Luisa Madariaga Young
Desde que Alexa había decidido que
ya era hora de regresar a su ciudad natal, disfrutaba cada tarde de un excelente
café junto a Greta, su amiga de toda una vida y con la cual siempre se sentía a
gusto para charlar de cualquier tema. Aprovechaban esos instantes para recordar
los más mínimos detalles del pasado y del presente que vinieran a sus mentes. Por
esas absurdas cosas de la vida, ambas habían enviudado casi al mismo tiempo.
Esa tarde,
cuando Alexa llegó para la acostumbrada visita, su amiga le habló de un pasado
lejano, muy enterrado en su memoria pero grabado en su corazón con sangre y
espinas. Apenas se habían acomodado en los sillones, café y cigarrillos en
manos, cuando Greta fue a la carga.
―Ayer estuve de
mercado ¿Sabes con quién me encontré? ―No esperó respuesta―. Con Leonardo Aleaga.
Cada vez que nos vemos me pregunta por ti. ¡Es como si nunca te hubiera podido
olvidar!… ¡En fin! Le conté que regresaste definitivamente a la ciudad y se
alegró mucho. Quiere verte.
―Lo siento Greta.
Me lo dices como si fuera la primera vez y resulta que es siempre que te lo
encuentras. El deseo no es mutuo.
―¡No puedo creer
que tú aún continúes con esas tonterías! ¡Fueron cosas de muchachos! ¿Por qué y
para qué tanto rencor?
―Porque existen
cosas que jamás se olvidan… ¡Y no es rencor!… ¿Por fin vamos este fin de semana
al club de la Década? ―Alexa cambió rápidamente el tema.
―¡Por supuesto,
hay que salir de la rutina diaria y disfrutar de la música de nuestros tiempos!
¿Invitamos a Leonardo? De veras tiene muchos deseos de verte. Sabes que siempre
se ha interesado por saber cómo has estado en todos estos años.
―¡Que se muera, Greta!
¿Después de casi cuarenta años sigue con la misma pejiguera? ¡No deseo verlo ni
hablarle! ¿A qué se debe tanta insistencia? De sobra sabe que nunca más puede
cruzarse en mi camino. Es tu amigo y no me molesta que lo sea ¡Pero a mí déjame
fuera! ―explotó Alexa.
―Amiga, no
entiendo nada ―dijo Greta, conciliadora―. ¿Qué pudo haber hecho para que
reacciones así? ¿Cómo puedes guardar tanto rencor por cosas de jovencitos? ¿Por
qué tanta tontería por un noviecito de tres días? ―Greta se rio de buena gana y
Alexa la secundó con una media sonrisa. No le gustaba recordar ese pasado, la
vergüenza que sentía era casi la misma que la primera vez.
―No Greta, no
fue un noviazgo de tres días. Es lo que creíste porque siempre he ocultado las
cosas que me hieren. En esa época tú y yo tampoco nos veíamos tanto. Ya te
habías casado, tenías a Diana y trabajabas. Yo en cambio estaba en una licencia
de la universidad y preparándome para ingresar de nuevo. ¿Recuerdas aquellos
años 70? La vida y las costumbres eran muy diferentes a las actuales. Tener un
novio era mostrar un compromiso ineludible ante nuestros padres. Solo que nuestra
generación ya no pensaba igual a ellos, éramos más rebeldes y disfrutábamos de
una libertad a sus espaldas que nos encantaba. ¡Mientras no se enteraran de
nuestras correrías! ―Ahora las dos rieron con picardía—. En una de esas salidas
nocturnas ―continuó Alexa―, tuve un pequeño romance con Leonardo. Tengo que
reconocer que era muy apuesto. Esos ojos azules encantaban a cualquiera. Tampoco
estaba enamorada, era el simple gusto de juventud. Ah, pero Leonardo tuvo que
ir a mi casa y presentarse formalmente como el novio oficial de esta idiota.
