Lu Evans
La terapeuta se encuentra en la silla frente
al diván donde me siento. Hay una distancia cómoda entre nosotros. Ella se
cuida de no invadir mi espacio personal y, al mismo tiempo, no está muy lejos,
lo que podría interpretarse como desinterés.
Tiene ojos grandes, la boca fina y el mentón
pequeño y puntiagudo. Su frente es más amplia de lo que cualquier mujer querría
tener, lo que le da un aire pedante, aunque inteligente. El corte Chanel es tan
perfecto que a veces pienso que es una peluca. Es casi tan alta como yo y
delgada del tipo huesudo. Sería mejor si tuviera unas curvas más atractivas,
pero ella no quiere distracciones durante las sesiones. Creo que se mantiene
delgada para que sus pacientes no le presten atención. Su trajecito es recto,
oscuro y un poco ancho, escondiendo cualquier silueta femenina. Las
precauciones no funcionan en absoluto conmigo. La encuentro sexy y fantaseo con
ella.
—¿Cómo te sientes? —Su voz suave, pero firme,
me saca del trance en el que estaba sumergido mientras observaba su largo
cuello y los contornos de su clavícula.
—Cada vez mejor —afirmo.
—¿Algún sueño perturbador? ¿Insomnio?
—He dormido bien.
—¿Malos presentimientos? ¿Taquicardia?
—No.
—¿Visiones, luces, sombras, sensación de
movimientos repentinos en la visión periférica o de ser observado?
—Gracias a Dios se han detenido.
—¿Episodios de amnesia, paso del tiempo sin
que pueda recordar lo que ocurrió? —Niego con la cabeza—. ¿Sonidos, voces,
algo?
—Nada. —Respiro aliviado.
—¿Quemaduras, cortes, moretones sin que haya
tenido ningún accidente?
—Estoy intacto.
—¿Alguna molestia física?
Pienso un poco.
—Me dolía la nariz y me sangraba. Fui al
médico y me hicieron una radiografía. Hay algo dentro. Me lo quitaré esta
tarde.
Me observa durante unos segundos.
—Mucha gente se mete cositas en la nariz
cuando son niños. He oído hablar de casos de objetos extraños que han estado
alojados allí durante muchos años. —Sin darle más importancia al caso, pasa a
la siguiente pregunta—. ¿Continúa tomando los medicamentos?
Asiento.
—Ganó un poco de peso —ella comenta con casi
una sonrisa, apuntando hacia mí con el bolígrafo.
—Me he alimentado mejor. —Mirándola de arriba
a abajo, supongo. Y a ti tampoco te sentaría mal si tuvieras más carne. Pero no
me atrevo a decir nada.
Pone el bloc de notas y el bolígrafo en la
mesita junto a la silla, y planta las manos en los muslos, como siempre hace
para indicar el inicio de una sesión de hipnosis; siempre tengo la impresión
que es el único momento de nuestro encuentro que la excita.
Con una sonrisa, me quito los zapatos y me
acuesto en el diván, reposo la cabeza en la almohada y relajo los brazos a lo
largo del cuerpo.
Tan pronto como la sesión se ha completado me
siento restaurado, como si hubiera recibido un masaje. Agradezco a mi terapeuta
y confirmo, con ansiedad, nuestro próximo encuentro para la semana siguiente.
Después de salir del consultorio, decido ir a
pie al centro médico donde el misterioso objeto atrapado dentro de mi nariz
será removido. Durante el camino, pienso en cómo mi vida ha sido mucho mejor
desde el comienzo del tratamiento, hace unos tres meses, cuando finalmente tuve
el valor de buscar ayuda profesional después de vivir años de constante horror.
Mi primer episodio psicótico fue a los seis
años. Yo estaba en la cama, a punto de dormirme, cuando pequeños círculos de
luz atravesaron la pared. Pensé que eran hadas y las perseguí por el cuarto, y
aquella experiencia se repitió muchas otras noches. Con el pasar de los meses,
las bolitas de luz fueron aumentando de tamaño y hablándome, hasta que, después
de algunos años, se revelaron como seres que podían materializarse delante de
mí.
Durante la adolescencia, comprendí que los
seres podían transformarse en cualquier persona y producir ilusiones. Muchas
veces, lo que yo creía estar viendo no era la cosa real y, por más atento que
fuera, siempre acababa cayendo en las trampas de los visitantes nocturnos.
Cuanto más crecía, más invasivos se volvían ellos.
