lunes, 29 de abril de 2024

COMIDAS

Achim Stößer

 


La luz de la linterna parpadeaba como una vela en una corriente de aire, perforando la oscuridad que me envolvía como alquitrán. El interior de la nave parecía pintado con Vantablack, tan oscuro era, aunque dudo que hubieran rociado sus paredes con esmalte de ñas hecho de nanotubos de carbono alineados verticalmente. Por supuesto, los abides son ciegos como topos y se orientan como murciélagos con ultrasonido y como víboras de foso con el calor corporal de su presa. La nave parecía un refrigerador gigantesco; su mundo natal debía de ser mucho más frío que la Tierra. El hielo crujía bajo mis pies, los trozos se amontonaban como fragmentos de cristal.

Cuando la nave aterrizó en un bosque cerca de Quedlinburg, provocado que varias hectáreas de árboles fueran víctimas del fuego, algunos reaccionaron con pánico, otros con júbilo. Por entonces yo todavía era un niño, pero recuerdo claramente las imágenes que inundaron los medios de comunicación, desde el periódico más pequeño hasta las redes sociales, de los tanques y aviones de combate de las Fuerzas Armadas Alemanas, las que hacía poco tiempo que habían dejado de ser las únicas responsables de las misiones en el extranjero, desintegrándose en el fuego de los disparos de los abides. Los predicadores callejeros citaban las antiguas supersticiones del Libro del Génesis 3:19, "Porque eres polvo, y en polvo te convertirás".

Cuando los abides empezaron a cazar a la gente en Sajonia-Anhalt, el gobierno nacional alternativo reaccionó con rapidez, construyendo una valla alrededor de toda la zona. Desde entonces han construido un muro a unos cincuenta o cien kilómetros de la nave. Solo unos pocos, que tenían los medios financieros suficientes para pagar las tarifas de reubicación, fueron liberados, todos los demás quedaron atrapados.

Sin embargo, yo logré pasar la muralla sin problemas; ningún soldado disparó un solo tiro contra mí; no es de extrañar, se aseguraban de que nadie saliera; nadie esperaba que alguien fuera tan insensato como para entrar.

Apenas había superado la muralla, me encontré con una manada de cerdos domésticos salvajes. El ministro democristiano de Culto, Alimentación y Agricultura había conseguido el apoyo del gran socio de la coalición con la propuesta de liberar varios millones de cerdos en la zona para familiarizar a los alienígenas con la cultura alemana. No sirvió de nada, como casi todo lo que hacían los payasos en el gobierno; los abides siguieron cazando a los habitantes de Sajonia-Anhalt.

Pero la manada siguió adelante, gruñendo, sin molestarme, así que al cabo de unas horas me abrí camino a través de la oscuridad hasta la nave, en parte a pie y en parte en una desvencijada bicicleta que había encontrado. Entrar fue pan comido, obviamente los alienígenas no esperaban que nadie lo intentara siquiera; la puerta estaba invitadoramente abierta y no parecía haber ninguna alarma.

No podía ver casi nada, solo se oía el crujido del hielo bajo mis pies que cubría el suelo ondulante de la nave, y luego, de repente, un sonido de arañazos como garras sobre metal detrás de mí, un pinchazo en la nuca, y perdí el conocimiento.

Cuando recobré el conocimiento, yacía desnudo y tembloroso en una especie de bañera vacía y poco profunda. Mi cabeza zumbaba, tenía dolores insoportables en las piernas, o más bien, en mis muñones, ya que ambas piernas habían sido amputadas y la sangre fluía de las heridas escasamente cauterizadas. El frío penetraba en mis miembros restantes y un olor a aceite caliente flotaba en el aire helado. Mi linterna había desaparecido, pero la habitación estaba iluminada débilmente por unas cuantas velas en una mesa baja, en la que dos de los alienígenas, de piel azul pálido, sorprendentemente humanos en su aspecto, estaban sentados en posición de loto con camisas hasta las rodillas. Una música suave fluía en el ambiente. Sobre la mesa había cuencos y una pequeña olla calentada por una llama debajo, una botella de Chardonnay, una fuente de frutas con manzanas, uvas, duraznos, kiwis, membrillos y ciruelas, un jarrón negro decorado con un relieve de ornamentos que recordaban las líneas en diente de sierra de un monitor médico, que contenía una sola rosa de pétalos azules. La abide hembra acariciaba la cabeza de un San Bernardo que yacía a su lado. El perro mordisqueaba un gran hueso del que apenas quedaban unos pocos trozos de carne. Mi fémur, o el de otra persona. Los abides sumergían cubos de carne ensartados en pequeños pinchos en la olla, los sacaban después de un rato, los sumergían en cuencos de salsa y se los metían en la boca. Advertí que sus dientes angulosos, de aspecto casi humano, con una sobremordida al límite, se extendían hacia atrás por el paladar como los de un pacú gigante.

