Mostrando entradas con la etiqueta Mike Jansen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mike Jansen. Mostrar todas las entradas

jueves, 16 de mayo de 2024

JACK EL AFORTUNADO

Mike Jansen

 

—Déjenme contarles sobre "Jack el Afortunado" —dijo el abuelo Hanson. Estaba sentado en su mecedora en el porche, dio un mordisco a su tabaco de mascar y señaló a su pandilla de nietos, eran doce, para que se acercaran y encontraran un lugar. Cuando todos se sentaron, aclaró su garganta, escupió un globo oscuro en la escupidera junto a su silla y contó su historia—. En aquellos días, el Oeste todavía era salvaje. Yo vivía en una cabaña en las montañas, cerca de Gold-digger Pass y a una docena de millas de Salt Mine Gulch y era mala compañía. A los buscadores de oro que querían pasar la noche en mi granero, bañarse o tener una buena comida, les cobraba una parte considerable de su metal ganado con tanto esfuerzo a cambio de mis servicios.

Little John levantó la mano. Apenas tenía cinco años, pero producía frases completas y el abuelo Hanson tuvo que admitir que adoraba al pequeño, aunque amaba a todos sus nietos.

—Habla, Little John.

—Siempre nos dices que seamos honestos y justos. Pero tú mismo no lo eras.

El abuelo Hanson le sonrió a su nieto.

—Así es, no era honesto ni justo. Eso fue después, después de conocer a Jack el Afortunado.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Little John.

—El día que fui sentenciado a morir, después de mi ejecución. —El abuelo Hanson miró los rostros asustados de sus nietos, sabiendo que ahora tenía toda su atención—. Y aquí estoy, hablando con mis nietos. Ni siquiera tenía hijos en esos días.

—¿Pero cómo? —El abuelo Hanson se frotó los ojos.

—El día que llevé el oro que había obtenido al banco de Salt Mine Gulch, conocí a un viejo buscador de oro. Ni siquiera recuerdo su nombre, pero me contó de su veta madre y me convenció de que atesoraba una gran riqueza. No por casualidad nos perdimos, lo que nos obligó a acampar en el desierto. Yo ya había planeado robarle y dejarlo atrás. Al banco no le importaba en absoluto la procedencia de ese oro.

—¿Qué edad tenía el buscador de oro?

—Era un poco más joven que yo ahora. Y no envejeció mucho más. Dejé su cuerpo cerca de los rescoldos de nuestra fogata, para que sirviera de alimento a los animales salvajes. De hecho, cargaba una gran cantidad de oro encima y le arranqué del cuello un trébol de plata de cuatro hojas. No, niños, no era un buen hombre por aquellos días.

—Entonces ¿qué pasó? —intervino William. Tenía dos años más que Little John, pero generalmente era mucho más callado.

—Cometí un error, bebí demasiado, los dólares salían con demasiada facilidad de mis bolsillos y dije cosas que no debería haber dicho a un cierto caballero que resultó ser amigo del viejo buscador de oro. También era el alguacil de Salt Mine Gulch. Me desperté en la cárcel, en lugar de en una cama suave en uno de los burdeles locales. El café insípido y un pedazo de pan duro serían mi última comida, ya que el alguacil también resultó ser el juez.

—¿No colgaban a los ladrones y bandidos en esos días, abuelo? —preguntó Little John con los ojos muy abiertos. El abuelo Hanson suspiró profundamente.

