miércoles, 5 de febrero de 2025

LA ODISEA DE TU VIDA

 Luis Saavedra

 

Nunca me siento cómodo en tu presencia. Sentarme en tu silla de visita es lo más cercano a sentirse un microbio bajo tu lente. Comienzo por cogerme las manos y a pensar en qué se te habrá ocurrido ahora a esa cabeza tuya. Pero sigues jugueteando con tu reloj y lo observas ociosamente. Finalmente dices:

—Mira, me lo compré el fin de semana. Era de los últimos que quedaban.

¿Me llamas para mostrarme tu nuevo juguetito? Son las cosas que me ponen nervioso. Como siempre ocurre en los ámbitos laborales, la relación entre un jefe y un subordinado se remite al saludo de la mañana, la pregunta sobre el fin de semana y el hasta-el-lunes del día viernes. Y, por supuesto, las reuniones de avance de los días miércoles, que son lo más parecido a esas sesiones de interrogación de los policiales negros que conozco. Es muy posible que salga con menos sangre de la que entré si no voy preparado.

—Te mide el ritmo cardíaco, la cantidad de kilómetros y las calorías. ¡Es la raja!

Desde el principio, finjo interés porque me parece una mierda. Pero mi rastrero ADN me obliga a adularte para matar el tiempo suficiente y evitar dar cabida a temas en los que no tengo la más mínima defensa; hablo de mi tiempo como trabajador de esta empresa. Tu rostro moreno y cuadrado se concentra en sacarle alguna función muy complicado al aparato, para que hable o cante o alguna cosa parecida. Yo me inclino en una señal calculada de apoyo y juntos miramos la pantalla de cristal líquido, que solamente el chino que lo armó puede descifrar completamente.

—Puta la weá complicada, estuve todo el fin de semana leyendo el manual, tiene como cien páginas.

—Es que debe ser para profesionales —retruco y sé que habla mi sistema límbico aprovechando todas las opciones para sobrevivir y dejarse caer en gracia. Lo odio, pero es un odio sin destino.

—Sí, poh, ahora que tengo la bicicleta, con la Ivana podemos hacer biking y trekking. —Tus delicadas manos de uñas manicuradas siguen atormentando al pobre reloj. Se me hace difícil verte arriba de una mountain bike pedaleando y sudando con la mirada en el suelo.

Declaro:

—Yo nunca uso reloj, desde que era chico que no uso. No me gusta la sensación de que me aprieta la muñeca.

Me miras un segundo entero con esos ojos tan profundamente negros, mientras el reloj comienza un pitido regular:

—Esto no es un reloj. Mira, ahí está el cardiómetro.

Marcos Mamani, llegaste a estudiar ingeniería industrial a Santiago en la Universidad Católica y nunca te sentiste distinto por tener origen aimara. Yo creo que parte de tu éxito en esta vida se debe a que nunca te acuerdas de ello porque en un ambiente en donde el dinero fluye, todos los hombres son iguales. No te has casado aunque llevas cuatro años conviviendo y no sientes pesar, te permite tener varias canas al aire al mismo tiempo. Bebes whisky después de la siete de la tarde y te inunda la ira cuando no tienes la razón. Te gusta tu status quo y siempre tenemos la clase de discusiones valóricas que nos separan por océanos. Hace un par de años nació Isabella, la niña de porcelana blanca que es tu hija, y sacó tus ojos intensamente negros.

—Aquí está el panel de control —dices triunfante y me hundo en una ensoñación salpicada de íconos grises de 8x8, mientras tu voz me arrulla. Veo el futuro, debería ser el mío, pero por designio divino solo puedo ver el tuyo. ¿Te preocupa que te lo cuente? Tranquilo, no lo vas a saber nunca porque me voy a la tumba con el recuerdo. Pero me debes una.

Tu hija Isabella será una chica chispeante y atractiva en trece años más y veintidós antes que se case. Siempre intentarás ocultar su fuerza vital a los lobos de tu misma especie, porque es el irónico karma de un depredador que se convierte de la noche a la mañana en pastor. Tu celo excesivo criará en ella a una chica fuerte y resiliente que siempre reclamará su libertad y a la que siempre se la negarás. No, no siempre. No puedes estar de patrullaje toda la vida y ella descubrirá su sexo con más intensidad que lo hiciste tú. También se divertirá llevándote a casa a los más perfectos hijos de puta para ver tu cara cobriza volverse púrpura. Al final moldearás una imagen involuntaria de ti mismo.