Siendo adulto, los encuentros se hicieron
constantes y cada vez más íntimos. Casi todas las noches venían y hacían cosas
conmigo. Sus grandes ojos negros tenían el poder de paralizarme. Pensé que
enloquecería. En algunos momentos consideré acabar con mi vida.
Pero, ahora, mi terapeuta me está ayudando a
lidiar con las crisis a través de las sesiones hipnóticas y la vida tiene mayor
sentido para mí.
Estoy de vuelta sobre el diván. Esta vez, mi
expresión no es de bienestar. Por el contrario, me estoy comiendo las uñas, con
la mirada fija en el sobre que está en mi regazo.
Mi terapeuta me mira de modo especulativo,
entonces suelta la pregunta con la que inicia cada sesión.
—¿Cómo se siente?
—Como un pedazo de mierda en medio de la
calle siendo aplastado por los neumáticos de los vehículos.
Ella, que puedo asegurar percibe mi inquietud
desde el momento en que entré, no se deja turbar por mi grosería.
—¿Sus medicamentos?
—Detuve todo. —Hago un movimiento brusco con
la mano.
Baja la cabeza y hace alguna anotación sin
mostrar alteración en su semblante.
—¿Podría dejar de escribir y escucharme? —Lo
pido con un tono de exasperación. La mujer coloca el bloc y el bolígrafo a un
lado y yergue la cara viendo hacia mí—. La cosa no estaba allí —declaro. Su
expresión inquisitiva me pone aún más nervioso—. La cosa en mi nariz. Después
de nuestra última sesión, fui al consultorio del médico para extraer el objeto
atrapado dentro de mi nariz. El médico llevó a cabo el procedimiento, según lo
planeado, pero no había nada que eliminar. Incluso consultó la radiografía
original y decidió tomar otra. —Retiro del sobre dos imágenes de rayos X y se
las paso a ella, que las estudia de lado a lado, me las devuelve y mueve el
cuerpo de una forma ondulante sobre el asiento intentando encontrar una
posición más cómoda—. La cosa que estaba en mi nariz no era una fantasía de mi
cabeza. ¡Tengo pruebas! —Balanceo las hojas de rayos X en el aire para luego
meterlas en el sobre.
—El objeto debe haberse movido durante el
sueño y salió de su nariz. —La gentileza en su voz llega a tener un tono
malvado. ¿Cómo puede alguien mantenerse tan serena ante el sufrimiento de otro
ser humano?
—Alguien puso eso en mí —murmuro avergonzado.
—Trabajo con muchos que se infligen daño a sí
mismos. Gente que se corta o, como usted, se mete cosas en el cuerpo.
Una sonrisita apática corre por mi boca y
muere en el aire.
—Yo jamás hice cosas de esa naturaleza, sin
embargo, recuerdo a gente haciendo cosas conmigo, ¡cosas de ese tipo!
Sus amplios ojos se muestran apretados.
—¿Quiénes?
—¡Ellos! —Susurro. Mis manos están sudando
tanto que mojan el sobre que aferro.
Ella se humedece los labios con la punta de
la lengua.
—¡Acuéstese!
Al momento, me descalzo y me coloco
horizontalmente; dejo que el sobre se deslice hasta el piso y reposo las manos
sobre el abdomen, los dedos se entrelazan con tanta fuerza que las
articulaciones llegan a doler. Mis piernas están rígidamente cruzadas.
—Cierre los ojos y respire profundo. Descruce
las piernas. Relaje los músculos.
El monótono ritmo de sus palabras me afecta
de un modo único. ¿Ya comenté que ella es sensual? Hallo que así es. Pienso que
es sensual principalmente por su voz, que es precisa y controlada.
Inicio:
—Cuando salí del consultorio médico, tenía un
presentimiento de que los tormentos emocionales y los abusos físicos
recomenzarían. —Hago una pausa para estudiarla y, para mi desánimo, ella
continúa con aquella expresión neutra—. Aquella noche me encerré en el baño
llevando conmigo una cobija y una almohada, y me acosté dentro de la bañera,
aunque sabía que aquello no los detendría, pues ellos pueden atravesar las
paredes. —Por el rabillo de los ojos, observo a la terapeuta por algún tiempo y
me doy cuenta de que la mujer puede pasar mucho tiempo sin pestañear—. Encogido
dentro de la bañera fui acometido por uno de los síntomas que anuncian la
llegada de los visitantes nocturnos: un zumbido persistente en los oídos.
