Kristijan Šarac
Su olor está en mi
piel. Necesito una ducha, pero no quiero borrarlo.
Nos conocíamos desde hacía tiempo,
pero recién entonces —esa tarde en el pequeño recinto con piscina— nos
atrevimos a cruzado la línea. Una silenciosa intimidad aún vibraba en el aire
cuando él, de pronto, rompió la calma.
—¿Cómo está Marko?
Eran amigos y trabajaban juntos.
Yo debería haber contestado con
suma cortesía: “¿Y tu prometida, está bien?”.
Pero algo me ató la lengua.
Él se puso el bóxer. Era parecido al
mío. Todo entre nosotros parecía tener un reflejo común. Incluso la manera de
escapar del mundo era idéntica. Se incorporó, apoyándose en la almohada, con
una sonrisa que aligeraba la fragilidad del momento.
“Somos iguales”, pensé. Y habría
querido decírselo en voz alta. Pero mi nuevo amante –mi nuevo amado– no debía
ni sospechar cuánto significaba ya para mí. Porque si uno piensa algo con
demasiada insistencia… puede volverse verdad.
Él seguía sonriendo. No sabía si yo
me engañaba a mí misma o si él se atrevía a pensar lo mismo que yo. Quería que
me abrazara de nuevo. Horas. Días.
Mientras me abrochaba el sujetador,
también empecé a sonreír.
Ambos mirábamos hacia la pared,
evitando cruzar las miradas; si lo hacíamos, no saldríamos de esa habitación en
mucho, mucho tiempo.
—Te amo —susurró él de repente,
temblando como si no creyera haber dicho esas palabras.
—Nadie puede saberlo —le respondí
automáticamente.
Pasaron años…
Seguimos juntos en secreto, siempre
que era posible.
Ese era nuestro refugio, donde
podíamos ser “nosotros”, donde nadie más existía.
No hay lágrimas. No
hay dolor. Solo un vacío donde antes estuvo él.
Miro a los demás llorar sin
entender para qué sirve el llanto. Es un gesto vacío, una distracción teatral
que desvía la atención del difunto hacia ellos.
A mí las lágrimas no me devolverán
nada.
Con los años, su lado de la cama –y
de mi corazón– se llenó únicamente de recuerdos de la felicidad compartida.
Nunca dudé de mi
propia locura cuando intentaba aceptar un mundo sin él. Me preguntaba una y
otra vez qué era real. Nunca hallé una respuesta para ningún “¿por qué?”. ¿Cuántas
veces debo perderte? ¿Cuántas veces debo enterrarte? ¿Qué tendría que hacer
para evitar que tu tumba vuelva a cerrarse entre nosotros? Hay comprensiones
que solo algunos reciben. Es un sentido que no puede enseñarse.
El Portador de Luz
cayó, dejando tras de sí un mito cruel.
Las historias de los vencedores
quizá son ciertas… o quizá nos cubrieron los ojos para que viéramos solo lo que
ellos quieren. Yo marcaré el sendero por el que caminé antes de salir de la
oscuridad.
Una rebelión nació contra la
tiranía. Una batalla sangrienta derribó al último de los voladores, los que
eran nuestra esperanza de vivir iluminados. Pero no se rindieron. Por fortuna. Ganaron
poco para ellos, mucho para nosotros.
Siempre agradeceré a mi protector,
Antiquus Serpens, por liberarnos de esas jaulas doradas y permitirnos pensar
con nuestras propias mentes.
Nosotros nos mostramos indignos de
los sacrificios de héroes como Abadón, Belcebú y Belial, que lo perdieron todo
por nuestra libertad.
Y aun así, caímos de nuevo en la
sombra disfrazada de luz.
Por él daría mi vida. Y por él
cometí todas las atrocidades que hice creyendo hacer el bien, engañada por los
invasores. Ahora mis ojos están abiertos: veo al guardián de la puerta ígnea,
Magnus Drakoa. Me espera. Es mi turno de entrar en el amparo de los caídos. He
ganado un poco de paz tras tantos años de lucha entre las sombras y esos breves
destellos de penumbra. Toda mi esperanza está en que la firma que dejo –sellada
con mi sangre– me alivie la existencia en este cuerpo. Es un pacto que vale dos
almas.
