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viernes, 10 de mayo de 2024

ILSA LUND

Leonardo Killian

 


 

La historia me llegó un domingo por la tarde, aburrido y húmedo, en el bar Colón, a esa hora vacío o casi, con la sola presencia de Macedo, dueño, cocinero y mozo quien leía la Quinta, lapicera en mano, junto a la ventana que da a Triunvirato; vaya uno a saber qué resultados o combinación timbera estaba anotando.

Me hizo señas, sin hablar, para que pasara y, acercando una silla me dispuse a escuchar. Las charlas de Macedo se remitían a un charlante, él, y un escuchante, yo. Pero esa tarde valió la pena.

Todo comenzó cuando le comenté no sé qué cosa sobre la plaza que estaban remodelando en el barrio de su niñez y también la mía. Ahí me agarró del brazo y con esa mirada entre jodona y alucinada que tan bien le conocía me preguntó:

—¿Te acordás de Casablanca? ¿Viste cuando el avión se va y Bogart se queda con el petiso? Bueno, ¿adónde va el avión? —Me quedé mudo y con mi orgullo cinéfilo malherido al no poder contestar—. A Portugal. Bueno, después de idas y vueltas, llegó a Portugal donde la policía de Salazar lo tenía marcado a Lazlo y ahí nomás lo detuvieron. Al pobre tipo lo mandaron a Alemania y hasta allí es lo que se sabe. Contra la rubia no tenían nada pero le dieron veinticuatro horas para dejar Lisboa y el país.

»Un tal Arnaldi, capitán de El Pampero, un barco mercante que salía al otro día para Buenos Aires, la encontró en un café del puerto, adonde había ido a cenar y, no sabemos si por compasión o calentura la invitó a embarcarse.

»Cuando llegó traía solo lo puesto, un traje sastre, un sombrero y una valijita. No hablaba castellano, no conocía a nadie y no tenía un centavo.

»Da la casualidad que mi tía Angela había ido al puerto a buscar a unos primos lejanos que venían de España y cuando la vio, parece que se imaginó el cuadro y la invitó a la pensión que tenía en la calle Turín, acá, en Parque Chas.

»La tía, chismosa y dueña de la lengua más envenenada de los alrededores me contó que sus primeros tiempos fueron difíciles, pero la Argentina de entonces era un paraíso. Dando clases particulares de francés y de inglés, la rubia salió adelante enseguida, y la bruja debió admitir que a partir de entonces nunca dejó de pagar en término y que jamás le pidió un centavo a nadie. Eso sí, nunca le perdonó que fumara, hábito extraño en una mujer por esos años.

»Por lo demás no recibía a nadie y prácticamente no se daba con ningún vecino. Buenos días, buenas tardes, buenas noches y chau, eso era todo.

»Su única salida eran unos paseos por el puerto, una o dos veces al mes. Se sentaba a mirar el río y, sin dejar de fumar, paseaba mirando interesada el mundo marinero que inundaba por esos años el bajo y Retiro.

»Los años pasaban dulces. Se terminó la guerra y aparecía Perón.

»El cine traía en los noticieros imágenes de un horror que descomponía. El mundo y la Argentina cambiaban; Parque Chas cambiaba: polacos, húngaros, judíos, ucranianos y más tanos se instalaban en el barrio. La feria de la esquina parecía una reunión de las Naciones Unidas; todos a los gritos entendiéndose como se podía pero sin duda, con ganas de entenderse.

»Si habían salido de ese horror, peor no podrían estar jamás.

»Alguno de estos rusos (para nosotros eran todos rusos) cruzaba alguna palabra con Ilsa pese a lo cual, siguió sin hacer amigos y en su mundo. Un mundo donde había una radio que tocaba óperas y música clásica; su única compañía era un gato que se había encariñado con esas manos que lo acariciaban y que por las noches le acercaban un tazón de leche.

»Hacia el año 49 (los chismosos tienen una memoria de vigilante), llegó la primera carta.

»La gallega no reconoció la estampilla, aunque Franco no era, y, cuando se la alcanzó, la rubia, que estaba con su clase, cambió de cara.

 »A partir de ese día fue otra. La rubia (aunque también la llamábamos la rusa, o la inglesa, lo que demuestra el estado de perplejidad de un barrio acostumbrado a conocer pelos y señales de todo el mundo) cambió el destino de sus salidas. Ya no eran hacia el puerto sino al correo.

»Todas las semanas llevaba y todas las semanas, infaltable, el cartero acercaba un sobre para “doña Ilsa” que, por primera vez desde su llegada, había empezado a sonreír.

