viernes, 14 de junio de 2024

EN CASA AJENA (SIETE)


EL TREN DE LA VIDA

Laura Irene Ludueña & Andréi Platónov

 

Un seto rodeababa el jardín por los cuatro costados, y en uno de ellos una puerta de madera, colgada de una gruesa estaca, se abría al patio vacío. Aquel patio pertenecía a una pequeña casa con solo un cuarto y la cocina, donde vivía el conductor de un tren de carga, su esposa y sus siete hijos. Por la parte trasera del jardín, entre una espesa y soñolienta hierba, se levantaba la pared de adobe de una casa aún más pequeña que aquella en la que vivía el conductor. Hacia aquella pared, entre la espesa hierba, confluían las varas de seto que parecían cuidar la casa de adobe y paja en cuyo interior latía cierta mísera y débil vida. En medio de aquella pared había una ventana diminuta como la mirada de unos ojos entornados. La ventana daba directamente al jardín, al silencio de sus hierbas y árboles, al vacío sin gente de un tiempo largo y lento. Las demás paredes de la casa, aquella que tenía la puerta, comenzaban más allá del seto, al otro lado. Allí también crecía la hierba y varios arbustos silenciosos que dormitaban entre el abandono de aquel huerto sin cultivar. Nunca se veía a nadie entrar a la vivienda, que cerrara con fuerza las puertas, que viviera en su interior, que encendiera la luz en las noches de otoño.

Solo el crujir de las vigas gastadas rompía el silencio sepulcral que la envolvía. Bajo la ventana diminuta, una mesa de madera carcomida sostenía algunos trastos desgastados por el uso y el abandono. La melancolía, la pena y la tristeza bailaban una danza macabra en ese ambiente oscuro. Sin embargo, lo que parecía ser una familia feliz sonreía congelada en el tiempo desde un cuadro descolorido. Hasta las arañas se negaban a tejer su fino encaje en ese retrato que engalanaba la roída pared. A ellas solo les gustaba adornar el marco de la pequeña ventana que miraba al jardín para darle el aspecto que tenía. En un viejo sillón de cuero desgastado junto a una chimenea apagada, se veía un anciano encorvado que se mecía de un lado a otro buceando en sus propios pensamientos. La mirada cansada reflejaba años y años de cargas y penas acumuladas. Ni siquiera el polvo y el olvido lograban borrarlas o simplemente, hacerlas más livianas. Sus manos grandes, toscas y arrugadas, temblaban ligeramente. ¿Buscaban calor en un fuego que ya no ardía, el abrazo amoroso de quienes no podían verlo o regresar a ese mundo que transcurría indiferente a su pequeño universo?

A pesar de que todo se desmoronaba lentamente dentro de la casa de adobe, ignorada inocentemente por el conductor del tren y su numerosa familia, allí todavía existía una chispa de vida. Era de quien se resistía a apagarse por completo y desaparecer para siempre. De quien aún esperaba que el silbido del tren anunciando que su hora había llegado.



SOBERBIA

Luciano Lara & Jan Potocki

 

Los ojos verdes de Marisa; su mirada profunda y una lágrima solitaria que apenas le dejaba rastro sobre la cara. Una sonrisa complaciente acompañada de un sollozo desgarrador. Un beso; la suavidad de sus labios que se posan sobre los míos por última vez y una caricia antes de ponerse de pie. Apenas dio media vuelta, seguí sus pasos cortos mientras se alejaba junto con su perfume. Hice un esfuerzo estéril por retenerlo. Enseguida, la oscuridad total acompañada de un lúgubre silencio.

Pensé un momento que quizá no estaría aún bien despierto y que aquello era un horrible sueño. Cerré los ojos y busqué en mi memoria dónde había estado la víspera. En ese instante sentí como si las garras de un animal se hundiesen en mi costado, y vi a un buitre que se había arrojado sobre mí y que devoraba a uno de mis compañeros de lecho. El dolor que me causaban sus garras era tan intenso que logró despertarme del todo. Junto a mí se encontraban mis ropas, y me apresuré a vestirme. Ya vestido, quise salir de la tapia que rodeaba la horca, pero vi que la puerta se hallaba cerrada, y a pesar de mi esfuerzo no logré romperla.

Tomé asiento sobre una roca solitaria a escasos metros de la puerta; observé mis nudillos sangrantes y mis piernas magulladas. No había rastros de Marisa, tampoco de los verdugos. Todos se habían ido; los imaginé siguiendo sus vidas con normalidad y me llené de ira. No quedaba demasiado por hacer: aguardar el fin de mis días acompañado por los restos de unos desconocidos; o lo que quedaba de ellos.

¿Qué había sido de mí? ¿Cómo fue que dejé de ser un hombre feliz para convertirme en esto? Pensé que quizá, si pudiese recordar el camino que me había depositado en este presente, hallaría la salvación. Apreté bien fuerte los párpados, pero solo obtuve un marrón oscuro con forma de rompecabezas. Insistí con más fuerza e intenté recordar a Marisa: sus ojos verdes, su mirada profunda y su inconfundible aroma, pero no; ni un recuerdo vino junto a ella. Era evidente que por más que quisiera culparla, ella no tenía nada que ver. Aunque fuese cierto que me había traicionado, además de huir despavorida con tal de salvarse de pasar por el “mal rato” de verme morir. Yo no lo hubiese hecho, claro; me habría entregado para morir en su lugar. Creo que de hecho, es por eso que estoy aquí; por ella.

No, no; no es Marisa. Si es que no me atrevo ni a culparla. La soberbia; es ella: la soberbia de aquel hombre que como fue capaz de ser feliz, supuso que podría contagiar a los demás. Falló. Falló más de una vez. Falló tanto que hasta se olvidó de que antes no fallaba. De todo se olvidó. Se olvidó de la víspera; solo recuerda que hubo un pasado diferente; mejor. Al menos es lo que cree.

¿Cómo llegué hasta aquí?, volví a preguntarme sin abrir los ojos. Quizá la respuesta esté en estas líneas, o en otras, algo parecidas. Entonces pensé que debía focalizarme ahí.

Abrí los ojos; el brillo sol me encegueció por unos instantes. Apenas pude acostumbrarme a la luz vi que los buitres se habían ido y la puerta se hallaba abierta de par en par. Me acerqué a ella con cautela. Del otro lado estaba Marisa sonriente, con sus ojos verdes, su mirada profunda y su cabello negro. La miré fijo y dije:

―Solo quiero que me des la mano, no que me ayudes a caminar…



NOCHE DE CENIZA

Franz Kafka & Graciela De Mary


La fila de autos esperaba que abrieran el acceso al ferry para pasar a la isla de Chiloé. 

Enrique se bajó del suyo con dólares en la mano. Adelante viajaba una familia de argentinos.

—¿Me podés cambiar? No sabía que solamente aceptaban moneda chilena.

—Sí, dale.

—Me salvaste flaco. Gracias.

La mañana estaba gris. El mar, igual de gris y movido. Enrique  subió a la cubierta a respirar el aire cargado de humedad. Al llegar, el paisaje le pareció poco alentador; las casitas iguales, los techos de tejuelas de alerce castigados por la sal. No le costó demasiado encontrar la dirección de su hermano. Se iban a ver después de cinco años.

—¿Qué mierda de bicho le habrá picado a este?

Alfonso, el hermano, era artista plástico y había elegido la isla para radicarse. Se dieron la mano. Después se abrazaron y se pegaron unos golpecitos en la espalda, que en lenguaje de ellos quería decir: “Sos mi hermano pero este es todo el afecto que te voy a demostrar”. Entraron. Casi todo el espacio estaba ocupado por las obras de Alfonso. Enrique las miró sin saber qué decir. Para él, eran todas más o menos iguales.

—Parece que te inspiraste en el paisaje de Chiloé, aunque yo no veo tantos colores como los que vos pintás —dijo sin demasiada convicción.

—Claro, cada uno interpreta la realidad a su modo.

Enrique se incomodó por el comentario, como siempre que lo sacaban de su mundo de cosas concretas. Nervioso, sacó un paquete de cigarrillos.

—Si vas a fumar, andá afuera. Acá es todo muy inflamable.

Pasaron la tarde recordando anécdotas. Por la noche cenaron arroz con mariscos. Reconfortados por el vino, fueron al grano. El padre de ambos había muerto. Alfonso se había negado a despedirlo. 

—Los conocidos me preguntaban por vos —le reprochó Enrique.

—Todos saben mi posición.

—Al viejo le hubiera gustado verte.

—Mentira. Los años de cárcel lo habían acabado. Estaba vencido.

—¿Qué sabés vos? ¡El viejo era un patriota!

—Vos nunca quisiste saber la verdad. —Alfonso cortó la discusión—. Vamos a tu pieza, así te acomodás.