—De hecho. Antes de darme cuenta, estaba sobre un caballo caballo, debajo de un árbol, con una cuerda alrededor del cuello. —Miró a los niños, vio sus bocas abiertas y supo que tenía su atención completa. Sonrió y disfrutó del momento—. El alguacil, su ayudante, el sacerdote y el médico estaban presentes. En un muro bajo, a unas yardas de distancia, un extraño observaba. Estaba vestido con un abrigo púrpura oscuro, pantalones de un verde brillante y un sombrero de copa negro que ocultaba sus ojos. Recuerdo haber pensado: ¿Quién demonios podría ser ese? Y luego, ¡zas! El caballo saltó y bailó, mientras yo permanecía en su lugar. Entonces todo se puso negro. Creo que morí. —El abuelo Hanson se palpó inconscientemente el cuello, bajo el apretado collarín. Carraspeó y respiró hondo, como si respirara por primera vez tras una experiencia aterradora y asfixiante—. No teman, niños, también me desperté, bajo el cielo azul claro de Texas. Y cuando giré un poco la cabeza, miré directamente a los profundos ojos verdes del extraño. Juro que vi risa en sus ojos, como si supiera un gran chiste del que yo no estaba al tanto. Recuerdo sus primeras palabras con las que se dirigió al alguacil: ¿ven?, Dios ha resuelto algo diferente. Después de una deliberación en susurros entre el sacerdote, el médico y el alguacil, me desataron las manos y me quitaron la cuerda del cuello.

—¿Cómo fue, abuelo? —preguntó Little John—. Quiero decir, estar muerto y todo eso. —El abuelo sacudió la cabeza.

—No lo sé, hijo. No recuerdo nada en absoluto. Recuerdo claramente las palabras del extraño, cuando me senté en un banco a la sombra del árbol en presencia del sacerdote. Hablamos un rato sobre la vida y, inevitablemente, sobre la muerte, y ellos me escucharon mientras trataba de entenderlo. Tan pronto como se fue el sacerdote, el extraño sacó el trébol de cuatro hojas de plata y lo sostuvo ante mis ojos. Si te vas —dijo—, que sea solo después de un momento de pura felicidad. Tu predecesor encontró la veta de oro más rica de todo Texas, ese fue su momento. ¿Cuál es el tuyo? Ya veremos. Compórtate, porque nunca se sabe cuando vengo a cobrar. Y siempre le cobro pronto a la mala gente. Y luego se fue, como si acabara de volverse invisible.

—Pero abuelo, ¿quién era ese extraño? —preguntó Little John.

—Ese, hijo mío, ese era "Jack el Afortunado". Hice lo mejor que pude con mi vida; trabajé duro, me casé, tuve hijos y nietos. Miró los rostros de sus nietos—. Creo que puedo llamar a eso una buena vida.

—¿Es real, abuelo, realmente te colgaron?' preguntó Little John. El abuelo Hanson abrió los dos botones superiores de su camisa. Mostró a sus nietos las cicatrices descoloridas de la cuerda que había quemado su carne, luego les mostró la cadena con el trébol de cuatro hojas de plata. Little John levantó la mano y tocó el cuello del abuelo.

—Se siente raro, abuelo. —Era evidente que estaba muy impresionado. El abuelo sonrió. Un escalofrío recorrió su espalda, solo por un momento. Miró a su alrededor, luego deshizo el cierre de la cadena y colocó el trébol de cuatro hojas alrededor del cuello de su nieto menor.

—Vive bien, hijo. Hazlo por el abuelo. —En ese momento, una de sus hijas ingresó al porche.

—Niños, ¡hora de cenar! —Se rió cuando la multitud corrió en tropel, pasando junto a ella hacia la casa. El abuelo Hanson la miró con amor—. ¿Nos acompañarás, papá? —preguntó la hija.

—Empiecen sin mí —dijo y se recostó en su cómoda silla.

 

—Nunca me dijiste quién eres realmente —dijo el abuelo Hanson. El hombre con el abrigo púrpura oscuro, los pantalones de un verde brillante y el sombrero de copa negro que se apoyaba contra la barandilla del porche, levantó la vista; había un destello en sus ojos.

—Jack el Afortunado, por supuesto.

—No, eso no. Dios, demonio, ¿algo más? ¿Tomarás mi alma?

Jack encogió los hombros.

—Solo alguien que no cree en los absolutos que ustedes imponen a sí mismos. Alguien que cree en segundas oportunidades. ¿Cómo más pueden pagarse las deudas? —Sonrió; sus dientes eran perfectamente blancos—. Y tampoco recuerdo que acordáramos un precio.

