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miércoles, 15 de mayo de 2024

VISITANTES NOCTURNOS

Lu Evans

 

La terapeuta se encuentra en la silla frente al diván donde me siento. Hay una distancia cómoda entre nosotros. Ella se cuida de no invadir mi espacio personal y, al mismo tiempo, no está muy lejos, lo que podría interpretarse como desinterés.

Tiene ojos grandes, la boca fina y el mentón pequeño y puntiagudo. Su frente es más amplia de lo que cualquier mujer querría tener, lo que le da un aire pedante, aunque inteligente. El corte Chanel es tan perfecto que a veces pienso que es una peluca. Es casi tan alta como yo y delgada del tipo huesudo. Sería mejor si tuviera unas curvas más atractivas, pero ella no quiere distracciones durante las sesiones. Creo que se mantiene delgada para que sus pacientes no le presten atención. Su trajecito es recto, oscuro y un poco ancho, escondiendo cualquier silueta femenina. Las precauciones no funcionan en absoluto conmigo. La encuentro sexy y fantaseo con ella.

—¿Cómo te sientes? —Su voz suave, pero firme, me saca del trance en el que estaba sumergido mientras observaba su largo cuello y los contornos de su clavícula.

—Cada vez mejor —afirmo.

—¿Algún sueño perturbador? ¿Insomnio?

—He dormido bien.

—¿Malos presentimientos? ¿Taquicardia?

—No.

—¿Visiones, luces, sombras, sensación de movimientos repentinos en la visión periférica o de ser observado?

—Gracias a Dios se han detenido.

—¿Episodios de amnesia, paso del tiempo sin que pueda recordar lo que ocurrió? —Niego con la cabeza—. ¿Sonidos, voces, algo?

—Nada. —Respiro aliviado.

—¿Quemaduras, cortes, moretones sin que haya tenido ningún accidente?

—Estoy intacto.

—¿Alguna molestia física?

Pienso un poco.

—Me dolía la nariz y me sangraba. Fui al médico y me hicieron una radiografía. Hay algo dentro. Me lo quitaré esta tarde.

Me observa durante unos segundos.

—Mucha gente se mete cositas en la nariz cuando son niños. He oído hablar de casos de objetos extraños que han estado alojados allí durante muchos años. —Sin darle más importancia al caso, pasa a la siguiente pregunta—. ¿Continúa tomando los medicamentos?

Asiento.

—Ganó un poco de peso —ella comenta con casi una sonrisa, apuntando hacia mí con el bolígrafo.

—Me he alimentado mejor. —Mirándola de arriba a abajo, supongo. Y a ti tampoco te sentaría mal si tuvieras más carne. Pero no me atrevo a decir nada.

Pone el bloc de notas y el bolígrafo en la mesita junto a la silla, y planta las manos en los muslos, como siempre hace para indicar el inicio de una sesión de hipnosis; siempre tengo la impresión que es el único momento de nuestro encuentro que la excita.

Con una sonrisa, me quito los zapatos y me acuesto en el diván, reposo la cabeza en la almohada y relajo los brazos a lo largo del cuerpo.

Tan pronto como la sesión se ha completado me siento restaurado, como si hubiera recibido un masaje. Agradezco a mi terapeuta y confirmo, con ansiedad, nuestro próximo encuentro para la semana siguiente.

Después de salir del consultorio, decido ir a pie al centro médico donde el misterioso objeto atrapado dentro de mi nariz será removido. Durante el camino, pienso en cómo mi vida ha sido mucho mejor desde el comienzo del tratamiento, hace unos tres meses, cuando finalmente tuve el valor de buscar ayuda profesional después de vivir años de constante horror.

Mi primer episodio psicótico fue a los seis años. Yo estaba en la cama, a punto de dormirme, cuando pequeños círculos de luz atravesaron la pared. Pensé que eran hadas y las perseguí por el cuarto, y aquella experiencia se repitió muchas otras noches. Con el pasar de los meses, las bolitas de luz fueron aumentando de tamaño y hablándome, hasta que, después de algunos años, se revelaron como seres que podían materializarse delante de mí.

