domingo, 30 de noviembre de 2025

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Ana Delia Carrillo


Lo primero que sintió al bajar del automóvil fue un golpe seco de asfixiante calor. Sin embargo, no dudó. Después de conducir largas horas por una carretera vieja, polvorienta y monótona, finalmente había llegado. El desierto. Cuando Noldi hablaba del desierto Diana siempre se imaginaba un lugar árido, de tierra seca, cuarteada y de escasa vegetación, si acaso algunos cactus y arbustos; no el paisaje abrumadoramente solo y desolador de arena dorada que parecía extenderse interminablemente ante sus ojos. Dunas… dunas que se perdían en el horizonte mezclándose con el cielo azul grisáceo, como deslavado, e intensamente pintado de tonos rojizos y anaranjados.

En vano intentó encontrar con la mirada el sitio que buscaba; la brillantez del sol reflejado en cada grano de arena le impedía ver con claridad. Cubrió sus ojos con una mano procurándoles un poco de sombra y siguió con su búsqueda, moviendo la cabeza de un extremo a otro. De pronto, a lo lejos, alcanzó a ver una sombra proyectada en la arena. Sintió un hueco en el estómago. Tuvo la certeza de haberlo encontrado.

Sin prisas, Diana dirigió sus pasos hacia el lugar que había originado su viaje. Cinco meses habían pasado antes de que decidiera enfrentar el pasado y con violencia los recuerdos se agolparon en su mente: Noldi sonriendo, con esa sonrisa franca que la conmovía profundamente, asomado por la ventanilla del auto, enviándole un beso con la mano en señal de despedida.

Ahora Diana se disponía a dar por terminada una espera desgarradora e inútil. Siguió caminando con un aplomo que no imaginó sentir, dadas las circunstancias. Estaba cada vez más cerca y el corazón le empezó a latir con fuerza. Sus ojos distinguían ya las formas dibujadas en la arena. Cuando estuvo a unos pasos de su objetivo, se detuvo. Ahí estaba, tal como le había sido descrita, la gran cruz de madera burda y sin adornos montada en un pedestal de piedra, cercada por una verja formando un rectángulo alrededor. Al centro, apiñados en el suelo, se encontraban los restos de lo que adivinó habían sido varios ramos de flores, ahora marchitos por el paso del tiempo y el efecto del calcinante sol.

La tumba.

Observó durante largo rato las sombras de la cruz y la verja de madera sobre la arena. Éstas iban alargándose conforme el sol hacía su recorrido por el cielo. Se sentó a un lado de la tumba y recargó su espalda en uno de los maderos de la cerca. Diana estaba decidida; pondría fin, de una vez por todas, a la espera que había sufrido durante cinco meses. Se quedaría allí hasta reunirse con Noldi; estaba cansada de vivir sin él.

Su mirada recorrió el vasto horizonte dibujado a lo lejos, mientras pensaba en la extraña fascinación que Noldi siempre sintió por el desierto. Si bien era obvio que el paisaje no era lo que Diana hubiera catalogado como hermoso, sí encerraba una belleza sutil y, en cierto modo, cautivadora. Los rayos del sol reflejados en los diminutos granos de arena, dotaban de movimiento a las dunas doradas, ejecutando éstas una danza maravillosa e interminable. El cielo, pintado con los tonos ocres de la tierra, hacía de éste un espectáculo asombroso y, por demás, perfecto. Entendió entonces el amor de Noldi por el desierto. Entendió, también, por qué ella se encontraba justamente allí. Era un buen lugar para morir. Cansada, Diana cerró los ojos, perdiéndose en sus pensamientos. Allí se quedaría hasta que llegara su hora, sin importar el tiempo de espera.

De pronto sintió una opresión en el pecho que le impedía respirar bien. La opresión empezó a crecer. De su pecho se extendió poco a poco al resto del cuerpo. El aire se había vuelto denso, pesado, y sintió como si el cielo y las dunas a su alrededor se le vinieran encima. Quiso abrir los ojos, pero no pudo mover los párpados. Intentó levantarse, pero su cuerpo estaba inmovilizado por una presión inaudita que la envolvía con fuerza. Se sentía como en el fondo de una alberca muy profunda, atrapada por la presión del agua, sólo que lo que la aprisionaba ahora no era agua sino la inmensidad del desierto. El ensordecedor silencio que la rodeaba hacía que sus tímpanos estuvieran a punto de estallar. El corazón latía cada vez más lentamente, haciendo un esfuerzo insólito para bombear la sangre, que pareciera se había convertido en lava por la pesadez con que recorría las venas del cuerpo. ¿Qué le ocurría? Ciertamente había emprendido el viaje consciente de su decisión de morir, pero esto no era lo que ella había supuesto; la muerte que había soñado llegaba pacíficamente, durante el sueño, ¡no así! Sintió miedo… un pavoroso miedo que le recorrió todo el cuerpo hasta llegar a la garganta y culminar en un grito desgarrador.

Súbitamente la opresión desapareció. Diana respiraba sin dificultad y su corazón poco a poco recobraba el ritmo habitual. Abrió lentamente los ojos y una insólita paz la invadió. El sol estaba a punto de fundirse con el horizonte y las sombras de la noche se acercaban. Volvió su mirada hacia la cruz de la tumba y rompió en llanto. Entendió el mensaje de Noldi, el mensaje del desierto… Aún no era su tiempo. Diana quería vivir. Amaba la vida, aunque Noldi no estuviese con ella. Continuaría esperando, ahora sin prisas, sin angustias. Mientras tanto había que seguir viviendo. Se incorporó y dando unos pasos, se colocó atrás de la cruz de madera. Extendió sus brazos hacia el cielo en un intento de encerrar para sí la inmensidad que la rodeaba y sonrió. Lentamente se aproximó a la cruz y plasmó en ella un beso suave y tierno. Se despedía de Noldi. Llegado el momento… pero, ¿para qué pensar en eso? Debía seguir.

Encaminó sus pasos hacia el automóvil y no volvió la vista atrás.

Ana Delia Carrillo (Ciudad de México, 1966). Escritora mexicana nacida en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, vivió sus primeros veintiún años en Torreón, Coahuila, para luego trasladarse a Puebla, donde residió por veintisiete años, y desde 2015 se mudó a Jojutla, Morelos, donde vive actualmente. En 2007 obtuvo el tercer lugar en el XI Concurso de Cuento Mujeres en Vida que organiza anualmente la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla por su cuento Cortados con la misma tijera, publicado en la revista Crítica No. 155. También ha aparecido en las antologías Extremos (Puertabierta Editores, 2016), Latinoamérica en breve (UAM Colección Gato Encerrado, 2017), Así vas a morir. La máquina que predice tu muerte. Antología de cuentos (Lengua de Diablo Editorial, 2019) y e Historias de camiseta, Antología de microrrelatos de fútbol (Editorial Micrópolis), estos dos últimos, de próxima aparición. Es subdirectora del blogzine La Langosta Se Ha Posteado: www.lalangostasehaposteado.blogspot.mx.

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