—Sí, lo hicimos —dijo el abuelo Hanson—. El precio era una vida mejor, hasta un momento de felicidad perfecta.

—Sí. Realmente amas a esos nietos, ¿no es así?

—Cuando los tenía en mis brazos, y vi esas caras felices, sí, lo sentí. Y luego sentí tu presencia, de alguna manera supe que eras tú. Sabía lo que sucedería después.

—Noté que pasaste por mi señal.

—Ah, él es tan pequeño, tiene tanto que aprender. Quién sabe, puede que necesite una segunda oportunidad en algún momento de su vida.

—Tener a alguien como yo cerca debería ser útil entonces, entiendo.

—Gracias, Jack. Hemos hecho un buen recorrido. —El abuelo Hanson le sonrió a su visitante y cerró los ojos. Jack el Afortunado se ubicó junto al cuerpo sin vida y puso la mano en la cabeza del abuelo.

—A veces no se trata de punto de llegada, viejo. En tu caso, se trataba de todo el viaje. Adiós.

 

Little John miraba por la ventana mientras masticaba su pan. Por un momento pensó que vio a alguien a lo lejos, en el camino frente a la casa, alguien con una chaqueta púrpura y pantalones de un verde brillante. Pero su atención pronto fue desviada por la familia a su alrededor.


Mike Jansen escribe y publica relatos de SF/F/H desde 1991. Ganador de los premios King Kong 1992, Fantastels 2012, Literary Prize of Baarn, Godijn F/SF award 2020 y Mossy Statue lifetime award 2021. Organizador del Premio EdgeZero, editor de las antologías "En el pólder" de EdgeZero. Autor de varias novelas y antologías. Su sitio es: http://www.meznir.info.

 

sábado, 27 de abril de 2024

LA SALVACIÓN DEL ALMA


Mike Jansen


 

La cortina de niebla parecía inusualmente definida en el suelo del Bosque de Ámsterdam, como si formara una línea clara entre el mundo que Johan Diependaal conocía y un mundo oculto detrás de una masa blanca y tumultuosa.

Era la misma niebla que había encontrado tantos años atrás en el mismo lugar, pero entonces aún no sabía que era la frontera donde varios mundos casi se tocaban. Johan recordaba bien ese día, aunque hubiera pasado mucho tiempo. Fue el día en que perdió su alma, el día en que comenzó a helarse su corazón.

Algunos pasos fuera del camino que solía seguir lo llevaron a otro mundo, uno sutilmente diferente y que, en términos de desarrollo tecnológico, estaba dos docenas de años atrás. Desde entonces, vagaba por ese mundo, que no era el suyo, sin alma y sin emociones, pero decidido a encontrar el camino de regreso y volver a ser un individuo completo, para poder sentir de nuevo. Los recuerdos se convirtieron en su principal motivación.

Su búsqueda se vio recompensada, años después. Descubrió el tiempo y el lugar en que el fenómeno se repetiría, y dejó sin problemas a las personas que había conocido en ese lugar, sin sentimientos.

El siguiente mundo era claramente diferente a su propia Tierra. El sol era más brillante y blanco, dos lunas cruzaban el cielo. Las personas que encontró hablaban un extraño dialecto neerlandés y Ámsterdam resultó ser solo un pueblo de doscientos habitantes. Johan reflexionó profundamente sobre los mundos.

Libre de emociones, analizó su propia condición, que claramente estaba afectada, y concluyó que la cortina de niebla era un cruce entre muchos mundos, un cruce que lo podría llevar de vuelta a su propio mundo, pero también a muchos otros. Ahora sabía lo que buscaba y cuáles eran los signos. La primera oportunidad se le presentó en una oscura y fría noche sin luna ni estrellas. Como esperaba, la cortina de niebla apareció de la nada y, en ausencia de fuentes de luz externas, se iluminó con un fulgor propio que recordaba a la aurora boreal.

