Mostrando entradas con la etiqueta Luisa Madariaga Young. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Luisa Madariaga Young. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de febrero de 2025

TRAVESÍA

 

Luisa Madariaga Young


 

Muchas personas creen que la fortaleza se encuentra en la musculatura física obtenida en los gimnasios, pero puedo asegurarles que existe una superior, aquella que sale a flote cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles o extremas; me refiero a la fortaleza de espíritu para librar batallas que parecen imposibles. Evelyn es mi hija menor; se mudó lejos y pocas veces nos veíamos en un año, aunque siempre nos hemos comunicado a diario, esa es la razón por la cual quedé devastada cuando ya desesperada por no saber de ella, recibí un correo que fielmente transcribo aquí:

 “Madre querida, mientras lees mi carta yo estoy luchando por un sueño. Te conozco y se cuánto vas a llorar, pero te ruego comprendas que no me despedí precisamente para evitar ver toda la angustia reflejada en tu rostro al embarcarme en una incierta travesía donde todo puede pasar.

Comienzo diciéndote que el primero en irse, hace tres meses, fue Carlos (ahora querrás desear que nunca nos hubiéramos casado) con la idea de trabajar duro para ir pagando la deuda, ambos pensamos que si esa afortunada circunstancia llegaba a producirse el niño y yo viajaríamos después para reunirnos en Estados Unidos (no lo hicimos juntos por razones de dinero).

 Llegamos a Nicaragua en la noche y estuvimos viajando por varias horas. Cuando amaneció vi como la luz cálida caía sobre los lejanos volcanes ¡Es increíble admirar esas cúpulas blancas! Y me preguntaba ¿Será la nieve? ¿Es posible que exista el invierno en medio de las montañas aunque estemos finalizando el verano? Mientras marchábamos (hay tramos que tenemos que hacerlos a pie), no dejaba de recordar tus enseñanzas cada vez que teníamos que cruzar un río caminando por un estrecho y elevado puente colgante; algo más complicado que mantenerse de pie luego de una pasada de copas.

En Honduras formamos un grupo mayor con personas de otros países, entre ellos había un niño de cinco años que lloraba asustado, el pobrecillo no encontraba a su padre, me acerque y le ofrecí unas golosinas para consolarlo, casi inmediatamente llegó su papá que con una explosión de triunfo ahogó el dolor de creerlo perdido en medio de tantas gentes. Me dijo que eran venezolanos y que viajaban solos. A lo largo del camino hicimos buena amistad y nos ayudábamos mutuamente. Me había percatado que ellos poseían salvoconductos, pero él me confesó que todos los documentos eran falsos, lo único verdadero eran nuestras identificaciones y pasaportes.

Madre, es cierto el peligro que se corre. En Guatemala un hombre se acercó a nuestro guía que observó al intruso con evidente desconfianza, se notaba claramente que era de las fuerzas policiales. Te confieso que hasta ese momento no había visto un arma en ninguno de ellos, debían de tenerlas ocultas, pero sin yo saber cómo, el guía ya lo tenía encañonado y lo condujo al abismo desde el borde del angosto camino que estábamos cruzando. Todos estábamos paralizados, solo atiné a cubrirle los ojos a Carlitos y susurrarle bajito ¡No es nada más que un juego! No escuchamos disparos, pero tampoco quisimos averiguar qué sucedió…

