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sábado, 6 de diciembre de 2025

EL ESPECIALISTA

Csaba Béla Varga

 

En el lugar adecuado, en el momento adecuado. Ese es el secreto del éxito.

Pero este no es el lugar adecuado, ¡y el tiempo parece haberse congelado! Un planeta cuyo nombre ya nadie recuerda, en el borde de la Zona Prohibida.

¡El infierno!

Con el aumento del poder de los ataques zarg, fue inevitable que el Imperio renunciara a uno de sus tabúes centenarios y se decidiera a enfrentar, también en la superficie de los mundos conquistados, a los invasores llegados desde más allá de la galaxia.

Millones de soldados fueron entrenados para la operación, decenas de miles de transportes del tamaño de ciudades fueron equipados, miles de planetas y asteroides fueron escenario de los ataques. Los mundos ardieron.

Hasta ahora, no habían logrado vencer en ninguna parte. Quien descendía a la superficie, allí se quedaba. No había sobrevivientes.

Y aquí tampoco los habrá.

El sargento Trakdrak, suboficial superior del 172.º escuadrón xeno de la Guardia de la Muerte, presionó entre los dientes un grito mientras exprimía un puñado de metal líquido desde un esbelto cilindro de uranio sobre el agujero humeante y de bordes carbonizados de su pechera.

—Debió de ser algún tipo de láser —murmuró Drex Trakorax, el soldado más fuerte del escuadrón. “Trako” estaba en el borde del cráter y escudriñaba las ruinas con el buscador de su láser de asalto.

—¿Qué demonios hacemos aquí? —gemía un soldado moribundo a sus espaldas—. Los cabezones nos están aplastando… Nadie sabrá dónde está nuestra tumba. Sin gloria…

La herida en el pecho de Trakdrak se cerró. El sargento se incorporó con cuidado y echó un vistazo rápido al telescopio portátil. Se estremeció al ver la lectura del termómetro. Si antes de la misión no les hubieran bombeado litros de agentes metamorfogénicos, los xenos habrían ardido hacía rato bajo la atmósfera infernal del planeta.

—980 grados xare, o sea, menos 5 Celsius. ¡Esto sitio es más caliente que el infierno, incluso sin el enemigo!

Allá arriba, en la órbita del planeta, también rugía la batalla. Los pilotos del gobernador corrupto y cobarde –mal equipados y peor entrenados– intentaban enfrentar a las naves robóticas zarg. Si la Guardia de la Muerte no hubiera llegado, los habitantes locales estarían muertos desde hacía mucho.

El escuadrón llevaba un día resistiendo en la superficie, entre las ruinas de lo que alguna vez fue una gran ciudad insectoide, bajo la Cúpula del Gran Silencio y el Gran Cegamiento. Los atacantes usaron este campo de fuerza dual para envolver los cuerpos celestes que pretendían no solo ocupar, sino mantener a largo plazo. ¿Por qué este planeta en particular? Nadie lo sabía.

El Gran Cegamiento generaba oscuridad absoluta, donde ni los aumentos visuales artificiales ni los radares oculares servían. No era un escudo en forma de cúpula, sino una especie de esfera compacta de fuerza. Las naves imperiales que llegaban por encima del planeta “cegado” no podían ver a través de la capa protectora. Era posible desgarrarla, sí, pero solo disparando con los cañones espinales de potencia gigantesca. El problema era que tras el impacto del rayo… ya no quedaba nada que observar.

Las fuerzas imperiales acababan de descubrir la existencia del Gran Silencio. Abajo, en la superficie, resultó que no había posibilidad de comunicación acústica. Los soldados de asalto quedaron impactados por el silencio absoluto. Su conexión con las unidades que luchaban en órbita se perdió por completo.

Afortunadamente, pronto se descubrió que el Gran Silencio podía romperse con relativa facilidad. El aullido de las turbinas de los transportes, las granadas, los torpedos volcánicos, el aire desintegrándose en sus moléculas por plasma ardiente… todo ello agrietó el escudo zarg. De un instante al otro, los soldados volvieron a oír el estruendo habitual de los campos de batalla.