El siguiente mundo era frío. Aterrizó en una capa de nieve de un metro de espesor y un helado y cortante viento atravesó su ropa. Buscó en los alrededores y encontró una granja donde la luz cálida se filtraba por algunas rendijas estrechas de las persianas. El granjero no esperaba visitas, especialmente no de un extraño vestido de manera impropia y que hablaba un idioma desconocido. Pero no podía dejar a un semejante a la intemperie.

Frente al parpadeante fuego, Johan pensó en las influencias que podía idear para su última caminata a través de la niebla. Aunque había prestado mucha atención, no pudo pensar en nada muy especial que hubiera observado o hecho de manera diferente. ¡Pero tenía que haber algo más!

Tres días después partió a través de la próxima banda de niebla y aterrizó en una Tierra abrasada por el sol, donde la vista de Ámsterdam estaba dominada por una inmensa pirámide, similar a las que había visto en programas sobre México en Discovery Channel. Las personas que encontró eran de origen indígena y lo miraron de manera extraña, aunque amistosamente. Su conocimiento era ahora tan vasto que podía prever, hasta el último minuto, la próxima perturbación, la siguiente aparición de la niebla que formaba el cruce, y asegurarse de estar cerca.

Durante años, saltó de un mundo a otro, desde una Tierra desierta hasta una Tierra superpoblada, desde lo primitivo hasta lo avanzado, desde el frío extremo hasta el calor abrasador, y con cada travesía aprendió más, hasta que fue capaz de dirigir sus viajes. Sus saltos descontrolados lo llevaron cada vez más lejos de su mundo original, como finalmente entendió.

Paso a paso siguió el camino de regreso, impulsado por el recuerdo de los sentimientos que alguna vez fluyeron por su cuerpo. Su alma, esa entidad escurridiza que alguna vez habitó en él, siempre fue un enigma, tanto para los creyentes como para los agnósticos, pero ahora Johan sabía lo que antes ignoraba. Y lo quería de vuelta, más que cualquier otra cosa, en cualquier mundo que fuera.

Sus viajes a través de la niebla se volvieron cada vez más específicos. Johan había estado viajando el tiempo suficiente y tomaba cada atajo que encontraba, hasta que llegó a una región que se parecía a la Tierra que alguna vez abandonó sin saber que lo hacía.

El día que volvió a su propio mundo fue el día que recuperó su alma, un glorioso sentimiento y las emociones más profundas. Inhaló profundamente el aire, disfrutó del intenso silencio, del suave susurro del viento entre los bosques salvajes.

Con grandes zancadas caminó por el Bosque de Ámsterdam. Se sorprendió por el deficiente mantenimiento de las calles, casi completamente cubiertas de hierba y parra, con raíces de árboles cruzando el camino.

Las primeras casas a las que se acercó parecían abandonadas y en ruinas. Las calles por las que caminaba estaban rotas y cubiertas de maleza; la naturaleza reclamaba todo lo que alguna vez le fue arrebatado por el hombre. El centro de Ámsterdam era una densa jungla, la Plaza Dam un claro con un bosque de hayas; un antiguo tranvía cubierto de musgo y hiedra se había detenido alguna vez contra el monumento.

Johan no se encontró con nadie. Ni una sola persona, raramente algún animal. Había suficientes nueces, semillas y plantas para comer, pero su Tierra llevaba muchos años despoblada, las personas con las que tenía un vínculo habían desaparecido. Sabía que su búsqueda había durado muchos años, pero no podía imaginarse que se había ido tanto tiempo como para que su hogar estuviera ahora vacío. Pero dondequiera que buscara, en Ámsterdam y en las otras ciudades de la Randstad, no quedaba nadie.

Junto a una reconfortante fogata, Johan finalmente comprendió lo que significaba para él. Podía quedarse, completamente solo, pero con sus sentimientos y emociones intactos, o podía viajar a otro mundo. Pero entonces tendría que dejar su alma y emociones aquí, experimentar de nuevo esa otra soledad. Miró fijamente el fuego y sopesó la decisión hasta que las últimas brasas ardientes se deshicieron en cenizas.


