Luisa Madariaga Young
Muchas personas
creen que la fortaleza se encuentra en la musculatura física obtenida en los
gimnasios, pero puedo asegurarles que existe una superior, aquella que sale a
flote cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles o extremas; me refiero a
la fortaleza de espíritu para librar batallas que parecen imposibles. Evelyn es
mi hija menor; se mudó lejos y pocas veces nos veíamos en un año, aunque
siempre nos hemos comunicado a diario, esa es la razón por la cual quedé
devastada cuando ya desesperada por no saber de ella, recibí un correo que
fielmente transcribo aquí:
“Madre
querida, mientras lees mi carta yo estoy luchando por un sueño. Te conozco y se
cuánto vas a llorar, pero te ruego comprendas que no me despedí precisamente
para evitar ver toda la angustia reflejada en tu rostro al embarcarme en una
incierta travesía donde todo puede pasar.
Comienzo
diciéndote que el primero en irse, hace tres meses, fue Carlos (ahora querrás
desear que nunca nos hubiéramos casado) con la idea de trabajar duro para ir
pagando la deuda, ambos pensamos que si esa afortunada circunstancia llegaba a
producirse el niño y yo viajaríamos después para reunirnos en Estados Unidos
(no lo hicimos juntos por razones de dinero).
Llegamos
a Nicaragua en la noche y estuvimos viajando por varias horas. Cuando amaneció
vi como la luz cálida caía sobre los lejanos volcanes ¡Es increíble admirar
esas cúpulas blancas! Y me preguntaba ¿Será la nieve? ¿Es posible que exista el
invierno en medio de las montañas aunque estemos finalizando el verano?
Mientras marchábamos (hay tramos que tenemos que hacerlos a pie), no dejaba de
recordar tus enseñanzas cada vez que teníamos que cruzar un río caminando por
un estrecho y elevado puente colgante; algo más complicado que mantenerse de
pie luego de una pasada de copas.
En
Honduras formamos un grupo mayor con personas de otros países, entre ellos
había un niño de cinco años que lloraba asustado, el pobrecillo no encontraba a
su padre, me acerque y le ofrecí unas golosinas para consolarlo, casi
inmediatamente llegó su papá que con una explosión de triunfo ahogó el dolor de
creerlo perdido en medio de tantas gentes. Me dijo que eran venezolanos y que
viajaban solos. A lo largo del camino hicimos buena amistad y nos ayudábamos
mutuamente. Me había percatado que ellos poseían salvoconductos, pero él me
confesó que todos los documentos eran falsos, lo único verdadero eran nuestras
identificaciones y pasaportes.
Madre,
es cierto el peligro que se corre. En Guatemala un hombre se acercó a nuestro
guía que observó al intruso con evidente desconfianza, se notaba claramente que
era de las fuerzas policiales. Te confieso que hasta ese momento no había visto
un arma en ninguno de ellos, debían de tenerlas ocultas, pero sin yo saber
cómo, el guía ya lo tenía encañonado y lo condujo al abismo desde el borde del
angosto camino que estábamos cruzando. Todos estábamos paralizados, solo atiné
a cubrirle los ojos a Carlitos y susurrarle bajito ¡No es nada más que un
juego! No escuchamos disparos, pero tampoco quisimos averiguar qué sucedió…
Antes
de llegar a México nos separaron en grupos pequeños y nos volvieron a
reagrupar, luego de cinco días de viaje, en un rancho aislado, muy cerca de
Tapachula. Ahí volví a reencontrarme con el venezolano (Francisco es su
nombre), lo reconocí porque usaba la misma indumentaria que usó cuando nos
vimos la primera vez, apenas era una sombra de la persona vivaracha que me
había ofrecido amistad unas semanas antes. Le pregunté por su hijo y un rictus
de amargura desfiguró su rostro, llorando me dijo que en la selva algún insecto
había picado a su niño provocándole fiebres y sudoraciones extremas, que le
había rogado al guía hacer una parada cerca de algún pueblo para al menos
comprar medicamentos, que el guía vino, observó por unos minutos a su hijito y
se volvió diciendo “No hay duda de que está enfermo, pero no podemos parar, la
vida de una sola persona no puede poner en riesgo la de los demás ni el dinero
que se está pagando, negocios son negocios” ¡Perdió a su niño, madre, y yo
quedé angustiada pensando en el mío! Traté de encontrar palabras que lo
reconfortaran y no pude ¡No existen palabras de consuelo, los padres nunca
deben ver morir a un hijo! Solo atiné a ponerle una mano en su hombro y me
susurró que ese horrible momento de sepultarlo en medio de la selva, sin apenas
unos minutos de despedida prefirió olvidarlo para no sentir otra vez el vacío
de la pérdida. Hasta ese momento yo no tenía total conciencia de los verdaderos
peligros a los cuales me estaba exponiendo, pero me sobrepuse a la debilidad momentánea
con voluntad de acero.
En
México nos quedamos estancados por muchos días; éramos más de doscientas
personas amontonadas en una casa con las mínimas condiciones higiénicas, ningún
mobiliario y sobre la mesa de madera había varios rollos de nylon para acumular
los desechos ya que no podíamos salir al exterior, todos dormíamos en el piso
sobre colchas que nos trajeron, eso sí, nunca nos faltó la buena comida
(demasiado picante pero hicimos de tripa corazón y ya nos acostumbramos).
Finalmente
sacaron al primer grupo y nos dijeron al resto que estuviéramos preparados para
salir en la madrugada. Esperamos por horas y nada. Luego vino uno de los guías
para informarnos que una de las camionetas del traslado se había volcado y
tristemente unas diez personas murieron, por lo que las fuerzas federales
estaban en operativos, en otras palabras, suspendidos los traslados hasta nuevo
aviso. Un colombiano les recordó el juramento que habían hecho de protegerlos
hasta la frontera por una suma de dinero bastante alta. El guía levantó la mano
para sujetarse los lentes antes de responder que se reunirían esa noche en
algún lugar cerca de Chiapas para coordinar con todos sus contactos un traslado
seguro; luego añadió: “Nosotros somos buenos, pero no quieran vernos molestos”.
Era evidente la amenaza ante tantos interrogantes que definitivamente no iban a
responder.
Madre
amada, a partir de este momento ya no podré comunicarme más. Voy a cruzar el
puesto fronterizo, pasaré un tiempo detenida en inmigración y luego esperar a
que mi hermana venga por nosotros. Por favor, no la culpes, es cierto que ella
es la que está financiando gran parte de esta travesía, pero fue nuestra la
decisión. Soy fuerte, madre, no te imaginas cuanto, he sobrepasado límites que
yo misma desconocía. Sé que estás desgarrada por dentro, que a partir de ahora
apenas podrás respirar esperando con angustia noticias mías ¡Ten fe y confianza
en mí, estaremos bien! ¡Mi decisión y fortaleza de espíritu es grande! Un beso
enorme desde lo más profundo de mi corazón, los amo
con locura por siempre y para siempre”.
Luisa Madariaga Young nació en Holguín, Cuba y actualmente vive en Vive en Clearwater, Florida, Estados Unidos. Es geóloga, aunque la literatura ocupa buena parte de su tiempo libre. Es una de las participantes más efectivas y aventajadas del TALLER 9 de escritura creativa.