Antes de llegar a México nos separaron en grupos pequeños y nos volvieron a reagrupar, luego de cinco días de viaje, en un rancho aislado, muy cerca de Tapachula. Ahí volví a reencontrarme con el venezolano (Francisco es su nombre), lo reconocí porque usaba la misma indumentaria que usó cuando nos vimos la primera vez, apenas era una sombra de la persona vivaracha que me había ofrecido amistad unas semanas antes. Le pregunté por su hijo y un rictus de amargura desfiguró su rostro, llorando me dijo que en la selva algún insecto había picado a su niño provocándole fiebres y sudoraciones extremas, que le había rogado al guía hacer una parada cerca de algún pueblo para al menos comprar medicamentos, que el guía vino, observó por unos minutos a su hijito y se volvió diciendo “No hay duda de que está enfermo, pero no podemos parar, la vida de una sola persona no puede poner en riesgo la de los demás ni el dinero que se está pagando, negocios son negocios” ¡Perdió a su niño, madre, y yo quedé angustiada pensando en el mío! Traté de encontrar palabras que lo reconfortaran y no pude ¡No existen palabras de consuelo, los padres nunca deben ver morir a un hijo! Solo atiné a ponerle una mano en su hombro y me susurró que ese horrible momento de sepultarlo en medio de la selva, sin apenas unos minutos de despedida prefirió olvidarlo para no sentir otra vez el vacío de la pérdida. Hasta ese momento yo no tenía total conciencia de los verdaderos peligros a los cuales me estaba exponiendo, pero me sobrepuse a la debilidad momentánea con voluntad de acero.

En México nos quedamos estancados por muchos días; éramos más de doscientas personas amontonadas en una casa con las mínimas condiciones higiénicas, ningún mobiliario y sobre la mesa de madera había varios rollos de nylon para acumular los desechos ya que no podíamos salir al exterior, todos dormíamos en el piso sobre colchas que nos trajeron, eso sí, nunca nos faltó la buena comida (demasiado picante pero hicimos de tripa corazón y ya nos acostumbramos).

Finalmente sacaron al primer grupo y nos dijeron al resto que estuviéramos preparados para salir en la madrugada. Esperamos por horas y nada. Luego vino uno de los guías para informarnos que una de las camionetas del traslado se había volcado y tristemente unas diez personas murieron, por lo que las fuerzas federales estaban en operativos, en otras palabras, suspendidos los traslados hasta nuevo aviso. Un colombiano les recordó el juramento que habían hecho de protegerlos hasta la frontera por una suma de dinero bastante alta. El guía levantó la mano para sujetarse los lentes antes de responder que se reunirían esa noche en algún lugar cerca de Chiapas para coordinar con todos sus contactos un traslado seguro; luego añadió: “Nosotros somos buenos, pero no quieran vernos molestos”. Era evidente la amenaza ante tantos interrogantes que definitivamente no iban a responder.

Madre amada, a partir de este momento ya no podré comunicarme más. Voy a cruzar el puesto fronterizo, pasaré un tiempo detenida en inmigración y luego esperar a que mi hermana venga por nosotros. Por favor, no la culpes, es cierto que ella es la que está financiando gran parte de esta travesía, pero fue nuestra la decisión. Soy fuerte, madre, no te imaginas cuanto, he sobrepasado límites que yo misma desconocía. Sé que estás desgarrada por dentro, que a partir de ahora apenas podrás respirar esperando con angustia noticias mías ¡Ten fe y confianza en mí, estaremos bien! ¡Mi decisión y fortaleza de espíritu es grande! Un beso enorme desde lo más profundo de mi corazón, los amo con locura por siempre y para siempre”.


Luisa Madariaga Young nació en Holguín, Cuba y actualmente vive en Vive en Clearwater, Florida, Estados Unidos. Es geóloga, aunque la literatura ocupa buena parte de su tiempo libre. Es una de las participantes más efectivas y aventajadas del TALLER 9 de escritura creativa. 

 

sábado, 4 de mayo de 2024

CARGO DE CONCIENCIA


Luisa Madariaga Young



 

Desde que Alexa había decidido que ya era hora de regresar a su ciudad natal, disfrutaba cada tarde de un excelente café junto a Greta, su amiga de toda una vida y con la cual siempre se sentía a gusto para charlar de cualquier tema. Aprovechaban esos instantes para recordar los más mínimos detalles del pasado y del presente que vinieran a sus mentes. Por esas absurdas cosas de la vida, ambas habían enviudado casi al mismo tiempo.