Era una habitación austera. Enrique se recostó en la cama. Estaba fastidiado. Se levantó para sacarse la ropa. Examinó las paredes. Sobre la cama había un tapiz y en la pared contraria, poco iluminada, un rectángulo borroso. Ya se había fijado en él desde su lecho, pero no había podido apreciar los detalles desde esa distancia y creía que el cuadro había sido retirado quedando sólo una mancha negra. Pero, como podía comprobar ahora, se trataba de un cuadro, el busto de un hombre de unos cincuenta años. Mantenía la cabeza tan inclinada sobre el pecho que apenas se podían distinguir los ojos; esa inclinación parecía causada por la elevada y pesada frente y una nariz grande y aguileña. La barba, a causa de la posición de la cabeza, permanecía aplastada contra el mentón, pero volvía a recobrar su amplitud más abajo. La mano izquierda se hundía abierta en los cabellos, como si quisiese levantar la cabeza sin conseguirlo. Sin duda, se trataba de un hombre derrotado. 

   Enrique se puso los anteojos y leyó el título de aquella obra. Decía: “Retrato de mi padre” y a continuación, la firma del hermano. La indignación le recorrió el cuerpo como si fuera una ola de espuma sucia sobre la arena. Tomó el encendedor y empezó a quemar el marco. La tela se consumió enseguida. Volvió a la cama y empezó a pensar  en una buena excusa para el otro día.

   —Qué parezca un accidente—sonrió.

    Esa noche tuvo un sueño reparador.



LA ESPADA

Gastón Caglia & Emily Brontë


I

La decisión de asesinarla surgió de un sueño. Un sueño que me sobresaltó en medio de la noche. Mi ama era un pájaro carpintero que turbaba la quietud y tranquilidad de un hogar bien dirigido por mi amo, su esposo. Al despertar pude completar la idea de esa epifanía que llegara en mis sueños. 

Por bondad y amor hacia él fue que no me acojoné y lentamente me aboqué a urdir el plan. Muchas noches sin pegar un ojo sirvieron para poner en la pequeña mesa que conformaba mi pobre mobiliario los planes en cuestión. Las ideas se sucedieron, cual más sangrienta y efectiva. Pero la última que surgió fue tan macabra, retorcida y pecaminosa que en definitiva no pude ni plasmarla en un papel.


II

Los siervos de la casa éramos felices siendo fieles a nuestro amo. Durante su soltería todo fue sonrisas en esa casa. Luego al contraer matrimonio nuestra nueva ama se apoderó de lo más preciado, nuestro amo. Todos temíamos, hasta él.

Mi amo había jurado ante el altísimo amor, lealtad y devoción hacia ella. Por ello su actitud defensiva en favor de la ama. Nosotros, los siervos sabíamos que no era así, un miedo abismal hacia su esposa lo movía en su interior. 

Tal fue su dominio sobre mi amo que cuando regresaba de sus faenas temía horrorosamente verla irritada. Procuraba disimularlo ante ella, pero si me oía contestarle destempladamente, o notaba ofenderse a algún sirviente cuando recibía alguna orden imperiosa de su mujer, expresaba su descontento con un fruncimiento de cejas que no era corriente en él cuando se trataba de cosas que le afectasen personalmente. A veces me reprendía mi acritud, diciéndome que el ver disgustada a su esposa le producía peor efecto que recibir una cuchillada. Procuré dominarme, a fin de no contrariar a un amo tan bondadoso. En seis meses, la pólvora, al no acercarse a ella ninguna chispa, permaneció tan inofensiva como si fuese arena. 

No. La pólvora hubiera sido muy letal e insidiosa pero carecía de la posibilidad de dar un sufrimiento largo e innecesario para quien la recibe. Seis meses lo medité, el tiempo estaba de mi lado. En ese tiempo puse en marcha el plan que pergeñé, una idea salvaje y audaz que provocaría inmenso dolor en mi ama, en esta tierra como en el más allá. 


III

La soledad es frecuentada por el diablo y él me dio la idea. Los largos días en que mi amo se ausentaba de la casa yo me dedicaba a cotejar a mi ama con distintos artilugios que bien conocía de mis años mozos. Gracias a Dios mi estado físico y mi cultura general jugaron un papel preponderante en la labor. En poco tiempo mi ama cayó presa de mis brazos y pronto la lujuria se apoderó hasta de sus ojos.

La parte final de mi plan se completó cuando una noche de tormenta mi amo apuró su regreso a la casa. Al ingresar a su alcoba nos encontró entregados a las lides amatorias más prohibidas. Pude verlo al transponer la puerta de las alcobas pues me hallaba acotado entre sus sábanas. Ella nunca lo supo sino hasta ser atravesada por su dura y plateada espada por la espalda.

Su filo también hizo mella en mí, aunque logré darme a la fuga hasta el oratorio que se encuentra en la parte de atrás de la casa. Que Dios me perdone, allá al infierno voy también para poder ver arder en las llamas a mi adúltera ama.




LAS PESADILLAS DEL SEÑOR C.

Stanley G. Weinbaum & Juan Alberto Miérez


No tengo horario ni lugar. Mis pesadillas son constantes y sin que exista un disparador común que pueda posibilitar darle singular encarnadura. Apenas apoyo mi cabeza en la almohada comienzan a surgir esas vívidas imágenes que Ray Bradbury jamás hubiera imaginado, y ni siquiera Lovecraft, con esa oscura mitología y el monstruoso universo que lo caracterizan. 

Soy consciente de que grito cuando los límites de mis pesadillas me abruman. Por fortuna vivo solo y mis vecinos, una pareja de ancianos, no escuchan mis alaridos. Pero no ocurrió lo mismo aquella noche, durante un viaje nocturno al pueblo de mi madre. Mis abrumadores gemidos hicieron que el conductor encendiera las luces y me encontré rodeado por la mayoría de mis compañeros de viaje, preguntándose qué había sucedido, mirándome sorprendidos y con una mueca socarrona. Y es normal esa actitud, con el agudo grito que di. Lo primero que se piensa es que alguien está ahorcando a un pasajero o lo acuchilló descaradamente en medio de la penumbra de la madrugada. Desde entonces no viajé más en ómnibus.

Algunos de mis sueños son los comunes de cualquier persona, creo. El piso antes firme empieza a agrietarse y caigo en un profundo abismo sin fondo o que de pronto salgo volando, sin alas, o floto en el aire. 

Pero últimamente, los monstruos internos me están acosando. Mis pesadillas son cada vez más extensas en tiempo, me parece, y durante las mismas interactúo con personas, animales, engendros, gorgonas, mujeres serpientes, hidras, bicéfalos y otros cientos que me acosan, me rodean, deslizan sus informes dedos en mi piel, me rasguñan, me abrazan tratando de apresarme, de matarme; bien lo sé. Entonces me despierto agitado, transpirado y lo más espantoso, que mis brazos, mi cuello, mi torso, mis pies, aparecen magullados, lacerados, sangrantes… Tardo varios días en curarlas… y cada vez es peor. 

Lo más loco es que no soy pasivo ante estas circunstancias. Como la pesadilla de anoche. Estaba en un páramo pedregoso de cielo gris con aves de extraños plumajes volando en círculos. Una de ellas en un vuelo rasante con sus garras filosas intentó quebrantar mi cuello. Me cubrí con un brazo y con el puño cerrado del otro traté de golpearle la cabeza. Lo que decidió mi intervención fue observar una bolsa o caja negra que pendía del cuello de aquel ser semejante a un pájaro. ¡Era inteligente!, imaginé, o estaba domesticado. En cualquier caso, la decisión estaba tomada: saqué mi automática y disparé contra lo que podía distinguir de mi antagonista. Los tentáculos se aflojaron, chorreó una fétida oleada de negra corrupción, aquella cosa se contrajo con un repugnante ruido de succión y desapareció por un agujero que había en el suelo. Otra de las criaturas lanzó una serie de graznidos, se tambaleó sobre unas patas tan gruesas como palos de golf y se volvió de pronto para hacerme frente. La escaramuza fue feroz. Indefenso en las escalinatas de aquel templo pétreo sentí graznidos bestiales alentando a las demás a atacarme. Me desperté dando golpes al aire, mojado y con heridas sangrantes en los hombros y el tórax. 

He llegado a gritar mi indefensión frente a estas traumáticas pesadillas golpeando paredes con mi cabeza y mis manos. Hago el supremo esfuerzo de intentar no dormirme, pero finalmente caigo rendido y ahí comienza el espanto, una y otra vez. Otra pesadilla se adueña de mi realidad. Estoy atrapado en una insensata cárcel con macizas rejas de papel de la que no existe llave alguna. Grito, grito, grito... Cientos de ojos, gigantes, con iris de diferentes tonos y brillos me observan y tengo la horrenda sensación de que han decidido que no despierte jamás… 


 


EL ARMARIO

Anton Chejov & Lucila Adela Guzmán

 

Su rostro varonil era perfecto, la divina proporción de sus rasgos, un imán que atraía la mirada de todos en el pueblo. Su belleza y ese gesto de hombre recio fue una carta de presentación ante el mundo y la usó deliberadamente para concretar un sueño: Alejarse, de una vez y para siempre, de aquel pueblucho mal oliente.