Durante la adolescencia, comprendí que los seres podían transformarse en cualquier persona y producir ilusiones. Muchas veces, lo que yo creía estar viendo no era la cosa real y, por más atento que fuera, siempre acababa cayendo en las trampas de los visitantes nocturnos. Cuanto más crecía, más invasivos se volvían ellos.

Siendo adulto, los encuentros se hicieron constantes y cada vez más íntimos. Casi todas las noches venían y hacían cosas conmigo. Sus grandes ojos negros tenían el poder de paralizarme. Pensé que enloquecería. En algunos momentos consideré acabar con mi vida.

Pero, ahora, mi terapeuta me está ayudando a lidiar con las crisis a través de las sesiones hipnóticas y la vida tiene mayor sentido para mí.

 

Estoy de vuelta sobre el diván. Esta vez, mi expresión no es de bienestar. Por el contrario, me estoy comiendo las uñas, con la mirada fija en el sobre que está en mi regazo.

Mi terapeuta me mira de modo especulativo, entonces suelta la pregunta con la que inicia cada sesión.

—¿Cómo se siente?

—Como un pedazo de mierda en medio de la calle siendo aplastado por los neumáticos de los vehículos.

Ella, que puedo asegurar percibe mi inquietud desde el momento en que entré, no se deja turbar por mi grosería.

—¿Sus medicamentos?

—Detuve todo. —Hago un movimiento brusco con la mano.

Baja la cabeza y hace alguna anotación sin mostrar alteración en su semblante.

—¿Podría dejar de escribir y escucharme? —Lo pido con un tono de exasperación. La mujer coloca el bloc y el bolígrafo a un lado y yergue la cara viendo hacia mí—. La cosa no estaba allí —declaro. Su expresión inquisitiva me pone aún más nervioso—. La cosa en mi nariz. Después de nuestra última sesión, fui al consultorio del médico para extraer el objeto atrapado dentro de mi nariz. El médico llevó a cabo el procedimiento, según lo planeado, pero no había nada que eliminar. Incluso consultó la radiografía original y decidió tomar otra. —Retiro del sobre dos imágenes de rayos X y se las paso a ella, que las estudia de lado a lado, me las devuelve y mueve el cuerpo de una forma ondulante sobre el asiento intentando encontrar una posición más cómoda—. La cosa que estaba en mi nariz no era una fantasía de mi cabeza. ¡Tengo pruebas! —Balanceo las hojas de rayos X en el aire para luego meterlas en el sobre.

—El objeto debe haberse movido durante el sueño y salió de su nariz. —La gentileza en su voz llega a tener un tono malvado. ¿Cómo puede alguien mantenerse tan serena ante el sufrimiento de otro ser humano?

—Alguien puso eso en mí —murmuro avergonzado.

—Trabajo con muchos que se infligen daño a sí mismos. Gente que se corta o, como usted, se mete cosas en el cuerpo.

Una sonrisita apática corre por mi boca y muere en el aire.

—Yo jamás hice cosas de esa naturaleza, sin embargo, recuerdo a gente haciendo cosas conmigo, ¡cosas de ese tipo!

Sus amplios ojos se muestran apretados.

—¿Quiénes?

—¡Ellos! —Susurro. Mis manos están sudando tanto que mojan el sobre que aferro.

Ella se humedece los labios con la punta de la lengua.

—¡Acuéstese!

Al momento, me descalzo y me coloco horizontalmente; dejo que el sobre se deslice hasta el piso y reposo las manos sobre el abdomen, los dedos se entrelazan con tanta fuerza que las articulaciones llegan a doler. Mis piernas están rígidamente cruzadas.

—Cierre los ojos y respire profundo. Descruce las piernas. Relaje los músculos.

El monótono ritmo de sus palabras me afecta de un modo único. ¿Ya comenté que ella es sensual? Hallo que así es. Pienso que es sensual principalmente por su voz, que es precisa y controlada.