El Génesis debía ser reescrito. No me convertí en polvo, sino en un fondue de carne, digerido en el estómago de los alienígenas y finalmente convertido en excrementos, que como mucho, podrían ser interesantes para un exocoprologista.

—¿Por qué? —gemí con dificultad, mientras una pequeña nube se formaba frente a mi boca—. ¿Por qué nos hacen esto? —Donde deberían haber estado mis rodillas, un cabeza de cerdo separada me miraba con ojos muertos. El perro dejó de morder mi hueso y me sonrió. Su lengua era azul. Tal vez después de todo no era un San Bernardo, sino un Chow-Chow.

La respuesta silenciosa resonó como un eco en mi cabeza.

—¿Por qué no? Necesitamos proteína. Después de todo, ustedes no son abides, solo son animales. No pueden comunicarse telepáticamente, ni siquiera resolver ecuaciones diferenciales parciales como un niño de tres años. —No podía discernir de qué alienígena provenía eso. Ambos levantaron tazas de cristal y bebieron de ellas.

—Puedo resolver ecuaciones diferenciales parciales —objeté con voz temblorosa—, al menos las simples, ¿pero eso me da derecho a devorar a los que no pueden hacerlo? —Apenas podía mantener los ojos abiertos. La abide colocó un cigarrillo en su boca, lo encendió con la llama de una vela y exhaló humo en el aire—. Y aún si no pudiera —continué jadeando—, ¿por qué debería importar eso? —Mis muñones sangrantes latían como si estuvieran siendo golpeados por un martillo neumático en cámara lenta.

Sin prestar atención a mis palabras, el alienígena envió más golpes a mi cabeza.

—Sin carne, aún estaríamos entre los arbustos, nunca habríamos desarrollado un cerebro tan grande.

De hecho, el cerebro de 

los abides parecía notablemente grande, sus cabezas lampiñas y espinosas recordaban una pera al revés. El perro ladró. Cuando se creó el mundo, muchos fragmentos azules del firmamento cayeron a la Tierra durante la fijación de las estrellas en la bóveda celeste. El Creador permitió que el Chow-Chow lamiera estos fragmentos azules, lo que tiñó su lengua. Otro mito, como el del polvo, la proteína y el crecimiento cerebral a través de la carne. La pulsación en los muñones de mis piernas parecía azotarme todo el cuerpo.

—Las ballenas y los elefantes tienen…

Un trueno silencioso me interrumpió.—No los comemos.

—¿Y por qué nos comen a nosotros?

La rugiente respuesta, inaudible, fue demoledora y acompañada de un indiferente encogimiento de hombros.

—Porque nos gusta el sabor.

 

Título original: Mahlzeiten

Traducción del alemán: Sergio Gaut vel Hartman

 

Achim Stößer nació en diciembre de 1963. Estudió informática en la Universidad de Karlsruhe, donde posteriormente trabajó varios años como asistente de investigación, especializado en arte y animación por ordenador, y ocupó un puesto de profesor en la Universidad de Arte y Diseño de Karlsruhe. Desde 1988 ha publicado en antologías y revistas, incluidos varios volúmenes de la serie de antologías de Wolfgang Jeschke "Internationale Science Fiction Stories". Su colección de relatos "Virulent Realities" fue publicada por dot-Verlag en 1997. En 1998 fundó la iniciativa por los derechos de los animales Maqi. En consecuencia, el antiespecismo (y por tanto el veganismo), el antiteísmo, el antirracismo, el antisexismo, el antifascismo, etc. son los temas principales de sus relatos y ficciones. Estos son los temas principales de sus historias y viñetas. Internet: https://achim-stoesser.de.

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