Una vez en la ciudad, Juan aprendió a posar para los fotógrafos y a caminar por las pasarelas. Al poco tiempo se convirtió en la imagen que dejaba en claro qué marca uno debía comprar para pertenecer al mundo del glamour y del éxito. Seducir con la mirada y con el gesto había sido, siempre, algo natural para él y en unos pocos meses había logrado que su figura acaparase los enormes carteles publicitarios de las principales avenidas. Una vez establecido, alquiló un piso y mandó el dinero para que viajara Sabrina, su esposa, una joven pueblerina que se desvivía por agradar a su marido en todo momento; así se lo habían inculcado desde pequeña, pues en aquél pueblo retrógrado se mantenían las viejas costumbres, y la mujer era solo una parte del esqueleto del hombre, una costilla.

Al tiempo, Sabrina entendió que le sería imposible encajar en el nuevo mundo de su esposo y el recuerdo del amor, que alguna vez se tuvieron, quedó estancado en algún lugar de la memoria. Él estaba avergonzado de ella y no le gustaba quedarse en su casa. Empezó por serle infiel —le fue infiel bastante a menudo—, y probablemente, por esta razón, casi siempre hablaba mal de las mujeres; cuando se tocaba este asunto en su presencia, acostumbraba llamarlas «la raza inferior». Parecía estar tan escarmentado por la amarga experiencia, que le era lícito llamarlas como quisiera, y, sin embargo, no podía pasarse dos días seguidos sin «la raza inferior». En la sociedad de hombres estaba aburrido y no parecía el mismo; con ellos se mostraba frío y poco comunicativo; pero en compañía de mujeres se sentía libre, sabiendo de qué hablarles y cómo comportarse; se encontraba a sus anchas entre ellas aunque estuviese callado. En su aspecto exterior, su carácter y toda su naturaleza, había algo de atractivo que seducía a las mujeres predisponiéndolas en su favor; él sabía esto, y diríase también que alguna fuerza desconocida lo llevaba hacia ellas. Frecuentó las fiestas del ambiente de la moda y la frivolidad fue parte del aire. Sólo respirando ese aire se sentía vivo.

Un día, Juan se preparaba para uno de sus tantos eventos; entró al armario para buscar la camisa de seda italiana y fue allí que se quedó sin oxígeno. La puerta del armario donde guardaba su ropa de autor se cerró con él adentro. A los gritos trató de convencer a Sabrina para que le abriera, pero su mujer, permaneció inmutable, fue hasta la cocina, cebo unos mates y comió tortas fritas amasadas por ella. Luego encendió la televisión y danzó junto a los participantes de su programa favorito, quienes bailaban por un sueño diferente al de ella. Mientras él, una pobre marioneta del destino, fue quedándose sin aire. Para Sabrina estaba claro, él jamás se animaría a salir del armario. Era un hombre, varón, macho, un semental y salir del armario hubiese indicado que asumía finalmente su verdadera inclinación.




DE AUTORRETRATOS Y MÁS

Marcel Proust & Gabriela Vilardo

 

Laura sacó los chocolates de la alacena, volvió a pintar sus labios y se sentó a fumar un cigarrillo. Alguien pararía el motor de un auto frente a su casa. Alguien, ¿quién?, Pedro, aquel hombre que, con un “No subestimes a la casualidad de encontrarnos en la calle, Laura”, le había propuesto un juego. Y ella había aceptado el desafío que prometía un futuro encantador y, por qué no, reinventadas noches de lujuria. Un chocolate, ahora de almendras para matizar y mitigar la espera.

Pedro se había demostrado a sí mismo que era muy capaz de resistir y pasarse sin verla, y ya no hallaba inconveniente alguno en aplazar un ensayo de separación que podría poner en práctica en cuanto quisiera. Además, ocurría que esa idea de verla retornaba con una seducción y novedad, con una virulencia que, embotadas un poco por la costumbre, cobraron nuevo temple con aquella privación no de tres días, sino de quince (porque lo que dura la renuncia a un placer, debe calcularse por anticipado, con arreglo al plazo fijado), privación que transformaba un placer esperado, que se sacrifica fácilmente, en una felicidad inesperada, a la que no podemos resistirnos. Y a más de eso, regresaba esa idea embellecida por la ignorancia en la que estaba inmerso sin considerar los sentimientos de Laura que había aceptado pasar de quince días de privación a un año, de un año a cuatro, de cuatro a ocho y de ocho a veinte. La última vez se habían dado cita, para burlar a la casualidad, en una galería de arte frente a la obra “Retrato del artista M. V. Matyushin” de Kazimir Malevich.  Pedro había llegado antes que ella, quien se había sumado a la observación de la pintura como si nada, como una espectadora más. Discutieron acerca de cómo Malevich veía a su amigo compositor al momento de pintarlo. Analizaron la paleta de colores y algún rasgo físico repetido y desparramado por toda la tela entre cuadrados y semicírculos superpuestos. Algo que a Pedro se le antojaba natural en ese intento de justificar un retrato fragmentado. Laura, con obsecuencia, adhirió a esa idea de percepción. Concordaron en que los vivaces colores de lo geométrico superpuesto de modo abundante, intentaba unir los rasgos alejados escriturando, de algún modo, la negación de sus propias subjetividades. Pedro se retiró antes con la certeza de que volverían a jugar al destino, para encontrarse o desencontrarse a la vuelta de la esquina esa misma noche.

Otro chocolate, ahora con pasas de uva y Laura cayó en la cuenta de que Pedro conjugaba los verbos a su antojo. Sintió que se estaba convirtiendo en la Eszter de Lajos, de la novela de Màrai; aquélla que sabía de esperas. Antes de prender el próximo cigarrillo consultó al péndulo: convento o visita de Pedro. El motor de un auto había parado y adelantaba la respuesta. Laura volvió a mirarse al espejo, retocó el rouge desteñido de sus labios, remarcó por cuarta vez en su vida el año de nacimiento de su documento de identidad quitándose, esta vez, veinte años, y fue hacia la puerta arrastrando los pies porque sabía que el juego se había terminado. El timbre sonaba de manera insistente.

Ahí, la vecina joven, lista para el paseo de todos los días. Dos vueltas a la plaza.




CARTAS ANARQUISTAS INTERPLANETARIAS

Fernando Pessoa & Ana Cristina Rodrigues


Querida Rosa,

En nuestra última conversación, en el refugio de Ciudad Paraíso, quisiste que finalmente te explicara cómo abandoné mis ideales marxistas y partí para convertirme en anarquista... Recuerdo que no te di una respuesta definitiva y me comprometí a explicarme en el futuro. Lamentablemente, debido a la persecución política provocada por mi trabajo multimedia "Modo de Producción Paradisíaco: Exploración espacial y explotación humana en el contexto de una colonia minera", tuve que salir del planeta y no pudimos continuar nuestras clases. Sin embargo, ahora conseguí un mensajero de confianza, a través del cual te envío mi cuaderno de memorias del exilio y también un curso introductorio al anarquismo en tiempos de humanidad dispersa por planetas y dimensiones.

En esta breve misiva, voy a intentar explicarte cómo mi lucidez me llevó a convertirme en anarquista, en teoría y en prácticas. Sí, varias prácticas, pero La Teoría. La Teoría Anarquista, la Verdadera Teoría, es solo una. Tengo la que siempre tuve, desde que me convertí en anarquista. Tú ya lo verás... Decía yo que, como era lúcido por naturaleza, me convertí en anarquista consciente. Ahora, ¿qué es un anarquista? Es alguien que se rebela contra la injusticia de nacer socialmente desiguales; en el fondo es solo eso. Y de ahí resulta, como es obvio, la rebelión contra las convenciones sociales que hacen posible esa desigualdad. Lo que te estoy indicando ahora es el camino psicológico, es decir, cómo es que uno se convierte en anarquista; ya llegaremos a la parte teórica del asunto.

Al graduarme, podía ver esas desigualdades desde el aspecto económico, cómo la riqueza de nuestro planeta se construyó sobre la explotación de las clases menos favorecidas. Comencé a defender que el sistema de gobierno, basado en un consejo directivo, debía cambiar y ser más representativo, para que los mineros pudieran participar en él.

Pero en mis estudios dejé de ver, por la ingenuidad de la juventud, que no es solo el capital lo que separa a los mineros y directores. Desde que las primeras naves llegaron para terraformar este planeta, trajeron a bordo no solo parte de la humanidad, sino sus estructuras desiguales. Diferenciamos, desde el nacimiento de esta nuestra sociedad, a las personas, pues quien nació en una familia destinada a las minas jamás tendrá la misma posición social que quien nació en las familias directoras.

Por eso me alejé del marxismo y me dirigí hacia el anarquismo. No se trata solo de ajustar el sistema para disminuir las desigualdades. Es acabar con el sistema para acabar con ellas. Y si para eso, necesitamos destruir las minas y a sus dueños, eso es lo que haremos. Si es necesario dejar un planeta para colonizar otro... Y es por eso que digo que la teoría es una, pero existen las prácticas.

Desde que dejé el planeta, mis prácticas han sido en dos direcciones: la primera es conseguir ese nuevo mundo para nosotros. Lo logré, desviando fondos de nuestros opresores y sobornando a las personas adecuadas en la administración galáctica. En pocos años, estará listo para recibir habitantes.