»La plaza estaba a media cuadra de lo de mi tía, y yo, me pasaba todo el verano con la barra jugando a la pelota de la mañana a la noche. Me acuerdo que paramos de jugar para ver pasar el auto. Para algunos un Ford, para mí era un Buick clarito color crema.

»El auto paró frente a lo de la gallega que, para variar, estaba barriendo la vereda, operación que le llevaba una larga media hora cada mañana y que, la ponía al corriente de las novedades de la cuadra.

»El motor quedó ronroneando unos segundos hasta que paró. Bajó despacio y con el andar que durante muchos años le imité; algo más viejo, con las entradas más pronunciadas cuando se sacó el sombrero para saludar a la enmudecida doña Angela. Fumando cruzó el jardín y luego de unos minutos los vimos salir a los tres. Algunos bultos y la valijita que él rápidamente metió en el auto.

»Las mujeres se abrazaron supongo que llorando y así como en un sueño o una película los vimos irse para no verlos nunca más.

»Mi tía tenía el corazón más duro de España pero te juro que cuando me acerqué para verla temblaba como una hoja y sé que, a pesar de que era casi una desconocida, la extrañó hasta el último día de su vida.

»Como un autómata entré en la casa y fui hacia la piecita que había sido el hogar de la rubia y sin saber por qué ni para qué me guardé un sobre vacío que encontré bajo la mesita de luz».

Macedo suspendió el relato, se paró y fue hasta el mostrador, detrás del que desapareció por unos segundos. Cuando volvió me mostró su tesoro, un sobre amarillento con garabatos y algunas anotaciones que no entendí; con una letra distinta se leía claramente “Rick”.

Volví tarde esa noche. Noche de verano para whisky con hielo y cigarrillos. Por más vueltas que daba no podía pegar un ojo.

 La historia de Macedo aparecía una y otra vez, así que, a eso de las tres, agarré los cigarrillos y me mandé. Caminé despacio las cinco cuadras hasta esa casa que, salvo algún detalle, estaba como la recordaba de chico.

No me iba a poder dormir si antes no veía el cerco de ligustros, el jazmín y la puertita de madera que hacía más de cincuenta años, Ilsa y Rick habían cruzado para subirse al Ford (o era un Buick) para perderse en la memoria del barrio y, para irse, esta vez juntos, para siempre.


Leonardo Killian es profesor de historia y egresado de la escuela de cine (CECINEMA) especializado en guión cinematográfico. Libros de cuentos editados: Cuentos y anticuentos y Cuentos del Gato Canoso. Hay infinidad de cuentos y relatos en una cantidad de antologías y algunos han sido traducidos al frances, turco, hungaro e italiano. Novelas: La sombra del GeneralLa hermandad del arcoEl enigma Moreno y El enviado (esta última junto a Gustavo Abrevaya) Antologías: Las 1001 noches peronistas (junto a Gustavo Abrevaya), Con la boina blanca (antología de relatos y cuentos sobre el radicalismo), Tu grato nombre, cuentos y relatos sobre River Plate junto a Hugo Barcia. Libros de historia del arco: El camino del arcoHistoria del tiro con arco en el Río de la PlataTiro con arco para todosDioses, héroes, mitos y leyendas sobre arqueros y sus arcos. Todos estos junto a Héctor Cirigliano. Colabora con sus artículos en las publicaciones Todo es HistoriaAire libre y en diversas publicaciones sindicales de la Unión de Trabajadores de la Educación y ATE, Asociación de Trabajadores del Estado, entre otras.

sábado, 27 de abril de 2024

EN EL VALLE

 Leonardo Killian

 

Los ejércitos estaban inmóviles. Los guerreros, sentados, algunos, casi desplomados por el calor y la sed; a la sombra de lo que fuera o, simplemente haciendo visera con sus manos, se disponían a ver el combate.

Una lonja de terreno bastante escasa dividía los bandos y el sol los abrazaba a todos.

Dos cosas mejoraban el ánimo: la promesa de una buena pelea y, sobre todo, la posibilidad de un descanso, tan largo como lo permitiese el singular enfrentamiento. Además, quién sabe, tal vez hubiese una victoria sin necesidad de batalla.

Goliat, el paladín filisteo, era un verdadero gigante de seis codos y un palmo, pesaba lo que un buey. Sus armas, que difícilmente hubiera blandido un hombre común: espada, jabalina, arco, flechas y lanza de seiscientos siclos de hierro, escudo y cota de bronce, como de bronce era el yelmo que lo hacía aún más imponente.