“Isabella”, se me escapa entre dientes y tú te detienes un rato y te iluminas. Siempre ha sido un gran tema para ti.

—Está super bien. El otro día la Ivana estaba pelando tomate y a ella le gustan mucho, y se acercó y la empezó a mirar y a decir “hum” todo el rato, pero la Ivana no la pescaba. Así que empezó a decir “qué rico tomatito” a cada rato hasta que la Ivana no aguantó más y le tuvo que dar un platito con tomate y se lo fue a comer al living.

Así es, siempre conseguirá lo que le plazca. No como la niña consentida que quieres que sea, sino por la vía de una vieja astucia de mujer que la misma Ivana arrastra en sus genes españoles. Además, ¿quién se podrá resistir a un par de ojos negros en un níveo rostro como el de ella? Hasta que el verano de 2030 levante la vista y vea por primera vez al Príncipe Negro.

Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, y detrás de cada gran mujer hay un gran pedazo de hombre. En Ibiza, Isabella encontrará la horma de su zapato en la figura del mulato de ojos verdes. Party boy y alemán de mezcla, el Príncipe Negro estará acostumbrado a una natural adoración femenina pasiva, pero Isabella no será pasiva y, sin embargo, será él quien la seduzca. Lo traerá de vuelta a Chile y te lo presentará y sabrás inmediatamente, como los lobos viejos frente a un nuevo macho alfa, que tu reinado está kaput. Se casará en el otoño de 2032 y tendrás que tragarte un apenas fingido sentimiento de devastación. El secreto deseo tuyo, de todos, es no volverte viejo.

—Viene con un cable para poder descargar tu ritmo cardíaco al PC.

—¿Y pa' qué te sirve esa weá?

—No sé, supongo que esperan que haga alguna estadística con eso.

Las estadísticas indican que el mundo se volverá una aldea global para el 2050 y el gen del pelo rubio se perderá en una marea de genes no caucásicos. El Príncipe Negro será un ejemplo de ello. Tomará a Isabella y se la llevará lejos de ti, a Amsterdam. Aquí es cuando desapareces de mi visión, pero no significa más que eso y no sé si mueres o es que simplemente el foco de la historia te deja de lado porque ya no importas.

Adolph nacerá en 2036 de la mano de una economía global ya tan intrincada que nadie se preocupará por entenderla. Adolph tendrá la piel suavemente chocolate y una nariz tan respingada que todos se preguntarán de qué parte de la familia viene. Por supuesto, tú también pondrás tu parte en el cóctel genético y esos ojos negros te corresponderán.

Será un niño tan callado y frío que asustará. Isabella nunca se podrá explicar bien la leve sensación de miedo que inspira Adolph, aunque habrá psicólogos y gente bien intencionada que le dirá que nació sin alma o que es un niño índigo. Y en realidad no habrá nada de qué preocuparse si solo será que el niño es como el agua estancada que acumula silencio y observa. Así será durante años para la familia en Amsterdam y el Príncipe Negro se convertirá en un digno hombre de trabajo llevando la empresa familiar: suplementos alimenticios para el tercer mundo, en base a fauna marina a granel. Pero Adoph, ah, Adolph, escribirá su primer libro a los diecisiete. Una gran sorpresa para ustedes, amarga por cierto.

—Ahora que hay más ciclovías, voy a empezar a venirme en bicicleta al trabajo —me dices.

—Bien —te digo. Pero ya sabes tú, me interesa un cuerno.

