Mostrando entradas con la etiqueta Ignacio Fritz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ignacio Fritz. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de diciembre de 2025

EL SEGUNDO NACIMIENTO DE EDWARD MORDAKE

Ignacio Fritz

Un centelleante candado Odis aseguraba, firme, el cerrojo de una puerta de hierro y refulgía, llamativo, aunque había una oscuridad profunda, de boca de lobo, en el living-room de la casa que vigilaban desde hacía meses.

—¿Y…? —Yonquigirl sentía un peso en el interior, una honda aspereza que le dificultaba levantarse cada noche y hacer de tripas corazón y enfrentar una existencia que no había elegido. Desde luego, tema ingrato en el cual solo podía aceptar, lisa y llanamente, como el preludio de un destino amargo, molesto como una enfermedad venérea, en la Eternidad en la que estaban apostados, desde hacía meses, esperando ese día en particular.

—Nada, solo esperar a que traigan la llave. Seguro vendrá uno de los chicos para los mandados, el delivery. —Y el candado traveseaba con destellos como de diamante. Tanto, que Maldadoso cerró un poco los ojos—. Seguro que sí. —Maldadoso arqueó una ceja.

No habían elegido lo que padecían por aquellos aciagos días de incertidumbres y rarezas, de espejismos y maldad, de drogas y pérdida de fe, de tenebrosidades perpetuas y hurtos sentimentales que en nada los ayudaba, porque lo sensitivo no cuadraba en ese Antimundo en el que se sumergían cada noche.

Yonquigirl dijo:

—¿Seguro…? Ese hombre, Edward Mordake, tenía una cara extra en la parte posterior de su cabeza. Era su «cara de demonio», que le susurraba cosas, cosas como las que oigo a cada rato, esas vocecillas imperantes de chalada que tengo.

—Bah, ¿y qué? —refutó Maldadoso, que entendía ese panorama como uno más para soportar en los últimos trechos en los cuales se había involucrado desde hacía años, cuando ambos decidieron ahogarse en los tumultos de la anormalidad—. Los huesos de Mordake están allí, guardados en ese cuarto con puerta de fierro, con ese candado con vida propia, metidos en un ataúd de ébano, y ahora debe estar volviendo a la vida, si es que eso sea la vida, ¿no es cierto?

—Y con luz propia, como ese candado, en efecto —agregó ella.

—Sí, nosotros solo esperamos la llave para abrir y recibirlo. —Pausa—. Hay grandes planes para los tres. Un noble inglés estará junto a nosotros, se llama Edward Mordake y aparecerá aquí, en Santiago de Chile, y será un burgués que ayudará a que los demonios salgan de abajo. —Observó el piso flotante y la oscuridad cubría el living-room como una telaraña espesa, como un género tiznado o una marea de petróleo.

—Allí hay un tesoro —comentó Yonquigirl y mascaba chicle, lenta como mamífero rumiante.

Había una sensación marchita, como de cementerio de abadía inglesa.

—Se trata de la osamenta de Edward Mordake en un ataúd y el conjuro lo traerá a la vida una vez obtenida la llave del candado Odis. Abriremos y le daremos la bienvenida. Meter la llave en el candado es el conjuro que lo convertirá en lo que fue cuando vivía en el siglo diecinueve.

—Es un candado embrujado, ¿no, Maldadoso? ¿Eso lo traerá a la vida? ¿Eso llenará de carne y piel y órganos sus huesos polvorientos en su ataúd de ébano?

—Sí, Yonquigirl. Aunque para mí ese candado no está embrujado —negó con la cabeza—. No es un candado embrujado. No alharaquees.

—Pero si se ilumina solo en la negrura. ¿Qué es, entonces, Maldadoso? ¿Otra huevada rara de estos seres?

—Yo no los llamaría seres. Son demonios, más bien. —Acto seguido un sofá Scott de tres cuerpos se deslizó diez centímetros y los dos no se percataron de nada. Lidiar con ese tipo de fenómenos se había vuelto pan de cada día, de manera que no se cercioraban de cada suceso lindante al poltergeist.

—Un bicho, una mierda rara. Edward Mordake fue una falla de la Naturaleza.

—Pensar que yo me creía un fenómeno de la Naturaleza, Yonquigirl.

—De la Naturaleza no, pero sí de la Hermandad Halloween —juzgó ella.

Maldadoso pulsó el interruptor y el candado dejó de brillar por la luz.

—Increíble que ese candado estuviese iluminando, antes, cuando conversábamos en la oscuridad, sentados a la mesa y esperando que llegue ese delivery. ¿Son ellos los que lo envían…? ¡Qué horror, sí! Hasta tienen gente trabajando. Tal vez un venezolano que arrancó de Maduro, ¿no? ¿Tu celular indica en qué calles está?

—Nones. Lo tengo sin batería —contestó él.

Se oyó un golpeteo por detrás de la puerta y el candado Odis se sacudió, como si estuviera al vaivén de los golpes de nudillos por detrás de esa puerta, resistente como un barco a la deriva.