Esa tarde, cuando Alexa llegó para la acostumbrada visita, su amiga le habló de un pasado lejano, muy enterrado en su memoria pero grabado en su corazón con sangre y espinas. Apenas se habían acomodado en los sillones, café y cigarrillos en manos, cuando Greta fue a la carga.

―Ayer estuve de mercado ¿Sabes con quién me encontré? ―No esperó respuesta―. Con Leonardo Aleaga. Cada vez que nos vemos me pregunta por ti. ¡Es como si nunca te hubiera podido olvidar!… ¡En fin! Le conté que regresaste definitivamente a la ciudad y se alegró mucho. Quiere verte.

―Lo siento Greta. Me lo dices como si fuera la primera vez y resulta que es siempre que te lo encuentras. El deseo no es mutuo.

―¡No puedo creer que tú aún continúes con esas tonterías! ¡Fueron cosas de muchachos! ¿Por qué y para qué tanto rencor?

―Porque existen cosas que jamás se olvidan… ¡Y no es rencor!… ¿Por fin vamos este fin de semana al club de la Década? ―Alexa cambió rápidamente el tema.

―¡Por supuesto, hay que salir de la rutina diaria y disfrutar de la música de nuestros tiempos! ¿Invitamos a Leonardo? De veras tiene muchos deseos de verte. Sabes que siempre se ha interesado por saber cómo has estado en todos estos años.

―¡Que se muera, Greta! ¿Después de casi cuarenta años sigue con la misma pejiguera? ¡No deseo verlo ni hablarle! ¿A qué se debe tanta insistencia? De sobra sabe que nunca más puede cruzarse en mi camino. Es tu amigo y no me molesta que lo sea ¡Pero a mí déjame fuera! ―explotó Alexa.

―Amiga, no entiendo nada ―dijo Greta, conciliadora―. ¿Qué pudo haber hecho para que reacciones así? ¿Cómo puedes guardar tanto rencor por cosas de jovencitos? ¿Por qué tanta tontería por un noviecito de tres días? ―Greta se rio de buena gana y Alexa la secundó con una media sonrisa. No le gustaba recordar ese pasado, la vergüenza que sentía era casi la misma que la primera vez.

―No Greta, no fue un noviazgo de tres días. Es lo que creíste porque siempre he ocultado las cosas que me hieren. En esa época tú y yo tampoco nos veíamos tanto. Ya te habías casado, tenías a Diana y trabajabas. Yo en cambio estaba en una licencia de la universidad y preparándome para ingresar de nuevo. ¿Recuerdas aquellos años 70? La vida y las costumbres eran muy diferentes a las actuales. Tener un novio era mostrar un compromiso ineludible ante nuestros padres. Solo que nuestra generación ya no pensaba igual a ellos, éramos más rebeldes y disfrutábamos de una libertad a sus espaldas que nos encantaba. ¡Mientras no se enteraran de nuestras correrías! ―Ahora las dos rieron con picardía—. En una de esas salidas nocturnas ―continuó Alexa―, tuve un pequeño romance con Leonardo. Tengo que reconocer que era muy apuesto. Esos ojos azules encantaban a cualquiera. Tampoco estaba enamorada, era el simple gusto de juventud. Ah, pero Leonardo tuvo que ir a mi casa y presentarse formalmente como el novio oficial de esta idiota. ¿Por qué tuvo que hacerlo si él también estaba en el mismo juego? Me hizo adquirir un compromiso que no me lo esperaba pero que asumí con aquello de… “veremos qué sucede”. ¡Mira que en esos tiempos se vivía con costumbres absurdas! ―Volvieron a reír recordando y luego Alexa retomó el hilo―. Una noche mi flamante novio solicitó permiso para llevarme a cenar junto con otra pareja amiga suya, con el compromiso de devolverme sana y salva antes de la media noche. El paseo terminó en Playa Blanca. Hasta ese momento pensé que regresaríamos con tiempo suficiente para que mis padres no se enteraran lo lejos que yo estaba de la ciudad. No fue así, con toda tranquilidad Leonardo me dijo que nos quedábamos. Por la sorpresa, el susto o lo que sea, no reaccioné como debí. Pensé regresar y dejarlo. No pude, el miedo a tener que hacerlo sola, con carnavales en ese pueblucho y borrachos por todas partes me hizo escoger de entre los males, el mejor. ¡Si en aquella época hubiéramos contado con los celulares! ¡Qué fácil habría sido llamar a mi familia y decirle que estaba contigo! Pero éramos tan pobres que ni siquiera un teléfono fijo teníamos ¿Para qué te cuento estas tonterías? Mejor hacemos planes para el fin de semana. ―Alexa trató de cambiar el tema.