Inicio:

—Cuando salí del consultorio médico, tenía un presentimiento de que los tormentos emocionales y los abusos físicos recomenzarían. —Hago una pausa para estudiarla y, para mi desánimo, ella continúa con aquella expresión neutra—. Aquella noche me encerré en el baño llevando conmigo una cobija y una almohada, y me acosté dentro de la bañera, aunque sabía que aquello no los detendría, pues ellos pueden atravesar las paredes. —Por el rabillo de los ojos, observo a la terapeuta por algún tiempo y me doy cuenta de que la mujer puede pasar mucho tiempo sin pestañear—. Encogido dentro de la bañera fui acometido por uno de los síntomas que anuncian la llegada de los visitantes nocturnos: un zumbido persistente en los oídos. Siempre empieza bajito, casi imperceptible, y va creciendo poco a poco hasta que podría jurar que mis tímpanos van a explotar, entonces disminuye y vuelve a ser un ruido insignificante, pero algunos minutos después, el ruido se vuelve intenso de nuevo.

—¿Y después? —La terapeuta me interrumpe, porque considera que me estoy extendiendo mucho en aquella parte del relato.

—Comencé a tener otro síntoma preocupante. Mi cuerpo pasó a vibrar en respuesta a la energía que ellos emitían.

—¿Así que estaban allí?

—Todavía no.

La terapeuta repliega una pequeña parte de la boca en esa sonrisa de quien no está creyendo, pero yo prefiero ignorarla. Seguiré hablando con la esperanza de convencerla de la veracidad de mis alegatos. Esta es la primera vez que narro con detalle mis encuentros con los visitantes nocturnos y quiero ser totalmente honesto.

La terapeuta carraspea, es una táctica para que yo retome mi narrativa. Ciertamente, tiene otros pacientes que atender después de mí.

—La vibración siempre comienza de afuera hacia adentro. Primero mi piel, luego, la capa subcutánea, y se hunde hasta que siento todos los órganos internos vibrando, incluso los huesos.

—Quiero que se someta a otra batería de pruebas... —me dice con serenidad. No dejo que complete la sentencia y sacudo la cabeza. Ya he pasado por una serie de exámenes físicos y sicológicos al inicio del tratamiento. Las pruebas no llevaron a ninguna explicación que justificara las misteriosas circunstancias que tanto afectan mi existencia—. Es preciso investigar —insiste—. Difícilmente se trate de un fenómeno sobrenatural.

—Y, ¿qué es? —Cuestiono con un tono desafiante.

—Hay una variedad de causas lógicas...

—¿Por ejemplo?

—Mucha gente usa eventos paranormales como una forma de encubrir algo aterrador que han experimentado.

Es justo lo que esperaba oír. Como siempre, la víctima es vista como una persona mentirosa, engañada, dramática, paranoica, sicópata o sufriendo de trastorno de estrés postraumático.

—¿Puedo continuar o me dará el diagnóstico antes de que termine mi historia? —Ella asiente con la cabeza, dándome luz verde—. El zumbido y la vibración dieron lugar a una sensación de náusea. Siempre me pongo enfermo cuando ellos se acercan. Y cuando llegan, me quedo congelado y mudo. No hay forma de huir o gritar por ayuda. Y eso es lo que pasó. —Ella se inclina hacia adelante, sólo un poquito, pero su movimiento discreto revela una curiosidad evidente—. Estuve a merced de sus voluntades toda la noche, y me hicieron cosas... cosas que no me atrevo a describir —hablo con la voz entrecortada y los ojos húmedos.

—¡Pero tiene que describirlo! —Su voz es ronca—. Con detalles.

—¡No! —Me resisto, retorciendo el rostro en agonía.

Ella pone las manos en los muslos, señalando que vamos a iniciar otra regresión hipnótica, y yo no tengo fuerzas para negarme.

 

Poco después, despierto de la hipnosis sintiéndome mucho más tranquilo y le pregunto qué descubrió. La terapeuta responde que necesita analizar todo y que hablaremos mejor en la próxima sesión.

Recojo mi chaqueta, que estaba colgada de la percha junto a la puerta, y reviso mi teléfono que estaba en el bolsillo delantero. Entonces me despido de la terapeuta y me voy.