¿Por qué tuvo que hacerlo si él también estaba en el mismo juego? Me hizo
adquirir un compromiso que no me lo esperaba pero que asumí con aquello de… “veremos
qué sucede”. ¡Mira que en esos tiempos se vivía con costumbres absurdas! ―Volvieron
a reír recordando y luego Alexa retomó el hilo―. Una noche mi flamante novio solicitó
permiso para llevarme a cenar junto con otra pareja amiga suya, con el
compromiso de devolverme sana y salva antes de la media noche. El paseo terminó
en Playa Blanca. Hasta ese momento pensé que regresaríamos con tiempo
suficiente para que mis padres no se enteraran lo lejos que yo estaba de la
ciudad. No fue así, con toda tranquilidad Leonardo me dijo que nos quedábamos.
Por la sorpresa, el susto o lo que sea, no reaccioné como debí. Pensé regresar y
dejarlo. No pude, el miedo a tener que hacerlo sola, con carnavales en ese
pueblucho y borrachos por todas partes me hizo escoger de entre los males, el
mejor. ¡Si en aquella época hubiéramos contado con los celulares! ¡Qué fácil habría
sido llamar a mi familia y decirle que estaba contigo! Pero éramos tan pobres
que ni siquiera un teléfono fijo teníamos ¿Para qué te cuento estas tonterías?
Mejor hacemos planes para el fin de semana. ―Alexa trató de cambiar el tema.
―No, Alexa,
siempre hemos sido hermanas y yo necesito saber. ¿Te hizo daño? ¿Una violación?
―¡No digas
sandeces! ¡Ni pensar en eso es bueno! Que yo no desee ver ni en una pintura a
Leonardo no significa que haya llegado a tanto.
―¿Entonces, qué
te hizo? Es que hasta ahora no me has dicho nada que merezca tanto rechazo.
―¡Me hizo pasar
la vergüenza más horrible de mi vida! ¡Sabiendo cómo era mi familia! Mi padre
me buscó esa noche por toda la ciudad, no fue a la policía porque interiormente
estaban asumiendo que yo me había escapado con el novio. Así que cuando dos
días después regresé a la casa acompañada por Leonardo, para toda la familia yo
era una mujer casada. Nadie estaba feliz por eso, pero tampoco dijeron nada. Entonces
se desencadenó todo. Si yo asumí con valentía la tormenta, él hizo lo
contrario. Cobardemente se fue y me abandonó. Huyó bajo las faldas de su madre.
¡Qué terrible vergüenza! ¡Yo no sabía dónde meter mi cabeza ni mirar al rostro
de mis padres y hermanos! ¡No soportaba ver sus caras y mucho menos que me
consolaran! Ni siquiera tuve el valor de correr a tu lado y desahogarme. ¡Esas
amargas lágrimas eran solo mías! ¡Y mi pobre padre! Lo buscó y frente a mí lo
único que le dijo fue: “En el camino de ella jamás te cruces o eres hombre
muerto”, luego se volvió hacia donde yo estaba, me abrazó y me dijo: “Borrón y
cuenta nueva. Esto no ha sucedido jamás y nunca nadie en la casa lo volverá a
mencionar”. Y así fue amiga, absoluto silencio sobre mi bochornosa aventura.
Poco tiempo después regresé a la universidad. El resto de mi vida lo conoces
tanto como yo.
―¡Ahora
comprendo! ¡Muy bien que guardaste ese secreto! Y conociéndote cómo eres, sé
cuánto te afectó. Leonardo tampoco me dijo nada. Lo único que ha hecho durante
todos estos años es lo que sabes, preguntar por ti y que te diga que desea
verte ¿De veras que nunca más se encontraron frente a frente?
―Sí, una vez.
Como cuatro o cinco años después de lo sucedido. No sé cómo supo que me casaba
y en mi primer día de luna de miel, almorzando en el restaurante del hotel,
tuvo la osadía de sentarse en una mesa cercana a nosotros. Quizás quería
comprobar si era cierto que mi vida ya había tomado un rumbo muy diferente al
suyo. No se acercó y se fue antes de que nosotros termináramos de comer. Eso fue
todo.
―Alexa. ¿No has
pensado que éramos muy jóvenes? Acabábamos de cumplir veinte años ¡Unos niños!
¿Por qué no lo perdonas y dejas que él te hable? Si durante tanto tiempo ha
tenido esa necesidad es porque se arrepintió de veras y necesita decírtelo.