Se sintieron un poco mejor.

Y la visión regresó por casualidad. Un misil disparado con un destello cegador impactó en algo que hirió gravemente a los zarg. La explosión iluminó suavemente el entorno del escuadrón de Trakdrak. Con algo de luz, podían al menos intentar combatir a las fuerzas de superficie del enemigo.

Ola tras ola llegó el ataque. Los infantes zarg emergían de sus refugios subterráneos con una determinación inquebrantable. Su armadura repelía la mayoría de los disparos, y en combate cercano solo eran ligeramente inferiores a los xenos de élite.

Dieciocho horas. Un día local completo. Eso fue todo lo que necesitó el escuadrón de Trakdrak para perder el noventa por ciento de sus fuerzas. Había cadáveres xeno mutilados por todas partes. Cierto, al menos habían caído luchando, a diferencia de los desafortunados que no pudieron con la oscuridad. Fueron fácilmente rematados por el bullicioso ejército enemigo.

—¿Qué demonios hacemos aquí? ¿Por qué dejamos que nos masacren por un mundo ajeno? ¿Por qué no hay cerebritos o tiburones estelares aquí con nosotros? —Trakdrak se odiaba por siquiera formular esas preguntas. Un xeno no duda. Un xeno lucha.

Pero aun así, quería respuestas.

Frente al cráter que les servía de base –originado por una gigantesca bomba Cornelius Maximus lanzada por un caza interplanetario en desintegración– se alzaba la gran máquina zarg. De sus heridas aún emanaba un brillo verde allí donde la “afortunada” explosión la había alcanzado. Trakdrak la observó con un viejo visor óptico. No se atrevía a usar equipos electrónicos: los zarg detectaban instantáneamente la señal y disparaban al punto. Así habían perdido a todos los oficiales en la primera hora.

Si aquello era un generador del Gran Cegamiento –y todo indicaba que sí– capturarlo podría proporcionar información invaluable a quienes luchaban por la libertad de la galaxia. Podría cambiar por completo la guerra en superficie.

El tesoro estaba allí, a un salto. Pero era imposible acercarse. Quien salía de entre los escombros irradiados, moría. Quien se quedaba, era rematado por los zarg. Se oyó un estruendo lejano, pero cada vez más fuerte. Nunca habían oído algo así.

—¡Viene algo grande! —gritó Trako—. Directo hacia nosotros. ¡Y vienen los gusanos también!

Apretó el láser de asalto y abrió fuego. Los demás hicieron lo mismo. El ataque fue breve pero feroz. Una vez más lograron repelerlos… pero los zarg avanzaron unos metros más. Y en el horizonte ya no se alzaba un solo gigante, sino dos.

—¡Han enviado un monstruo nuevo! —gritó Trakorax—. ¡Pronto volverá la oscuridad! ¡No!

Miró desesperado a su sargento, luego aferró el láser, saltó al descubierto y corrió hacia el enemigo disparando. Los rayos golpearon la torre… sin efecto alguno. La superficie negra absorbía la energía.

Un frío destello verde recorrió los rayos y alcanzó el arma. El láser explotó. Y con él, Trakorax.

—¡Necesitamos refuerzos! —rugió Trakdrak por radio—. ¡Si no, la oscuridad volverá!

Un crujido fue la única respuesta. Luego apareció un punto rojo en su pantalla: un mensaje comprimido. ¡Había recibido un mensaje condensado en un micropunto! Un mensaje estrictamente secreto.

Activó el decodificador. El escudo imperial parpadeó y apareció el rostro de un oficial cerebrito herido.

—Sargento, gracias por su resistencia. El descubrimiento que han hecho… es muy importante. Quizá decisivo. Hay que destruir los generadores del Gran Cegamiento. No tenemos tropas.