En una plaza cercana, me siento en un banco y recojo el teléfono, uno de esos modelos largos, tan largos que gran parte de él queda fuera del bolsillo. Había dejado la cámara encendida porque quería ver qué pasaba durante la sesión de hipnosis. Generalmente, recuerdo muy poco de esos momentos.

Voy adelantando las imágenes de nuestro encuentro hasta llegar al punto en que ella comienza a hipnotizarme.

Me veo tirado en el sofá, inconsciente y al mismo tiempo capaz de dar respuestas. Ella se levanta y va hacia la puerta, cerrándola, al menos eso es lo que supongo cuando oigo el sonido del clic de la llave en la cerradura en el audio de mi celular. Luego da un paso atrás para que su cara se grabe muy de cerca.

¡Lo inesperado! Ella se retira la peluca. Su expresión se modifica, y queda registrado en la cámara el brillo de los ojos inmensos y negros.


Versión en castellano de la autora.


Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

LOS ÁLAMOS QUE ME VIGILAN

 Lu Evans

 

Yo tenía siete años cuando me perdí en las montañas Jemez. Era otoño, y en esa época del año, las copas de los álamos adquieren brillantes tonos dorados y anaranjados llameantes. Pero no fueron las coloridas hojas las que me llamaron la atención hasta el punto de alejarme del campamento y perderme. Lo que me distrajo fue la apariencia de sus troncos blancos y delgados. Tenían ojos. No ojos de verdad, claro, pero el caso es que sus caparazones se arrugaban de tal manera que formaban el contorno perfecto de un ojo humano, incluida la pupila. Pero para una niña de siete años, esos ojos pueden ser muy reales.

La fértil mente de una niña, sola en un bosque oscuro, no me sirvió de nada. Perdida entre los álamos, tenía la sensación de que los árboles, todos a la vez, me observaban. Cada ojo tenía una forma única. Algunos eran estrechos, otros almendrados y grandes, otros anchos y asustados. Cada uno tenía una expresión única y a veces indescifrable. Sin embargo, en un momento dado, tuve la impresión de que todos no solamente me miraban, sino que me juzgaban y criticaban por invadir su territorio. Me sentí como Blancanieves en aquella animación antigua, cuando la princesa se pierde en el bosque y se siente observada por los árboles. Para colmo, los oía respirar, y el sonido iba acompañado del lento movimiento de los troncos inflándose y desinflándose, una imitación perfecta del pecho de una persona.

Pensé que moriría de hambre, frío o miedo, y cuando no pude soportarlo más, me desmayé. Al día siguiente, me desperté rodeada por el grupo de búsqueda y rescate. El peligro había pasado.

 

Ahora, totalmente recuperada de aquella terrible experiencia, soy guarda forestal y vivo en una cabaña en la misma montaña, densamente poblada de los mismos álamos que me persiguieron en pesadillas durante toda mi infancia y primera adolescencia.

Pero, como he dicho, superé el trauma y ahora vivo aquí sola. Durante el día, cumplo con mi función profesional; por la noche, aprovecho la tranquilidad del lugar para relajarme, viendo películas, leyendo y escuchando música. Rara vez salgo en la oscuridad. La gente de los alrededores suele decir que aquí ocurren cosas extrañas, como la presencia de hombres lobo y pies grandes, aves prehistóricas que se comen a la gente y extraterrestres que visitan el lugar con regularidad, entre otros seres sobrenaturales de pésima reputación. Pero yo no creo nada de eso. La montaña no es sólo mi hogar, sino también mi lugar de trabajo. Sé que aquí no hay nada fuera de lo común. No salgo de noche por los peligros reales: osos, pumas, coyotes, lobos y serpientes.

Hoy, sin embargo, mi monótona vida recibió un golpe. Al llegar a casa, me di cuenta de que uno de los árboles estaba... fuera de lugar. Sacudí la cabeza. Al fin y al cabo, los árboles no caminan. Pero tuve la impresión de que estaba en otro sitio, lejos de la masa arbórea del lado de la casa.

Y me miraba con todos sus ojos.

