sábado, 4 de mayo de 2024

RODRÍGUEZ


Daniel Frini

 


—Buen día, doña María, ¿Qué va a llevar?

—Buen día, Ernesto; que calor que tiempo loco deme dos kilos de papa blanca qué humedad y a mi con este reuma que me tiene tan mal un kilo de zanahoria pero que sean más vale grandes no esa no póngame aquella y diga que me queda cerca para hacer las compras porque si no no sé y una que está sola se le hace difícil un kilo de zapallitos verdes de esos medianos diga que lo tengo al Rodríguez mire qué bonito está viera que obediente que es un poquito de perejil deme que es una compañía desde que el finado me dejo ya va a hacer un año sabe y verduritas para el caldo el Rodríguez siempre fue como un hijo para nosotros el finado lo adoraba porque no pudimos tener hijos porque el finado tenía problemas allá abajo sabe entonces el Rodríguez vino a ser el hijo que no tuvimos …

Rodríguez soy yo.

Un gato callejero, hijo y descendiente de gatos callejeros con un lejanísimo antepasado cartujo que, según se comenta en la familia, supo ganar un primer premio en una muestra en París, en época de la Exposición Universal y cuando Eiffel construía su torre.

Supongo que de él habré heredado los ojos de color ámbar y el pelo corto y aterciopelado.

El finado es don Javier, esposo de doña María, y fallecido en circunstancias extrañas, que veremos después. El me sacó de la calle cuando estaba abandonado, y me llevó a su casa; de esto hará ya unos cuatro años. Fue él, también, quien me puso Rodríguez porque, decía, mis bigotes finitos le recordaban a los de un jefe que tuvo cuando trabajó en el Correo, en épocas en que todavía era correo y no ahora que está privatizado y sólo sirve para mandar facturas y deudas, decía don Javier.

Doña María, está claro, es la viuda. Es y fue siempre insoportable. Dice que soy como su hijo, pero lo cierto es que le sirvo de accesorio para cuando se pasea por el barrio, de riguroso negro en señal de luto, pero de labios y ojos pintados; y con el pelo teñido de un color extraño, entre violeta y rojo. Cada vez que sale a hacer las compras, la ceremonia de preparativos se extiende por más de una hora. Me cepilla, me peina, me pone un collar de cinta roja en el cuello y limpia el cascabel que puso en mi cola a la semana, apenas, de enviudar, que le sirve como excusa para poder esgrimir, una vez más, su chiste preferido y que repite hasta el hartazgo:

—Yo sí le puse el cascabel al gato ja ja.

Cuando estamos en casa, en cambio, la situación es completamente distinta. Son normales los golpes, ¡hasta porque el cascabel hace ruido! Allí no soy su hijo, sino el gato de porquería que te vio el finado andá a saber yo no sé porque no te dejó tirado por mi te podes morir mira que andás ensuciando todo y de noche te vas con esas locas y volvés todo mugriento y me llenás todo de pelo y después tengo que perder tiempo limpiándote a vos y a la casa como si no tuviera otra cosa que hacer habrase visto.

 

Este drama empezó el día en que don Javier se jubiló por fin, unos meses antes de morir, aunque las causas venían encaminándose desde bastante tiempo antes.

La vida de la pareja distó siempre de ser armoniosa. Francamente, no se soportaban. Pero el hecho de que ahora don Javier estuviese todo el día en casa, necesariamente empeoró la situación.

El amó con locura al ajedrez; y durante años fue común verlo, en las tardecitas después de salir del trabajo, sentado en una mesa de la plaza jugando con los eternos rivales del Club de Abuelos. Y gastaba las horas antes de ir a la cama estudiando las partidas geniales de su admirado Capablanca contra Lasker, Marshall, o Tartakower, con el tablero a su frente y una vieja enciclopedia entre las manos. Al jubilarse, prácticamente no hacía otra cosa: o en la plaza con otros jubilados, o en casa solo, en la mesita del living, frente al tablero y sus revistas; y siempre conmigo en su falda o en la mesa, al lado del tablero. Mis mejores recuerdos son de él acariciando mi lomo, mientras se ensoñaba con la defensa Eslava o el gambito Evans y yo lo acompañaba con mi ronroneo.