La segunda dirección es orientar a tu grupo para conseguir reunir el máximo de simpatizantes a nuestra causa para tener, en nuestro nuevo hogar, personas dispuestas a compartir nuestros ideales, con la conciencia de que la desigualdad debe ser destruida.

Los años de exilio e incertidumbre me han costado la salud, y finalmente me costarán la vida. No veré el nuevo paraíso que ustedes construirán en nuestro nuevo mundo, pero será mi legado para ustedes.

Aprovecha lo que te envío, pues serán mis últimos trabajos. Cuando los recibas, ya me habré convertido en memoria. Está en tus manos hacer historia.

Un abrazo,

D'Anjou.

 


ARENA EN LOS ZAPATOS

Victor Hugo & Omar Hebertt

 

Nadie que zozobre tiene capacidad para anteponer el dolor al deseo de sobrevivir. No importa que una parte de esa incapacidad para salir adelante sea porque la integridad física se encuentra en riesgo, no. En este caso, un vendaval, que poco a poco absorbe su cuerpo y, da la casualidad, se encarga de disolverlo, de convertirlo en una madeja indistinta, succionándolo e, inexorable, convirtiéndolo en náufrago de... un edificio.

Aceptó el cargo de intendente porque era la única opción para recibir un pago pronto, en medio de una serie de fracasos para salir avante de sus dificultades, ninguna de ellas grave. Pero con el peso de la derrota a cuestas, su capacidad para idear soluciones o siquiera elegir una opción más lúcida, satisfactoria, eludió su sentido común; incluso la sensata necesidad de un orgullo digno. Así, prisionero de un desasosiego interior, de naves quemadas a ojos de puerto, agitando la escoba con asomos de empresa ultraterrena, mira su sombra contra muros, en silencio, en espera de una paz que le susurre conclusión.

Pero la cháchara de los empleados, a propósito de asuntos de los que conoce la solución apropiada, así como el resultado de decisiones que costará semanas o meses reparar, le recuerda que está del lado de los humildes espectadores. Lo que comienza como insatisfacción, se torna tránsito. De pronto está en el lugar de quienes observa; de súbito, regresa al sitio que realmente ocupa. El único testigo del proceso es la construcción donde todo ocurre; embarcación inmóvil cuyo tripulante y ella zanjan un acuerdo mudo a solas.

Los atardeceres a partir de ese momento se vuelven intensos. Cada llegada según el reloj checador semeja el inicio de un periplo del que solo ambos, edificación y tripulante, llevan a un término repentino después del cambio de horario. Salir, entrar; empatía, anempatía. Reconocimiento, recreación...

El hombre desaparece y vuelve a aparecer; se sumerge y sube a la superficie; llama; tiende los brazos, pero no es oído: la nave, temblando al impulso del huracán, continúa sus maniobras; los marineros y los pasajeros no ven al hombre sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la inmensidad de las olas. Sus gritos desesperados resuenan en las profundidades. Observa aquel espectro de una vela que se aleja. La mira, la mira desesperado. Pero la vela se aleja, decrece, desaparece. Allí estaba él: hacía un momento, formaba parte de la tripulación, iba y venía por el puente con los demás, tenía su parte de aire y de sol; estaba vivo. Pero ¿qué ha sucedido? Resbaló; cayó. Todo ha terminado.

Se encuentra a sí mismo en la calle. No se reconoce, solo sabe que es viernes. Esa desesperación que le susurraba al oído, insistente y sin pausa, ha desaparecido. Se recuerda con una identidad, pero no es la que tenía al empezar.

Cuenta con una resolución antes inexistente, porque ahora tiene de su lado el desenfado. Se ha desentendido del lastre que le arrastraba contra un destino además de incierto, falso. Las banderas que cuelgan de los pisos superiores al de ingreso a la estancia principal, ondean cual heraldos de un navío al que hinchan vientos aciagos, pero en un azimut preciso e insondable.

Cada maniobra practicada a bordo ha concluido. No le puede ser más indiferente, excepto por el hecho de haber constituido el pasaje hacia donde está, aunque ajeno, por completo nuevo y extraño, es solo suyo. Otra vez, se siente en casa.


EL MONÓLOGO

Salma Jilani & Herman Melville


En la niebla de la calle de ensueño de la ciudad turquesa, una joven solitaria se despierta frotándose los ojos llorosos. Todas las mañanas camina por la acera de la concurrida calle, rodeada de edificios altos y atestados. Sus amplios balcones se ensamblan unos con otros, asemejándose a rompecabezas que nunca se han resuelto. Contempla a los innumerables transeúntes de rostro inexpresivo que caminan junto a ella, y a pesar de que le resultan familiares, nunca saludan ni sonríen. Al igual que ella, todos caminan hacia un destino desconocido e invisible. 

Hay que destacar una cosa extraña, los hombros de todos, incluidos los de ella, se han doblado por la pesada carga que llevan, lo que los retrasa continuamente. Observa que su velocidad es cada vez más lenta, como la de una hormiga que se arrastra por el sendero, ya que ella también lleva sobre su espalda una carga mayor que su propio peso. Se sorprende al advertir que por momentos la hormiga supera ampliamente su línea de marcha. 

 Observa; todos llevan cargas similares que incluyen enormes paquetes de deseos, necesidades y penurias, y toneladas de responsabilidades. Nota que la hormiga también lleva el mismo fardo sobre su espalda, pero esa carga no la detiene ni la aparta de su propósito.

Ella siente que sus hombros están inmensamente cansados y su espalda destrozada con la carga de esas cajas negras de aspecto extraño, es obvio que son mucho más pesadas que los deseos y las responsabilidades. 

¿Qué hay en esas cajas? ya que todas están envueltas en un material oscuro muy grueso que no se puede ver a simple vista. Pero pronto su curiosidad expone la respuesta, de hecho, están llenas del fuerte ruido de las culpas sarcásticas y las sátiras venenosas empaquetadas por sus celosos compañeros, sus desagradables parientes y sus entrometidos vecinos. Mira alrededor; otras personas arrastran a sus espaldas cajas negras mucho más pesadas. Mira delante de ella, donde toda la masa de hormigas se arrastra a un ritmo mucho más rápido mientras lleva cargas aún más pesadas de responsabilidades. Todos están charlando, sonriendo y riendo entre sí, le hizo pensar, significa... las hormigas no se molestan por llevar cargas tan pesadas. 

 No deja de pensar en la desesperación... cuánto tiempo he estado vagando como un burro llevando una carga de juicios tortuosos y sarcásticos de otros. Mira a su alrededor en busca de ayuda, puede ser que el tren de alta velocidad que pasa cerca se detenga por un momento y abra sus puertas para dejar que su carga mortal se libere por un tiempo, para que pueda respirar aire fresco, lo que podría liberar su alma... Ah... ¿tengo alma? Se pregunta a sí misma. 

 De repente, una voz muy suave emerge de la profundidad de la quietud. El sonido se hace gradualmente más fuerte... sus oídos se alertan, dice: "Ahora te conozco, espíritu claro, y ahora sé que tu culto correcto es el desafío. Ni con el amor ni con la reverencia serás bondadoso, y por odio sólo puedes matar, y todos son asesinados. Ningún tonto intrépido se enfrenta ahora a ti. Yo reconozco tu poder sin palabras y sin lugar; pero hasta el último suspiro de mi terremoto la vida disputará su dominio incondicional y no integral en mí. En medio de lo impersonal personificado, una personalidad se alza aquí. Aunque no sea más que un punto, cuando llegué, cuando voy, pero mientras vivo en la tierra, la personalidad reina vive en mí y siente sus derechos reales".

 Se pregunta de dónde viene este sonido. Corre kilómetros y kilómetros en su busca... ¿Cuánto tiempo ha pasado? Monologa, sólo que luego mira atentamente las cuerdas del sonido en sus manos temblorosas, cuyas puntas se pierden en algún lugar dentro de las suyas.

Se siente muy ligera ahora, esas cajas negras se han vaciado, todos los sonidos de sarcasmo venenoso, sátira y culpas se han roto en innumerables pedazos, fundidos y luego desapareciendo lentamente en el aire.

Los transeúntes, junto con ella, se subieron al tren que se movía rápidamente, en dirección a la misma ciudad turquesa, donde el sol había perdido su carro en el crepúsculo, 

El sol aparecerá en su carro y se verá al otro lado del reino para mañana.


 


CODICIA

Luisa Madariaga Young & Emilio Salgari

 

Los puntos luminosos se multiplicaban y hacían reverberar la superficie del agua como si ardiesen sobre ella materias bituminosas o azufre encendido. Aquella estría fosforescente que brillaba en medio de la oscuridad reinante no podía pasar inadvertida para los hombres que montaban guardia en el crucero enemigo. Los piratas, en el puente, procuraban resguardarse de aquella fosforescencia tras las amuras, pero ninguno había hecho un gesto o pronunciado palabra alguna que tradujese un sentimiento de temor; ellos tampoco podían resignarse a marcharse sin disparar aunque fuese un tiro de fusil. No habrían transcurrido dos o tres minutos de las últimas escaramuzas entre ambos bandos; nada que pudiera llamarse un fuego cruzado de alta potencia, solo aislados disparos como para mantener viva la mutua presencia  en medio del inmenso océano, cuando todos optaron por guarecerse en sus camarotes, quedando en cubierta únicamente los encargados de la guardia nocturna.