David, el hondero entusiasta, como lo llamaba su tribu, no mostraba gran cosa; tres codos y un palmo de altura, no pesaba lo que una oveja gorda.

Dado que no era soldado sino pastor, no llevaba más armas que su honda y, en el zurrón, cinco piedras redondeadas que había recogido en el río. Su corazón era valiente y Yahvé no lo abandonaría.

A medida que ambos caminaban al encuentro el aliento de los bandos crecía, primero con un rítmico palmoteo y luego con gritos e insultos que se apagaron cuando el hebreo y el filisteo quedaron frente a frente.

Se miraron fieramente y Goliat no pudo contener una sonrisa despectiva pero, fue David el que dio comienzo a la lucha. Cargó su honda y tras un breve movimiento la pedrada cortó el aire rozando apenas el yelmo del grandote quien, con asombrosos reflejos evitó lo que era sin duda un disparo certero.

Detrás de David se levantó una expresión de fastidio seguida por el silencio. Por el contrario la gritería ronca de la brutal soldadesca adoradora de Moloch fue continuada con un redoblar de tambores y alaridos de aliento hacia Goliat. Este, clavando sus armas en tierra alzó sus ropas y, tomándose con ambas manos su incircuncisa aunque descomunal virilidad asombró a todos (amigos y enemigos) con unos pasos de ridícula pantomima acompañada por una infernal pedorrea ampliamente festejada por los suyos.

Asombrado por lo que veía, apenas si tuvo tiempo David de retroceder un palmo y así evitar la lanza arrojada por el filisteo quien, en un abrir y cerrar de ojos y sin anunciarlo lanzó esta con tal fuerza y precisión que se enterró casi hasta su mitad entre las piernas abiertas a tiempo por el judío.

La violencia del golpe levantó una nube de polvo y gritos horrorizados de los soldados de Israel que, sin embargo y luego del impacto inicial, volvieron a contagiarse el entusiasmo. Al principio simplemente con una gritería gutural e inconexa pero luego con un nítido y unísono ¡Adonai! ¡Adonai! que estremeció el valle.

La ira contenida y el silencio cargado de rencor acompañaban los enmudecidos ejércitos de Baal. La ira de quien ve fallar a su campeón tan descomunal golpe por apenas una pulgada.

Fue en ese instante, en el que David volteaba sonriendo hacia sus filas y se unía a las miles de gargantas en el canto fanático cuando, interrumpiendo la secuencia previamente pactada por los jefes de las milicias se produjo lo que yo, Eleazar, hijo de Aarón presencié desde el cerro. Lo que vi fue al enorme filisteo, tensar el arco de ciento cincuenta libras y con un certero flechazo atravesar al pastor exactamente a la altura del pecho Luego, avanzó a gran velocidad, sorprendente para alguien tan fornido y del peso de un buey, pero decidido y con una expresión de furia que heló la sangre de los hombres.

Había soltado su escudo, lanza y arco y sólo llevaba su espada con la que cercenó la cabeza de David de un solo tajo. El cuerpo tardó unos segundos en caer y, al hacerlo, todos, jinetes y hombres de a pie, jefes y soldados huyeron despavoridos por el valle del Ela.

Goliat, vuelto hacia los suyos alzó los brazos y, en esa actitud, fue rodeado por la multitud idólatra, que, dando rienda suelta a un feroz entusiasmo pisoteaba los restos del yacente enemigo. Veinte guerreros alzaron a Goliat y lo pasearon en andas borrachos de victoria. Luego, formada ya una alegre caravana se dirigieron hacia sus campamentos de Gat y Ecron. Ya sin ferocidad, sus rostros distendidos coreaban el incesante ¡Dagón! ¡Dagón! Hasta perderse en el Soco tras el horizonte.

Con la luna ya alta, abatido y aún impresionado por lo visto y oído, volví con los míos.

Al llegar me recibió mi madre quien, entre reproches y suspiros de alivio me hizo señas de que guardara silencio. Me llevó junto al fuego donde bebí leche caliente, y mientras devoraba mi pan con queso me uní con callada presencia a los demás.

Estos escuchaban, sin parpadear siquiera, la profunda voz de mi abuelo que narraba con detalles asombrosos, con pausas que acentuaban mi atención, como solo él sabía hacerlo.

Nos contaba la gran hazaña del pequeño David.