Sin saber qué pensar de la situación, entré, cerré la puerta y me di una ducha, repitiéndome a mí misma que debía estar cansada e intentando convencerme de que el árbol siempre estuvo allí, después de todo, a nuestro cerebro le gusta jugarnos malas pasadas, de vez en cuando, fabricando falsos recuerdos. Debe ser eso, un falso recuerdo. El árbol siempre estuvo más cerca de la casa que los demás, pero yo no me había dado cuenta antes. Mi esfuerzo por hacérmelo creer no me llevaba a ninguna parte, pues sé muy bien que la zona del lado de la casa está libre de árboles a lo largo de unos diez metros, terminando en una línea de álamos. Así pues, el árbol en cuestión no podía estar dentro del círculo despejado de vegetación, a unos cuatro metros de distancia de los demás. ¡Cuatro metros es mucho!

¿Estaba alucinando, volviéndome loca?

 

Después de ducharme, me pongo un camisón cómodo, voy a la cocina y me preparo un bocadillo que como en el sofá, viendo las noticias. Ya ni siquiera pienso en el árbol, pero es entonces cuando un ruido me sobresalta. Silencio el televisor y presto atención.

Silencio, luego, un golpe en la ventana del lado de la cabaña. El miedo me deja paralizada. Los segundos pasan lentamente, luego me estremezco con otro golpe.

Ya no hay duda, no es mi prodigiosa imaginación. Hay alguien fuera, llamando a la ventana, y necesito saber qué es. De puntillas, me acerco a la ventana y abro las cortinas, apretando la cara contra el cristal. Lo único que veo es el árbol solitario. Una de las ramas, sacudida por el fuerte viento, vuelve a tocar la ventana. ¿Pero cómo puede ser si momentos antes lo veía a muchos metros de la casa? Las ramas no crecen en cuestión de minutos. Presto más atención y veo que el árbol está a un metro y medio de la casa. Sus ojos están fijos en mí, y el tronco se contrae y se expande lentamente, inspirando y expirando. Sobresaltada, cierro las cortinas y retrocedo.

No sé qué pensar. El fenómeno va en contra de toda mi comprensión de lo que es natural, de lo que es real... Pienso un poco... Quizá haya alguna explicación científica de por qué el árbol cambió de ubicación. Si la hay, tengo que averiguarla, de lo contrario me volveré loca.

Me siento en la mesita del comedor y abro el portátil. Nada más teclear la pregunta “¿pueden caminar los árboles?” Obtengo una respuesta sorprendente.

Originario de los bosques tropicales de América Central y del Sur, el árbol Socratea exorrhiza, también conocido como "palmera que camina", puede desplazarse de una zona sombreada a un espacio con mayor luz solar para favorecer su crecimiento. Caminar es posible porque hace crecer sus raíces en la dirección a la que quiere ir, al tiempo que provoca la muerte de las raíces que se encuentran en la posición contraria. Algunos estudios indican que el proceso dura años, otros afirman que la palmera puede moverse hasta tres centímetros al día, mientras que otros aseguran que la historia no es más que un mito.

El árbol que cambió de posición no es del mismo tipo, es más, ha caminado varios metros desde el momento en que salí de casa esta mañana, por lo que esta teoría no puede aplicarse al caso.

Sigo investigando y leo algunos artículos sobre árboles en terrenos húmedos que se deslizan junto con el suelo desde un punto más alto a otro más bajo. Esta sería una buena explicación si... el árbol en cuestión no hubiera tomado, de hecho, el camino contrario, es decir, viniera de un punto más bajo. De lo contrario, si viniera de la parte trasera, que está inclinada hacia arriba, tendría que trazar una trayectoria circular alrededor de la casa, lo que habría sido aún más asombroso. Otro elemento que no apoya esta posibilidad es el hecho de que el suelo es duro y rocoso, con poca humedad, ya que hace meses que no llueve. Además, habría observado montones de tierra esparcidos por la zona en caso de que el árbol se deslizara por la parte trasera.

Sin encontrar una explicación plausible, me voy a la cama. Quién sabe, tal vez unas buenas horas de sueño me ayuden a averiguar qué está pasando. Pero la rama araña y golpea la ventana durante toda la noche, haciéndome imposible descansar. A veces tengo la impresión de que el árbol golpea el cristal siguiendo un patrón. Empieza con tres golpecitos, se detiene un poco y luego da dos golpecitos muy rápidos.

