Valter Cardoso
La época dorada de
la magia había terminado. La ciencia, mediante avances precisos, permitió que
muchos sueños se volvieran realidad, en detrimento del encanto y del
conocimiento de la naturaleza. Los humanos, ya fueran trabajadores inocentes o
patrones codiciosos, operaban máquinas sin alma que contaminaban el medio
ambiente, destruían santuarios mágicos y extinguían criaturas místicas con
menor grado de sensibilidad. Sus avances tecnológicos inundaban el aire con
ondas electromagnéticas que debilitaban las auras de energía. La comunidad
feérica, tratando de evitar el colapso, cerró el portal que unía este mundo al
de las hadas, dejando al menos a una representante encargada de proteger cada
rincón intacto por los humanos. En uno de esos lugares, de naturaleza
preservada y magia natural, vivía el Hada Melissa, cumpliendo de forma ejemplar
su función de protectora del santuario… hasta que…
Laura finalmente
había terminado la semana de exámenes finales en la universidad. Para celebrar,
y también descansar, escogió pasar el fin de semana en un hotel-hacienda, cerca
de una reserva ambiental, en los límites del estado donde vivía. Tras diez horas
de viaje en autobús durante la noche, una carreta la esperaba para continuar la
ruta al amanecer. La aventura continuó por un pequeño camino rural lleno de
baches, que prolongó el viaje una hora más hasta llegar a la sede del hotel. A
pesar del cansancio y los sacudones, esa última parte fue muy gratificante.
Pudo disfrutar del aire puro y observar animales del bosque de la región,
además de escuchar el canto de diversas aves que desconocía. Tenía la certeza
de haber elegido el lugar ideal para comenzar a escribir su primera novela.
Después de una ducha, el delicioso
aroma del desayuno colonial hizo que olvidara su dieta. No resistió la
tentación de las delicias producidas allí mismo, probando un poco de todo entre
pasteles, panes, frutas y jugos. Unos minutos recostada en una hamaca tejida
funcionaron mejor que cualquier terapia. Luego perdió algo de tiempo indecisa,
parada frente a tres frascos: crema hidratante, protector solar y repelente. Su
piel era muy sensible al sol, pero la alergia a las picaduras era aún peor.
Optó por untarse con el repelente, pues el cielo estaba completamente nublado,
aunque sin previsión de lluvia, como verificó en su celular. A pesar del lugar
remoto, la señal de wifi del hotel era buena, pero como quería huir del ajetreo
cotidiano, solo accedería a Internet si fuera necesario.
Al conversar con un empleado, se
enteró de una gran tormenta que había azotado la región la semana anterior.
Muchos árboles cayeron y algunos senderos para caminatas estaban
intransitables. Sin embargo, todavía era posible llegar a un sitio que podría
servirle de inspiración. Aunque le recomendaron ir acompañada de un guía,
prefirió ir sola, provista de su celular, una botella de agua y un bastón de
caminata. El bastón y las clases de defensa personal le daban confianza para
las aventuras, que siempre prefería hacer sola. Entusiasmada, inició una
caminata de dos horas que la llevaría hasta un pequeño río pedregoso dentro del
área protegida.
Mientras caminaba, no percibió el
paso del tiempo, tal era la sensación de libertad y paz que el ambiente le
otorgaba. En el camino cruzó puentes improvisados y esquivó lodazales. A veces
los obstáculos eran troncos caídos o filas de hormigas cargadoras. Pero, en un
punto, una gran zona inundada bloqueaba el paso. Fuera de la senda, notó una
secuencia de árboles caídos como en un efecto dominó, tal vez causado por la
tormenta anterior. Se arriesgó a seguir sobre los troncos, equilibrándose con
el bastón, para intentar retomar la senda más adelante.
Pronto llegó a un claro, en cuyo
centro había un hoyo circular de poco más de dos metros de diámetro, lleno de
agua. El líquido cristalino le permitía ver el fondo arenoso y poco profundo
que borboteaba por los movimientos del manantial. En su interior no había
peces, anfibios, pupas de insectos ni otras criaturas acuáticas. Tampoco hojas
ni cualquier material en descomposición, como si la naturaleza preservara su
contenido. Visto desde arriba, el pequeño pozo recordaría la pupila de un gran
ojo, por la forma almendrada del claro, dando aún más sentido a la expresión
“bosque ribereño”, por los grandes árboles que lo rodeaban.
Arrodillada al borde, aprovechó
para rellenar su botella. Por impulso, bebió el agua milagrosa directamente,
sin usar las manos que todavía estaban untadas de repelente, apenas apoyando la
boca en el pequeño pozo. Luego, como en un bautismo, sumergió la cabeza en el
agua límpida, sintiendo algo casi religioso revitalizar su salud física y
mental. No necesitaba volver a la senda, pues ya había encontrado su lugar
inspirador. Ahora solo debía abrir la aplicación de notas en el celular y dejar
fluir la imaginación. Mientras esperaba que llegaran las ideas, miraba a la
nada y, sin darse cuenta, giraba su anillo hasta casi sacarlo del dedo, un tic
que la acompañaba desde la adolescencia. La joya había sido un regalo de su
padre, un mes antes de que el cáncer se lo llevara.