Leonardo Killian es profesor de historia y egresado de la escuela de cine (CECINEMA) especializado en guión cinematográfico. Libros de cuentos editados: Cuentos y anticuentos y Cuentos del Gato Canoso. Hay infinidad de cuentos y relatos en una cantidad de antologías y algunos han sido traducidos al frances, turco, hungaro e italiano. Novelas: La sombra del GeneralLa hermandad del arcoEl enigma Moreno y El enviado (esta última junto a Gustavo Abrevaya) Antologías: Las 1001 noches peronistas (junto a Gustavo Abrevaya), Con la boina blanca (antología de relatos y cuentos sobre el radicalismo), Tu grato nombre, cuentos y relatos sobre River Plate junto a Hugo Barcia. Libros de historia del arco: El camino del arcoHistoria del tiro con arco en el Río de la PlataTiro con arco para todosDioses, héroes, mitos y leyendas sobre arqueros y sus arcos. Todos estos junto a Héctor Cirigliano. Colabora con sus artículos en las publicaciones Todo es HistoriaAire libre y en diversas publicaciones sindicales de la Unión de Trabajadores de la Educación y ATE, Asociación de Trabajadores del Estado, entre otras.

miércoles, 17 de abril de 2024

LA MÁQUINA DEL TIEMPO

Leonardo Killian

 


"A las 8 en punto" decía el cartel y si, a esa hora exactamente se posó en la esquina de Triunvirato y avenida De los Incas.

"15 minutos de espera y por orden de llegada", agregaba.

Me quedé toda la noche en una carpa precaria bajo la inclemente garúa que se colaba por cuanto agujero tenía la maltrecha lona.

Fui el segundo de la larga cola que a eso de las seis ya tenía una cuadra y media.

Con exactitud teutónica, se abrió la puerta y fuimos pasando los afortunados. Llenado el cupo que calculé en unas cincuenta o sesenta personas, se escuchó la voz que informaba: En este viaje haremos un breve paseo por Buenos Aires que abarcará el periodo comprendido entre 1955 y 1965.

A continuación se escuchó un zumbido apenas perceptible y tuve la sensación de que despegaba del suelo.

Al poco tiempo de despegar, una mujer nos consultó:

—¿Este no es el colectivo 80 que va para Lugano? —Le explicaron que esto era una máquina del tiempo y que seguramente se había confundido a la hora de abordarla.

La mujer dejó su asiento y a los gritos amenazó con abrir la puerta sino la devolvían a la parada del 80. Ante los inútiles intentos de una azafata por calmarla, se hicieron presentes dos patovicas con uniforme de Seguridad y tomándola de los brazos la hicieron pasar a una habitación donde se leía “Enfermería”. Como a la media hora se abrió la puerta y la mujer, ya calmada, volvió a su asiento.

Con un castellano neutro, la misma voz anunció que en unos minutos descenderíamos en la Plaza de Mayo. La fecha indicada era exactamente las 12,30 del 26 de junio.

Fueron inútiles mis gritos y mis alertas. Nadie me quiso escuchar y como único resultado de mis ruegos lo único que logré fue que aparecieran los dos patovicas y que me arrastraran a la enfermería. Los tipos parecían sordos o simplemente no entendían castellano. Traté de mil maneras de explicarles lo que pasaría pero nada, era como hablar con la pared. Mientras uno me tomaba los brazos, el otro me arremangó la camisa donde me inyectaron.

Ya no pude hablar. Adormilado me devolvieron a mi asiento mientras la primera bomba caía exactamente en el centro de la nave.


Leonardo Killian es profesor de historia y egresado de la escuela de cine (CECINEMA) especializado en guión cinematográfico. Libros de cuentos editados: Cuentos y anticuentos y Cuentos del Gato Canoso. Hay infinidad de cuentos y relatos en una cantidad de antologías y algunos han sido traducidos al frances, turco, hungaro e italiano. Novelas: La sombra del GeneralLa hermandad del arcoEl enigma Moreno y El enviado (esta última junto a Gustavo Abrevaya) Antologías: Las 1001 noches peronistas (junto a Gustavo Abrevaya), Con la boina blanca (antología de relatos y cuentos sobre el radicalismo), Tu grato nombre, cuentos y relatos sobre River Plate junto a Hugo Barcia. Libros de historia del arco: El camino del arcoHistoria del tiro con arco en el Río de la PlataTiro con arco para todosDioses, héroes, mitos y leyendas sobre arqueros y sus arcos. Todos estos junto a Héctor Cirigliano. Colabora con sus artículos en las publicaciones Todo es HistoriaAire libre y en diversas publicaciones sindicales de la Unión de Trabajadores de la Educación y ATE, Asociación de Trabajadores del Estado, entre otras.

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