Janka Javorka
Con las yemas de
los dedos deslizaba la mano por la pared de la estación de suministro. El calor
húmedo la estaba agotando. Solo unos pasos más. Algo hizo clic muy cerca de
ella y el sonido cortó la penumbra sofocante. Listo. Otra vez.
—Alto —la estremeció la voz suave,
conocida, sin el menor énfasis. No había escapatoria. No ahora, no desde hacía
una eternidad, por lo menos desde que podía recordar.
Reinicio en diez segundos.
Iniciando secuencia inicial. Decodificación en curso…
Martin miró
alrededor con fastidio, buscando con los ojos al otro guardia, que sin duda
dormitaba en algún rincón. Otro intento de comunicarse con la estación exterior
había fallado. Dena ya debería haber regresado hacía rato, pero la cápsula de
transporte yacía inmóvil en los bloques de aterrizaje del depósito. A eso se
sumaba el silencio.
Últimamente todo se estropeaba.
Primero les habían reducido las primas anuales y prolongado la estancia allí
arriba; luego él y Dena habían discutido por una absoluta tontería; y para
rematar, una nave de carga automática había raspado el ancla de la estación.
Claramente, empezar algo con una colega no había sido una buena idea. ¿Quién
podía imaginar que la nave que debía recogerlos y traer a la nueva tripulación
llegaría semanas más tarde de lo previsto? La compañía matriz había caído de un
día para otro en números rojos y de pronto recortaba el presupuesto por todos
lados. Que él ya no le prestara a Dena toda la atención que a ella le hubiera
gustado fue la gota que colmó el vaso. Seguramente ahora estaría escondida en
algún rincón del depósito.
—¿Bueno, qué tenemos aquí? —Oliver
apareció de pronto detrás de él, todavía frotándose los ojos.
—No arranca la climatización.
—Martin llevaba un buen rato intentando poner en marcha el sistema de control
ambiental del almacén. A veces se activaba, pero enseguida el rendimiento caía
a cero. La nave de transporte debía haber dañado alguna de las conexiones, y
los técnicos no llegarían hasta que arribara la próxima tripulación. Le tocaría
a alguien una caminata por la superficie lunar.
—Me preocupa solo hasta donde
alcanza mi sueldo —se burló Oliver, dándole la espalda a la consola de control.
—No digas tonterías. Dena sigue
afuera —gruñó Martin sin mirarlo.
El indicador del área de
almacenamiento con ambiente controlado mostraba un aumento de temperatura y
humedad. ¿Y por qué tenían que preocuparse ellos? Al fin y al cabo, allí solo
había desechos o material sin uso, demasiado peligroso para almacenarlo en la
Tierra o en el subsuelo. Unas cuantas cápsulas extrañas de investigación
espacial, todo bien envuelto y aislado. Dena, como bióloga de la estación,
sabría más del tema, pero mientras hubiera equilibrio entre el frío del
exterior y el calor de las unidades solares, no había por qué alarmarse.
—Oye, pero aquí hay algo raro.
—Martin se levantó de un salto y apartó a Oliver de un empujón—. ¡Alguien está
intentando hackear el filtro biológico! —señaló excitado la pantalla donde se
desarrollaban secuencias de decodificación de ADN. Normalmente, los únicos que podían
entrar al almacén y salir de él eran personas. En caso de emergencia y con la
barrera de seguridad activada, ni siquiera ellas. Lo que no fuera de origen
humano quedaba encerrado sin posibilidad de escape.
—¿Crees que Dena tiene algo que
ver? —Oliver se rascó la cabeza sin convicción.
Martin no respondió. Salió
disparado hacia la esclusa. ¿Se había vuelto loca? ¿O pretendía causar
problemas dañando el sistema? Eso podía costarle caro.
—¡No te rompas nada por ella! —se
burló Oliver, sentándose con calma. ¿Qué podía pasar? Unos cuantos virus o
muestras biológicas que sin la protección del almacén no sobrevivirían ni unos
segundos. Eso sí que no debía preocupar a nadie.
Despertó empapada
en sudor. Ni siquiera abrió los ojos: intentaba ordenar sus pensamientos. Todo
estaba borroso, y tratar de concentrarse le provocó un dolor casi físico. Que
Martin era un auténtico cerdo fue lo primero que le vino a la mente. Como si le
costara algo prestarle un poco más de atención. Como si estuviera deseando
sacársela de encima en cuanto regresaran a la Tierra. Salió temprano hacia el
almacén para no verlo y, de paso, revisar los nuevos lotes.
—Continúa. —La voz la acarició
suavemente. Le hizo cosquillas hasta en las terminaciones nerviosas y la
espabiló por completo. Mecánicamente se dirigió a la consola de control del
biofiltro y la reactivó con unos movimientos automáticos.