—¿No tienen tropas? ¿Entonces cómo…?

—Hay alguien aquí —continuó el cerebrito—. Un Especialista. Se lo enviaré. Ayúdenlo a completar la misión.

Trakdrak frunció el ceño. Justo lo que necesitaba. No es que los Especialistas –la Nueva Guardia Imperial– no tuvieran fama. Miles de leyendas circulaban sobre ellos. El sargento nunca había visto uno en acción y no creía en poderes mágicos… pero estaba dispuesto a dejar de lado sus prejuicios. Si aquel alguien podía tener éxito donde ellos no… merecía apoyo.

Desde el cuartel general llegaba un vehículo pequeño y rapidísimo. Usaba los restos como cobertura, serpenteaba entre naves destruidas, y se acercaba veloz al frente xeno.

Los zarg lo detectaron de inmediato. El resplandor verde volvió a encenderse, el aire vibró. El vehículo pareció arrugarse. Las puertas saltaron y dos figuras cayeron al exterior. Una, un xeno envuelto en llamas, cayó al suelo gritando. El vehículo se estrelló contra un muro carbonizado. La explosión cegó a Trakdrak.

La otra figura desapareció entre el humo.

—Si eso era la ayuda, volvemos a estar solos —gruñó Trakdrak—. Prepárense. Intentaremos derribar al nuevo monstruo. Aunque muramos todos.

—No hará falta, sargento —dijo una voz suave a su espalda.

Cuatro láseres apuntaron al recién llegado.

—¡Un humano! —exclamaron los xenos—. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Dónde está tu armadura, humano? ¿Te perdiste?

—¿No serás tú el Especialista? —preguntó Trakdrak con suspicacia.

—¿Esperabas a un héroe de tu especie? —respondió el humano. Tenía acento, hablaba demasiado suave, pero en perfecto xeno. No llevaba armadura ni traje protector. Se agachó en el borde del cráter y estudió la gran máquina.

—Ponte algo. ¡Te va a arder la sangre! No tenemos equipamiento para humanos.

El Especialista ignoró la advertencia. Observaba, fascinado.

—Podemos atraparla —dijo de pronto—. Si logro llegar hasta ella la eliminaré.

Los xenos lo miraron con incredulidad. Era débil comparado con ellos, pero emanaba una calma helada, una seguridad inquietante.

—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Trakdrak.

—Ustedes los distraen. Yo me acerco por un lado y acabo con ella. Eso es todo.

—¿Y cómo piensas acabar con ella? ¡No tienes armas!

El humano sonrió con amargura. Parecía agotado, roto.

—Quizá yo mismo sea el arma. De los cerebritos se aprenden cosas curiosas. Confía en mí, cabeza de hierro. Si llego allí, esa máquina morirá. Y volverá la luz.

—Como quieras. Habríamos atacado de todos modos.

Trakdrak dio la señal. Los xenos se miraron entre sí y tomaron posiciones. A la orden, los efectivos de flanco saltaron del refugio y corrieron. Uno sobrevivió. Al otro le desapareció el torso. Un francotirador zarg acechaba cerca.

Los xenos avanzaron disparando y gritando su canto de guerra ancestral. El Especialista desapareció.

Lograron avanzar unos metros hasta que el fuego enemigo los aplastó contra el suelo. Quedaban pocos.

En el salón de la gloria del clan Trakdrak tendrían que grabar otra pared entera con nombres.

Mientras tanto, el generador dañado fue reemplazado por el nuevo. Un zumbido creciente llenó el aire. La oscuridad empezaba a espesarse de nuevo.

Trakdrak levantó la cabeza del barro. Entonces lo vio.

El Especialista estaba a pocos metros de la máquina. No buscaba cobertura. Caminaba erguido, con las manos colgando… y brillando tenuemente.

—Magia —pensó—. ¡Entonces las historias eran verdad!

El humano alzó la mano. La luz era visible para todos.

Pero… algo se movió detrás de Trakdrak.