En cambio, doña María odió siempre al ajedrez, en la misma medida en que a su marido le atraía. Ella amaba las telenovelas, que eran su pasión. A las tres de la tarde en punto el mundo se detenía por dos horas. Las tareas que estuviese haciendo y hasta las mismas cosas que estuviese limpiando se quedaban como suspendidas en el aire cuando el viejo Zenith de la cocina anunciaba:

—Y a continuación, quédese con nosotros y acompáñenos a ver a Tadeo Iraola Mendoza y a Mercedita Pereyra Fuentes en “Almas en Ropa Interior”…

Tomaba su tejido —una bufanda que empezó debe hacer unos diez años—, y se sentaba frente al televisor; y sólo allí vivía. Pero ni siquiera así se callaba.

—Ay pobre Alejandra Javiera venir a quedarse ciega después de que el Rómulo Ignacio perdiera la memoria suerte que la medio hermana por parte de madre que se caso con el padre de Alejandra Javiera esta con ella para protegerla del malo del Idelfonso Carlos que si no ese y la otra chirusa de la Clodovea Claudia se le quedan con toda la herencia de ese campo para criar pollos que el abuelo le dejo en Bucarest…

Don Javier, desde el living la oía en silencio, levantaba la vista, me miraba a mí, que estaba despatarrado en el sillón, como pidiéndome consejo y dejaba escapar un suspiro profundo.

Doña María, que no tiene un pelo de zonza, lo escuchaba. Al principio se hizo la desentendida y siguió con sus comentarios

—Mirala vos a la Eleonor Graciela qué mal le queda ese solerito como se ve que es una trepadora que no sabe vestirse no lo merece a Ramiro Juan tan buen mozo él…

Con los días don Javier transformó sus suspiros en bufidos y doña María no pudo resistir más los sordos embates de su marido

—No sé qué bufás vos che si tenes que decirme algo decímelo de frente y no andés cuchicheando por lo bajo vos y ese gato de porquería…

Su marido callaba, lo que hizo que los comentarios fuesen cada vez más fuertes

—Seguí nomás vos estaría bueno que me arregles el cuerito de la canilla del lavadero y dejés ese jueguito que no sé qué le viste si no haces otra cosa que pasártela moviendo las piecitas esas como si fueran a ir a algún lado y mira que mala suerte la Alejandra Javiera venir a perder el pelo con el detergente adulterado…

Del otro lado, silencio. O a lo sumo un bufido más fuerte. Y los ataques arreciaban, sin que apartara la vista del televisor:

—Un día de estos me canso y saco a la calle esos pedazos de madera que ni para encender fuego sirven decí que una es educada que si no quemo todo mirá vos el marido de la del chalet de la otra cuadra también se jubilo y ahí lo ves vos cortando el césped o ayudando a la bruja de la mujer a cortar la ligustrina y eso que no tiene la suerte de haberse casado con una…

Cierta vez, cansado, don Javier contestó con una sola palabra

—Callate.

Doña María, sorprendida, no desaprovechó la oportunidad.

—Ah ahora habla el caballero pensé que ese jueguito de porquería le había quemado la neurona que el señor ya no sabe como se usa pero resulta que si se acuerda de hablar y podría usar lo poco que le debe haber quedado de entendimiento para arreglar la luz de la escalera en vez de entretenerse con los caballitos y las torrecitas como si fuesen de enserio como se nota que al señor las cosas le vienen de encima…

Él, con una templanza admirable, dejó la enciclopedia sobre el sillón, se levantó y giró hasta quedar de frente a su mujer, en el living, ella en la cocina y con voz aplomada, segura, le dijo:

—María, andate a la reputa madre que te remilparió.

Se sentó nuevamente; y siguió jugando como antes. Esa fue la única vez que vi a doña María callada.

Desde ese momento, ella dejó de dirigirle la palabra, aunque no dejó de hablar. Y, tal vez sacando la idea de algún capítulo de “Almas en Ropa Interior”, decidió su próximo paso: poner veneno para ratas en la comida de su marido. Creo que en un principio debe haber usado solo un grano con cumarina, o dos, disueltos en la sopa o en la salsa de los tallarines, como una forma de resolver su impotencia; y no creo que quisiera pasar a mayores. Y esperaba que don Javier, en algún momento, le pidiese disculpas. Como esto nunca pasó, ella fue aumentando la dosis hasta enfermarlo seriamente y, finalmente, matarlo.

Cuando empezaron las hemorragias, él debe haber sospechado. Conocedor del final que se acercaba, y quizá sin ánimo para dar pelea –nunca lo sabré— se puso en la tarea de enseñarme lo que yo debía hacer cuando él se fuera.

Solía hablarme por horas, mientras me acariciaba asegurándose que yo le prestase atención con un “¿entendiste?” cada tanto, que yo respondía entrecerrando mis ojos.