Tap... Tap... Tap............. Tap, tap.

A veces los golpecitos no siguen ningún ritmo definido, pero eso no los hace menos desconcertantes. Intento despejar la mente, después de todo, ya no soy una niña asustada. Por otra parte, tal vez crea que he superado la experiencia de la infancia, pero todo el trauma estaba encerrado en lo más profundo de mí y por alguna razón hoy ha salido a la superficie. He oído que el cerebro reprime los traumas como forma de preservar la integridad mental. En cualquier caso, reprimir los traumas no es una buena táctica. Siempre acaban volviendo más fuertes que antes. Y aparentemente, eso es lo que me está pasando. Cuanto más lucho por controlar mi miedo y demostrarme a mí misma que los recuerdos ya no me afectan, más me consume el miedo.

Cuando los primeros rayos de sol se cuelan entre las copas de los árboles, me levanto y voy a la cocina, agradecida de que sea mi fin de semana libre, porque odio trabajar después de una noche en vela. Preparo un café cargado que bebo a pequeños sorbos, luego voy a buscar mi motosierra, decidida a cortar la inoportuna rama.

Lista para la tarea, salgo de la cabaña con paso firme, pero cuanto más me acerco, mejor veo sus ojos estilizados, abiertos y salvajes.

Mi corazón se acelera.

No me cabe duda de que está ocurriendo de nuevo. El árbol me observa, me juzga, me critica.

¡Debo acabar con él! Cortar la rama no será suficiente. Debo cortar en pedazos toda la maldita cosa.

Enciendo la motosierra y la levanto un poco, pero antes de que la hoja dentada y giratoria toque la corteza, el árbol, con un grito de guerra, me quita la sierra de las manos con sus ramas y la arroja lejos. Luego me agarra por los hombros, suspendiendo mi cuerpo sin ningún esfuerzo. El árbol me lanza. Vuelo en la distancia, cayendo entre sus hermanas.

Me duele el cuerpo de pies a cabeza. Las álamos me miran, cada ojo tiene una expresión diferente: terror, ira, abominación. Uno de ellos me agarra por los pies, me pone boca abajo y sacude mi cuerpo violentamente. Temo que los otros cometan la locura de golpearme sin piedad. Si deciden hacerlo, estoy muerta.

Sin embargo, "solo" me tiran colina abajo. Ruedo durante un buen rato, sintiendo cómo se rompen algunos huesos y también cómo me arañan y cortan la piel. Luego me golpeo contra el pavimento de la carretera.

Ya está. Recibo el memorándum. Quieren que me vaya.

No sé de dónde saco fuerzas para levantarme y arrastrar mi dolorido cuerpo por la carretera, distanciándome de los álamos. Ni siquiera miro atrás.

Nunca volveré a estas montañas. Jamás.


Versión en castellano de la autora.


Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

 

lunes, 15 de abril de 2024

EL PÁJARO DE TRUENO

 Lu Evans


Es una hermosa tarde de verano en Río de Las Piedras Perdidas. El cielo azul claro me hace feliz y es entonces cuando quiero estar al aire libre y disfrutar de la naturaleza. Camino por las calles bordeadas de árboles. Las horas se pasan tan rápido que, antes de darme cuenta, estoy exhausta. Luego, al encontrar un parque, me siento en el banco más alejado a los niños que juegan bajo la atenta mirada de sus madres.

Saco del bolso un bocadillo y una lata de Coca-Cola. Al darse cuenta de que tengo comida, algunas palomas se me acercan, caminan torpemente con sus diminutas patas, moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás.

Les tiro unas migas de pan. El número de palomas aumenta a mi alrededor hasta que una inmensa sombra desciende sobre mi cabeza. Con un chirrido, la criatura se lanza sobre los pájaros con todo el peso de su enorme cuerpo. Algunas palomas logran escapar. Otras quedan aplastadas bajo la criatura. Algunas, golpeadas por las grandes alas, quedan desorientadas.