El bochorno la asfixiaba. De pronto
la consola se congeló y apareció un mensaje de error. Barrera de seguridad
total. Solo seguía ejecutándose en segundo plano uno de los interfaces del
sistema. El espacio estaba herméticamente cerrado: nada podía entrar ni salir.
Cuando algo la rozó suavemente en
la nuca, se estremeció. En la luz tenue no se veía nada detrás de ella. No
lograba recordar qué había hecho tras llegar al almacén. O quizá sí… algo
emergía desde lo más profundo de su memoria. Giró bruscamente hacia la pared
transparente de la izquierda, donde se almacenaban los nuevos especímenes
traídos por la última misión espacial. Una de las cápsulas con muestras
alienígenas congeladas –que por falta de fondos ni siquiera habían pasado por
el laboratorio y habían sido depositadas directamente en el almacén– brillaba
ligeramente, como si estuviera cubierta de rocío.
Salió disparada hacia la estación
de suministro. Entre las sombras de los tanques de refrigeración avanzó lo más
rápido que pudo. Tenía que llegar a la esclusa para enviar una señal de alarma.
O un pedido de ayuda, lo que fuera. Ella había sido quien activó la barrera de
seguridad. Y luego la desactivó, para volver a activarla al cabo de un momento.
Una y otra vez.
Algo hizo clic cerca de ella. En
aquel calor, sintió una mano helada apretarle las entrañas. Notaba cómo aquello
maduraba en las raíces del cabello. Arrancado de su letargo eterno, adquiría
fuerza y experiencia, prosperaba en el ambiente cálido y húmedo del almacén.
—Alto —había escuchado ese tono
innumerables veces, una voz suave que ya casi imitaba a la perfección los
sonidos humanos. Aprendía deprisa y estaba preparado para otro intento.
Reinicio en diez segundos.
Iniciando secuencia inicial. Decodificación en curso…
—¡Dena! —una voz
distorsionada penetró a través de la pegajosa pared de la inconsciencia. La
reconoció. Era Martin, el cerdo de Martin. Se incorporó lentamente y, aturdida,
avanzó tambaleándose hacia la consola de control. Una orden subconsciente puso
en movimiento sus dedos sobre el teclado.
En la cámara del sistema interno de
comunicaciones, Martin saltaba desesperado frente al monitor de acceso al
almacén. No quería dedicarle ni un segundo de atención. Si quería entrar, que
lo hiciera como cualquier persona normal.
Barrera de seguridad. De pronto lo
recordó, aunque con mucha más dificultad que antes.
—Continúa. —Casi podía sentir su
impaciencia.
Se estremeció por completo, pero no
se atrevió a girar sobre sí misma. Esta vez ni siquiera intentó huir. De un
golpe seco sobre el botón de comunicación, abrió el canal.
—¡Dena, por favor! ¿Qué estás
haciendo? ¿Te volviste loca? ¡Responde ya! —suplicaba el guardia desde afuera.
—Martin, hay algo aquí, algo entró
con las últimas cápsulas —le gritó al comunicador—. Debió despertarse con el
cambio climático y ahora crece a una velocidad espantosa, desarrolla sus
capacidades. Puede que haya activado la barrera varias veces… pero algo me está
pasando. No lo sé, desde que llegué al almacén no logro recordar…
—¿Cómo que no recuerdas? —la voz de
Martin sonaba desconcertada.
Entonces su mirada cayó sobre la
pantalla del biofiltro. ¡No tenía sentido! ¿O sí?
—¡Se está adaptando! —gritó.
—¿De qué estás hablando?
—Me deja desactivar la barrera una
y otra vez para comprobar si ya es lo suficientemente humano. —Ni ella podía
creer lo que decía—. Está fortaleciéndose y copiando ADN humano para superar el
biofiltro. —Algo suave le tocó la nuca.
—Dena, bien, algo ahí falló. Voy a
sacarte, te lo prometo —Martin intentaba mantener la calma. ¿Le estaba tomando
el pelo? Se dio vuelta buscando alguna idea. La nave con técnicos llegaría en
unas semanas; tal vez podrían bloquear mecánicamente el área del almacén hasta
entonces.
De pronto sintió un leve soplo
detrás de la oreja, algo inmaterial lo rozó apenas, justo al límite de la
percepción humana. Sus pensamientos estallaron en un destello de colores,
seguido de una oscuridad electrizante. ¿A qué había ido allí, exactamente?
Janka Javorka es una escritora y traductora eslovaca,
entusiasta de los idiomas por lo que trabaja con ellos y ayuda a las personas a
aprender a comunicarse entre culturas. Disfruta leyendo y escribiendo,
especialmente ciencia ficción. Anteriormente, ha participado en concursos de
género eslovaco como "Cena Fantázie", donde varias de sus historias
de ciencia ficción se incluyeron en las antologías anuales.
