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domingo, 7 de diciembre de 2025

MUNDO AL REVÉS

Silvio Sosio

 

Se llamaba Cosmico Spaziale, y era un escritor frustrado.

Permanecía sentado ante el escritorio, con los codos clavados en la fría superficie de vidrio de la mesa y el mentón sostenido con desaliento por las palmas de las manos. Fijaba la vista en el monitor de su fiel PC con Windows y en la ventana del procesador de textos, desesperadamente en blanco, con el cursor parpadeante que parecía repetir en un tic-tac obsesivo: «¿Y bien? ¿Qué esperas?».

Prácticamente toda la tarde había transcurrido así, y aún no tenía una idea. Las únicas palabras que había escrito eran Estación 9 – relato de Cósmico Espacial. El título, y después el nombre del autor, ese nombre que tanto detestaba y que sin embargo era el suyo, una burlesca alianza entre un destino cruel –que le había dado aquel apellido– y la escasa fantasía de sus padres, que le habían impuesto el nombre. Estaba destinado a ser escritor de ciencia ficción; eso parecía escrito en su destino registral.

Pero él odiaba la ciencia ficción.

Levantó la mano derecha y quedó allí, inmóvil, con el dedo índice suspendido sin saber sobre qué tecla dejarlo caer. No se le ocurría ninguna idea. Cuando escribió el título tenía en mente un vago argumento sobre una estación en un planeta inexplorado y un monstruo tipo Alien que eliminaba a unas cuantas personas, pero todo era nebuloso. No sabía cómo comenzar.

Resopló, tomó el mando a distancia y encendió la televisión. Hizo un poco de zapping y al final cayó en Retequattro. Reconoció enseguida, muy a su pesar, un episodio de Espacio 1999. Odiaba aquel canal, que transmitía todo el día series y seriales de ciencia ficción. Star Trek en todas sus encarnaciones, Espacio 1999, UFO, En los límites de la realidad, Doctor Who, Visitors, Los sobrevivientes, El prisionero, La nave espacial Orión, Highlander, Mork & Mindy, Thunderbirds, Crónicas marcianas, Zafiro y Acero, Cuarta dimensión, y todas esas innobles adaptaciones brasileñas por episodios sacadas de best sellers como Fundación, Dune, El mundo del río, Los desposeídos del otro planeta. Repuestas cada día, con múltiples repeticiones, y la gente en casa devorándolas como si fueran la Biblia y comentándolas en la barbería, en las tiendas, en el trabajo, con las vecinas. Un serial basado en Los príncipes demonio había atraído, el año anterior, a más de treinta millones de espectadores solo en Italia. Escalofriante.

Apagó la televisión, disgustado, y volvió al escritorio. Acarició con melancolía el perfil severo, anguloso, de su PC, otra de esas manías que lo hacían sentir extraño. Cada vez que entregaba un relato a un editor tenía que convertir el texto al formato estándar AppleWorks y guardarlo en un disquete para Macintosh, porque nadie conseguía abrir sus archivos de Microsoft Office. Cada vez que salía un nuevo programa o un nuevo juego debía esperar meses antes de que alguien hiciera una versión para Windows. Y siempre costaba más caro.

Para consolarse abrió el cajón del escritorio. Bajo un par de guantes de portero de fútbol sacó un pequeño cuadernillo fotocopiado, de formato reducido, en cuya portada en blanco y negro destacaba, con caracteres elegantes y ligeramente art nouveau, el encabezado: El Otro Beautiful, y más abajo: Fanzine de literatura rosa. Tratándolo con cariño, lo abrió en las primeras páginas, donde, después de su editorial, estaban impresos dos relatos: uno suyo y otro de un amigo que firmaba como Claretta Bellisari. Mantenía la revistita escondida, lejos del alcance de “los otros”. Su novia, por ejemplo, se burlaba de él sin piedad: decía que su insana pasión por la narrativa rosa era un signo de infantilismo, y que las cosas importantes en la vida eran otras: los contactos con extraterrestres, o anticipar el futuro de la humanidad, o imaginar “qué pasaría si…”. Era eso, según ella, lo que hacía la vida maravillosa y digna de ser vivida.

Con un nudo en la garganta volvió a guardar el fascículo en el cajón y, por enésima vez, se preguntó por qué no era posible vivir escribiendo aquello que realmente deseaba escribir: historias de amor, de sentimientos, donde pudiera expresar toda la dulzura y la ternura de su frágil alma. Historias donde los protagonistas no fueran naves espaciales y viajes en el tiempo, sino delicadas relaciones entre hombres románticos y mujeres fascinantes.

Lamentablemente, había que mirar la realidad de frente. Años antes, cuando era más joven, él y un grupito de otros apasionados habían intentado la aventura del quiosco: habían propuesto una revistilla, que bautizaron Lo que el viento se llevó, en homenaje a una vieja y olvidada obra maestra del cine. Fue un desastre. Así que, también para recuperar el dinero perdido en aquella aventura, Cósmico tuvo que ponerse a escribir ciencia ficción para revistas que pagaban bien, como Intimidad, dedicada a los viajes de micronautas dentro del cuerpo humano, y Confidencias, un rotativo que abordaba el tema de la telepatía. Pero cada vez que tocaba el teclado del ordenador para escribir un relato, se sentía sucio, le parecía estar prostituyéndose, vendiendo su alma de escritor por vil dinero.

Por un momento se dejó dominar por la rabia. Luego una sonrisa maligna se dibujó en su rostro. ¿Qué pasaría si…?

Tomó el mouse y borró el título que había escrito, sustituyéndolo por otro: Mundo al revés, de Cósmico Espacial. Ahora tenía una idea. Escribiría un relato sobre un universo paralelo. Un universo paralelo donde Jules Verne y H. G. Wells hubieran quedado como pobres escritores populares, y donde, en cambio, Goethe y Manzoni hubieran sido reconocidos por la crítica y forjado su época; donde la ciencia ficción fuese leída solo por unos pocos fanáticos excéntricos, y la narrativa rosa, en cambio, tuviera éxito: películas, seriales, telenovelas programadas en las cadenas más importantes durante todo el día. Y relatos bien pagados y leídos por un vasto público.

El dedo quedó suspendido aún sobre el teclado, mientras la sonrisa demencial se extinguía poco a poco en su rostro y se transformaba en una mueca de tristeza.

Nadie le publicaría un relato semejante. Era verdaderamente demasiado, demasiado inverosímil.

Escribió entonces un relato en el que los lunes, en lugar de comentar torneos de ajedrez, se hablaba solamente de fútbol.

 Silvio Sosio nació en Milán, Italia, el 5 de octubre de 1963. Es un periodista, editor y antólogo. Su actividad en el campo de la ciencia ficción comenzó en la década de 1980 con el fanzine La spada spezzata (ganador del Premio de la European Science Fiction Society al mejor fanzine europeo de ciencia ficción en 1986). En 1994 fundó, junto con Luigi Pachì, la revista en línea Delos Science Fiction. En 1996 fundó el portal Fantascienza.com. Entre 1999 y 2020 ganó diez veces el Premio Italia. Desde 1993 se dedica a la difusión de la ciencia ficción por vía telemática, primero en el mundo de las BBS con la conferencia dedicada al fantástico Fantatalk en la red OneNet (que sobrevivió hasta 2003 en la Rete Civica Milanese). Además de su actividad periodística, Silvio Sosio también ha escrito algunos relatos, uno de los cuales, “Ketama”, ganó el premio Courmayeur en 1996 y se publicó en Italia y Francia, mientras que otros se han publicado en Urania.

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