Carlos Eduardo Sánchez
En serio: si no pueden entregarme el periódico a tiempo,
¿cómo esperan que me abstenga de matar gente?
Jeff Lindsay, Darkly Dreaming Dexter
Gracias,
Patricia, usted también me gusta mucho y, claro, me encantaría volver a verla.
Siento que me dará la paz que siempre busqué. Soy un hombre mayor y hace tiempo
que estoy solo. Las relaciones sentimentales que tuve durante mi vida casi
siempre terminaron trágicamente; ya le contaré.
Como recién nos conocemos y hubo tan linda
química entre nosotros, quiero advertirle: quizás lleguen a sus oídos ciertos
rumores sobre mi persona que, con seguridad, la intranquilizarían.
Como sabrá, muchas veces la gente suele
hablar de más, sin conocer la realidad de los acontecimientos. Estoy al tanto
de algunos de esos chismes, dicen que soy un desequilibrado, un asesino, y vaya
a saber qué otras barbaridades; todas verdades a medias o directamente
mentiras.
Con usted quiero sincerarme, creo que me estoy
animando por el buen momento que estamos compartiendo y en especial porque
confío en que con su sensibilidad de mujer logrará entender a un hombre
diferente. Le voy a confesar algo que no se lo dije a nadie que aún esté con
vida: en la intimidad acepto que me tilden de asesino, porque sí, es verdad, lo
soy, pero no soy un loco y no tolero que me hayan hecho semejante fama; nadie
más que yo conozco las circunstancias de mi vida personal.
Puedo asegurarle que, en el fondo, soy un
hombre sencillo, común y corriente, pero también soy una persona que no se
siente obligada a pensar con la cabeza de los demás. Espero que comprenda, en
mí afloran instintos ancestrales que esta cultura hipócrita y castradora logró
reprimir en mis congéneres. Me arriesgo a revelarle que desde muy niño he
tenido deseos irrefrenables de matar cualquier ser que se cruzara en mi camino.
Esta avidez desde siempre la he sentido en el cuerpo: me nace en las tripas,
como gases, ¿vio? Después me sube al pecho, a la garganta y finalmente se aloja
en las sienes; es una presión insoportable que sólo cede cuando termino con una
vida. Al principio me desahogaba con animales pequeños; mi primera experiencia la
hice con el canario de mi abuela. Después, de a poco, fui aumentado el tamaño
de mis víctimas (no sé si llamarlas así). Lo hice con gatos, conejos, perros.
Llegué a matar un caballo, le garantizo que para mí fue muy reconfortante, pero,
por desgracia, esta práctica tenía muchas complicaciones.
Con humanos comencé por casualidad y ya de
adulto. Fue el día que perdí los estribos cuando el gerente de un banco me negó
el crédito. Usted me dirá que es normal, que es su trabajo; un funcionario de
banco puede otorgar o no préstamos. Ya sé, es lo usual en estos usureros, es
así, está en lo cierto. Lo que en realidad me hizo hervir la sangre fue cómo me
trató el sujeto, que me rechazara como lo hizo. Créame, de haber tenido una
ametralladora en ese momento, acribillaba al gerente y a todos los empleados del
banco, sin dudarlo. Hubiese hecho como esos locos, ¿vio?, que van a la escuela
donde cursaron la primaria y hacen una masacre porque los compañeros se
burlaban de ellos cuando eran alumnos del lugar. Fue como una revelación; pude
entender a esos pobres individuos.
En aquella oportunidad salí del banco con
la cabeza que me explotaba, miraba para todos lados buscando un perro callejero,
una paloma, un gorrión, algo, pero, le juro, no había nada. Ahí fue cuando un
viejito se me entregó, podría decirse “en bandeja”, al preguntarme la hora. Se
imaginará, como era mi primera vez con una persona dudé un poco. Llegué a
plantearme que el pobre anciano no tenía nada que ver, pero esa idea paralizante
duró sólo un instante. Apenas terminé de concretar el hecho, sentí una paz interior
que nunca antes había experimentado.
Esta nueva experiencia avivó mis más
recónditos instintos. Evidentemente ese día encontré lo que antes buscaba con
prácticas que hoy me parecen simples pasatiempos infantiles.
