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miércoles, 5 de junio de 2024

LA LLEGADA DE LAS BOMBAS

Paul Di Filippo

 

El escuadrón de bombarderos de largo alcance B-5 «Shelly O» Stealth, que había partido unas horas antes de la base aérea McConnell de Kansas, llegó a Igboland, en el sureste de Nigeria, a las 3.13 hora local. Las defensas aéreas de la aislada y hostil dictadura, un Estado ausente desde el colapso de la industria global del petróleo después de la aparición de la energía generada por microbios a partir de la basura, no pudieron detectar a los invasores.

No obstante, la carga liberada por los bombarderos fue harina de otro costal.

Cada uno de los paquetes que colgaba de los paracaídas era tan grande como un baño químico y estaba envuelto en espuma protectora y con un conducto.

Pronto, flores sintéticas en forma de hongo salpicaron el cielo nocturno por toda Igboland y las tropas nigerianas se movieron para enfrentarse con eso en cuanto tocara tierra.

Cada uno de los paquetes, al posarse sobre el campo, la ciudad o las aldeas, desechaba el revestimiento y el paracaídas automáticamente y de inmediato, eliminando cualquier evidencia del aterrizaje. Quedaba así al descubierto lo que parecía ser un baño químico: una aerodinámica estructura de plástico del tamaño de una cabina, sin ventanas y con un panel curvo como puerta.

En el noventa por ciento de los aterrizajes, los soldados fueron los primeros en llegar al lugar y rodearon las estructuras amenazadoramente, con las armas en alto, hasta que llegaron los camiones militares para llevarse a los invasores.

En ocasiones, los ciudadanos comunes eran los primeros en llegar a las bombas y en general cooperaban, sustrayendo las estructuras a la mirada de las autoridades. Pero a veces estallaban peleas o intervenían bandas de piratas. En la mayoría de los casos, a menos que los ciudadanos actuaran con rapidez, los soldados no tardaban en aparecer y se llevaban los objetos, de forma brutal y sangrienta.

Sin embargo, un pequeño porcentaje de los objetos lograba pasar inadvertido y quedaba a buen resguardo, en secreto, en manos de los civiles.

 

Un joven huérfano y soltero, Okoronkwo Mmadufo, cultivaba mijo perlado y criaba cabras en los aledaños de una planta china de procesamiento de coltán que había quedado abandonada, un terreno que no le interesaba a nadie ya que estaba sembrado de residuos tóxicos. La granja apenas podía asegurar la subsistencia de una persona. El suelo enfermaba los cultivos y la vegetación a los animales. Okoronkwo se desesperaba por ser rico y poder, algún día, sostener a una esposa y una familia.

La noche del bombardeo, el granjero estaba despierto y en movimiento, atendiendo a una cabra enferma. Levantó la vista cuando oyó un golpe sordo pero considerable y vio la bomba asentarse sobre un parche de plantas de mijo raquíticas. Soltó a la cabra y corrió hacia la estructura.

Empezó a empujar la bomba, sin éxito, ya que esta era casi tan grande como su casa. Pero entonces vio un gran botón rojo sin etiquetar junto al panel de la puerta y lo pulsó.

La bomba se elevó sobre un conjunto de ruedas y un efecto de colchón de aire.

Okoronkwo corrió con la bomba hacia la fábrica, decrépita y vacía. Una pequeña dependencia anexa parecía impenetrable tras derrumbarse sobre sí misma, pero Okoronkwo sabía el secreto de su acceso.

Movió algunas vigas, apartó una pared de hojalata galvanizada y consiguió esconder la bomba. Luego, con una rama, borró las huellas que habían quedado al arrastrar el artefacto desde el lugar del aterrizaje.

Los soldados lo encontraron acunando a su cabra enferma.

Tras un interrogatorio y una discusión, los soldados decidieron no investigar en la planta abandonada, ya que habían oído que el efecto de los desechos tóxicos hacía desaparecer los penes. Se divirtieron mucho especulando sobre el encogimiento de los genitales de Okoronkwo, y luego se marcharon.

