Majda Arhnauer Subašić
—Estimado joven
colega, espero sinceramente que sus ideas algún día –probablemente en alguna de
sus vidas futuras– den fruto. Por ahora, lamentablemente, son demasiado
fantásticas, por no decir utópicas, y por lo tanto inaceptables para nosotros.
Usted es joven todavía, lleno de ideales y de ideas innovadoras, y no dudo de
que logrará el éxito con algún proyecto planteado de manera más realista. —El
viejo profesor se acomodó la corbata y continuó—: Sabe, todos alguna vez
estuvimos en su lugar, llenos de idealismo y de sueños acerca de cómo íbamos a
resolver todos los problemas de este mundo, pero la realidad nos puso muy
pronto los pies sobre la tierra…
Sergej Karamanov ya no lo
escuchaba. Se dio la vuelta y se fue. Furioso, decepcionado, humillado. Otra
vez incomprendido.
Afuera brillaba el sol, el día
primaveral invitaba a disfrutarlo, una joven encantadora le sonrió, pero él ni
siquiera lo notó. Regresó a su laboratorio y recién allí tomó plena conciencia.
Otra vez el rechazo. ¿Cuántas veces ya? Pronto empezaría a dudar incluso él
mismo de si realmente estaba destinado a triunfar. Sin embargo, los
experimentos exitosos demostraban que iba por el camino correcto. Las pruebas
eran irrefutables, verificadas innumerables veces y también respaldadas
teóricamente. Quizá precisamente por eso, porque todo era demasiado simple,
resultaba inverosímil. Debería haber encadenado una serie de fórmulas complejas,
citar datos analizados cientos de veces, apoyarse en nombres prestigiosos y
reproducir sus pensamientos.
—La ciencia no es mística —se había
burlado de él también un genetista reconocido cuando intentó explicarle sus
fundamentos. No tenía sentido discutir con él. A aquel le parecía una pérdida
de tiempo leer las nebulosas ideas de un entusiasta inexperto que afirmaba que
las enfermedades genéticas eran curables. O mejor dicho, corregibles, como
decía el joven prometedor.
—¡Al diablo con el ámbito
académico! ¡Estoy harto de ustedes, sabihondos! No necesito sus sermones sobre
lo que es posible y lo que no. Tampoco me importa su apoyo. Me basta con creer
yo mismo en la eficacia de mi idea revolucionaria. Estoy convencido del éxito
del método de ingeniería mental originaria. Muy pronto demostraré que realmente
funciona. Entonces estarán encantados de escucharme. Y aun si no fuera así… No
sería la primera vez que la ciencia misma frena el progreso y refuta un método
para el cual –según ella– el tiempo aún no ha madurado», concluyó sus
pensamientos, se sirvió un vaso de su vodka favorito, Hlebnaya, lo bebió
de un trago y se sumió en el sueño.
Precisamente en un sueño había
recibido la inspiración que marcó su camino científico. Apenas cerró los ojos,
se hundió en un sueño en el que una nube flotaba sobre él. Blanca, esponjosa,
aparentemente común. Pero intuía que ocultaba algo más. Se volvía cada vez más
transparente y de su interior provenía un zumbido apenas perceptible. Al
acercarse, pudo notar que algo sucedía dentro de ella. Giraba, fluía, pulsaba.
Pero algo especial ocurría en su centro. Parecía que allí se desarrollaban
procesos completamente distintos. Cuanto más se aproximaba a la nube
misteriosa, más convencido estaba de que todo aquello le resultaba familiar. De
pronto… un destello. ¡Una célula! Una célula viva, en cuyo interior tenían
lugar todos los procesos vitales. Sintió que con ese descubrimiento se le
concedía permiso para entrar en ella.
Se dejó llevar por la fuerza que lo
empujó a través de la delgada pero firme membrana. Se encontró en medio de una
intensa actividad y la observó con interés. Se acercaba al centro y recién
entonces advirtió que el núcleo se hallaba dentro de una esfera especial,
rodeada por una sólida envoltura transparente. Qué fascinante era contemplar
las hebras brillantes que se separaban y duplicaban en cadenas entrelazadas. La
imagen se volvió aún más nítida y pudo distinguir con facilidad partículas casi
invisibles que se desplazaban de un lado a otro siguiendo una secuencia
precisa. ¡Ups, esto no está bien! Algo no encaja. Como si hubiera una partícula
de más. Intuitivamente supo lo que estaba ocurriendo. Un cromosoma excedente.