Título original: Zieleheil

Traducción del neerlandés: Sergio Gaut vel Hartman

 

 

Mike Jansen escribe y publica relatos de SF/F/H desde 1991. Ganador de los premios King Kong 1992, Fantastels 2012, Literary Prize of Baarn, Godijn F/SF award 2020 y Mossy Statue lifetime award 2021. Organizador del Premio EdgeZero, editor de las antologías "En el pólder" de EdgeZero. Autor de varias novelas y antologías. Su sitio es: http://www.meznir.info.

domingo, 21 de abril de 2024

LOS CUENTOS QUE CUENTAN LOS ESPEJOS

 Mike Jansen


Al principio solo era el espejo de su dormitorio. Algunas noches se despertaba con el sonido de suaves susurros. Era como si alguien intentara hablarle en el límite de su capacidad auditiva. Sin embargo, los suaves murmullos volvían a adormecerle.

Un día, su mujer le sorprendió dándole un golpecito en el hombro. Él parecía no darse cuenta de lo que lo rodeaba, como si el cuento del espejo lo hubiera atraído.

—No es sano, cariño —le dijo—. Deberías ir al médico.

—No lo sé —dijo él—. ¿Y si me dice que me estoy volviendo loco?

Ella sonrió.

—Hay una pastilla para eso. Ve a verlo.

 

Por el camino disfrutó de los sonidos de la ciudad, de los coches circulando, del viento entre los árboles. Hasta que miró un escaparate. Pequeñas cosas se movían en los reflejos. Miró a su alrededor y no vio nada. Sin embargo, en las imágenes reflejadas seguían allí. Y volvieron los susurros, tan fuertes que casi podía distinguir las palabras.

Sacudió la cabeza y reanudó el camino hacia la consulta del médico, en el centro de la ciudad, agachando la cabeza para no volver a quedar atrapado por los espejos perdidos. Al doblar la última esquina, levantó la vista para ver la entrada del consultorio. En su lugar, contempló las docenas de grandes ventanas de espejo del nuevo edificio del ayuntamiento.

Los susurros lo golpearon como si hubiera chocado contra un muro de piedra, y cayó de rodillas, intentando taparse los oídos. Ahora llegaban las palabras que hasta entonces se le habían escapado. Su rostro palideció y sacudió la cabeza.

—¡¡Noooooo!!

Agarró el objeto más cercano, un trozo de piedra, y corrió hacia las ventanas, agitando la piedra en la mano. A medida que se acercaba, los espejos parecían serpentear hacia él para agarrarlo. Mientras permanecía inmóvil, vio los movimientos en la imagen del espejo. Movimientos que sabía que no estaban detrás de él ni a su alrededor. Sin embargo, lo asustaron. Cuando sintió que las bocas hambrientas tocaban su carne, gritó y perdió el control de sus intestinos. Su gemido duró solo unos segundos. 

—¿Puede decirnos qué ha pasado, señora? —preguntó el policía.

La anciana observaba fascinada el charco de sangre y heces bajo las ventanas del ayuntamiento.

—No estoy segura, agente —dijo—. Me pareció ver a un hombre... estallar contra las ventanas... pero las ventanas parecen limpias.

El oficial miró las superficies espejadas de las ventanas. Estaban impecables. Volvió a mirar a la anciana. Al menos ochenta años, probablemente medicada. Tenía escrito "mal testigo" por todas partes.

—Oiga, agente —preguntó de repente la anciana, ladeando la cabeza—. ¿Oye susurros?

 

Título original: The tales that mirrors tell

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman


Mike Jansen escribe y publica relatos de SF/F/H desde 1991. Ganador de los premios King Kong 1992, Fantastels 2012, Literary Prize of Baarn, Godijn F/SF award 2020 y Mossy Statue lifetime award 2021. Organizador del Premio EdgeZero, editor de las antologías "En el pólder" de EdgeZero. Autor de varias novelas y antologías. Su sitio es: http://www.meznir.info


LA CIUDAD Y SUS ESTACIONES

Franco Ricciardiello   Por ejemplo, en invierno a las cinco de la tarde ya es de noche, la cálida luz de los escaparates guía el paseo por...