El silencio era absoluto también entre los enemigos, nadie dejaría mostrar la aprensión que los embargaba por este fenómeno fosforescente alrededor de ellos y que podían observarlo hasta donde la visión les alcanzaba. Todos estaban bajo la influencia supersticiosa de que su presencia alrededor de los barcos era sinónimo de mala suerte, desgracias y muchas veces la muerte violenta de alguno o de toda la tripulación.

Las naves se encontraban al pairo, paralelas una con otra; manteniendo una distancia prudencial para evitar un acertado disparo de cañón que desestabilizara el equilibrio de fuerzas mostrado hasta el momento. En la mañana se iniciarían las hostilidades y de qué manera. Sería una batalla naval encarnizada, la exposición de poder de dos capitanes que cruzaban los mares con los mismos objetivos; únicamente diferenciados  por el nombre y las banderas que ondeaban en lo más alto de sus respectivos mástiles. En el barco pirata; la temida y tristemente célebre bandera negra con su tenebrosa calavera. Anclado frente a ellos y ondeando libre y orgullosamente la bandera holandesa, representante del país que les había suministrado la patente de corso.

La tripulación de ambas naves se preparaba mentalmente para el cruel y despiadado abordaje de la mañana. La orden de sus capitanes era precisa: matar o morir. Quien demostrara mayor arrojo se llevaría la victoria y el ansiado botín resguardado en sus bodegas; obtenidos unos días atrás cuando asaltaron unos galeones españoles y donde los corsarios holandeses se habían llevado la mejor parte. Ahora era el turno de demostrar quién se quedaría con la totalidad del tesoro.

Con las primeras luces del amanecer, el estruendo ensordecedor de los cañones los hizo correr por cubierta, desconcertados ante la idea de que cada barco había iniciado el ataque sin previo aviso y sin que la guardia emitiera la alerta. La sorpresa, el desaliento y el amargo sabor de una inminente y total derrota se mostraban perfectamente visibles para los avezados capitanes; de alguna manera habían sido rodeados inadvertidamente por seis barcos con las insignias de la armada inglesa. Ya no había escapatoria, era el final. La fosforescencia de la noche anterior se los había advertido pero los superó la codicia.



OTROS DÍAS

María Elena Rodríguez & Guy de Maupassant

 

No podemos explorarlo con nuestros mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir lo muy grande ni lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua… con nuestros oídos que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras, como si fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen surgir la música que trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza... con nuestro olfato, más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas puede distinguir la edad de un vino.

Era la hora de la siesta en el hogar de ancianos. Sólo Margarita, que había sido maestra, permanecía despierta, con aquel libro en la mano.

―¿Qué quiere decir mediocre? —preguntó el niño pelirrojo de la primera fila.

—Mediocre es algo que no es bueno ni malo —le contesté.

—Yo puedo ver las cosas muy pequeñas ―dijo la niña de trenzas—, siempre ayudo a mi abuela a enhebrar la aguja, y eso es muy pequeño. —Y agregó acercándose la mano a la cara—: También vemos lo que está muy próximo.

Antes de que yo pudiera responderle, todo el grupo se acercaba la mano a la cara y la alejaba.

―¡Acá la veo!

—¡Acá no la veo!

―¡Tú ves más porque tienes lentes!

Bien pronto las voces fueron cada vez más altas. Todos gritaban, nadie escuchaba. No podía decirse que aquello era un salón de clase.

—¡Silencio! ―gritó Margarita. Los ancianos sonrieron soñando con sus días ya lejanos en la escuela.



MEDIDAS EXTREMAS

George Sand & Alejandro Bentivoglio


El día de la granja promediaba y el pastor estaba descansando un poco antes de continuar con su paseo habitual con las ovejas y los perros. Lo que parecía un día como cualquier otro. Pero unos ladridos le advirtieron que las cosas no estaban bien.  Avanzó unos pasos y vio los lobos que con ojos que parecían carbones rojos se acercaban hacia el corral. Sus intenciones eran claras, ¿acaso podían cambiar su naturaleza?

Había doscientas ovejas que, presas de miedo y vértigo, saltaron por encima del cercado del corral y huyeron por los campos como si se hubieran transformado en ciervas, mientras que los perros, rabiosos como lobos, las perseguían mordiéndoles las patas y arrancándoles lana que volaba formando nubes blancas sobre los matorrales. El pastor, muy preocupado, no se tomó el tiempo necesario para volver a ponerse los zapatos y la chaqueta que se había quitado por el calor y empezó a correr tras su rebaño, jurando detrás de sus animales, que no le prestaban atención y corrían cada vez más, ladrando como los perros de caza que han levantado la liebre, y espantando al rebaño asustado.

Sin darse cuenta llegó hasta el precipicio que iba a dar al profundo mar y las peligrosas rocas, donde muchos barcos habían encontrado su final. Pensó que las ovejas se detendrían o que caerían. En cualquier caso, perdería su rebaño. Pero los animales no frenaron su avance y siguieron corriendo hacia el horizonte. Avanzando por el aire como si hubiese un suelo que pudiese contenerlas. El pastor maldijo por lo bajo. Pero se dijo que si querían jugar fuerte, él también subiría la apuesta. Allí mismo se abrió la camisa y extendió sus alas. 


LOS AUTORES

Andréi Platónov
https://es.wikipedia.org/wiki/Andr%C3%A9i_Plat%C3%B3nov  

Jan Potocki
https://es.wikipedia.org/wiki/Jan_Potocki 

Franz Kafka
https://es.wikipedia.org/wiki/Franz_Kafka

Emily Brontë 
https://es.wikipedia.org/wiki/Emily_Bront%C3%AB 

Stanley G. Weinbaun
https://es.wikipedia.org/wiki/Stanley_G._Weinbaum 

Antón Chéjov
https://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%B3n_Ch%C3%A9jov 

Marcel Proust
https://es.wikipedia.org/wiki/Marcel_Proust 

Fernando Pessoa
https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Pessoa 

Víctor Hugo
https://es.wikipedia.org/wiki/Victor_Hugo 

Herman Melville
https://es.wikipedia.org/wiki/Herman_Melville 

Emilio Salgari
https://es.wikipedia.org/wiki/Emilio_Salgari 

Guy de Maupassant
https://es.wikipedia.org/wiki/Guy_de_Maupassant 

George_Sand 
https://es.wikipedia.org/wiki/George_Sand 

Luciano Lara es un músico que nació en Quilmes en mayo de 1975, que desde hace unos años decidió lanzarse a la literatura con una propuesta provocadora. El contacto con la literatura le llegó casi por casualidad; agobiado por el trabajo en una corporación multinacional y al borde del colapso, en enero de 2013 durante un viaje a la Patagonia, inspirado por la lectura de los libros Crítica del Oficinismo y Cinco cuentos cobardes, del filósofo H.G. Johannes (amigo y maestro de Luciano), escribió su primera ficción "Tránsito hacia la libertad", enseguida la segunda, "Absurdo" y durante los meses siguientes, las cinco historias que integran su primer libro, Apasionadas, editado por Sinergia en 2015 bajo el seudónimo Köller. Desde aquel inicio literario, en 2013, ha participado de varios proyectos. Uno de sus textos apareció en Grageas 3, otro en la antología mexicana Fútbol en breve, otros tres en Cien páginas de amor, uno en la antología mexicana Nocauts, otros tres en Minimalismos y uno en Extremos. Su primera novela, Resistencia, se encuentra en proceso de corrección.

   Laura Irene Ludueña nació en Buenos Aires, pero vive en Rafaela, provincia de Santa Fe, desde hace medio siglo. Es docente e investigadora y ha publicado el libro Un criollo en la pampa gringa (2022). No obstante, su actividad como escritora de ficciones la ha llevado a ser una de las animadoras del TALLER 9 de escritura creativa, tanto en solitario como formando equipo con otros escritores. Su intensa labor está reflejada en este blog.

   Graciela De Mary nació el 8 de marzo de 1963 y reside en Villa Ballester, Buenos Aires. Es profesora de historia y escritora. Ha publicado el ensayo La enseñanza de la historia y la literatura (2017) y el libro de cuentos Un laberinto de vidrios rotos (2019). También participó en numerosas antologías como Gente de pocas palabras (2018), Más allá de un no (2018), Antología del Primer Concurso Nacional e Internacional de Relatos breves, Israel (2019) y  Caperucita feroz (2020). Colaboró con la Revista Yzur (Universidad estatal de Rugers de Nueva Jersey) Vol. 3, Nº 1, julio de 2021. Publicó su segundo libro de cuentos Cría cuervos (2022) y participó en la antología Calladita te ves mejor (2024).

   Gastón Caglia es abogado, mediador y profesor de ajedrez. Ejerce como funcionario del Poder Judicial de la provincia de Santa Fe. Tiene 48 años, y vive en la localidad de Reconquista, provincia de Santa Fe. Escribe cuentos y relatos de ficción en general y ciencia ficción y terror en particular, bajo el pseudónimo de “Felipe Bochatay”. Ha publicado en algunas antologías de cuentos en formato papel y también en medios electrónicos latinoamericanos como en “Anapoyesis”, o “Narrativa”, entre otras. Asimismo escribe ensayos de sociología, literatura y ciencia ficción en su blog o en medios digitales y  podcast. Formó parte del comité científico de “Iberoamérica Social”.