—Golpean la puerta por el otro lado —comentó Maldadoso, circunspecto.

—Sí, golpean. Son como contraseñas en una sesión de espiritismo. Quizá Mordake ya se levantó de su ataúd. Quizá ya es humano. Quizá ya nació por segunda vez.

—No, pues… Si falta la llave en la cerradura del candado. No enredes, Yonquigirl.

—Siempre, toda mi vida, enredo. Lo que sucede atrás de esa puerta corrobora lo que siempre he pensado, ¿eh?

—Sí, lo sé. Me he ido acostumbrando a los ruidos y entes y aparecidos y…

Hubo otro golpe fortísimo, y se detuvo para dar paso a una confesión desinteresada por parte de Yonquigirl:   

—¿Cuánto tiempo llevo convertida…? ¿Siendo la guardiana de las pelotudeces que siempre han impuesto los de la Hermandad Halloween?

—Uy, no sé. La última vez no logramos conseguir nada, incluso metiéndome yo en el hospital San José a medianoche y eludiendo a toda esa gente, los médicos y enfermeros o lo que sea. Incluso creo que esa noche me topé con esa monja fantasma de la época del cólera y nada de sangre fresca pude robar para que te alimentaras. —Yonquigirl rio.

Luego hubo un instante de mutismo.

—¿Mordake tendrá hambre? No lo sabemos —dijo ella, ya más reposada—. Ese lugar es como una habitación del pánico, ¿no? Y sus despojos crecerán, volviendo a la vida, y eso que ellos solo habían conseguido sus restos traídos en un vuelo chárter desde Inglaterra. —Pausa—. O quizá ya está listo y golpea la puerta porque quiere salir.

—Uf, se suicidó a los veintitrés años y tenía un título nobiliario y… ¿Qué más, Yonquigirl? Fue todo un caso ese hombre.

Después ninguno dijo nada. Del otro lado volvían los sonidos, similares a los provocados en las sesiones de espiritismo. O tal vez en un ajetreado poltergeist.

Maldadoso concluyó:

—Mordake es un fenómeno, una criatura con una cara en la parte trasera de la cabeza, que con su boca le susurraba de todo, todo a su parte «normal» de una manera demencial, como si fuera una réplica, un hermano demoniaco pegado en su cabeza, la causa de los problemas de cada individuo, sino de la misma Humanidad.

—¿Y…?

—Hablamos de él y aguardamos. Esperamos. Damos vida a Mordake departiendo esta sarta de huevadas mientras esperamos al delivery, ¿cómo llamarlo de otra manera…? ¿Junior? ¿Cadete? ¿Chico de los mandados? La llave calzará perfecta en la abertura del candado que se ilumina solo y abrirá esa puerta de fierro, del Infierno, en la que está Mordake. —Pausa—. Allí está, en su ataúd elegante. Se convertirá en un ser humano que usará una capucha para cubrir su otra cara trasera, y saldrá en la noche a cazar mujeres vírgenes para beber su sangre prístina. O tal vez ya no tendrá esa cara en la parte posterior de su cabeza, quién sabe. Sí, no creo que la Hermandad Halloween acepte que esa cara se mofe de él y que, de nuevo, termine suicidándose a los veintitrés años.

—¿Y, qué más, Maldadoso?

—Nada, solo esperar a que llegue la llave y nazca por segunda vez.

Algo desconocido, en efecto, crujía detrás de la puerta de fierro, como si Edward Mordake estuviese destrozando el ataúd de ébano en un arrebato de furia, asunto incierto porque volvería a la vida solo si se introducía la llave del delivery en el candado Odis.

—Sí, claro —afirmó ella con vesania—, tenemos toda la Eternidad para conocer a Mordake. Seguro es un tipo interesante, sofisticado.

—Sofisticado mi falo, Yonquigirl —zanjó él.

De manera puntual, un aguerrido toque de campana anunció la llegada del delivery, y tal vez ese inglés volvería a la vida: joven que padeció del síndrome congénito de duplicación craneofacial, y reposaba en ese cuarto cerrado a cal y canto.

Eufórica y guillada, Yonquigirl exclamó:

—¡Qué horror, sí! ¡Llegó…! ¡Por fin…! Ojalá resulte todo esto, ¿sí? —Luego descansaron mientras una suave música de otras épocas inundaba la casa y la lluvia comenzaba a golpear contra el tejado.

Ignacio Fritz nació en Santiago, Chile, en 1979. Licenciado en Comunicación Social y Periodista (UNIACC) con estudios inconclusos de Literatura y Derecho. Ostenta un diplomado en Escritura Creativa de la Universidad Diego Portales. Sus primeros cuentos aparecieron en el suplemento juvenil «Zona de Contacto», del diario El Mercurio, a fines de la década de los 90. Ha publicado los libros de cuentos Eskizoides y obtuvo el primer lugar en el concurso de cuentos de Unión Latina con el relato Camila Rochet. Su última novela se titula Terrorismo marxista.

EL SEGUNDO NACIMIENTO DE EDWARD MORDAKE