domingo, 30 de noviembre de 2025

AFUERA

Janka Javorka

 

Con las yemas de los dedos deslizaba la mano por la pared de la estación de suministro. El calor húmedo la estaba agotando. Solo unos pasos más. Algo hizo clic muy cerca de ella y el sonido cortó la penumbra sofocante. Listo. Otra vez.

—Alto —la estremeció la voz suave, conocida, sin el menor énfasis. No había escapatoria. No ahora, no desde hacía una eternidad, por lo menos desde que podía recordar.

Reinicio en diez segundos. Iniciando secuencia inicial. Decodificación en curso…

 

Martin miró alrededor con fastidio, buscando con los ojos al otro guardia, que sin duda dormitaba en algún rincón. Otro intento de comunicarse con la estación exterior había fallado. Dena ya debería haber regresado hacía rato, pero la cápsula de transporte yacía inmóvil en los bloques de aterrizaje del depósito. A eso se sumaba el silencio.

Últimamente todo se estropeaba. Primero les habían reducido las primas anuales y prolongado la estancia allí arriba; luego él y Dena habían discutido por una absoluta tontería; y para rematar, una nave de carga automática había raspado el ancla de la estación. Claramente, empezar algo con una colega no había sido una buena idea. ¿Quién podía imaginar que la nave que debía recogerlos y traer a la nueva tripulación llegaría semanas más tarde de lo previsto? La compañía matriz había caído de un día para otro en números rojos y de pronto recortaba el presupuesto por todos lados. Que él ya no le prestara a Dena toda la atención que a ella le hubiera gustado fue la gota que colmó el vaso. Seguramente ahora estaría escondida en algún rincón del depósito.

—¿Bueno, qué tenemos aquí? —Oliver apareció de pronto detrás de él, todavía frotándose los ojos.

—No arranca la climatización. —Martin llevaba un buen rato intentando poner en marcha el sistema de control ambiental del almacén. A veces se activaba, pero enseguida el rendimiento caía a cero. La nave de transporte debía haber dañado alguna de las conexiones, y los técnicos no llegarían hasta que arribara la próxima tripulación. Le tocaría a alguien una caminata por la superficie lunar.

—Me preocupa solo hasta donde alcanza mi sueldo —se burló Oliver, dándole la espalda a la consola de control.

—No digas tonterías. Dena sigue afuera —gruñó Martin sin mirarlo.

El indicador del área de almacenamiento con ambiente controlado mostraba un aumento de temperatura y humedad. ¿Y por qué tenían que preocuparse ellos? Al fin y al cabo, allí solo había desechos o material sin uso, demasiado peligroso para almacenarlo en la Tierra o en el subsuelo. Unas cuantas cápsulas extrañas de investigación espacial, todo bien envuelto y aislado. Dena, como bióloga de la estación, sabría más del tema, pero mientras hubiera equilibrio entre el frío del exterior y el calor de las unidades solares, no había por qué alarmarse.

—Oye, pero aquí hay algo raro. —Martin se levantó de un salto y apartó a Oliver de un empujón—. ¡Alguien está intentando hackear el filtro biológico! —señaló excitado la pantalla donde se desarrollaban secuencias de decodificación de ADN. Normalmente, los únicos que podían entrar al almacén y salir de él eran personas. En caso de emergencia y con la barrera de seguridad activada, ni siquiera ellas. Lo que no fuera de origen humano quedaba encerrado sin posibilidad de escape.

—¿Crees que Dena tiene algo que ver? —Oliver se rascó la cabeza sin convicción.

Martin no respondió. Salió disparado hacia la esclusa. ¿Se había vuelto loca? ¿O pretendía causar problemas dañando el sistema? Eso podía costarle caro.

—¡No te rompas nada por ella! —se burló Oliver, sentándose con calma. ¿Qué podía pasar? Unos cuantos virus o muestras biológicas que sin la protección del almacén no sobrevivirían ni unos segundos. Eso sí que no debía preocupar a nadie.

 

Despertó empapada en sudor. Ni siquiera abrió los ojos: intentaba ordenar sus pensamientos. Todo estaba borroso, y tratar de concentrarse le provocó un dolor casi físico. Que Martin era un auténtico cerdo fue lo primero que le vino a la mente. Como si le costara algo prestarle un poco más de atención. Como si estuviera deseando sacársela de encima en cuanto regresaran a la Tierra. Salió temprano hacia el almacén para no verlo y, de paso, revisar los nuevos lotes.

—Continúa. —La voz la acarició suavemente. Le hizo cosquillas hasta en las terminaciones nerviosas y la espabiló por completo. Mecánicamente se dirigió a la consola de control del biofiltro y la reactivó con unos movimientos automáticos.