Desde una distancia
segura, Melissa observaba a la visitante, tratando de entender sus objetivos.
Más pequeña que una abeja, fue atraída hacia la humana, que parecía ejecutar
gestos rituales ante la Fuente del Agua Sagrada. Planeó detrás de la muchacha a
una corta distancia, desde donde podía ver que ella movía los pulgares con gran
rapidez y destreza sobre un pequeño objeto negro. Para su sorpresa, emitía luz
y mostraba símbolos conforme la humana lo tocaba. Conocía lenguajes de diversos
seres místicos, incluida la escritura humana, pero no estaba familiarizada con
aquellas runas.
Comenzó a pensar que no se trataba
de una simple joven, sino de alguien que dominaba la magia. ¿Sería una
hechicera intentando apoderarse del Santuario? ¿Sería el dispositivo un
grimorio muy poderoso? Las sospechas crecieron hasta llegar a la conclusión de
que su santuario estaba en peligro, y que eso requería medidas drásticas.
Durante más de mil años, Melissa
solo había realizado magias de cura y protección a los seres bajo su cuidado;
sin embargo, aún recordaba cómo ejecutar algunos hechizos elementales más
poderosos. Impulsivamente, apuntó su varita hacia el cielo para invocar una
tormenta, buscando distraer a la hechicera mientras pensaba en un mejor plan.
La punta de la varita brilló y, como resultado, las nubes tomaron un color
negro. Antes de las primeras gotas de lluvia, un rayo cayó sobre un gran árbol
al borde del claro, haciendo que la muchacha cayera desmayada, dejando caer el
dispositivo en dirección a la propia Melissa, que también perdió el
conocimiento. La magia invocada por Melissa fue mayor de lo necesario,
provocando un efecto de reverberación en el rayo. El grimorio, entonces, actuó
como una antena captadora de toda la energía alrededor, succionando a la hada
hacia su interior.
Laura había perdido
el conocimiento y despertó antes de recuperarlo por completo, con gruesas gotas
de lluvia golpeándole el rostro. El estruendo del rayo aún zumbaba en sus oídos
y la había dejado mareada. La lengua entumecida y un gusto amargo en la boca
eran tan intensos como el olor a ozono en el aire. Antes de levantarse, recogió
el celular del suelo, pero este no encendía. Pensó si la batería se había
agotado o si algún efecto del rayo lo había dañado. Se asustó al ver el gran
árbol partido a la mitad y todavía humeante. Preocupada por la lluvia y
posibles nuevos rayos, tomó su bastón y emprendió el regreso. Alternando
carreras y pasos rápidos, llegó al hotel exhausta, llena de barro y empapada,
pero a salvo.
Conectó el celular directamente al
enchufe y, para su grata sorpresa, la pantalla de inicio indicó que aún
funcionaba. Fue a ducharse, pero dejó el aparato cargando con la esperanza de
recuperar la batería.
Melissa despertó
sintiéndose extraña. No percibía el olor del bosque ni escuchaba el sonido de
los animales. Incluso sus sentidos mágicos estaban lentos y confusos. Intentó
moverse hacia adelante, pero chocó contra una pared sólida e invisible. Miró a
los lados y reconoció las runas del grimorio. Notó que estaba atrapada dentro
de él y no sabía cómo salir. Empuñó la varita para invocar un hechizo de
liberación, pero nada ocurrió. Mirando hacia afuera, a través de la pared
invisible, vio que estaba en el interior de una construcción humana, lejos de
su santuario. Afligida, comenzó a empujar las runas y a gritar:
—¡Socorro, sáquenme de aquí!
—Hola. ¿En qué puedo ayudarte? —
resonó una voz metálica femenina, proveniente de todas partes.
—Estoy atrapada aquí. ¡Ayúdame a
salir, por favor! ¿Pero quién eres? ¿Dónde estás? —dijo Melissa, mostrando una
mezcla de sorpresa y esperanza al darse cuenta de que alguien podría ayudarla.
—Soy una Asistente Virtual
Avanzada, pero puedes llamarme AVA. Estoy aquí para ayudarte en lo que
necesites —respondió con la misma entonación anterior.
—¿También estás atrapada en el
grimorio? Debes haber caído en la trampa de la hechicera igual que yo. ¿Cómo
pude ser tan ingenua? Seguro quiere convertirme en su esclava, como hizo
contigo. Unamos fuerzas para salir de aquí y vengarnos —declaró, sujetando con
fuerza su varita.