Siempre empieza bajito, casi imperceptible, y va creciendo poco a poco hasta
que podría jurar que mis tímpanos van a explotar, entonces disminuye y vuelve a
ser un ruido insignificante, pero algunos minutos después, el ruido se vuelve
intenso de nuevo.
—¿Y después? —La terapeuta me interrumpe,
porque considera que me estoy extendiendo mucho en aquella parte del relato.
—Comencé a tener otro síntoma preocupante. Mi
cuerpo pasó a vibrar en respuesta a la energía que ellos emitían.
—¿Así que estaban allí?
—Todavía no.
La terapeuta repliega una pequeña parte de la
boca en esa sonrisa de quien no está creyendo, pero yo prefiero ignorarla.
Seguiré hablando con la esperanza de convencerla de la veracidad de mis
alegatos. Esta es la primera vez que narro con detalle mis encuentros con los
visitantes nocturnos y quiero ser totalmente honesto.
La terapeuta carraspea, es una táctica para
que yo retome mi narrativa. Ciertamente, tiene otros pacientes que atender
después de mí.
—La vibración siempre comienza de afuera
hacia adentro. Primero mi piel, luego, la capa subcutánea, y se hunde hasta que
siento todos los órganos internos vibrando, incluso los huesos.
—Quiero que se someta a otra batería de
pruebas... —me dice con serenidad. No dejo que complete la sentencia y sacudo
la cabeza. Ya he pasado por una serie de exámenes físicos y sicológicos al
inicio del tratamiento. Las pruebas no llevaron a ninguna explicación que
justificara las misteriosas circunstancias que tanto afectan mi existencia—. Es
preciso investigar —insiste—. Difícilmente se trate de un fenómeno
sobrenatural.
—Y, ¿qué es? —Cuestiono con un tono
desafiante.
—Hay una variedad de causas lógicas...
—¿Por ejemplo?
—Mucha gente usa eventos paranormales como
una forma de encubrir algo aterrador que han experimentado.
Es justo lo que esperaba oír. Como siempre,
la víctima es vista como una persona mentirosa, engañada, dramática, paranoica,
sicópata o sufriendo de trastorno de estrés postraumático.
—¿Puedo continuar o me dará el diagnóstico
antes de que termine mi historia? —Ella asiente con la cabeza, dándome luz
verde—. El zumbido y la vibración dieron lugar a una sensación de náusea.
Siempre me pongo enfermo cuando ellos se acercan. Y cuando llegan, me quedo
congelado y mudo. No hay forma de huir o gritar por ayuda. Y eso es lo que
pasó. —Ella se inclina hacia adelante, sólo un poquito, pero su movimiento
discreto revela una curiosidad evidente—. Estuve a merced de sus voluntades
toda la noche, y me hicieron cosas... cosas que no me atrevo a describir —hablo
con la voz entrecortada y los ojos húmedos.
—¡Pero tiene que describirlo! —Su voz es
ronca—. Con detalles.
—¡No! —Me resisto, retorciendo el rostro en
agonía.
Ella pone las manos en los muslos, señalando
que vamos a iniciar otra regresión hipnótica, y yo no tengo fuerzas para
negarme.
Poco después, despierto de la hipnosis
sintiéndome mucho más tranquilo y le pregunto qué descubrió. La terapeuta
responde que necesita analizar todo y que hablaremos mejor en la próxima
sesión.
Recojo mi chaqueta, que estaba colgada de la
percha junto a la puerta, y reviso mi teléfono que estaba en el bolsillo
delantero. Entonces me despido de la terapeuta y me voy.
En una plaza cercana, me siento en un banco y
recojo el teléfono, uno de esos modelos largos, tan largos que gran parte de él
queda fuera del bolsillo. Había dejado la cámara encendida porque quería ver
qué pasaba durante la sesión de hipnosis. Generalmente, recuerdo muy poco de
esos momentos.
Voy adelantando las imágenes de nuestro
encuentro hasta llegar al punto en que ella comienza a hipnotizarme.
Me veo tirado en el sofá, inconsciente y al
mismo tiempo capaz de dar respuestas. Ella se levanta y va hacia la puerta,
cerrándola, al menos eso es lo que supongo cuando oigo el sonido del clic de la
llave en la cerradura en el audio de mi celular. Luego da un paso atrás para
que su cara se grabe muy de cerca.
¡Lo inesperado! Ella se retira la peluca. Su
expresión se modifica, y queda registrado en la cámara el brillo de los ojos
inmensos y negros.
Versión en castellano de la autora.
Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.
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