―No, Alexa, siempre hemos sido hermanas y yo necesito saber. ¿Te hizo daño? ¿Una violación?

―¡No digas sandeces! ¡Ni pensar en eso es bueno! Que yo no desee ver ni en una pintura a Leonardo no significa que haya llegado a tanto.

―¿Entonces, qué te hizo? Es que hasta ahora no me has dicho nada que merezca tanto rechazo.

―¡Me hizo pasar la vergüenza más horrible de mi vida! ¡Sabiendo cómo era mi familia! Mi padre me buscó esa noche por toda la ciudad, no fue a la policía porque interiormente estaban asumiendo que yo me había escapado con el novio. Así que cuando dos días después regresé a la casa acompañada por Leonardo, para toda la familia yo era una mujer casada. Nadie estaba feliz por eso, pero tampoco dijeron nada. Entonces se desencadenó todo. Si yo asumí con valentía la tormenta, él hizo lo contrario. Cobardemente se fue y me abandonó. Huyó bajo las faldas de su madre. ¡Qué terrible vergüenza! ¡Yo no sabía dónde meter mi cabeza ni mirar al rostro de mis padres y hermanos! ¡No soportaba ver sus caras y mucho menos que me consolaran! Ni siquiera tuve el valor de correr a tu lado y desahogarme. ¡Esas amargas lágrimas eran solo mías! ¡Y mi pobre padre! Lo buscó y frente a mí lo único que le dijo fue: “En el camino de ella jamás te cruces o eres hombre muerto”, luego se volvió hacia donde yo estaba, me abrazó y me dijo: “Borrón y cuenta nueva. Esto no ha sucedido jamás y nunca nadie en la casa lo volverá a mencionar”. Y así fue amiga, absoluto silencio sobre mi bochornosa aventura. Poco tiempo después regresé a la universidad. El resto de mi vida lo conoces tanto como yo.

―¡Ahora comprendo! ¡Muy bien que guardaste ese secreto! Y conociéndote cómo eres, sé cuánto te afectó. Leonardo tampoco me dijo nada. Lo único que ha hecho durante todos estos años es lo que sabes, preguntar por ti y que te diga que desea verte ¿De veras que nunca más se encontraron frente a frente?

―Sí, una vez. Como cuatro o cinco años después de lo sucedido. No sé cómo supo que me casaba y en mi primer día de luna de miel, almorzando en el restaurante del hotel, tuvo la osadía de sentarse en una mesa cercana a nosotros. Quizás quería comprobar si era cierto que mi vida ya había tomado un rumbo muy diferente al suyo. No se acercó y se fue antes de que nosotros termináramos de comer. Eso fue todo.

―Alexa. ¿No has pensado que éramos muy jóvenes? Acabábamos de cumplir veinte años ¡Unos niños! ¿Por qué no lo perdonas y dejas que él te hable? Si durante tanto tiempo ha tenido esa necesidad es porque se arrepintió de veras y necesita decírtelo.

―¿Y qué resuelvo yo con su arrepentimiento? ¿Acaso es una varita mágica para quitar el pasado? Y no Greta, yo no le guardo rencor. Simplemente lo borré y él se empeña en aparecer. ¿Crees que ahora o alguna vez podamos ser amigos? ¡No lo creo!