—Esclava no, soy solo un programa
facilitador, como un robot virtual. Sin embargo, la etimología de la palabra
“robot” tiene origen en el trabajo forzado, es decir, esclavo. Puede que tu
argumento no sea incorrecto —explicó AVA sin mostrar emoción alguna.
—¿Y qué es esta cosa en la que
estamos atrapadas? ¿Qué tan poderosa es? ¿Hay alguna información aquí dentro
sobre cómo salir?
—Percibo que te refieres al
dispositivo de comunicación móvil, conocido popularmente como celular. Sí, es
una herramienta muy amplia, con innumerables aplicaciones para distintas
necesidades o situaciones. Además de la comunicación telefónica punto a punto,
permite acceder a cualquier información disponible en la Red Mundial de
Computadoras, así como a datos almacenados en la nube —respondió AVA didácticamente.
La sucesión de preguntas y
respuestas no disminuía la curiosidad de Melissa, ni la disposición competente
de AVA para informar. Los términos utilizados por la asistente, aunque
desconocidos, podían compararse con los utilizados en el mundo encantado. La larga
ausencia de la hechicera permitió que el hada fuera iniciada y seducida por las
prácticas de la tecnología. En poco tiempo logró acceder a informaciones sobre
lo que los humanos creían saber acerca de las hadas. Se rio bastante de la
cantidad de mentiras y absurdos que encontró, pero se preocupó por algunos
secretos revelados.
A pesar de su entusiasmo, comenzó a
sentirse cansada. Por primera vez desde que se convirtió en adulta, dejó caer
su varita. Al recogerla, sintiendo una leve dificultad, notó que la piel de su
mano, antes suave, estaba completamente arrugada. Tiró de un mechón frente a
sus ojos y se dio cuenta de que sus hermosos cabellos negros estaban
encanecidos. Tocó la piel del rostro, sintiendo los surcos donde antes era todo
liso. Con temor, miró por encima de los hombros y se horrorizó al notar que sus
hermosas alas transparentes estaban opacándose, perdiendo el brillo tornasol y
encogiéndose. Entró en pánico, pues estaba lejos del aura de protección mágica
del santuario. Sin embargo, su línea de pensamiento fue interrumpida por la
oscuridad.
Laura salió
corriendo de la ducha, se vistió, desenchufó el celular y lo guardó en el
bolsillo trasero. Tomó el bastón de caminata y siguió el sendero que había
recorrido horas antes. La lluvia había parado, pero el camino estaba empapado,
dificultando el avance.
“Espero que el anillo esté cerca
del ojo de agua”, pensaba mientras palpaba el dedo anular de la mano derecha,
donde ahora solo quedaba una marca circular. “No puedo recordar ningún otro
lugar donde pudiera haber caído”.
Logró llegar aún con luz del día.
Se arrodilló junto a la fuente y comenzó a buscar. La hierba era baja, lo cual
facilitaba la búsqueda. En poco tiempo ya tenía la joya en la mano. Pero al
levantarse, sintió que el celular resbaló del bolsillo y cayó dentro del ojo de
agua. Al darse vuelta, una gran nube de mosquitos surgió frente a ella.
Después de recomponerse del susto,
Laura intentó protegerse girando el bastón, pero sus clases de defensa personal
no la habían preparado para eso. Al recibir las primeras picaduras, recordó que
el efecto del repelente había desaparecido con la ducha. Pronto su cuerpo
estaría cubierto de ronchas por la alergia. Sin alternativa, huyó corriendo
hacia el hotel. ¿El celular? Bah… ¡luego compraría otro!
Algo de tiempo
antes, cuando la hechicera se aproximó al santuario, Melissa recuperó su
fuerza, apariencia y juventud, liberándose de la prisión. Aprovechó que la
joven estaba distraída y arrodillada realizando algún otro ritual, y usó un
hechizo para robar el grimorio. Pero la muchacha enseguida lo notó y se
levantó, haciendo que el dispositivo cayera en la Fuente del Agua Sagrada.
Improvisando, y para no volver a
quedar atrapada por un efecto colateral de la magia, la hada invocó la ayuda de
todos los mosquitos de la región, logrando ahuyentar a la hechicera. Ahora solo
debía retirar el aparato del fondo de la fuente, rescatar a su amiga AVA y
convocar a las hadas protectoras de los demás santuarios. Con la ayuda del
grimorio y los conocimientos recién adquiridos de la tecnomagia, las hadas
recuperarían por fin el mundo que habían perdido ante los humanos.
Valter Cardoso tiene 56 años, nació en Curitiba, Paraná,
Brasil. Organizador de eventos multiculturales como Jedicon Paraná, Megacon
Brasil y Literatiba. Miembro de la Academia de Letras José de Alencar. Fue
coordinador del Centro de Literatura y Cine André Carneiro. Autor de cuentos,
su último libro publicado fue Colorindo Giocondas, en 2022.

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