silencio de la habitación.
La mujer agarró con fuerza el brazo del hombre, quien sintió un escalofrío y giró hacia la puerta, hacia donde empezó a correr arrastrando a la mujer. Pero el Gr'rl fue más rápido y los atrapó de inmediato.
João Ventura empezó a escribir en la adolescencia y algunos de sus trabajos fueron publicados en los suplementos juveniles del Diário de Lisboa y República, de nostálgico recuerdo. Pasó unos años en el extranjero y volvió a escribir, tal vez como reacción al hecho de tener que vivir su vida cotidiana en una lengua extranjera. Pasando por alto el hecho de que participó en algunos concursos (a veces ganó premios, a veces no...), la fase más reciente de su escritura comenzó cuando hace unos años conoció a la “gente de la ciencia ficción”. Son ellos quienes, a través de las webs, blogs y fanzines que publican, los concursos y retos que promueven, le han proporcionado el estímulo para escribir con cierta continuidad. Como le encantan las palabras, ha creado un espacio para ellas en la blogosfera, llamado naturalmente "Das palavras o espaço", donde publica textos con cierta irregularidad.
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