―Pero si al menos aceptaras escucharlo te liberarías de ese peso y también lo librarías a él del terrible cargo de conciencia que ha vivido siempre. Ahora estoy segura de que es eso: cargo de conciencia por haberle hecho daño a alguien tan especial, dulce y buena como tú.

―No insistas amiga. Me es imposible, no me pidas tal cosa.

―No deberías ser tan dura por algo que, si lo analizas bien, no tuvo importancia, solo la que tú misma le das. Eran casi niños y esas cosas suceden. Hasta te hizo un bien ya que te dejó libre y mírate ahora, eres una profesional de renombre con una familia unida y feliz. En cambio Leonardo es un solitario. Divorciado y con sus hijos lejos. El resto de su familia viviendo en otro país. ¿Quieres algo peor que eso? Yo no te pido que se hagan amigos. Te pido que ablandes tu corazón y dejes que él libere su conciencia.

―Lo pensaré. Dame un tiempo y te prometo que lo voy a buscar yo misma. Por favor, si te lo vuelves a encontrar, no le comentes nada ¿Continúa viviendo en el mismo lugar?

―No. Antes de irte te anoto la dirección. Te prometo que no le diré nada.

―¡No estés tan alegre, que por ahora no será!

Ambas rieron en complicidad. Greta creyendo que su amiga cumpliría su palabra y Alexa pensando que no lo haría. Su mentira piadosa fue para salir del paso y no continuar hablando del tema.

 Pero el resto de la tarde se la pasó pensando en la conversación con su amiga. ¿Realmente debió darle tanta importancia a lo sucedido? Ella pensaba que sí. Eran otros tiempos y se vio marcada por la humillación. Por esa causa se había convertido en un ser que le resultaba extremadamente difícil abrir su corazón. Trabajo le había costado a su esposo ganarse su confianza.

 “Tiene cargo de conciencia”. “Deja que libere su conciencia” Las palabras de Greta seguían resonando en su mente una y otra vez. Trataba de pensar en otras cosas y se descubría martillando en lo mismo nuevamente. Se prometió a sí misma que cumpliría su promesa y unos días después se vio parada frente a la puerta de Leonardo. Le abrió una mujer entrada en años.

―¿Desea algo? ―le preguntó observándola de arriba a abajo.

― Eh… ¿Leonardo se encuentra? Por favor, dígale que es Alexa. Él me conoce.

―Leonardo abandonó el país ayer ¿Alexa me dijo usted? Espere un momento. Le dejó una carta.

 Tomó el sobre y se dio la vuelta mascullando un penoso “gracias”. Si Leonardo le había dejado una carta era porque Greta le había dicho que existía una gran probabilidad de que ella decidiera verlo. ¡Como me conoces amiga!, pensó.

 Todavía medio aturdida por la noticia, se sentó en un banco y abrió la carta, no decía mucho: “Nunca me dejaste decirte que me arrepentí una y mil veces de lo que te hice. Fui un cobarde y durante todos estos años mi conciencia no se cansó ni se cansará de recordármelo”.

 Alexa se quedó pensativa durante un buen rato. Las tardías palabras de Leonardo la conmovieron, al fin y al cabo decían lo mismo que ella pensaba restregarle en la cara. Comenzó también a sentir cargo de conciencia porque comprendió que ella era una persona feliz y realizada que nunca se acordaba de la existencia de Leonardo a menos que Greta se lo mencionara. Que pudo haber ido antes a su encuentro, extenderle la mano y decirle. ¡Vive tranquilo que yo estoy en paz!


Luisa Madariaga Young nació en Holguín, Cuba y actualmente vive en Vive en Clearwater, Florida, Estados Unidos. Es geóloga, aunque la literatura ocupa buena parte de su tiempo libre. Es una de las participantes más efectivas y aventajadas del TALLER 9 de escritura creativa. 

 

 

 

EL ENCUENTRO

 Laura Irene Ludueña   La reconoció de inmediato. Mary Shelley estaba sentada sola en el banco de una plaza oscura, como hurgando en sus r...