miércoles, 24 de abril de 2024

EL SEÑOR DE LAS LIENDRES

 Armando Azeglio

 

—Leer, leer y leer —me dijo el viejo—. Sin pausa, sin método, sin fatiga. Años y años hasta entrar en una especie de trance que te conecta con la fuente de todo. Con el otro mundo. El mundo donde yace toda escritura, todo arte, todo lo que ha muerto y lo que alguna vez vivió. Pero también todo lo que no ha llegado a ser. La idea era conectarse con el inconsciente colectivo de la humanidad, con el gran escenario, las grandes bambalinas que subyacen detrás de la escenografía. Detrás de los oropeles, los Papá Noel de plástico, las prótesis de silicona, los autos descapotables, las rubias platinadas, las sopas deshidratadas, las computadoras, las latas de cerveza, los condones usados, el papel higiénico… —Y siguió farfullando una ristra demente de sílabas incomprensibles con una voz ajena. Me pareció que su voz me rogaba desde lejos, tras el velo de un cántico o un mosconeo asumiendo una pulsación regular. Era el sonido del pasado, de los manuscritos iluminados, de los recónditos incunables, de las iglesias frías, de los rollos que se entierran para ser descubiertos en siglos, del punto exacto donde la poesía y la profecía se juntan. Fue como si un fino velo que lo cubría todo, absolutamente todo, fuese retirado por la salmodia que entonaba el mendigo. Entonces, todas las palabras aparentemente vacías que me rodeaban, me habían rodeado o me rodearían, en todos los libros leídos a lo largo de mi vida, en las vallas publicitarias, en los diarios de los quioscos, en las latas de conserva, en los envases descartables, en las señales de tráfico… fueron finalmente comprendidas. Cada palabra se coagulaba, se contraía en sí misma apartándose del resto, pero adquiriendo una carga de significado terrible y apremiante, como si cada una fuera una parte fundamental de un único y vastísimo poema que conectaba todas las cosas.

Un resplandor fantasmagórico de color rosado emanó del viejo dándole a su sombra una longitud inverosímil. Sus ojos –ojos inhumanos– eran en ese momento de un frenético color azul.

Pensé que esta historia acababa allí, con la descripción de la alucinación con el mendigo, del “Señor de las liendres” llevándome a casa… pero me equivoqué. Empecé a debatirme en un mar de elocuciones, desligadas unas de otras, pero iluminadas por un sentido autónomo e inescrutable, que se entrelazaban a mi alrededor formando una red de significados. Hilos de significado en diminutos fragmentos de prosa a plasmar en una hoja. Tal como el viejo me había dicho.

Temiendo que si me movía todo podía desaparecer definitivamente, como ocurre con los sueños al llegar la mañana, decidí no pestañar.

Volvió a tener una mirada perdida, anacrónica, casi nostálgica. Como si fuera un viejo veterano de guerra que enumera una y otra vez los nombres de los compañeros caídos en batalla. Apestaba. El pelo tan largo, tan indefinible. Tan lleno de pijos en cada brisa.

De la nada apareció una corte de perros sarnosos que parecía dispuesta a escoltarlo donde él fuera. Y él empezó a escalar una gran montaña de basura en esa vasta zona de descargas.

En la cima están esos seres que tanto brillan. Como resplandecientes de autoridad celeste. Tienen alas de seis metros y el verbo les cuelga de las palmas, de las lenguas. Son la señal.

Uno de ellos trae lumbre, el fuego inextinguible de naturaleza divina y el otro, destellos entre las manos, como millones de soles. El viejo tiembla de emoción y cae de rodillas. Los ángeles ríen mientras lo bautizaban… empapado de gloria. El de la lumbre acerca el fuego. Arde el “Señor de las liendres” en una tarde de junio. El humo marrón sube al cielo.

Y es aceptado. 

Armando Azeglio nació en San Juan, Argentina en 1964. Es Licenciado en Administración de Empresas y máster en  Planificación Pública del  Turismo. Profesor titular de las materias Investigación de Mercados  en la Universidad de Quilmes (UNQ), Planificación de Espacios Turísticos y Marketing  de Servicios Turísticos (UADE). Ha trabajado como capacitador de la AHT (Asociación Argentina de Hoteles de Turismo) y como gestor de contenidos para Webs de varias administraciones polìticas. Columnista del Nuevo Diario de San Juan desde 2001. Ha escrito numerosas poesías y cuentos cortos. Tiene un blog http//elojociegoblogspot.com donde cuelga sus artículos. Se declara lector omnívoro, fumador de pipa y admirador de Roberto Bolaño. 

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