A los pocos días fui por el gerente del
banco. Lo esperé con paciencia a la salida de su trabajo y me extirpé la espina
que tenía clavada en el ánimo y que me había envenenado la sangre desde el
momento en que me rechazó. La eliminación de este burócrata la consideré un
hecho higiénico para la sociedad.
Así fue como abandoné a los infortunados animalitos
y me dediqué con adicción a hombres y mujeres con los que por azar me topé en
la vida. Acaso le parezca extraño, pero la experiencia con los niños no me
pareció del todo satisfactoria, no sé muy bien por qué. Quizás se deba a que no
representan un desafío importante, no oponen gran resistencia, ¿vio? Como se
estará dando cuenta, este hábito que me domina tiene que ver con la sed de
adrenalina que tenemos algunos hombres y que, como le dije, una educación para
débiles adormeció o directamente anuló en la mayoría de mis semejantes.
Usted con seguridad se preguntará cómo, en
todos estos años, logré zafar de la policía. Le cuento que varias veces
estuvieron a punto de descubrirme, pero nunca pudieron probar nada a pesar de
que me tienen siempre como un natural sospechoso. De esas sospechas surgen gran
parte de las habladurías.
Con el tiempo me fui haciendo muy eficiente
en aplacar esta necesidad que me acosa. Mis actos son quirúrgicos y nunca me
expongo demasiado; creo que la práctica que tuve en mi niñez y adolescencia con
animales me fue muy útil. Esos bichos, podemos decir que fueron verdaderos
conejillos de India. Ahora me doy cuenta de que nunca antes había usado esa
expresión y me causa mucha gracia: ¡conejillos de india! Como verá no carezco de sentido del humor. ¿A
usted también le parece gracioso?
Le aclaro, todo esto que le detallé se fue
moderando con los años; ahora estoy más sensato porque sé lo que me calma y lo
administro con inteligencia. En la actualidad, como preventivo y cada tanto,
hago lo que tengo que hacer. Eso sí, le quiero dar tranquilidad: siempre es con
extraños, porque uno no es un monstruo que va a andar liquidando a personas
cercanas. Bueno, debo reconocer que me sucedió un par de veces en el pasado, pero
fue a causa de deseos muy muy apremiantes y porque no tenía otras opciones a
mano; no fueron para nada actos premeditados.
Habrá notado, Patricia, que, en ésta,
nuestra primera cita, he abierto mi corazón ante usted. Quería que conociera
por mi propia voz como soy, para que no se deje llevar por rumores malintencionados.
Espero que le haya quedado claro que no soy un loco.
¿Le parece bien que nos encontremos mañana
a las 10 en este mismo lugar? Deseo verla de nuevo porque estoy seguro de que
su presencia será un solaz en mi vida.
Por la expresión en su rostro intuyo que
teme que me sienta molesto si me rechazara. Tranquila, tal vez sí llegaría a alterarme
un poco, pero, por favor, no se sienta presionada; me calmo enseguida. De todos
modos confío en que seré correspondido.
Patricia, se quedó callada. ¿Y esas
lágrimas? Ay, mi querida señora, veo que usted es tan sensible como yo; me
parece que haremos una hermosa pareja. ¿Usted también lo cree así?
Será, como se suele decir: “hasta que la muerte nos separe”.
Carlos Eduardo Sánchez, nació en San
Miguel de Tucumán, Argentina, el 01 de febrero 1960. En el 2008 obtiene, con el
cuento “Robo en la clínica Niere”, el Primer Premio del “Certamen de Narrativa
y poesía del IV Mayo de las Letras” organizado por el Ente Cultural de Tucumán,
Argentina. En 2009 obtiene un premio con el cuento “Bernabé en París”, en el
“Concurso cuentos del noroeste” organizado por la Universidad Nacional de
Tucumán, Argentina. En 2023 fue ganador del “X Certamen de microrrelatos “Realidad
Ilusoria” de Madrid, España con el microrrelato “Onerosos gustos
oníricos”. Cofundador de la
revista/libro “A turucuto”. Participó en antologías de cuentos y microficciones
de Argentina, México y España. En el año 2022 publicó el libro de cuentos Robo
en la clínica Niere y algunos otros engaños.