El gran pájaro se traga las palomas que tiene debajo hasta que no queda ninguna.

En estado de shock, quedo inmóvil como una estatua.

El pájaro no es un halcón, ni un águila, ni un buitre, ni un cóndor. Es más grande y más robusto que cualquier pájaro que haya visto jamás.

—Oh, nada como un refrigerio a media tarde, ¿eh? —el pájaro habla con su voz aguda y aterradora.

Miro a mi alrededor para asegurarme de que realmente soy yo con quien está hablando. Nadie más está cerca ni mirando en nuestra dirección.

—Sí, es un buen momento para tomar un refrigerio —mi voz tiembla—. ¿Tienes sed? Tengo una botella de agua en mi bolso —le ofrezco, pensando que es más prudente ser amigable que comestible.

—El día es muy caluroso. El calentamiento global es una mierda. Si no te importa, acepto la oferta.

Me apresuro a alcanzar la botella de agua. Con manos temblorosas, abro la tapa y se la entrego al pájaro. Agarra la botella con una de sus garras y bebe ruidosamente.

—¡Gracias! Es muy amable de tu parte.

—De nada. ¿Le importaría decirme quién es usted, señor? No me malinterprete, pero nunca he visto una criatura así y soy una espectadora atenta de los documentales sobre la naturaleza.

—No me importa en lo más mínimo —responde—. Soy un pájaro del trueno[1].

—¡Pájaro de trueno! ¿Ese pájaro legendario?

El animal ríe con tanta fuerza que se sujeta el vientre con las alas.

—No soy una leyenda. ¿No ves que soy muy real? —Se da vuelta y extiende sus larguísimas alas.

—Sí, por supuesto. Pero estoy confundida.

—Oh, soy el pájaro de trueno original. Teratorn a su servicio.

Desconcertada, pregunto si puedo buscar el término en mi celular y la criatura me dice que siga adelante. Para mi sorpresa, el pájaro viene a sentarse a mi lado y me explica que siempre ha tenido curiosidad por ver cómo funciona un teléfono celular. Me deslizo hasta el borde del banco.

—Lo siento. Estoy un poco nerviosa. —Intento sonreír.

—Es comprensible, pero, por favor, continúa —dice cortésmente.

—Bueno, en realidad es muy simple. Sólo tenemos que poner el tema que queremos investigar en esa pequeña barra y hacer clic en la lupa. ¿Ve? Simplemente, hago clic en el término “teratorns” y aparece una lista de artículos. Ahora Seleccionaré uno de esos artículos para conocer toda la información sobre usted.

—Seleccione este, por favor. Tiene una linda foto que se parece a mí. —Señala con la punta de su pico curvado.

Todavía nerviosa, sigo leyendo:

—El legendario Pájaro de Trueno puede haberse originado a partir de los Teratorns, ancestros de los buitres, que volaron sobre Nuevo México hace unos diez mil años. Sin embargo, hay informes de personas que han visto tales aves en fechas tan tardías como el siglo XIX en las montañas de Doña Ana, en las afueras de Las Cruces.

—Exactamente —dice él con orgullo.

—¡Guau! ¡Fascinante!

—¿Y sabes qué es aún más fascinante?

—No tengo idea, pero estoy ansiosa por descubrirlo.

Sus ojos de ave de presa se estrechan.

—Es que estoy siempre hambriento.

—¡Mami, mira! ¡Un pájaro gigante lleva una mujer!

Concentrada en tejer, la mujer presta poca atención a lo que dice su niña, pero aun así mira hacia el cielo, pero lo único que ve es una sombra que se aleja entre las nubes.

—¡Sí Sí…!

¡No importa! El pájaro gigante ya ha desaparecido por encima de las nubes.


[1] El pájaro de trueno es una criatura legendaria para ciertos pueblos indígenas de América del Norte. Se dice que crea truenos batiendo sus alas y relámpagos con el brillo de sus ojos. Esta leyenda podría estar inspirada en un animal real, el Teratorn, un ave rapaz prehistórica con una envergadura de entre 11 y 12 pies y vivió hace aproximadamente 25 millones de años.


Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

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