―¿Y qué resuelvo
yo con su arrepentimiento? ¿Acaso es una varita mágica para quitar el pasado? Y
no Greta, yo no le guardo rencor. Simplemente lo borré y él se empeña en
aparecer. ¿Crees que ahora o alguna vez podamos ser amigos? ¡No lo creo!
―Pero si al
menos aceptaras escucharlo te liberarías de ese peso y también lo librarías a
él del terrible cargo de conciencia que ha vivido siempre. Ahora estoy segura
de que es eso: cargo de conciencia por haberle hecho daño a alguien tan
especial, dulce y buena como tú.
―No insistas
amiga. Me es imposible, no me pidas tal cosa.
―No deberías ser
tan dura por algo que, si lo analizas bien, no tuvo importancia, solo la que tú
misma le das. Eran casi niños y esas cosas suceden. Hasta te hizo un bien ya
que te dejó libre y mírate ahora, eres una profesional de renombre con una
familia unida y feliz. En cambio Leonardo es un solitario. Divorciado y con sus
hijos lejos. El resto de su familia viviendo en otro país. ¿Quieres algo peor
que eso? Yo no te pido que se hagan amigos. Te pido que ablandes tu corazón y
dejes que él libere su conciencia.
―Lo pensaré.
Dame un tiempo y te prometo que lo voy a buscar yo misma. Por favor, si te lo
vuelves a encontrar, no le comentes nada ¿Continúa viviendo en el mismo lugar?
―No. Antes de
irte te anoto la dirección. Te prometo que no le diré nada.
―¡No estés tan
alegre, que por ahora no será!
Ambas rieron en
complicidad. Greta creyendo que su amiga cumpliría su palabra y Alexa pensando
que no lo haría. Su mentira piadosa fue para salir del paso y no continuar
hablando del tema.
Pero el resto de la tarde se la pasó pensando
en la conversación con su amiga. ¿Realmente debió darle tanta importancia a lo
sucedido? Ella pensaba que sí. Eran otros tiempos y se vio marcada por la
humillación. Por esa causa se había convertido en un ser que le resultaba
extremadamente difícil abrir su corazón. Trabajo le había costado a su esposo
ganarse su confianza.
“Tiene cargo de conciencia”. “Deja que libere
su conciencia” Las palabras de Greta seguían resonando en su mente una y otra
vez. Trataba de pensar en otras cosas y se descubría martillando en lo mismo
nuevamente. Se prometió a sí misma que cumpliría su promesa y unos días después
se vio parada frente a la puerta de Leonardo. Le abrió una mujer entrada en
años.
―¿Desea algo?
―le preguntó observándola de arriba a abajo.
― Eh… ¿Leonardo
se encuentra? Por favor, dígale que es Alexa. Él me conoce.
―Leonardo
abandonó el país ayer ¿Alexa me dijo usted? Espere un momento. Le dejó una
carta.
Tomó el sobre y se dio la vuelta mascullando
un penoso “gracias”. Si Leonardo le había dejado una carta era porque Greta le
había dicho que existía una gran probabilidad de que ella decidiera verlo. ¡Como
me conoces amiga!, pensó.
Todavía medio aturdida por la noticia, se
sentó en un banco y abrió la carta, no decía mucho: “Nunca me dejaste decirte
que me arrepentí una y mil veces de lo que te hice. Fui un cobarde y durante
todos estos años mi conciencia no se cansó ni se cansará de recordármelo”.
Alexa se quedó pensativa durante un buen rato.
Las tardías palabras de Leonardo la conmovieron, al fin y al cabo decían lo
mismo que ella pensaba restregarle en la cara. Comenzó también a sentir cargo
de conciencia porque comprendió que ella era una persona feliz y realizada que
nunca se acordaba de la existencia de Leonardo a menos que Greta se lo mencionara.
Que pudo haber ido antes a su encuentro, extenderle la
mano y decirle. ¡Vive tranquilo que yo estoy en paz!
Luisa Madariaga Young nació en Holguín, Cuba y actualmente vive en Vive en Clearwater, Florida, Estados Unidos. Es geóloga, aunque la literatura ocupa buena parte de su tiempo libre. Es una de las participantes más efectivas y aventajadas del TALLER 9 de escritura creativa.
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