El bochorno la asfixiaba. De pronto la consola se congeló y apareció un mensaje de error. Barrera de seguridad total. Solo seguía ejecutándose en segundo plano uno de los interfaces del sistema. El espacio estaba herméticamente cerrado: nada podía entrar ni salir.

Cuando algo la rozó suavemente en la nuca, se estremeció. En la luz tenue no se veía nada detrás de ella. No lograba recordar qué había hecho tras llegar al almacén. O quizá sí… algo emergía desde lo más profundo de su memoria. Giró bruscamente hacia la pared transparente de la izquierda, donde se almacenaban los nuevos especímenes traídos por la última misión espacial. Una de las cápsulas con muestras alienígenas congeladas –que por falta de fondos ni siquiera habían pasado por el laboratorio y habían sido depositadas directamente en el almacén– brillaba ligeramente, como si estuviera cubierta de rocío.

Salió disparada hacia la estación de suministro. Entre las sombras de los tanques de refrigeración avanzó lo más rápido que pudo. Tenía que llegar a la esclusa para enviar una señal de alarma. O un pedido de ayuda, lo que fuera. Ella había sido quien activó la barrera de seguridad. Y luego la desactivó, para volver a activarla al cabo de un momento. Una y otra vez.

Algo hizo clic cerca de ella. En aquel calor, sintió una mano helada apretarle las entrañas. Notaba cómo aquello maduraba en las raíces del cabello. Arrancado de su letargo eterno, adquiría fuerza y experiencia, prosperaba en el ambiente cálido y húmedo del almacén.

—Alto —había escuchado ese tono innumerables veces, una voz suave que ya casi imitaba a la perfección los sonidos humanos. Aprendía deprisa y estaba preparado para otro intento.

Reinicio en diez segundos. Iniciando secuencia inicial. Decodificación en curso…

 

—¡Dena! —una voz distorsionada penetró a través de la pegajosa pared de la inconsciencia. La reconoció. Era Martin, el cerdo de Martin. Se incorporó lentamente y, aturdida, avanzó tambaleándose hacia la consola de control. Una orden subconsciente puso en movimiento sus dedos sobre el teclado.

En la cámara del sistema interno de comunicaciones, Martin saltaba desesperado frente al monitor de acceso al almacén. No quería dedicarle ni un segundo de atención. Si quería entrar, que lo hiciera como cualquier persona normal.

Barrera de seguridad. De pronto lo recordó, aunque con mucha más dificultad que antes.

—Continúa. —Casi podía sentir su impaciencia.

Se estremeció por completo, pero no se atrevió a girar sobre sí misma. Esta vez ni siquiera intentó huir. De un golpe seco sobre el botón de comunicación, abrió el canal.

—¡Dena, por favor! ¿Qué estás haciendo? ¿Te volviste loca? ¡Responde ya! —suplicaba el guardia desde afuera.

—Martin, hay algo aquí, algo entró con las últimas cápsulas —le gritó al comunicador—. Debió despertarse con el cambio climático y ahora crece a una velocidad espantosa, desarrolla sus capacidades. Puede que haya activado la barrera varias veces… pero algo me está pasando. No lo sé, desde que llegué al almacén no logro recordar…

—¿Cómo que no recuerdas? —la voz de Martin sonaba desconcertada.

Entonces su mirada cayó sobre la pantalla del biofiltro. ¡No tenía sentido! ¿O sí?

—¡Se está adaptando! —gritó.

—¿De qué estás hablando?

—Me deja desactivar la barrera una y otra vez para comprobar si ya es lo suficientemente humano. —Ni ella podía creer lo que decía—. Está fortaleciéndose y copiando ADN humano para superar el biofiltro. —Algo suave le tocó la nuca.

—Dena, bien, algo ahí falló. Voy a sacarte, te lo prometo —Martin intentaba mantener la calma. ¿Le estaba tomando el pelo? Se dio vuelta buscando alguna idea. La nave con técnicos llegaría en unas semanas; tal vez podrían bloquear mecánicamente el área del almacén hasta entonces.

De pronto sintió un leve soplo detrás de la oreja, algo inmaterial lo rozó apenas, justo al límite de la percepción humana. Sus pensamientos estallaron en un destello de colores, seguido de una oscuridad electrizante. ¿A qué había ido allí, exactamente?

Janka Javorka es una escritora y traductora eslovaca, entusiasta de los idiomas por lo que trabaja con ellos y ayuda a las personas a aprender a comunicarse entre culturas. Disfruta leyendo y escribiendo, especialmente ciencia ficción. Anteriormente, ha participado en concursos de género eslovaco como "Cena Fantázie", donde varias de sus historias de ciencia ficción se incluyeron en las antologías anuales.

  

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