Okoronkwo esperó hasta la noche siguiente para investigar la bomba en el cobertizo. Cuando el portal plástico curvo se abrió, la luz inundó el interior de la bomba. Okoronkwo entró rápidamente y cerró la puerta.

El interior de la estructura parecía mucho más pequeño de lo esperado, lo que indicaba maquinaria o depósitos ocultos. Las únicas características visibles eran: una tolva de admisión, un conducto de dispensación y un teléfono celular acoplado.

Salpicado con glifos animados, apareció el rostro de un joven blanco.

—Aquí Sticky. ¿Cuál es tu nombre?

—Okoronkwo Mmadufo.

—Voy a llamarte OM. A partir de ahora eres el orgulloso propietario de una Unidad de Campo BioFab. Viene equipada con materiales de alimentación, solo cosas comunes que podrás reemplazar, y microbios inteligentes que manejarán su propia reproducción, así como instrumentos de diagnóstico, ingeniería e interfaz. PCR, desacopladores y enlazadores de nucleótidos, secuenciadores: todo. Puedes usar la BFU para hacer casi cualquier medicina u otros productos de procesos orgánicos naturales o sintéticos. La Unidad también adaptará dosis de agentes activos para su dispersión en el medio ambiente. Podrás manejar todo a través del celular. Ahora verás el panel de control en la pantalla táctil, con un enlace a un tutorial interactivo. Haz clic en los términos de acuerdo, por favor, OM... ¡Genial! Adiós.

—¡Espere! ¡Tengo muchas preguntas!

—Perdón, pero los Federales no me pagan para responder a tus preguntas. Soy estrictamente freelance. Así que, me voy. Salvo que… ¿puedes conseguirme alguna grabación rara de highlife?

—¿Le gustan los shows del Dr. Sir Warrior?

—¡Claro que sí!

—Puedo conseguir algunos de esos.

—Tráeme grabaciones que no tenga, y estaré a tu disposición.

Durante la siguiente semana, Okoronkwo y su nuevo amigo, usaron la BFU para fabricar un tratamiento para mejorar el suelo, una cura para el mijo perlado y nutracéuticos para las cabras.

Okoronkwo tomó confianza en el manejo de la BFU, y acabó despidiéndose de Sticky. Ahora sabía que podía seguir ayudándose a sí mismo y a sus vecinos, y que su futuro personal incluiría una mujer e hijos.

Pero primero debía diseñar un virus letal, que afectara solo al genoma de los que gobernaban Nigeria. Estos hombres eran poco cuidadosos con el uso del preservativo Esos hombres eran poco estrictos en el uso del condón y, por cierto, ciertamente obtener su semen no suponía un gran problema.

 

Título original: Bombs away

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT


Paul Di Filippo nació el 29 de octubre de 1954 en Woonsocket, Rhode Island, Estados Unidos. Es crítico literario y escritor de ciencia ficción. Ha trabajado para  las revistas Asimov's Science Fiction, The Magazine of Fantasy & Science Fiction, The New York Review of Science Fiction e Interzone. Su historia corta "Kid Charlemagne"; publicada en Amazing Stories, fue nominada al Premio Nébula al mejor relato corto en 1987. También, su historia corta "Lennon Spex" fue nominada al mismo premio en 1992, la novela corta "Karuna, Inc." fue nominada al Premio Mundial de Fantasía en esa categoría en 2002 y la novela Un año en la ciudad lineal (2002) fue nominada al Premio Hugo. Ha publicado The steampunk trilogy (1995), Destroy All Brains! (1996), Ribofunk (1996), Fractal Paisleys (1997), Lost Pages (1998), Joe's liver (2000), Strange Trades (2001), Neutrino Drag (2001), A mouthful of tongues: her totipotent tropicanalia (2002), A year in the Linear City (2002), Fuzzy dice (2003), Spondulix (2004), Harp, pipe and symphony (2004), Creature from the Black Lagoon: time's black lagoon (2006), Cosmocopia (2008), Roadside Bodhisattva, (2010), A Princess of the Linear Jungle (2011) y The big get-even (2018), entre otros.

 

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