Sus libros serán ácidos recuerdos inventados de su familia. Aunque no tendrá un motivo para ser infeliz en su infancia, volverá una y otra vez a narrar desgracias y abusos a cada cual más truculentos. Afortunadamente no aparecerás en ninguna de sus novelas, pero Isabella se llevará la peor parte y se volverá una mujer angustiada e insegura. El Príncipe Negro, para entonces un sapo ventrudo sin fuerzas para nada más que sus negocios, se alejará de ella durante semanas, meses y luego para siempre. Adolph continuará su estela despiadada de escritor y se elevará hasta el culto describiendo a una Europa metida hasta las gónadas en una decadencia preapocalíptica. Alguna vez se le preguntará de dónde sale tanta mala leche y responderá que siempre odió Europa, que nunca se sintió cómodo entre tanta estúpida burguesía, empezando por sus padres. A los veinticinco decidirá que estudiar una inútil carrera en Arte no viene con él y se va de viaje por el mundo con nada más que doscientos euros. Esperará ver paisajes, naturaleza, espacio abierto. Una imagen vaga nacida de la esperanza de que la furia que siente por dentro, y que piensa que es un resabio de la vieja lucha de clases, se aplacará con la panorámica de sistemas ecológicos menos intrincados. Pero no quedará mucho a esas alturas y la temida sexta extinción masiva vendrá, se quedará, se enseñoreará y al fin será el pan nuestro de aquellos días.

Pero será igual de fascinante para él. Su cuarto libro se llamará Anticipos del Fin y hablará sobre la ausencia de Gaia y la revelación de que la fauna ahora es completamente humana, que los hombres han tomado las formas animales ausentes y se podrán encontrar mujeres-venado y hombres-pájaro. En Hong-Kong se enamorará de una prostituta de mirada infantil y silenciosa, será la mujer-sirena. Tendrán un camino largo y tortuoso hacia el amor, con alejamientos y recaídas hasta que Amy Chee Hwa se despierte un día con el sabor de la mierda en la boca y sabrá. Caminará hasta el lugar de Adolph y le gritará con todo el odio de su pequeño cuerpo que está embarazada. Josephus nacerá en 2070 y tendrá los profundos ojos negros que te unen a él. Adolph volverá a Amsterdam con el niño, solos.

—¿Tú nunca has tenido bicicleta, Luis?

—No, nunca me compraron una.

La mujer-sirena desaparece de mi visión, se hunde en el caos mundial de 2079, cuando una profunda crisis financiera azote a este planeta impávido y desgastado. Aún hoy se ve a simple vista que no alcanza para todos; hasta tú podrías verlo, si no estuvieras tan inmerso en el “reloj”. ¿Cuál es su huella de carbono? Las Guerras del Agua comenzarán en 2085 en Venezuela, se extenderán al Medio Oriente y luego a África y al Asia más empobrecida.

La historia de Josephus es la más convulsa que me toca ver. Un escritor se debe únicamente a su arte, es un axioma que se corrobora en el tiempo con obras maestras y vidas destruidas. Los mejores escritores muchas veces fueron también los peores seres humanos –narcisistas, obsesivos, egoístas– que solo provocaron dolor. Adolph no será cualquier padre sino el peor. Isabella aparecerá de nuevo como una madre incompleta con una nueva oportunidad, mientras Adolph siempre estará ausente de la casa de Amsterdam. Serán días calmos y tensos entre ella y el niño, pero se avenirán. Sin embargo, el Hado es unívoco y no habrá piedad para nadie. Isabella morirá de un infarto un año antes de las Guerras del Agua, ya solo quedarán el padre y el hijo.

Josephus tendrá la mirada infantil de su madre, la fuerza aprendida de Isabella y la furia de su padre. No es retraído, pero le conviene serlo y aprende a convivir de sobreviviente en su propia casa, a establecer vínculos emocionales pasajeros con extraños y sobrellevar rápido las pérdidas. Adolph no entiende a ese adolescente tan distinto que lleva la misma sangre y desearía controlarlo, pero el chico ya ha desarrollado autosuficiencia para escapar el mismo día que llega el descontrol a Europa. Dejará una nota a su padre en su residencia en París porque lo quiere a pesar de todo, siente admiración por ese padre tan inflexible e inalcanzable. Reunirá unas pocas cosas y una carta muy extensa que le dejará Isabella como parte de su herencia. Y luego saldrá a las calles llenas de autos eléctricos incendiándose, mientras las fumarolas negras de la ciudad alcanzan la cúspide de la Torre Eiffel. Cruzará la frontera hacia la Europa del Este, donde sabe que jamás lo encontrarán. Entre viajes en vagones de tren y marchas por frías carreteras, Josephus leerá la carta de la abuela y se enamorará de ese país tan lejano que es Chile; Isabella jamás retornó y te extraña, y extraña la geografía hecha de silencio de la vez que la llevaste a conocer a sus abuelos, en el Norte. Desde entonces, Josephus escapa buscando la forma de cruzar el Atlántico.