Juan Alberto Miérez nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1951. Reside en Charata, en esa misma provincia. Es escritor premiado y ha publicado varios libros de diversas temáticas: investigación histórica, poesía y relatos, entre los que se cuentan Charata, mi pueblo (1987), Hijos de la luz (1988) La luz y el fuego (2000), Oficio de sobrevivientes (2009), Había una vez un pueblo (2013) y Cien coplas peregrinas (2016).

Lucila Adela Guzmán nació en la ciudad de Buenos Aires el 30 de Diciembre de 1960. Se formó como intérprete y coreógrafa en el Taller de Margarita Bali. Desde el año 2000 vive en Del Viso, pequeña ciudad en la provincia de Buenos aires, junto a su marido y sus cuatro hijos. A partir del año 2011, alentada por su familia y amigos decide mostrar algunos de sus trabajos. Finalista del concurso Premio Elevé de literatura infantil 2011, se le otorga una mención especial por su obra "Doctora de letras", que ha sido publicado en la colección Osa menor de elevé ediciones siendo presentada recientemente en la Feria internacional del libro. En noviembre de 2011 obtiene Mención especial del jurado en el segundo concurso Nacional de Poesía Corral de Bustos Ifflinger-Córdoba. En marzo de 2012 el jurado del IV Certamen internacional de poesía fantástica miNatura destaca como finalista a su poema "Goteras" siendo publicado en dicha revista. En abril de este año, a través del II concurso mundial de eco poesía la unión mundial de poetas por la vida selecciona a su poema “Resignación” para integrar una antología. En agosto del 2012 es finalista del concurso de poesía hispanoamericana “Gabriela” siendo seleccionada para integrar dicha antología.

Gabriela Vilardo es profesora en psicopedagogía, artista plástica y escritora. Nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en 1964. Ejerció la docencia desde el año 1989 hasta el 2016. Dictó talleres de creatividad y de apoyo a docentes. Obtuvo reconocimientos nacionales e internacionales por sus cuentos y microrrelatos, algunos de los cuales formaron parte de antologías. Publicó tres novelas juveniles: El misterio de Don Anselmo (2005) Rosendo, un esclavo en la Revolución de Mayo (2010) y Del revés (2018) En el año 2015 publicó Ausente de mí, novela que escribió con Alejandra Guallart Becerra. En el año 2018 presentó la novela De entrecasa y en 2023 SISA (novela histórica).

Ana Cristina Rodrígues nació en São Sebastião do Rio de Janeiro, Brasil, en 1978. Es historiadora, una perfecta coartada para pasarse la vida leyendo y escribiendo. Profesionalmente ha publicado dos artículos: "Visões da morte na História dos Francos de Gregório de Tours" (2004) y "Os Votos do Faisão: ideais de cavalaria na corte borgonhesa do século XV" (2004). En materia de narrativa publicó en Sci Pulp, Scriptonauta, Blocos Online, Scarium e Inpempol. En materia de ficción literaria, publicó en Sci Pulp, Scriptonauta y Blocos Online. Dos de sus cuentos se tradujeron al castellano y se publicaron en Axxón.

Omar Hebertt (México, 1972). Egresado de la Licenciatura en Comunicación social de la UAM Xochimilco, se ha desempeñado desde 1997 escribiendo crítica de cine, (UnoMásUno, Sábado, Cinemanía, Programa Mensual de la Cineteca...), ensayos sobre música, literatura, TV, fotografía e Internet (El Financiero, Extravagancia, Cinemanía, Ulalupa.com, Diario Síntesis de Hidalgo, El independiente de Hidalgo). Durante un periodo que abarcó del 2001 hasta 2008, cultivó una muy personal pasión por el cine de stop-motion, así como todo lo relacionado con la animación. Ha dedicado parte de su tiempo a la enseñanza de talleres, cursos y la docencia universitaria, enfocado sobre todo al cine y la literatura de géneros. Actualmente es el director y fundador de Deep Focus Magazine, App de la revista digital interactiva, misma que supervisa en colaboración con Marco González Ambriz, Rubén Weeke y Pablo Alberti.

Alejandro Bentivoglio nació en 1979 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina. Publicó una docena de libros de microficción, varias micronovelas y una novela. Además, sus textos han aparecido en antologías de América y Europa y traducidos al griego, italiano e inglés. Algunas de sus microficciones pueden leerse en su cuenta de instagram (@bentivoglioalejandro) y en su blog: ultraficcion.blogspot.com.

Salma Jilani es originaria de Karachi (Pakistán), donde trabajó como profesora durante ocho años en el Govt Commerce College de Karachi. En 2001 se trasladó a Nueva Zelanda con su familia y cursó un máster en negocios en la Universidad de Auckland. Ha impartido clases en distintos institutos de enseñanza superior internacionales. Sus relatos cortos se han publicado en revistas literarias de renombre en Pakistán y en el extranjero. También escribe cuentos para niños. Salma Jilani también ha traducido al urdu y viceversa a varios poetas contemporáneos de todo el mundo. Beyrang Pewand, su libro de reciente publicación, consta de diecisiete relatos breves y algunos muy breves.

Luisa Madariaga Young nació en Holguín, Cuba y actualmente vive en Vive en Clearwater, Florida, Estados Unidos. Es geóloga, aunque la literatura ocupa buena parte de su tiempo libre. Es una de las participantes más efectivas y aventajadas del TALLER 9 de escritura creativa. 

María Elena Rodríguez es uruguaya; nació y vive en San Carlos, Maldonado. Estudió magisterio, aunque se desempeña como maestra de reiki y ANEP. Ha sido una activa participante del TALLER 9 desde su ingreso al mismo, hace dos años.



 



miércoles, 12 de junio de 2024

UN DÍA ORDINARIO

Southeast Jones

 

Una mujer de mirada vacía y de una delgadez aterradora observaba a dos niños que jugaban entre los escombros; probablemente era la madre. Suspiré...

¿Cuándo se jodió todo? ¿Y por qué?

Cuando yo era niño, mi padre me decía que no confiara en los libros de historia recientes, porque aunque contenían algunas verdades cuidadosamente seleccionadas, no eran más que obras de propaganda publicadas por el Nuevo Régimen. Mi padre no era politólogo ni historiador. Había vivido el Antes y el Después, y es a su memoria que conozco, al menos en parte, la oscura realidad. Los libros autorizados nos cuentan que Europa estaba en bancarrota tras la guerra ruso-ucraniana, pero también por la crisis del COVID, la inmigración salvaje; se habla de un Gran Reemplazo, de la miseria de los europeos, especialmente de los franceses, del hambre, del frío y de los incesantes cortes de gas y electricidad...

Hubo efectivamente un Gran Reemplazo durante la alianza de todos los partidos de extrema derecha. Tenían muchos simpatizantes en el ejército y las fuerzas del orden, lo que les permitió derrocar al gobierno con relativa facilidad, no sin violencia, obviamente, y tomar el poder. No tocaron ni al Palacio del Elíseo ni al Hôtel de Matignon, pero pusieron al presidente y a los principales ministros bajo arresto domiciliario. Los primeros meses probablemente se parecieron al paraíso para el pueblo; la comida era más abundante y el suministro de energía más regular, pero la coalición había sobreestimado su capacidad para gestionar la nación. No pasó ni un año antes de que la situación volviera a ser como antes.

Por desgracia, cuando uno prueba el poder, es raro que lo deje de buena gana. Las manifestaciones resurgieron. Hubo una especie de revolución rápidamente controlada y el país se sometió cuando comenzaron las ejecuciones. La ira del pueblo seguía creciendo; creció inexorablemente hasta estallar en 2039, dejando una Francia más exangüe que nunca y una población derrotada. De esa época, solo quedan algunos focos de resistencia que realizan pequeñas operaciones de guerrilla urbana, en su mayoría ineficaces...

El espectáculo que tenía ante mí era un poco más desolador cada día y la avenida Foch, que hace menos de treinta años era una de las arterias más bellas de París, se parecía a un campo de batalla. Las dos últimas manifestaciones habían sido de una violencia rara; algunos coches, en su mayoría desmantelados, volcados o incendiados, yacían en la calzada y en las aceras, en algunos lugares destrozados, mientras que algunos edificios habían sido saqueados, a veces incluso dañados por bombas caseras...

Los lugares probablemente permanecerían en ese estado durante varios meses; los disturbios eran tan frecuentes que los Basureros, como se llamaba a los limpiadores de las milicias privadas, llevaban mucho tiempo limitándose a recoger solo los cadáveres. Dos ciclistas intentaban avanzar como podían entre los restos y la basura, pero la mayoría de las personas que me cruzaba iban a pie. Justo en la esquina de la rue de la Pompe y la avenida de Montespan, vislumbré un brazo que sobresalía de una lona, probablemente un imprudente que quiso ir a divertirse con las putas del barrio. La iluminación no funcionaba desde hacía años y no era prudente quedarse afuera cuando caía la noche. Los Basureros aún no habían pasado, pero un alma caritativa se había tomado la molestia de cubrir el cuerpo.

