viernes, 28 de noviembre de 2025

CRÓNICA MARCIANA, O LA EXPLICACIÓN DE UNA GUERRA

João Ventura

 

Cuando Marte entró aquella mañana en el Olimpo, con el ceño fruncido, los dioses notaron de inmediato que no estaba satisfecho. A lo lejos aún podían oírse los ecos de la tormenta que traía en su estela. Apoyó en el suelo la lanza y el escudo y, quitándose el casco, lo colocó junto a las armas.

Júpiter, reclinado en su trono, bostezaba; había estado de juerga hasta altas horas y arrancaba granos de uva de una bandeja al alcance de su mano izquierda, mientras que con la derecha llevaba a la boca, de vez en cuando, una copa de hidromiel.

El gran salón tenía el aspecto habitual, adornado con guirnaldas de rosas; se oía el canto de aves de plumaje colorido; algunos dioses menores tocaban y bailaban, otros chapoteaban alegremente en la piscina de agua tibia y perfumada.

Indiferente al ambiente, Marte avanzó directo hacia el trono, las sandalias marcando un ritmo cadencioso sobre el mármol blanco, y a su paso las conversaciones se iban apagando mientras los dioses seguían su trayecto a través del enorme salón.

En presencia de Júpiter, Marte dijo:

— Necesito hablar contigo, Padre de los Dioses. En privado…

La reverencia ritual fue casi imperceptible, pero Júpiter fingió no notarla.

—Vamos al despacho —dijo Júpiter, y levantándose del trono se dirigió, seguido por Marte, hacia una puerta en la que podía leerse: “Consejo de Administración del Olimpo: Presidente”.

El murmullo de las conversaciones en el gran salón volvió poco a poco a la normalidad. Solo Juno se deslizó lenta y disimuladamente hacia la puerta, para intentar oír algo de lo que ocurría al otro lado. Al fin y al cabo, las madres siempre se preocupan por los hijos…

—¿De qué se trata? —preguntó Júpiter, sentándose en un sillón e indicando otro para Marte.

Este permaneció de pie, pero su postura tenía más de desafío que de respeto.

—Quería hablarte sobre la distribución de los planetas que hiciste.

El rostro de Júpiter se ensombreció más.

—Habla —solo dijo.

—Acepto perfectamente que te hayas quedado con el mayor de todos, con noventa y siete lunas y una mancha roja, ¡hermosa! Que a Saturno, tu padre, le hayas dado el segundo más grande, lleno de anillos, ¡y con doscientos setenta cuatro satélites! Aunque tuviera la manía de devorar a sus hijos y tú te salvaras por poco, pero bueno, sabes que yo siempre he sido muy respetuoso de la familia. Que a tu abuelo Urano le hayas dado el tercero en tamaño, pasa. Estoy de acuerdo con que le hayas ofrecido a Venus el más brillante, con las nubes reflejando el Sol, una verdadera joya, acorde con su belleza. Plutón recibió el planeta más pequeño, que ni siquiera puede considerarse como tal, pero en fin, siempre bajo tierra ocupándose de los muertos… ¿para qué quiere un planeta?

Júpiter se removió impaciente en el sillón, sin entender adónde llevaba el discurso de Marte.

—Ahora bien: que tu hermano Neptuno, ese viejo gagá, siempre tropezándose con el tridente, enredado con ninfas y sirenas, con las barbas llenas de algas, se quede con el cuarto en tamaño, rodeado de dieciséis lunas, ¡eso ya me cuesta tragarlo! Que Mercurio, ese mensajero tuyo, ese chismoso, ese charlatán, se quede con el planeta más próximo al Sol, y encima con una órbita con precesión… ¡ya es demasiado! Y a mí me das un planeta sin agua, con una atmósfera de dióxido de carbono, tormentas de arena que duran meses, prácticamente sin campo magnético y con dos lunas ridículas, la mayor de las cuales tiene unos pocos kilómetros de diámetro. ¡Dos piedras grandes!

Júpiter suspiró, aburrido. Ya no podía con Marte, siempre planteando problemas. Pero, con la intención de preservar la paz en el Olimpo, se puso la máscara de Padre de los Dioses, siempre generoso.

—¿Y qué querrías tú? —preguntó.

Marte creyó entrever un espacio para la negociación y avanzó.

—Dame el tercero contando desde el Sol. Solo tiene una luna, es cierto, pero tiene tierra y agua, verde y amarillo, nubes en abundancia…

Júpiter lo interrumpió.

—¡Ni pensarlo! En ese planeta voy a colocar unos nuevos seres: los Hombres. Tengo intención de acompañar personalmente su evolución. ¡Será mi proyecto más importante! Quiero convertir ese planeta en un Olimpo terrestre.

Marte sintió que había perdido. Cuando habló, se le notaba la rabia contenida:

—Muy bien. Pero ya que mencionaste proyectos, voy a contarte uno nuevo que estoy desarrollando. Se llama guerra psicológica. —El rostro de Júpiter mostró sorpresa y Marte, saboreando el hecho de haber tomado al Padre de los Dioses desprevenido, continuó—: Cuando pongas a esos… ¿Hombres?... en la Tierra, voy a meterles en el inconsciente –es algo que tendrán dentro de la cabeza sin saber que lo tienen y con lo que van a pensar sin saber que piensan– un miedo, un terror, una sospecha de que en Marte viven otros seres, aterradores, alienígenas, verdes, unos… aaa… marcianos –el nombre hasta es bonito, marcianos– que están preparando una invasión de la Tierra para esclavizarlos, decapitarlos, empalarlos, yo qué sé… Y vivirán siempre con ese miedo dentro de la cabeza, y cuando miren hacia arriba será siempre con el temor de un ataque inminente. Adiós, ¡oh Padre de los Dioses!

Juno apenas tuvo tiempo de apartarse de la puerta cuando esta se abrió de golpe. Marte pasó sin verla, caminó rápidamente hasta la gran entrada del salón, tomó sus armas y salió del Olimpo.

Juno entró en el despacho.

—Entonces, Júpiter, ¿qué quería?

—Siempre te dije que eso de parir un hijo sin mi ayuda iba a traer problemas.
¡Este Marte no tiene arreglo! ¡Cuestiona la distribución de los planetas hecha por !

Indignado, Júpiter volvió a la sala del trono; la música ambiental lo calmó, olvidó la conversación con Marte y comenzó a dedicar su intelecto divino a la magna tarea de decidir qué haría esa noche (después de que Juno se durmiera…).

 

¿Cómo podría Orson Welles saber, milenios más tarde, que todo el pánico causado por un célebre programa de radio sería, en realidad, la consecuencia lejana de una rabieta del Dios de la Guerra?

João Ventura es portugués, docente universitario, le gusta leer y escribir, es casado y tiene dos hijos. Como le gustan las palabras, creó en la blogosfera un espacio para ellas, que naturalmente se llama “Das palavras o espaço”, donde va colocando textos con cierta irregularidad. Ha publicado dos colecciones de cuentos: Tudo isto existe y el más reciente, O cidadão sem sombra. Vive en Lisboa.

 

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