El veintiuno. Y la célula se dividiría. De una surgirían dos, de dos cuatro…
que formarían una nueva vida. Una vida que, precisamente por esa partícula casi
imperceptible, sería distinta de las demás. Diferente en su percepción.
Empobrecida en ciertos aspectos, pero quizá no por ello menos feliz. Aun así,
deseó poder cambiar el curso de los acontecimientos y encauzarlos por el camino
habitual. Pero solo le estaba permitido ser un observador. El núcleo permanecía
irrevocablemente cerrado.
La nube se disipó, la mañana se
llevó el sueño, y en su interior se instaló un gusano que no dejaba de roer.
¡Cómo penetrar en el núcleo de la célula originaria y corregir el error de la
naturaleza!
—¿En qué está pensando? —le
preguntaban a menudo cuando se perdía en las reflexiones que lo obsesionaban.
Debía encontrar una solución, ¡tenía que hacerlo! Sus ideas sobre cómo lograrlo
se volvían cada vez más extrañas. Era consciente de las limitaciones de la
tecnología moderna y de las fronteras de la ingeniería genética clásica. Sabía
que llegaría el tiempo en que tales correcciones serían rutinarias. Pero ¿cómo
ayudar a aquellos en quienes la naturaleza ya había fallado y que, por un error
casi imperceptible ocurrido en una fracción de segundo, habían sido condenados
a una u otra dolencia? La medicina no le daba respuesta, ni tampoco las demás
disciplinas proporcionaban una solución satisfactoria.
En su búsqueda, se topó en
numerosas ocasiones con métodos alternativos y cada vez que eso ocurría los
descartaba con un gesto. Los antiguos saberes, a los que se le permitió
asomarse un poco, lo afirmaron en la convicción de que más allá de lo conocido
y comprobado existe mucho que puede profundizar la comprensión. Intentó
integrar conceptos nuevos para él con los ya conocidos en un conjunto lógico.
Comenzó a estudiar la influencia del pensamiento sobre la energía. Una energía
que se revelaba como atemporal. El viaje en el tiempo sobre las alas de la
energía ya no le era desconocido. Mediante la fuerza del pensamiento y la
estimulación física de los canales energéticos logró activar procesos que en el
pasado habían fallado. Con conocimientos que poco a poco se filtraban por las
puerta trasera de institutos cuidadosamente custodiados, perfeccionó el método
EFT, con el cual ya antes había conseguido, además de cambios psíquicos,
también modificaciones físicas.
Pero allí volvió a encontrar un
obstáculo infranqueable. El núcleo sellado. Como si el destino posara su mano
sobre él, impidiendo la intervención humana. Solo él se arrogaba el derecho de
decidir quién sería objeto de su gracia y a quién castigaría con el juego de
los genes. Los resultados cada vez más alentadores acumulados a lo largo de los
años lo llevaron a tomar la decisión de desafiar a la caprichosa jugadora.
Encontrar su punto débil. Obtener la clave para acceder a las energías del
núcleo de la célula originaria en el momento de la concepción.
Ya no contaba las noches que había
pasado en su laboratorio, en uno de los edificios de un antiguo complejo
militar en las cercanías de Krasnoyarsk. A menudo el sueño lo vencía recién al
amanecer, justo antes de salir pensativo rumbo al instituto donde estaba
empleado en tareas completamente distintas.
Dedicó todo su tiempo libre a
reflexionar y experimentar cómo dirigir el poder del pensamiento hacia el
pasado, hasta la fase de formación de la célula originaria, penetrar en su
núcleo, corregir el error de la naturaleza y redirigir el curso de los acontecimientos.
Hacía tiempo que no se interesaba por las mujeres y también había abandonado el
trato con colegas de su especialidad. Solo mantenía contactos ocasionales con
unos pocos conocidos. Uno de ellos tenía –como por casualidad– una hija casi
adulta con síndrome de Down.
—No tengo idea de qué se trata,
pero confío en ti. Además, ni ella ni yo tenemos nada que perder si lo
intentamos —respondió tras una breve reflexión, cuando Sergej le propuso el
experimento.
Aquella fría noche de enero se
presentaron padre e hija ante la puerta del laboratorio. Todos sentían una
ligera incomodidad y una pizca de temor ante lo desconocido. ¿Qué podría salir
de todo aquello?
Sergej Karamanov, siguiendo el
procedimiento ya establecido, dirigió la fuerza de sus pensamientos hacia la
joven y sincronizó sus ondas cerebrales con las de ella en la misma frecuencia.