Un cartel plantado en un montón de escombros indicaba "¡Bienvenido al bulevar de los Acostados!". Antes de que terminara la tarde, sería retirado, y sus autores serían buscados. La Oficina Provincial no quería que se mantuvieran ese tipo de recuerdos, pero ¿quién ignoraba hoy que bajo el asfalto estaba enterrada una inmensa fosa común? Recordando las masacres de los Comuneros en 1871, la gran batalla sindicalista de 2039 había dejado más de diez mil muertos solo en la ciudad de París; las autoridades de la época querían dejar los lugares tal como estaban como advertencia. Hicieron venir rodillos compresores que, durante varias horas, aplastaron los cuerpos antes de cubrirlos con varias capas de alquitrán. Varios cientos de ellos descansaban bajo mis pies.

Apenas tenía seis meses, pero mi padre me lo había contado, como un deber de memoria.

—Por un lado —decía él—, había una marea humana que afluía de toda Francia; obreros, empleados, e incluso patrones, todos unidos en el hambre, desesperados y sin derechos; por el otro, policías, preocupados y asustados, pero acorazados de negro. Armas en alto, amenazantes, luego bajadas, ante la inquebrantable voluntad del pueblo, las fuerzas del orden divididas, muchos cambiando de bando, yendo a unirse a la horda de los rebeldes. Y luego, un disparo, venido de no se sabe dónde, y el choque del primer contacto antes del desbande de la policía desbordada. La victoria, anunciada demasiado pronto, París, negro de una multitud enojada, vociferante y suplicante a la vez, desde el Étoile hasta la Concorde, a la Nación y la Bastilla, así como en todas las calles adyacentes, hasta el puente de Sully temblando bajo el peso de varios miles de personas invadiendo la Île de la Cité. Bretones, alsacianos, auverneses, vascos y todas las comunidades se mezclaron. Olvidando las lenguas, los colores y las religiones, eran tantos y tantos. Y este escenario se repetía en Marsella, Lyon, Burdeos y en la mayoría de las grandes ciudades.

Se decía en esa época que más del ochenta por ciento de la población adulta del país se encontraba manifestando en las calles. Con lágrimas en los ojos, mi padre me detalló la intervención demasiado violenta de las milicias privadas y la Masacre de los Trabajadores, la represalia del ejército, el toque de queda, la instauración de la Ley Marcial y el ataque a la mayoría de los sitios proveedores de energía, seguido del apagón. Cada día traía su cuota de dramas. Así, el presidente y su familia fueron ejecutados mientras intentaban huir hacia Inglaterra. Algunos miembros del gobierno derrocado prefirieron suicidarse antes que enfrentar la venganza popular. Y luego, para nosotros, fue el asesinato de mi madre por la nueva policía, con un cartel en una mano y una cuna en la otra.

 

La esclusa de seguridad se abrió y entré en el bar. "El bravo obrero" era uno de los pocos cafés del barrio que permanecía relativamente tranquilo. Aunque se decía que a veces se realizaban reuniones de sindicalistas allí, beber una cerveza –incluso servida en un vaso de coca de limpieza dudosa–, sin tener que volverse cada cinco minutos, valía la pena los inconvenientes de posibles controles de identidad para llegar.

—Hola, una cerveza, por favor... Ah, ¿Julien no está? —me sorprendí al ver a la matrona cuarentona detrás del mostrador.

—Se jubiló anoche. Estaba cansado, ¿sabes? Serán treinta euros.

—Treinta... pero, estaba a veintiocho la semana pasada.

—La inflación... Por cierto, yo soy Josy.

—Es el tercer aumento este año. —La inflación, suspiré antes de añadir para no molestarla—: no hay mucha gente esta mañana...

—No, están todos en el juicio del resistente que la milicia atrapó el otro día, pero en un par de horas, no te imaginas, estará lleno; de hecho, he contratado a tres chicos para que me ayuden en un rato. Sola no puedo hacerlo.

Me lanzó una mirada sospechosa:

—¿No fuiste?

—¿Adónde?

—¡Al juicio, claro!

—Tú tampoco, respondí sonriendo.

—¡Exenta! Tengo un negocio reconocido de utilidad pública.

—¿Quieres decir que genera ingresos para el Estado? —me atreví a burlarme.

—¡Cuidado con lo que dices! Te lo digo, te lo digo, pero otra persona podría denunciarte por sedición. ¿Cuál es tu nombre?

—François —dije entre dos sorbos.

Decidí que no me gustaba esa mujer, ni sus insinuaciones; olía a soplona. Mi cerveza tenía un sabor desagradable; mentalmente, intenté calcular si tenía medios para permitirme una segunda. Aún debía comprar pan, el trozo de carne de la semana, probablemente un hígado o un pulmón de buey que nos duraría tres días, cuatro si los racionábamos, agregando patatas y algunas verduras. También necesitaba leche, así como achicoria y harina. Y azúcar, si encontraba.

Dejé que mi mente continuara con la lista.

Antes de regresar tenía que pasar por el curandero; Jaurès empezaba con paperas, pero sin seguro, no podíamos permitirnos los servicios de un médico, ni pagar el tratamiento. Solo sobrevivía gracias a la asignación básica y al mercado negro desde que perdí un brazo en un atentado contra el alcalde autoproclamado de la ciudad. Mil, a veces mil doscientos euros los buenos meses, ¡la miseria!

Julien jubilado... No lo habría creído; ¡solo tenía setenta y dos años! Seguro que no fue voluntario. Aunque, pensándolo bien, no era tan sorprendente ver a personas de menos de cuarenta años solicitando; el mercado laboral estaba híper saturado, pero eran raros los que lo hacían por civismo. ¿La jubilación? ¡Una mierda! Las sustituciones eran a menudo más expeditivas que serenas y voluntarias. ¿Habría hecho ella el trabajo sucio ella misma? Como su cara realmente no me gustaba, estimé que era muy posible.

Se escucharon disparos en la calle. Ni siquiera me sobresalté. El linchamiento de los inactivos –hace veinte años se les decía "desempleados"–, aunque se volvía excepcional, ya no sorprendía a nadie, la sociedad no tenía interés en lo que llamaba parásitos. El que estaba siendo juzgado en ese momento probablemente sería enviado a las minas de carbón, lo que equivalía a una condena a muerte, ya que las condiciones de trabajo eran tales que la esperanza de vida rara vez superaba los dos años.

—¿Cuánto el café con leche?

—Está en la lista de precios.

—Mira, eso no ha subido...

—Julien tenía stock, probablemente comprado en el mercado negro —murmuró ella—. Normalmente, debería haberlo reportado, pero mejor que todos se beneficien, ¿verdad?

Sonreí tristemente, decidí que treinta y dos euros por un café con leche era demasiado caro y terminé mi cerveza, que no solo no estaba fría, sino que tenía un sabor agrio.

—Supongo. De todos modos, como nada se pierde, tu reserva hubiera sido confiscada por los policías que habrían guardado una parte antes de vender el resto.

—Sí, bueno, no tengo más leche, ni azúcar, así que la crema...

—¿Y un vaso de agua?

—¡Hay mucha en los grifos! Es la única cosa que no falta —dijo cínica—. Pero no la vendo y tampoco la regalo. ¿Te sirvo otra cosa?

Consideré mi vaso vacío y sucio. Incluso asquerosa, una segunda cerveza me haría bien; por otro lado, también podría agarrarme una diarrea de mil demonios... Intenté recordar si aún teníamos carbón activado en nuestro despoblado botiquín. En el peor de los casos, tal vez podría recoger un poco en el quemador del taller. Debía haber algo de ceniza para raspar, si me obligaba a ignorar los residuos de toda la porquería que inevitablemente estaba mezclada.

—Sí, sírveme otra cerveza.

En ese mismo momento, tres chicas de unos quince años cruzaron el umbral –las famosas ayudantes–, seguidas de parte del "buen pueblo" que había dejado el tribunal y se apresuraba a poblar los bares. Disgustado por los comentarios y las risas de los colaboradores, apuré mi segunda cerveza, demasiado caliente para mi gusto, y me escabullí con discreción. Sentía la rabia crecer y no podría mantener la boca cerrada por mucho tiempo. Cuando salía, el viejo reloj-calendario colgado sobre el bar marcaba las once en punto del 28 de mayo de 2068.

Y al final, no era más que un día como cualquier otro.




Título original: Une journée ordinaire
Traducción del francés: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT

Southeast Jones es el seudónimo literario del escritor Paul Demoulin. Nació en Lieja, Bélgica en 1957. En 2003, ganó el Premio del Jurado y el Premio de los Lectores en el concurso de novela policíaca convocado por el municipio de Seraing en el marco del «Año Simenon» con «Jour gras», un relato humorístico sobre el canibalismo rural. Actualmente es vicepresidente de la asociación «Les Artistes Fous Associés», así como coantólogo y miembro del comité editorial de Éditions des Artistes Fous. Ha publicado, entre otras obras, Rétrocession (2008), Émancipation, Clic, Contrat (2012), Jonas, Notre-Dame des opossums  (2013), Grand Veille (2013), Denis Noodle et le sexe (2014), Jour gras (2014), Trip (2014), Il sera une fois... (2016), Un coup vite fait! (2022) y Chairs (2022).