La gente me dice
que no quiero estar sola. Pero no entienden lo que implica “matarlo dentro de
mí”. Me da igual lo que digan: vivo para su recuerdo, no para el hombre que
ellos lloran. Cada noche, desde que él…
Me siento en la pesada butaca y
miro los dos espejos negros en la pared. Cuando me reflejo en ellos, soy
prisionera y, a la vez, vuelo libre como un cóndor. Esos ojos oscuros me queman
como un Fénix y me congelan como un espíritu de hielo. No sé cómo no perderme
para siempre en ese negro con un matiz indefinido de marrón. He sido su
prisionera durante tanto tiempo… Una cautiva en frías mazmorras. Una esclava de
esas garras afiladas que, a cada parpadeo cansado, arrancan un pedazo de mi
alma. Y sin embargo, me embriaga la idea de destruir el mundo con el fuego que
llevo dentro. Ese impulso me eleva, feroz, como un ave en pleno ataque. En esos
lagos oscuros y helados –en sus ojos, en los míos, en ese espejo– inventé la
perfección. Un ideal imposible de su rostro, de sus gestos, de sus palabras. Allí
dormía él, acurrucado en mi amor. Luego me pierdo de nuevo en ese mar negro, y
me veo en el reflejo… pero no soy yo. Es una versión idealizada de mí misma. Las
sombras mienten: muestran una versión más brillante, más perfecta. Un ser que
no pertenece a este mundo. Que nunca existió. Él dejó mi vacío y solo quedaron
tormentas. Piedras en el lugar de los pulmones. No respiro desde hace una
eternidad.
Hoy esos ojos no me conceden
piedad. Me muestran como una inquisidora, una torturadora. Pero esa no soy yo:
solo es otra imagen torcida bajo los juicios humanos. Nadie necesita saber de
mis heridas ni de mi sangre ofrecida. Él…
Cuando vuelvo a mirar esos dos
espejos negros, solo veo mi reflejo roto. Espinas donde antes había algo vivo. No
existo en esta realidad. Cuando no me reflejo en ellos, estoy vacía, como una
cáscara. Sin ellos no existo. Me vuelvo un fantasma. Mi nuevo entorno tiene
muchos espejos, pero ninguno mezcla verdad y mentira como los ojos negros de mi
amado. Allí estoy, tumbada en el abismo oscuro, en el marco de sus ojos. Allí
duermo, sobre las piedras donde mis alas se rompieron contra su cuerpo y su
piel pálida. A donde vaya, me perseguirán los espejos de mi alma: sus ojos
negros.
Estoy cansada.
Estoy sola. Sigues vivo en mi recuerdo, así que no me abandonaste por completo.
Me dejaste algo por lo que valía la pena vivir. Pero ahora, cuando mi corazón y
mi alma están gastados por la falta que me haces, solo lamento una cosa: Que
tú, igual que tu recuerdo, morirás conmigo.
Título original en serbio: Večnost
Traducción: Sergio Gaut vel Hartman
Kristijan Šarac nació en 1981 en Split. En 2015 puso
en marcha el portal www.fantasticnivodic.com,
donde escribe reseñas y análisis centrados en la literatura y la fantasía. En
2017 fundó la asociación “Autostoperski vodič kroz fantastiku” (“La Guía
del Autoestopista por la Fantasía”), que se dedica a crear, desarrollar y
llevar a cabo los programas de la Asociación orientados al estímulo y
desarrollo de la literatura fantástica en la región, lo que incluye también la
gestión de la parte editorial, no lucrativa, del trabajo de la Asociación. Es
el editor principal y responsable de quince ediciones publicadas hasta ahora y
de tres números de revista. Editó los libros Madre distorsión y El
último refugio, de Vlatka Basioli. También participa ocasionalmente en la
edición de la colección anual de relatos Regia Fantastica. Es
colaborador de las editoriales Forme B y Golconda, y autor de
numerosos prólogos para sus ediciones de cómics de las series Morgan Lost,
Brendon, Nathan Never y Julia. Se han publicado sus
relatos en las antologías del “Fantastični vodič”, “Avetinje i
anđame”, “Ubiq” y “Marsonic”.

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