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sábado, 27 de diciembre de 2025

REGRESO A LA CÉLULA ORIGINARIA

Majda Arhnauer Subašić

 

—Estimado joven colega, espero sinceramente que sus ideas algún día –probablemente en alguna de sus vidas futuras– den fruto. Por ahora, lamentablemente, son demasiado fantásticas, por no decir utópicas, y por lo tanto inaceptables para nosotros. Usted es joven todavía, lleno de ideales y de ideas innovadoras, y no dudo de que logrará el éxito con algún proyecto planteado de manera más realista. —El viejo profesor se acomodó la corbata y continuó—: Sabe, todos alguna vez estuvimos en su lugar, llenos de idealismo y de sueños acerca de cómo íbamos a resolver todos los problemas de este mundo, pero la realidad nos puso muy pronto los pies sobre la tierra…

Sergej Karamanov ya no lo escuchaba. Se dio la vuelta y se fue. Furioso, decepcionado, humillado. Otra vez incomprendido.

Afuera brillaba el sol, el día primaveral invitaba a disfrutarlo, una joven encantadora le sonrió, pero él ni siquiera lo notó. Regresó a su laboratorio y recién allí tomó plena conciencia. Otra vez el rechazo. ¿Cuántas veces ya? Pronto empezaría a dudar incluso él mismo de si realmente estaba destinado a triunfar. Sin embargo, los experimentos exitosos demostraban que iba por el camino correcto. Las pruebas eran irrefutables, verificadas innumerables veces y también respaldadas teóricamente. Quizá precisamente por eso, porque todo era demasiado simple, resultaba inverosímil. Debería haber encadenado una serie de fórmulas complejas, citar datos analizados cientos de veces, apoyarse en nombres prestigiosos y reproducir sus pensamientos.

—La ciencia no es mística —se había burlado de él también un genetista reconocido cuando intentó explicarle sus fundamentos. No tenía sentido discutir con él. A aquel le parecía una pérdida de tiempo leer las nebulosas ideas de un entusiasta inexperto que afirmaba que las enfermedades genéticas eran curables. O mejor dicho, corregibles, como decía el joven prometedor.

—¡Al diablo con el ámbito académico! ¡Estoy harto de ustedes, sabihondos! No necesito sus sermones sobre lo que es posible y lo que no. Tampoco me importa su apoyo. Me basta con creer yo mismo en la eficacia de mi idea revolucionaria. Estoy convencido del éxito del método de ingeniería mental originaria. Muy pronto demostraré que realmente funciona. Entonces estarán encantados de escucharme. Y aun si no fuera así… No sería la primera vez que la ciencia misma frena el progreso y refuta un método para el cual –según ella– el tiempo aún no ha madurado», concluyó sus pensamientos, se sirvió un vaso de su vodka favorito, Hlebnaya, lo bebió de un trago y se sumió en el sueño.

Precisamente en un sueño había recibido la inspiración que marcó su camino científico. Apenas cerró los ojos, se hundió en un sueño en el que una nube flotaba sobre él. Blanca, esponjosa, aparentemente común. Pero intuía que ocultaba algo más. Se volvía cada vez más transparente y de su interior provenía un zumbido apenas perceptible. Al acercarse, pudo notar que algo sucedía dentro de ella. Giraba, fluía, pulsaba. Pero algo especial ocurría en su centro. Parecía que allí se desarrollaban procesos completamente distintos. Cuanto más se aproximaba a la nube misteriosa, más convencido estaba de que todo aquello le resultaba familiar. De pronto… un destello. ¡Una célula! Una célula viva, en cuyo interior tenían lugar todos los procesos vitales. Sintió que con ese descubrimiento se le concedía permiso para entrar en ella.

Se dejó llevar por la fuerza que lo empujó a través de la delgada pero firme membrana. Se encontró en medio de una intensa actividad y la observó con interés. Se acercaba al centro y recién entonces advirtió que el núcleo se hallaba dentro de una esfera especial, rodeada por una sólida envoltura transparente. Qué fascinante era contemplar las hebras brillantes que se separaban y duplicaban en cadenas entrelazadas. La imagen se volvió aún más nítida y pudo distinguir con facilidad partículas casi invisibles que se desplazaban de un lado a otro siguiendo una secuencia precisa. ¡Ups, esto no está bien! Algo no encaja. Como si hubiera una partícula de más. Intuitivamente supo lo que estaba ocurriendo. Un cromosoma excedente. El veintiuno. Y la célula se dividiría. De una surgirían dos, de dos cuatro… que formarían una nueva vida. Una vida que, precisamente por esa partícula casi imperceptible, sería distinta de las demás. Diferente en su percepción. Empobrecida en ciertos aspectos, pero quizá no por ello menos feliz. Aun así, deseó poder cambiar el curso de los acontecimientos y encauzarlos por el camino habitual. Pero solo le estaba permitido ser un observador. El núcleo permanecía irrevocablemente cerrado.