—Bueno, vayamos a lo nuestro, Luis. —Ah, se acaba la diversión.

Tú ni te imaginas el caos. Si te contara, me echarías de tu oficina de una patada en el culo. Europa al fin se caerá a pedazos, después de siglos de decadencia, pero los tiempos duros son siempre bien aprovechados por los hombres de puño despiadado. El niño de mirada infantil al fin evoluciona y no siente mucho cuando balea a dos muchachos albaneses por orden de su Hermandad. Pero será una noche larga y cansadora, y comete el error: deja a uno de ellos vivo, suponiendo que morirá desangrado. En 2089, volverá a huir siguiendo la línea de la costa mediterránea, y recordará Chile. No hay camino seguro y sus años de circo como asesino le asegurarán un rápido pasaje hacia Portugal, seguido de cerca por la Hermandad. Al llegar, ya estará sin recursos y desesperado, pero conocerá a Branca que lo esconderá durante dos meses antes de conseguir cupo en un buque albacorero, que zarpa desde la empobrecida Setúbal. En medio del Atlántico, Branca le dirá a Josephus que está embarazada. Él querrá que se llame Isabel, si es niña, y le entregará la carta junto con tres pepitas de oro. Le hablará de su sueño y luego se irá con tres hombres que ella no alcanza a ver. No volverá.

Isabel será abandonada, a pesar de sus hermosos ojos negros. Chile es de nuevo una dictadura, casi toda Latinoamérica lo es. Recuerden, en tiempos interesantes los horribles hombres tienen oportunidades de hacerlos más interesantes. Sobrevivirá en una pequeña misión cristiana en Antofagasta hasta que tenga diecinueve, cuando sea violada en medio de un levantamiento del pueblo ante la pobreza y el agotamiento. Se escabulle como puede de los escombros y de la ciudad, pero la carta arde junto a los cuerpos de cientos de seres humanos. Ciega al destino, llegará a Conchi Viejo, un pueblito muy perdido cerca de Calama, donde solo viven dos hermanos aimaras, una mujer y un hombre muy viejos. El hombre lanzará una bienvenida y la mujer levantará la mirada hacia el Oriente para luego decir: “Ahora estamos solos”. Eurasia acaba de volar producto de decenas de antiguas ojivas nucleares en manos de mafias locales. Para Isabel eso será un mero detalle, estará más preocupada por la persona que crece en su vientre.

—¿Comencemos? —dices y yo asiento con la cabeza. Me duele saber que la visión se esfuma de a poco, pero hay algo tranquilizador en el final. ¿Sabes que Mamani significa el creador en aimara?

En 2110, nacerá Naira, la de los ojos grandes; la Pachamama la recibirá de vuelta, después de más de cien años desde que tú te alejaras de ella y con ella iniciaremos un nuevo ciclo para este subcontinente que siempre ha estado solo. Esta vez no le deberemos nada a nadie.


Luis Saavedra Vargas nació en 1971 en Santiago de Chile. Siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y luminosos y sus monstruos siempre enfurecidos con buen gusto por las mujeres. Se le conoce mejor como editor del fanzine chileno Fobos y los Púlsares, los libros que recogieron los relatos ganadores del concurso del fanzine. Sin embargo tiene su faceta de escribir: su relato “Ol’fairies Bar” quedó finalista del concurso Domingo Santos 2005, en España, mientras que ha sido seleccionado para participar en antologías nacionales y extranjeras, y así también ha sido traducido al francés, italiano, inglés y, sorprendentemente, el árabe. Hoy forma parte del colectivo chileno de escritores fantásticos Poliedro, que lleva cinco colecciones de cuentos a la fecha y se prepara a sacar la sexta. 




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