Maritza Macías Mosquera
El brioso ejemplar pura sangre, blanco armiño, inquieto cual veleta en un
faro al sur del mundo, donde los vientos son eternos y, ágil como el mejor
saltimbanqui de un gran circo, demostraba su contagiosa y desbordada energía en
cada salto y cada relincho.
Favio lo observaba con una mezcla de ternura y
preocupación. Sabía que el vínculo entre su hijo y el caballo era especial y
que la recuperación de Ángelo, su hijo, era la prioridad. Sin embargo, no podía
evitar sentir un nudo en el estómago al recordar el accidente.
Lo llamaron Cotton, nombre elegido por Sophie, la
madre del niño, que en español significa algodón. Fue el regalo para el niño cuando
cumplió cinco años y, desde entonces cada vez que el clima lo permitía, salía
con él a recorrer el campo. Cotton y Ángelo crecieron juntos; de cierta forma,
se hicieron necesarios uno para el otro.
Pero desde hacía un tiempo un accidente había desatado
el caos y la incertidumbre en la familia. Ángelo y Cotton corrían por la
pradera cuando un extraño animal se atravesó ante ellos, lo que produjo el
susto y la repentina frenada en seco del caballo. Ángelo, salió disparado por
sobre el hermoso cuello de albas y largas crines de Cotton, y el animal
desapareció como si nada. Cotton se acercó a su amo, lo examinó, lo movió con
su hocico, pero éste no respondió. Instintivamente Cotton corrió de regreso al
rancho y, al verlo llegar solo, los trabajadores sospecharon lo ocurrido, informando
de inmediato a los patrones. Cotton se acercó a ellos sin dejar de moverse, de
saltar, de relinchar por lo que decidieron seguirlo.
Favio y Sophie
corrieron de la mano, ambos sospechaban lo peor. Todo el pasado, toda la lucha,
todo el esfuerzo, toda la vida se les fue presentando en esa interminable
carrera hacia la desgracia de su hijo. Sin haberlo visto, sabían, porque era
más que intuición, que algo malo había ocurrido, Cotton jamás habría regresado
sin él.
Favio, hijo de
inmigrantes italianos que habían huido de la ocupación de los alemanes, había
nacido y crecido en el lugar, lo conocía perfectamente.
Sophie llegó a
América proveniente de Inglaterra, becada por la universidad para el estudio de
especies autóctonas de América del Sur. Chile era el país elegido por la
multiplicidad de climas que el país ofrecía y con ellos, la diversidad de
especies que podían habitarlo. Así fue como llegó al rancho, en busca de un animal
del cual no había certeza de su existencia, pero que el pueblo y el país entero
estaba alterado con su supuesta aparición, se trababa ni más ni menos que del
Chupacabras, animal mítico, de leyenda o real, pero ella fue la encargada de su
búsqueda. Con ese propósito llegó un día al rancho, Favio la recibió, y ella se
sorprendió al verlo. Sintió un inusual estremecimiento al apretar la mano del
hombre y supo que no regresaría a Inglaterra. Sus ojos profundamente azules no
la perturbaron, pero atravesaron su corazón para quedarse en él para siempre y,
aunque nunca encontró al ser que buscaba, había encontrado el lugar donde
quería vivir el resto de su vida.
Sophie y Favio
prepararon el hogar para el regreso del niño. Juntos, organizaron su
habitación, llenaron el espacio de juguetes y recuerdos, lo esperaban con
ansias. La casa, que había estado en silencio antes de la llegada de Ángelo,
comenzaba a cobrar vida de nuevo. Las risas de los trabajadores y el murmullo
del viento a través de los árboles creaban un ambiente cálido y acogedor.
Aunque Ángelo les narró a sus padres lo ocurrido
cuando Cotton y él se toparon con el animal, Sophie no siguió indagando; lo
importante para ella era la recuperación de su hijo, lo demás podía esperar.
Fueron muchos días de hospitalización en la capital,
la demora, por la cantidad de exámenes aplicados para asegurar que estaba en
perfectas condiciones, se hizo absolutamente necesaria, ya que al rancho
quedaba a más de mil kilómetros hacia el sur.
Cotton vio
llegar el automóvil y que su amo descendía de él. Siguió con la mirada todos
los movimientos, pero Ángelo fue trasladado de inmediato a su cuarto.
Al atardecer
del día siguiente del regreso de Ángelo al rancho, cuando el sol comenzaba a
ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, Cotton
estaba ansioso e impaciente. El caballo había esperado ese momento; su instinto
le decía que su amigo necesitaba su presencia, su energía, su espíritu indómito
y él necesitaba verlo, olerlo, darle hocicadas en la cabeza, como siempre hacían.
—¡Cotton! —gritó Ángelo, corriendo hacia el corral.
El caballo, al
escuchar la voz del muchacho, relinchó alegre y corrió a la orilla del corral,
moviendo la cabeza de un lado a otro, como si también estuviera celebrando el
reencuentro. Favio y Sophie sonrieron al ver la escena; sabían que ese lazo era
indestructible.
Ángelo se
acercó a Cotton, extendiendo su mano para acariciar su suave pelaje. El caballo
se inclinó, buscando el contacto y ambos se quedaron así por un momento,
disfrutando de la conexión que solo ellos compartían.
—No te preocupes, amigo —le dijo Ángelo con una voz
dulce—, ya estoy bien. Prometo no volver a caerme.
Cotton, como si
entendiera cada palabra, movió su cabeza afirmativamente, repleto de energía y
vitalidad. Desde ese día, la vida en el rancho se reinició. Las risas de Ángelo
resonaban por todo el lugar, mientras él y Cotton exploraban los campos y praderas,
compartiendo aventuras como lo habían hecho desde que eran pequeños.
Sophie había
llegado para esclarecer un misterio, pero había descubierto algo mucho más
valioso.
Maritza Macías Mosquera nació en Chile en 1959. Realizó sus estudios universitarios en la Universidad de Concepción, egresando como Profesora de Educación General Básica en el año 1984. Ha incursionado en la escritura en varios géneros como el epistolar, la lírica, la novela, el cuento y microcuentos y, en la actualidad en el ensayo; ha publicado algunos de sus escritos individualmente y participando con otras y otros escritores, en blogs y en Facebook. Trabajó en escuelas de alta vulnerabilidad, lo que la llevó a mejorar sus competencias, obteniendo el grado de diplomada en gestión de Liderazgo Educativo y en Pedagogía Teatral, y luego dos post títulos, como Orientadora Educacional y Como Jefe de Unidad Técnica Pedagógica. Para terminar, obtuvo el Grado de Magíster en Gestión Educativa, en la Universidad del Mar.
Lindo y emotivo relato, que involucra una leyenda regional, y la amistad entre un chico y su caballo.
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