La nube se disipó, la mañana se llevó el sueño, y en su interior se instaló un gusano que no dejaba de roer. ¡Cómo penetrar en el núcleo de la célula originaria y corregir el error de la naturaleza!

—¿En qué está pensando? —le preguntaban a menudo cuando se perdía en las reflexiones que lo obsesionaban. Debía encontrar una solución, ¡tenía que hacerlo! Sus ideas sobre cómo lograrlo se volvían cada vez más extrañas. Era consciente de las limitaciones de la tecnología moderna y de las fronteras de la ingeniería genética clásica. Sabía que llegaría el tiempo en que tales correcciones serían rutinarias. Pero ¿cómo ayudar a aquellos en quienes la naturaleza ya había fallado y que, por un error casi imperceptible ocurrido en una fracción de segundo, habían sido condenados a una u otra dolencia? La medicina no le daba respuesta, ni tampoco las demás disciplinas proporcionaban una solución satisfactoria.

En su búsqueda, se topó en numerosas ocasiones con métodos alternativos y cada vez que eso ocurría los descartaba con un gesto. Los antiguos saberes, a los que se le permitió asomarse un poco, lo afirmaron en la convicción de que más allá de lo conocido y comprobado existe mucho que puede profundizar la comprensión. Intentó integrar conceptos nuevos para él con los ya conocidos en un conjunto lógico. Comenzó a estudiar la influencia del pensamiento sobre la energía. Una energía que se revelaba como atemporal. El viaje en el tiempo sobre las alas de la energía ya no le era desconocido. Mediante la fuerza del pensamiento y la estimulación física de los canales energéticos logró activar procesos que en el pasado habían fallado. Con conocimientos que poco a poco se filtraban por las puerta trasera de institutos cuidadosamente custodiados, perfeccionó el método EFT, con el cual ya antes había conseguido, además de cambios psíquicos, también modificaciones físicas.

Pero allí volvió a encontrar un obstáculo infranqueable. El núcleo sellado. Como si el destino posara su mano sobre él, impidiendo la intervención humana. Solo él se arrogaba el derecho de decidir quién sería objeto de su gracia y a quién castigaría con el juego de los genes. Los resultados cada vez más alentadores acumulados a lo largo de los años lo llevaron a tomar la decisión de desafiar a la caprichosa jugadora. Encontrar su punto débil. Obtener la clave para acceder a las energías del núcleo de la célula originaria en el momento de la concepción.

Ya no contaba las noches que había pasado en su laboratorio, en uno de los edificios de un antiguo complejo militar en las cercanías de Krasnoyarsk. A menudo el sueño lo vencía recién al amanecer, justo antes de salir pensativo rumbo al instituto donde estaba empleado en tareas completamente distintas.

Dedicó todo su tiempo libre a reflexionar y experimentar cómo dirigir el poder del pensamiento hacia el pasado, hasta la fase de formación de la célula originaria, penetrar en su núcleo, corregir el error de la naturaleza y redirigir el curso de los acontecimientos. Hacía tiempo que no se interesaba por las mujeres y también había abandonado el trato con colegas de su especialidad. Solo mantenía contactos ocasionales con unos pocos conocidos. Uno de ellos tenía –como por casualidad– una hija casi adulta con síndrome de Down.

—No tengo idea de qué se trata, pero confío en ti. Además, ni ella ni yo tenemos nada que perder si lo intentamos —respondió tras una breve reflexión, cuando Sergej le propuso el experimento.

Aquella fría noche de enero se presentaron padre e hija ante la puerta del laboratorio. Todos sentían una ligera incomodidad y una pizca de temor ante lo desconocido. ¿Qué podría salir de todo aquello?