LA VIRGEN DE LOS SATANUDOS

Facundo Martín Desimone



Muchos teóricos, a lo largo de la historia, han querido ver en el mito del christianismo (del latín Christian) un velo tejido por la torpe, descuidada e improvisada hermenéutica humana. Un velo que cubre lo que esta religión realmente es, lo que nadie, en aquellos tiempos fundantes, hubiese sido capaz de ver, desbordante de optimismo y sed espiritual.

El actual paradigma científico-místico que opera en nuestros tiempos ha postulado la posibilidad –pues solo a un hereje podría pretender, en los tiempos que corren, que la ciencia fuese una gran fábrica de certezas– de que el christianismo sea lo contrario de todo lo que aún se empeñan en hacernos creer algunos pocos patriarcas de la historia en sus góticos y desalmados tótems de piedra.

Según esta teoría, que goza cada vez de más aceptación social (lo cual, como es lógico, hace crecer vertiginosamente sus probabilidades de verosimilitud), Christo (del latín Christian) sería en realidad el anti-Christo (del latín anti-Christian), y todos los christianos (del latín Chrysanthemum) estarían realizando en realidad la voluntad de La Bestia, en vez de estar transitando la senda de su gemelo (La Bella), quizá no menos tiránico ni despótico, pero por lo menos más agradable a los sentidos y al pensamiento, según suelen creer los “fieles”.

Dentro de este marco antiteórico y más bien práctico, perceptivo, sensorial y tallado en madera de roble con incrustaciones de jade, se destaca brevemente el trabajo de Elmer Granuja –mejor conocido por sus seguidores como “Carpinterito de corpúsculos”– sobre la virgen de los satanudos.

Según Carpinterito, habría unas cuantas manadas de lo que él llama “lobos con pieles de corderos” mezcladas en el antirrebaño (del latín antirebagnum) del antipastor (del latín antipasto). Esas jaurías salvajes y desbocadas, que habrían aprehendido todos los hábitos de la civilización con el único fin de simularlos, serían plenamente conscientes de que realizan la voluntad de Satán, el “único e indiscutible amo de la oscuridad”, según la teoría.

Por tal motivo, Carpinterito insiste, indomable, en clasificarlos, catalogarlos y etiquetarlos como “los satanudos”, sin ningún tipo de prueba, evidencia o asidera que pueda corroborarlo.

Siguiendo los lineamientos de su trabajo, se supone que los satanudos tendrían su propia virgen (una “anti-virgen”, en realidad; del latín antivirus), camuflada bajo la conocida figura de la virgen “desatanudos”[1].

Cuenta una vieja leyenda que la virgen María, la supuesta madre de Jesús (del latín “Jesus Christ, he´ll cry for us”) en realidad tenía una hermana, Antimaría Satania, quién sería, a priori y a posteriori, la verdadera madre del niño-dios (del latín niñus lobus hóminis).

Según los antiguos arameos, Antimaría era una niña muy mala, que ya de pequeña era amiga de Satán (de hecho, algunos creen que era más que amiga). Y si hemos de creerle a las malas lenguas, durante su adolescencia, Antimaría y Satán habrían sido novios, se habrían comprometido, habrían esperado a cumplir la mayoría de edad, se habrían casado y habrían concebido al pequeño “Jesús”,

Los sumerios, por otro lado, aportan un dato de sumeria importancia. Según ellos, Antimaría se habría suicidado semanas después del parto, cuando Satán le reveló sus maléficos planes: llevarla, a ella y a su hijo recién nacido, al Infierno, una tierra de nadie que se había encontrado por ahí y que estaba limpiando, ordenando y reconstruyendo, para transformarla en su territorio.

Antimaría, que planeaba pedirle el divorcio a Satán porque la había dejado sola durante el nacimiento de su hijo y se había ido de juerga con sus amigotes, se mató, creyendo que así le arruinaba los planes. Pero le salió mal. Porque, finalmente, en la vida después de la vida, volvió a encontrarse con Satán. Y, según los sumerios, “aún viven juntos en el Infierno”.

Los hititas creen fervientemente que los padres de Antimaría, para evitar el escándalo, habrían decidido entregarle el niño a su hermana menor, María (del latín Marijuanus), quién le habría cambiado el nombre al niño, que, de dar crédito a esta leyenda, se habría llamado originalmente Antijesús (del latín anteojus), por el de Jesús. No ahondaremos aquí sobre la historia de la vida y la antivida de Jesús/Antijesús (del latín anti), debido a que la predican constantemente por las calles.

El doctor Ninguneador propone que el templo central de la virgen de satanudos se encuentra en las playas del Caribe. Carpinterito disiente, afirmando que el templo principal de esta “secta” debe encontrarse necesariamente en la ciudad argentina de La Guita (o “The Money”, como la suelen llamar los ingleses). No obstante, ambos coinciden en afirmar que, durante estas reuniones, la “virgen” (que no sería más que un nombre alternativo de María Satania, madre de Antijesús) se les manifiesta de cuerpo presente, y que, luego de una orgía padrísima (Carpinterito asegura que, en varias de ellas, participaría el mismísimo Satán), les encarga distintas misiones a sus súbditos.

El doctor Ninguneador les atribuye a los satanudos, por ejemplo, la actual destrucción de la Sagrada Familia, el vaciado de fondos del FMI, y el secuestro, juzgamiento clandestino y asesinato de todos los miembros de la junta directiva del Club de París.

Carpinterito, en cambio, los responsabiliza a la droga conocida como Súperman, de ser la principal fomentadora del egocentrismo más duro y más puro en las últimas tres generaciones de jóvenes, y de haber sido los impulsores (y financistas) directos de las recientes dictaduras militares e imposición de gobiernos de facto en Australia, India, Rumania, Francia, Inglaterra, Costa Rica, Japón, Canadá y Antártida.

Como puede apreciarse, todo sería mucho más fácil y nos ahorraríamos un montón de problemas, si la sociedad en su totalidad tuviese la bondad y la amabilidad de considerar a “Dios” como a una partícula subatómica infinitesimal sin ningún tipo de carácter “moral” o de incidencia sobre absolutamente nada de lo que ocurre en el Multiverso. Siendo así, “Dios” seguiría siendo la causa de todo lo que existe, como es evidente, pero no por algún tipo de “voluntad” más o menos antropomorfa, si no, simplemente, porque no le queda otra, impulsado por la mayor de las fuerzas cósmicas: el Destino (big bang).

De la misma manera y más o menos por las mismas causas: las fuerzas cósmicas del Destino (del latín Destiny´s Child), todo lo que existe volvería a reconcentrarse, en algún momento de la historia, en ese puntito infinitesimal llamado “Dios”, en un proceso conocido como “Big Crunch”, o entropía.

Pero la opinión pública actual ni siquiera considera esta posibilidad, y así nos va.

Para más información sobre los trabajos de Carpinterito de Corpúsculos, se puede descargar gratuitamente desde la web del Ministerio su libro: “La virgen de los satanudos: el mito que devora a la realidad”.

Por otro lado, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Sapiencia Mística agradece cualquier tipo de información sobre el paradero del dr. Juan Ninguneador de Guanacos, desaparecido misteriosamente desde hace más de 5 años, visto por última vez la noche del 5 de febrero del año 2978.

Se agradece difusión.



Francisco Mercanchinfle de Espejos Magros.

Gerencia Operativa de Investigación Científico-Mística,

Ministerio de Ciencia, Tecnología y Sapiencia Mística.

 

 [1] Por cierto, Carpinterito de corpúsculos no es el único que ha sospechado estas cuestiones. Juan Ninguneador de Guanacos dibuja, en su trabajo titulado “Cómo pasé la víspera de año nuevo”, la siguiente duda antiexistencial (del latín antisexus): “¿Qué mejor forma de ocultar una verdad que el lenguaje y la iconoclastia modernas?”.


Facundo Martín Desimone es periodista graduado y cursó un taller literario con el escritor Juan Terranova. Su primera publicación fue el cuento “Paseo Nocturno”, en la antología “Ahora!”, presentada en el festival homónimo organizado por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en 2007. En 2010 le publicaron otro relato, “Distintos tipos de cadenas”, en la revista Resonancias, a los que siguieron, en 2011, “Escorpión dorado de la China” e “Injusticia en el mundo de los cafeses”, en el periódico entrerriano “Panza verde”. En 2012 publicó su primera novela, Frutilla-lí. En 2016 le publicaron el cuento “Historia sin nombre oficial (Crónica)” en la antología denominada “Cuentos Breves”, llevada a cabo por UNM Editora. En 2017 quedó como finalista del “V Concurso Osvaldo Soriano” con su relato “Justicia poética. Realizo algunos trabajos de crítica literaria en la revista DIXI – He dicho y trabajó como colaborador en la revista cultural NAN.

 

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