sábado, 27 de abril de 2024

EN EL VALLE

 Leonardo Killian

 

Los ejércitos estaban inmóviles. Los guerreros, sentados, algunos, casi desplomados por el calor y la sed; a la sombra de lo que fuera o, simplemente haciendo visera con sus manos, se disponían a ver el combate.

Una lonja de terreno bastante escasa dividía los bandos y el sol los abrazaba a todos.

Dos cosas mejoraban el ánimo: la promesa de una buena pelea y, sobre todo, la posibilidad de un descanso, tan largo como lo permitiese el singular enfrentamiento. Además, quién sabe, tal vez hubiese una victoria sin necesidad de batalla.

Goliat, el paladín filisteo, era un verdadero gigante de seis codos y un palmo, pesaba lo que un buey. Sus armas, que difícilmente hubiera blandido un hombre común: espada, jabalina, arco, flechas y lanza de seiscientos siclos de hierro, escudo y cota de bronce, como de bronce era el yelmo que lo hacía aún más imponente.

David, el hondero entusiasta, como lo llamaba su tribu, no mostraba gran cosa; tres codos y un palmo de altura, no pesaba lo que una oveja gorda.

Dado que no era soldado sino pastor, no llevaba más armas que su honda y, en el zurrón, cinco piedras redondeadas que había recogido en el río. Su corazón era valiente y Yahvé no lo abandonaría.

A medida que ambos caminaban al encuentro el aliento de los bandos crecía, primero con un rítmico palmoteo y luego con gritos e insultos que se apagaron cuando el hebreo y el filisteo quedaron frente a frente.

Se miraron fieramente y Goliat no pudo contener una sonrisa despectiva pero, fue David el que dio comienzo a la lucha. Cargó su honda y tras un breve movimiento la pedrada cortó el aire rozando apenas el yelmo del grandote quien, con asombrosos reflejos evitó lo que era sin duda un disparo certero.

Detrás de David se levantó una expresión de fastidio seguida por el silencio. Por el contrario la gritería ronca de la brutal soldadesca adoradora de Moloch fue continuada con un redoblar de tambores y alaridos de aliento hacia Goliat. Este, clavando sus armas en tierra alzó sus ropas y, tomándose con ambas manos su incircuncisa aunque descomunal virilidad asombró a todos (amigos y enemigos) con unos pasos de ridícula pantomima acompañada por una infernal pedorrea ampliamente festejada por los suyos.

Asombrado por lo que veía, apenas si tuvo tiempo David de retroceder un palmo y así evitar la lanza arrojada por el filisteo quien, en un abrir y cerrar de ojos y sin anunciarlo lanzó esta con tal fuerza y precisión que se enterró casi hasta su mitad entre las piernas abiertas a tiempo por el judío.

La violencia del golpe levantó una nube de polvo y gritos horrorizados de los soldados de Israel que, sin embargo y luego del impacto inicial, volvieron a contagiarse el entusiasmo. Al principio simplemente con una gritería gutural e inconexa pero luego con un nítido y unísono ¡Adonai! ¡Adonai! que estremeció el valle.

La ira contenida y el silencio cargado de rencor acompañaban los enmudecidos ejércitos de Baal. La ira de quien ve fallar a su campeón tan descomunal golpe por apenas una pulgada.

Fue en ese instante, en el que David volteaba sonriendo hacia sus filas y se unía a las miles de gargantas en el canto fanático cuando, interrumpiendo la secuencia previamente pactada por los jefes de las milicias se produjo lo que yo, Eleazar, hijo de Aarón presencié desde el cerro. Lo que vi fue al enorme filisteo, tensar el arco de ciento cincuenta libras y con un certero flechazo atravesar al pastor exactamente a la altura del pecho Luego, avanzó a gran velocidad, sorprendente para alguien tan fornido y del peso de un buey, pero decidido y con una expresión de furia que heló la sangre de los hombres.

Había soltado su escudo, lanza y arco y sólo llevaba su espada con la que cercenó la cabeza de David de un solo tajo. El cuerpo tardó unos segundos en caer y, al hacerlo, todos, jinetes y hombres de a pie, jefes y soldados huyeron despavoridos por el valle del Ela.

Goliat, vuelto hacia los suyos alzó los brazos y, en esa actitud, fue rodeado por la multitud idólatra, que, dando rienda suelta a un feroz entusiasmo pisoteaba los restos del yacente enemigo. Veinte guerreros alzaron a Goliat y lo pasearon en andas borrachos de victoria. Luego, formada ya una alegre caravana se dirigieron hacia sus campamentos de Gat y Ecron. Ya sin ferocidad, sus rostros distendidos coreaban el incesante ¡Dagón! ¡Dagón! Hasta perderse en el Soco tras el horizonte.

Con la luna ya alta, abatido y aún impresionado por lo visto y oído, volví con los míos.

Al llegar me recibió mi madre quien, entre reproches y suspiros de alivio me hizo señas de que guardara silencio. Me llevó junto al fuego donde bebí leche caliente, y mientras devoraba mi pan con queso me uní con callada presencia a los demás.

Estos escuchaban, sin parpadear siquiera, la profunda voz de mi abuelo que narraba con detalles asombrosos, con pausas que acentuaban mi atención, como solo él sabía hacerlo.

Nos contaba la gran hazaña del pequeño David.


Leonardo Killian es profesor de historia y egresado de la escuela de cine (CECINEMA) especializado en guión cinematográfico. Libros de cuentos editados: Cuentos y anticuentos y Cuentos del Gato Canoso. Hay infinidad de cuentos y relatos en una cantidad de antologías y algunos han sido traducidos al frances, turco, hungaro e italiano. Novelas: La sombra del GeneralLa hermandad del arcoEl enigma Moreno y El enviado (esta última junto a Gustavo Abrevaya) Antologías: Las 1001 noches peronistas (junto a Gustavo Abrevaya), Con la boina blanca (antología de relatos y cuentos sobre el radicalismo), Tu grato nombre, cuentos y relatos sobre River Plate junto a Hugo Barcia. Libros de historia del arco: El camino del arcoHistoria del tiro con arco en el Río de la PlataTiro con arco para todosDioses, héroes, mitos y leyendas sobre arqueros y sus arcos. Todos estos junto a Héctor Cirigliano. Colabora con sus artículos en las publicaciones Todo es HistoriaAire libre y en diversas publicaciones sindicales de la Unión de Trabajadores de la Educación y ATE, Asociación de Trabajadores del Estado, entre otras.

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