Sergej Karamanov, siguiendo el procedimiento ya establecido, dirigió la fuerza de sus pensamientos hacia la joven y sincronizó sus ondas cerebrales con las de ella en la misma frecuencia. En el estado aparentemente dormido de ambos, en el nivel más bajo posible de actividad consciente, penetró hasta el punto en que fue posible el tránsito a la dimensión en la que podía rastrear los flujos energéticos del cuerpo. Como en un sueño lúcido, orientó su atención hacia el más intenso y, siguiendo una línea temporal aparente, comenzó a desplazarse lentamente hacia atrás. Paso a paso siguió los acontecimientos en una pantalla visible solo para él. No era sencillo controlar con precisión su actividad cerebral en esa dimensión y seguir los flujos energéticos ajenos en el pasado. Debido a las fluctuaciones de intensidad y otras perturbaciones que surgían, debía mantener una velocidad constante. Un deslizamiento demasiado rápido hacia el punto cero podría resultar fatal.

No era la primera vez que lograba llegar al nivel en que los flujos lo conducían casi hasta la fase de formación de una nueva vida. Pero nunca antes lo había probado en un ser humano. Por un instante se confundió. Estoy jugando a ser Dios, pensó. Pero a pesar de la duda momentánea sobre el derecho a modificar la voluntad de la creación, continuó.

Solo unos segundos lo separaban del momento en que la célula originaria apareció ante su pantalla mental. Casi de manera rutinaria atravesó la membrana y, con reverencia, como quien se dirige al altar de lo más sagrado, avanzó hacia el núcleo.

¡Ahora o nunca! La intensa concentración en la que reunió toda la fuerza de su pensamiento le deformó el rostro y produjo perlas de sudor. El instante pareció estirarse hasta el infinito. El impulso fue dado… el segundo… el tercero… de pronto un leve chasquido… una fisura en la envoltura… que se expandía… Debía atrapar el momento. Ejecutar lo tantas veces planeado y elaborado hasta el último detalle. Anular el cromosoma X excedente. Y hacer girar la rueda del tiempo para regresar al presente.

La maniobra mental tuvo éxito, pero no podía permitirse perder la concentración. Debía mantenerla al máximo. Con satisfacción pudo observar cómo la célula se dividía. Esta vez sin el fatídico cromosoma veintiuno que alguna vez había marcado el desarrollo del ser en formación.

Regresó con calma a la realidad de su dimensión, llevando consigo de manera sincronizada al ser humano que, por primera vez en la historia, había vuelto al punto de su origen. Las ondas delta, pasando por theta y alfa, finalmente dieron paso a las beta y la mente analítica volvió a funcionar. El corazón le latía con violencia y casi temía abrir los ojos. Solo ahora quedaría definitivamente claro si la hazaña había tenido éxito.

—Increíble lo profundamente que dormí. Además tuve sueños interesantes. Ah, no creerían adónde me llevaron. —La voz melodiosa que alcanzó sus oídos lo animó a alzar por fin los párpados. El rostro de rasgos armoniosos que vio a su lado confirmó sus previsiones. La palma abierta ya no mostraba la marca reveladora.

Ahora oía y veía que la transformación había sido real. No quedaba rastro alguno del síndrome de Down. Lo invadió una sensación de triunfo. Había valido la pena perseverar, esperar, luchar contra las dudas y el desaliento. Las largas noches de estudio, los incontables intentos y búsquedas habían dado fruto. Él, Sergej Karamanov, ahora un hombre de cabellos grises, había demostrado al mundo –y sobre todo a sí mismo– que su idea utópica, nacida de un sueño, finalmente había cobrado vida en la realidad.

Majda Arhnauer Subasic es una autora eslovena residente en Liubliana que escribe principalmente relatos. Su obra combina fantasía, misticismo, historia, espiritualidad y temas existenciales. Sus relatos y poemas han aparecido en numerosas revistas literarias, fanzines y antologías eslovenas, incluyendo colecciones de fantasía eslovena contemporánea (Supernova, Jasubeg en Jered, Ventilator besed, Locutio). Ha recibido varios reconocimientos literarios, entre ellos premios en el concurso Koroska v besedi, una nominación a Cuento Esloveno del Año por Sodobnost (2016) y el primer puesto en el concurso de ciencia ficción de Časopis za kritiko znanosti (2019). Su relato "La Ira de la Diosa Ekvorna" apareció en la antología de ciencia ficción y fantasía de Europa del Este The Viral Curtain (2021).


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