En el estado aparentemente dormido de ambos, en el nivel más bajo posible de
actividad consciente, penetró hasta el punto en que fue posible el tránsito a
la dimensión en la que podía rastrear los flujos energéticos del cuerpo. Como
en un sueño lúcido, orientó su atención hacia el más intenso y, siguiendo una
línea temporal aparente, comenzó a desplazarse lentamente hacia atrás. Paso a
paso siguió los acontecimientos en una pantalla visible solo para él. No era
sencillo controlar con precisión su actividad cerebral en esa dimensión y
seguir los flujos energéticos ajenos en el pasado. Debido a las fluctuaciones
de intensidad y otras perturbaciones que surgían, debía mantener una velocidad
constante. Un deslizamiento demasiado rápido hacia el punto cero podría
resultar fatal.
No era la primera vez que lograba
llegar al nivel en que los flujos lo conducían casi hasta la fase de formación
de una nueva vida. Pero nunca antes lo había probado en un ser humano. Por un
instante se confundió. Estoy jugando a ser Dios, pensó. Pero a pesar de
la duda momentánea sobre el derecho a modificar la voluntad de la creación,
continuó.
Solo unos segundos lo separaban del
momento en que la célula originaria apareció ante su pantalla mental. Casi de
manera rutinaria atravesó la membrana y, con reverencia, como quien se dirige
al altar de lo más sagrado, avanzó hacia el núcleo.
¡Ahora o nunca! La intensa
concentración en la que reunió toda la fuerza de su pensamiento le deformó el
rostro y produjo perlas de sudor. El instante pareció estirarse hasta el
infinito. El impulso fue dado… el segundo… el tercero… de pronto un leve
chasquido… una fisura en la envoltura… que se expandía… Debía atrapar el
momento. Ejecutar lo tantas veces planeado y elaborado hasta el último detalle.
Anular el cromosoma X excedente. Y hacer girar la rueda del tiempo para
regresar al presente.
La maniobra mental tuvo éxito, pero
no podía permitirse perder la concentración. Debía mantenerla al máximo. Con
satisfacción pudo observar cómo la célula se dividía. Esta vez sin el fatídico
cromosoma veintiuno que alguna vez había marcado el desarrollo del ser en
formación.
Regresó con calma a la realidad de
su dimensión, llevando consigo de manera sincronizada al ser humano que, por
primera vez en la historia, había vuelto al punto de su origen. Las ondas
delta, pasando por theta y alfa, finalmente dieron paso a las beta y la mente
analítica volvió a funcionar. El corazón le latía con violencia y casi temía
abrir los ojos. Solo ahora quedaría definitivamente claro si la hazaña había
tenido éxito.
—Increíble lo profundamente que
dormí. Además tuve sueños interesantes. Ah, no creerían adónde me llevaron. —La
voz melodiosa que alcanzó sus oídos lo animó a alzar por fin los párpados. El
rostro de rasgos armoniosos que vio a su lado confirmó sus previsiones. La
palma abierta ya no mostraba la marca reveladora.
Ahora oía y veía que la
transformación había sido real. No quedaba rastro alguno del síndrome de Down.
Lo invadió una sensación de triunfo. Había valido la pena perseverar, esperar,
luchar contra las dudas y el desaliento. Las largas noches de estudio, los
incontables intentos y búsquedas habían dado fruto. Él, Sergej Karamanov, ahora
un hombre de cabellos grises, había demostrado al mundo –y sobre todo a sí
mismo– que su idea utópica, nacida de un sueño, finalmente había cobrado vida
en la realidad.
Majda Arhnauer Subasic es una autora eslovena residente
en Liubliana que escribe principalmente relatos. Su obra combina fantasía,
misticismo, historia, espiritualidad y temas existenciales. Sus relatos y
poemas han aparecido en numerosas revistas literarias, fanzines y antologías
eslovenas, incluyendo colecciones de fantasía eslovena contemporánea
(Supernova, Jasubeg en Jered, Ventilator besed, Locutio). Ha recibido varios reconocimientos literarios, entre ellos premios en el
concurso Koroska v besedi, una nominación a Cuento Esloveno del Año por
Sodobnost (2016) y el primer puesto en el concurso de ciencia ficción de
Časopis za kritiko znanosti (2019). Su relato "La Ira de la Diosa
Ekvorna" apareció en la antología de ciencia ficción y fantasía de Europa
del Este The Viral Curtain (2021).
