Chelo Torres
Érase un Gato que vivía en una casa
de campo con su amo. El hombre lo alimentaba y cuidaba con primor. El felino se
dedicaba a dormir sobre un mullido cojín durante la mayor parte del día y a
visitar las casas de los alrededores durante la noche.
Todo iba bien
hasta que un día llegó la policía con una orden de desahucio. Los dueños de
aquellas casas eran jubilados, las pensiones se habían reducido y la cantidad
ya no era suficiente para poder pagar las hipotecas, la luz, el agua y además
poder comer. Las edificaciones también se habían devaluado, con lo que su venta
no solucionaba el problema. El hombre abrió la carta y mientras leía la
notificación sufrió un paro cardiaco, falleciendo súbitamente. La policía localizó a su hijo y le notificó
la triste noticia, informándole además de que la vivienda había pasado a ser
propiedad del banco y lo único que él heredaba era el Gato.
El hijo se quedó
sorprendido y apenado con la notificación, no imaginaba que su padre le dejaría
tan pronto. Desconocía que tuviese problemas con el pago de la hipoteca. Acogería
al Gato, aquel golfillo siempre le había inspirado simpatía.
Cuando el chico llegó
al chalet no encontró al Gato; dedujo que el felino habría salido a su paseo diario. Decidió investigar su
paradero. Golpeó la puerta de la casa más cercana y le abrió Caperucita.
—Hola,
Caperucita, estoy buscando al Gato de mi padre. ¿Lo has visto?
—Hace un rato
rondaba mi trastero, agenciándose las botas de algún muñeco viejo, comentaba
que él ya no las necesitaría.
—¿Y qué hago yo
ahora? A saber dónde habrá ido y cuándo volverá. Debí pensar que no era buena
idea llegar tan tarde pero no he podido salir antes del trabajo.
—Yo no me iría
lejos, debe haber ido a buscar algo de comida, la que yo le ofrecí no le gustó
y ahora que no está tu padre nada le impedía alejarse más para buscar algún
manjar. De todas formas, cada vez hay menos casas habitadas, el banco las está
acaparando todas, una a una. Ese malvado Lobo quiere realizar sus propósitos a toda
costa. Vuelve a casa, no tardará.
—¡Pero si la
puerta está precintada!
—¡Venga, no seas
moñas! Rompes una ventana y entras, si el Lbo quiere arreglarla, ya lo hará.
Al oír la
conversación, el Gato salió de entre las sombras, equipado con sus botas
nuevas.
—¿Más embargos? Seguro
que ese Lobo se ha propuesto construir una urbanización de lujo en esta zona
tan tranquila y por eso está ejecutando los impagos. —El chico y Caperucita se
quedaron asombrados—. No os preocupéis, tengo un plan, ese Lobo no se saldrá
con la suya.
—No te confíes,
Gato, el Lobo es muy astuto y siempre consigue sus propósitos. Además, tiene
policías que le hacen el trabajo sucio —comentó Caperucita.
—Vamos, chico,
descansa un poco que mañana tenemos trabajo.
El felino y su
dueño se dirigieron a la casa, rompieron un cristal y entraron a descansar.
Todas las pertenencias del padre seguían aún en la casa.
Al amanecer
recogieron a Caperucita y se dirigieron a la ciudad. El Gato les explicó que la
única solución para no perderlo todo era vender la casa de la abuela de
Caperucita al Político que vivía en el castillo. Si él compraba la casa
pararían la construcción de la urbanización.
El Gato llamó a
la puerta del Político.
—Buenos días, deje que me presente,
soy el Gato con Botas, agente de la propiedad, y vengo a proponerle un negocio.
El Político se
quedó asombrado pero ante la gracia del Gato decidió darle una oportunidad.
—La casa de
Caperucita está próxima a un desahucio por impago. Le ofrecemos comprarla por
un módico precio. Con ello usted conseguiría que la urbanización que programa
el Lobo no se realice. Sabemos que usted está en contra pero no tiene
suficientes votos para detener el proyecto, ni declarar la zona protegida.
—Trato hecho,
Gato, y haré algo más, les alquilaré la casa para que puedan seguir viviendo
allí.
Cuando llegó el
Lobo a la casa de Caperucita para ejecutar el embargo, se encontró con una sorpresa,
la casa ya pertenecía al Político y el Lobo tuvo que irse con el rabo entre las
patas.
El Gato se quedó a vivir con Caperucita, ya que prefería vivir en el campo y ella se sentía agradecida con él.
Chelo Torres vive en Beniarbeig, Comunidad Valenciana, España. Trabajó en el Instituto de Pedreguer (Alicante) impartiendo inglés a adolescentes de 12 a 14 años. Vive en una urbanización tranquila, con unas vistas estupendas, tanto al mar como a la montaña. Sus aficiones favoritas son: la literatura, preferentemente fantástica, la música, la fotografía y, desde hace algunos meses, navegar por Internet. Se considera una géminis de cabeza a los pies. A los 14 empezó a escribir poesía y cuentos, actividad que abandonó a medida que los estudios se complicaron. Hace unos cuatro años retomó la escritura, con inexperiencia pero con muchas ganas. Gracias a un taller de literatura fantástica impartido por León Arsenal aterrizó en ese mundo, prolongando la actividad del taller en un grupo de trabajo llamado Alicantefantastica. Poco después llegó al Taller7 y más tarde al Taller 9.
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