Hernán Bortondello
Esa noche, Bimani no pudo acompañarme: había entrado en latencia debido a
una actualización de software. Sin
alternativas, tuve que abandonar nuestro módulo base para lo que sería una
larga y solitaria ronda de vigilancia.
Me había adentrado por media hora o poco más en la
estepa arbustiva cuando empecé a oír que se quebraban algunas ramitas a mis
espaldas, seguramente las de acacia que tanto abundan en estas tierras
africanas. En un principio, supuse que se trataba de alguna bestia con la que nos
habíamos cruzado circunstancialmente, pero esos crujidos parecían acompañarme,
y calculé que provenían de unos diez metros atrás.
Después de recorrer un buen trecho, no tuve dudas de
que algo grande y bastante pesado me seguía de cerca, y parecía no importarle
que lo escuchara. Se me heló la sangre y me maldije por no tener apoyo. Sin
embargo, no debía dejar que el terror controlara mi mente: si entraba en
pánico, podría ser el fin.
Cada vello de mi piel se erizaba como respuesta
instintiva al peligro inminente. Con un esfuerzo sobrehumano, mantuve relajados
los músculos para poder usar el arma con eficacia si era atacado. De alguna
manera, percibía el cosquilleo interno de la electricidad que recorría mi cuerpo,
lista para desencadenar respuestas defensivas.
Fueron muchas las veces que me di vuelta pero, pese a
usar casco con visión nocturna, solo pude ver cómo huían los pequeños grupos de
cebras, ñus y búfalos que estaban a nuestro cuidado. Era extrañísimo que algo
los asustase. Ya no relacionaban nuestro
olor con el peligro, y los predadores naturales de estos herbívoros llevaban
medio siglo extintos; en parte por la caza ilegal y mayormente por un virus
mutante que se ensañó particularmente con los grandes carnívoros.
No parecía haber cazadores furtivos, pero eran el
único motivo que podría haber espantado a los animales; debía cerciorarme.
Detuve la marcha, extraje de mi mochila las estacas láser y me apresuré a
clavarlas. Inmediatamente activé el perímetro de seguridad: ya nada podría
acercarse a mí en un radio de quince metros sin ser quemado.
De pronto me di cuenta de que ya no escuchaba ruidos
que me indicaran que el misterioso perseguidor se estuviera acercando. Pensé
entre aliviado y divertido que no le convenía atravesar mi cerca invisible.
Recordando a los posibles intrusos, desprendí la minicámara dron y la tableta
monitor que llevaba adheridas a mi chaleco protector. Tras encender los
instrumentos, lancé al aire el ojo volador. De inmediato comencé a recibir
imágenes térmicas, pero solo pude detectar algunos búfalos enormes, de los que
no temen a nada, ni a nadie. No había infiltrados en la reserva, ni tampoco
rastros de algo que pudiera haberme acechado. Me burlé mentalmente por dejar
que mi imaginación me volviera paranoico. El frío despiadado de la sabana
alcanzó su mínimo y decidí armar mi carpa para guarecerme y descansar unas dos
horas. Ya dentro de ella, disfruté una sopa caliente de mi ración de campaña.
Mientras levantaba la cuchara para beber otro sorbo, un tremendo rugido me sobresaltó
y todo el líquido se volcó sobre el pantalón. Desesperado, me arrojé sobre mi
fusil activando el modo aturdidor. Lo que había escuchado, por increíble que
pareciera, provenía de un león macho y no sería justamente yo quien matara a un
extraordinario superviviente. De un tirón, abrí el cierre de la tienda y me
zambullí afuera. Tras rodar varias veces sobre el polvoriento suelo rojo, logré
hincar una rodilla en tierra apuntando mi arma hacia donde calculé que estaba
el gran gato. Nada, absolutamente nada se veía a través de la mira de visión
nocturna. ¡Era demasiado para mí! ¿Había sido acaso el fantasma de un león lo
que me había estado acosando? Entonces, un gran chispazo refulgió en la
oscuridad. ¡Algo quiere atravesar el perímetro!, exclamé en mi mente. Sin
embargo, el visor de mi casco no mostraba ningún ser a la vista. Me negué a
enloquecer y activé el modo letal del fusil. Usando vertiginosamente la más
pura lógica, deduje que si el láser había sido interferido, no cabía otra
posibilidad que allí hubiese realmente algo, aunque fuera invisible...
¡Invisible!, aullé con toda mi furia y empecé a descargar pulso tras pulso
electromagnético. Aún estaba disparando cuando comencé a darme cuenta de que a
mis espaldas sonaba un aplauso.
—¡Bravo, camarada ¡Finalmente tu pequeño cerebro
humano dio en la tecla! —escuché, y esa voz era inconfundible...
—¡Bimani! —grité sin comprender nada. Por un instante,
no pude distinguirlo, pero lentamente su cuerpo de tungsteno se fue revelando.
—Cuidado, cuidado, cuidado... Por favor, mi querido
Andor, baja el cañón de ese artilugio. Tu corral ya le dispensó una buena
quemada a mi exoesqueleto —pidió con su tradicional ironía mientras señalaba
una mancha oscura a un costado de su tórax.
—Pero... —solo atiné a decir.
—¿Sabes? Mi última actualización incluyó los planos de
un minúsculo gran milagro. ¡Un micromecanismo que puede invisibilizar en todos
los espectros de onda! —exclamó entusiasta.
—Pero... —repetí estúpidamente.
—Solo tardé quince minutos en fabricarlo utilizando
mis nanoherramientas —informó con su tono insoportablemente vanidoso.
—Pedazo de chatarra, eres un... —comencé a gruñir.
—¡Ja, ja, ja! —rio con ganas Bimani—. Disculpa, pero no resistí la tentación ¡Hoy es veintiocho de diciembre! ¡Feliz día, homínido!
Hernán Ernesto Bortondello, escritor argentino, nació el 7 de setiembre de 1960 en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, donde actualmente vive. Su narrativa, generalmente especulativa, se desarrolla desde una mirada existencial. Cuando escribe poesía, esta es despojada y minimalista, muy influenciada por el arte japonés. Gusta, además, de expresarse a través del dibujo, la pintura y la fotografía. Ha publicado poesías y cuentos en grupos literarios digitales como "Escritores Independientes", "Escritos, Insomnio y Café", "Poetas y Escritores del Mundo, etc., y sus relatos pueden leerse en revistas literarias digitales como "Sinergia", "Cronopio" y "Microficciones y Cuentos".
Excelente!
ResponderEliminarMe gustó mucho este cuento.
ResponderEliminarUna mezcla de acción, aventura y humor, con personajes bien desarrollados y una trama emocionante