Me hablaba cuando paseábamos por la plaza, y cuando ya no pudo caminar, en las madrugadas cuando los dolores insoportables lo doblaban.

Me decía:

—Y lo vamos a hacer tranquilos, seguros, como el viejo Capablanca enrroscó a Alekhine en Nueva York con la defensa India de Dama. Fue en el veintisiete. En el mismo año que jugaron acá el Campeonato Mundial. Mirá vos cuánto tiempo que hace.

Nadie, ni los médicos, sospecharon en ningún momento. Que la edad, que una vieja úlcera, que los achaques, que tiene que tomar más agua, que hágase lavativas de aloe, que tuve una tía que le pasó lo mismo y fue de don Ramón y le dio un te a base de cardo que le hizo muy bien, al final se murió, pero pasó unos meses sin dolor…

Él resistió con un código propio, sin quejas, sin gritos ni insultos, aunque varias veces lo vi llorar.

Un domingo de junio, a la tarde casi noche, a la hora más triste de la semana, se fue.

Doña María lloró solo frente a los vecinos y no perdió oportunidad para mostrarse desolada.

—Ay, Javier ¿porque te fuiste? mira que dejarme sola qué voy a hacer ahora una mujer como yo desamparada y en una casa tan grande ay Javier volvé Dios mío porque a mi me pasa esto ay Señor no hay justicia tanta gente mala y te lo tuviste que llevar a el justamente tan buen hombre que era Javier no me dejés sola hoy estamos mañana no estamos ay…

Una vez, y solo una, estuvo a punto de delatarse. Y nada menos que frente al doctor que trató a su marido.

—Nunca pensé que ay Dios mío fuera a hacerle tan mal creo que se me fue la ma…que se me fue el compañero de la vida ay doctor porqué no hay justicia en el mundo usté vio que hombre sano que era y se me fue así de un día para el otro no somos nada…

El doctor, apático, nunca entrevió nada. Nadie se dio cuenta de nada.

Entonces, me preparé para el remate de la partida que iniciara don Javier. Me dejé hacer, me dejé golpear, cepillar, bañar, colgarme cosas raras y todo para ganarme la confianza del enemigo, para hacerlo bajar la guardia y encontrarlo, por fin, desprevenido. Con infinita paciencia, con el tiempo de mi lado esperé el descuido.

Doña María estaba siguiendo, como todos los días, la telenovela con su tejido en las manos, pero sin tejer, hablando para ella misma.

—No seas tonta Alejandra Javiera que desde que recuperaste la vista tu clon te quiere sacar al Rómulo Ignacio no sé cómo no te das cuenta mirá que sos pava eh.

Yo estaba sobre una silla del comedor, listo para actuar.

Entonces, cuando Rómulo Ignacio estaba por besar al clon de Alejandra Javiera, y Doña María estaba absorta en esa escena, siempre hablando; tal como me lo enseñó Don Javier, salté, en un único movimiento tomé las agujas del tejido de sus manos y las clavé. Una en cada uno de sus ojos.

Hay gente que merece castigos peores que la muerte. Y ya no pasan radionovelas.

Abandoné la casa sin preocuparme por los gritos.

 

Llegué a la tumba sin flores de don Javier y me tendí, satisfecho sobre ella. Por fin pude decirle:

—Ganamos, viejo. Qué partida. Jaque Mate, maestro.


Daniel Frini. (Berrotarán, Córdoba, 1963). Es Ingeniero Mecánico Electricista de profesión, escritor y artista visual. Publicó Poemas de Adriana (2017), Manual de autoayuda para fantasmas (2015) El Diluvio Universal y otros efectos especiales (2016) y Nueve hombres que murieron en Borneo (2018). Colabora en numerosos blogs y espacios digitales. Sus ficciones integraron diversas antologías, entre las que merecen destacarse Visiones (2009), Grageas 2 (2010), Pupilas (2012), Tricentenario (2013), Lectures d'Argentine (2013), Primeros exiliados (2013), Circo Gallatico (2013), Todo el país en un libro (2014), Fútbol en breve, microrrelatos del jogo bonito (2014), Borrando fronteras (2014), Grageas 3 (2014), Il meglio di Pegasus (2015), El fantasma de las navidades presentes (2015), Cien páginas de amor (2015), Minimalismos (2015), Extremos (2016) y Espacio Austral (2016). Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve ‘Garzón Céspedes’ (2009); Premio ‘La Oveja Negra’ (2009), Premio ‘El Dinosaurio’ (2010), Premio I Certamen Internacional de Relato Corto Nouvelle  (2017) y el Místico Literario del Festival Algeciras Fantastika 2017.

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