El sargento giró. Un zarg emergía de los escombros. Cuerpo metálico segmentado, ojos enormes, un arma.

¡El francotirador!

Apuntó al Especialista. El humano no lo percibió, o no le importó. Ya trepaba la máquina.

El zarg cambió de arma. Guardó el plasma pesado y sacó un tubo fino y largo.

—¡Está demasiado cerca del generador! —comprendió Trakdrak—. No se atreve a usar el arma grande.

Saltó en pie. El barro explotó bajo su pecho. Se lanzó hacia el zarg. Este giró y disparó. El rayo blanco penetró en el xeno, pero no detuvo su carga. Trakdrak lo agarró y descargó un golpe devastador en su enorme ojo. El zarg cayó… pero sus garfios arrastraron al xeno con él mientras seguía intentando causar daño programado.

Trakdrak se sintió dominado por salvaje furia de su clan. Sabía, en lo profundo, que era un error, pero no podía controlarse. Rugiendo, despedazó el cuerpo del zarg. Cuando le arrancó la cabeza, creyó haber vencido. La alzó como trofeo y lanzó un grito triunfal hacia el Especialista.

Los soldados vitorearon… pero el humano no les prestó atención.

Estaba encima del generador nuevo. La máquina ardía. Grietas incandescentes se abrían, luego explosiones sacudieron la tierra.

Fue entonces cuando Trakdrak oyó un clic suave.

Un lanzador de plasma emergió del zarg decapitado que yacía a sus pies. La criatura metálica disparó a ciegas. El sargento nunca había sentido un dolor tan insoportable.

Cuando Trakdrak recuperó el sentido, rostros desconocidos –xenos e insectoides– se inclinaban sobre él. Había luz.

—Hicimos todo lo posible para… —expresó una voz grave y chirriante.

—Ha despertado —interrumpió alguien—. Sargento Trakdrak, ¿me entiende?

Trakdrak quiso responder pero no pudo. Apenas gimió. Una gota metálica apareció en el rincón de su ojo.

Sintió un toque en el brazo. Supo inmediatamente que era el Especialista. La mano del humano estaba abrasadoramente caliente… pero reconfortaba.

La voz del Especialista resonó en su mente agonizante:

—Salvaste mi vida, xeno. Y salvaste a todos los que participaron en esta operación. Eres un auténtico héroe. Haré que tu nombre llegue al bastión del clan Trakdrak.

“Qué extraño —pensó el sargento—. Ahora habla tan claro. Como un xeno.”

Entonces recordó algo.

—¿Voy a morir? —preguntó interiormente.

—Sí —respondió el Especialista—. Ese es el destino de los héroes. Pero no temas. No estarás solo mucho tiempo. Pronto te seguiré, y entonces podrás contarme tus gestas.

Trakdrak, sargento del 172.º escuadrón xeno de la Guardia de la Muerte, apretó los dientes. Podía oír cómo se desvanecían los murmullos y fragmentos de palabras de los camaradas que lo rodeaban. Los salvó, salvó un planeta entero y quizás la galaxia misma, que merecía un destino mejor. Hizo todo lo que pudo. Su nación, todos los que amó, quienes lo amaron, lo recordarían con orgullo.

El Especialista rezó en silencio a su lado. Trakdrak esperaba que fuera por él.

Su sufrimiento no duró mucho. Se despidió del mundo en silencio y cerró los ojos. El dolor se había ido. Pronto el silencio lo invadió, la paz lo invadió.

Csaba Béla Varga es un escritor húngaro nacido en 1966. Ha publicado ocho novelas y tres libros de no ficción. Vivió cinco años en la India. Publicó su primer relato de ciencia ficción en 1994 en la revista de ciencia ficción húngara Galaktika. En 2022, su relato “Ördögnyelv” recibió el Premio Monolit. Además de relatos de ciencia ficción, ha escrito novelas fantásticas e históricas, así como numerosos artículos para revistas sobre historia militar y Oriente.

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