Luis Saavedra
Nunca me siento cómodo en tu presencia. Sentarme en tu silla
de visita es lo más cercano a sentirse un microbio bajo tu lente. Comienzo por
cogerme las manos y a pensar en qué se te habrá ocurrido ahora a esa cabeza
tuya. Pero sigues jugueteando con tu reloj y lo observas ociosamente.
Finalmente dices:
—Mira, me lo compré el fin de semana. Era de los
últimos que quedaban.
¿Me llamas para mostrarme tu nuevo juguetito? Son las
cosas que me ponen nervioso. Como siempre ocurre en los ámbitos laborales, la
relación entre un jefe y un subordinado se remite al saludo de la mañana, la
pregunta sobre el fin de semana y el hasta-el-lunes del día viernes. Y, por
supuesto, las reuniones de avance de los días miércoles, que son lo más
parecido a esas sesiones de interrogación de los policiales negros que conozco.
Es muy posible que salga con menos sangre de la que entré si no voy preparado.
—Te mide el ritmo cardíaco, la cantidad de kilómetros
y las calorías. ¡Es la raja!
Desde el principio, finjo interés porque me parece una
mierda. Pero mi rastrero ADN me obliga a adularte para matar el tiempo
suficiente y evitar dar cabida a temas en los que no tengo la más mínima
defensa; hablo de mi tiempo como trabajador de esta empresa. Tu rostro moreno y
cuadrado se concentra en sacarle alguna función muy complicado al aparato, para
que hable o cante o alguna cosa parecida. Yo me inclino en una señal calculada
de apoyo y juntos miramos la pantalla de cristal líquido, que solamente el
chino que lo armó puede descifrar completamente.
—Puta la weá complicada, estuve todo el fin de
semana leyendo el manual, tiene como cien páginas.
—Es que debe ser para profesionales —retruco y sé que
habla mi sistema límbico aprovechando todas las opciones para sobrevivir y
dejarse caer en gracia. Lo odio, pero es un odio sin destino.
—Sí, poh, ahora que tengo la bicicleta, con la
Ivana podemos hacer biking y trekking. —Tus delicadas manos de
uñas manicuradas siguen atormentando al pobre reloj. Se me hace difícil verte
arriba de una mountain bike pedaleando y sudando con la mirada en el
suelo.
Declaro:
—Yo nunca uso reloj, desde que era chico que no uso.
No me gusta la sensación de que me aprieta la muñeca.
Me miras un segundo entero con esos ojos tan
profundamente negros, mientras el reloj comienza un pitido regular:
—Esto no es un reloj. Mira, ahí está el cardiómetro.
Marcos Mamani, llegaste a estudiar ingeniería
industrial a Santiago en la Universidad Católica y nunca te sentiste distinto
por tener origen aimara. Yo creo que parte de tu éxito en esta vida se debe a
que nunca te acuerdas de ello porque en un ambiente en donde el dinero fluye,
todos los hombres son iguales. No te has casado aunque llevas cuatro años
conviviendo y no sientes pesar, te permite tener varias canas al aire al mismo
tiempo. Bebes whisky después de la siete de la tarde y te inunda la ira cuando no
tienes la razón. Te gusta tu status quo y siempre tenemos la clase de
discusiones valóricas que nos separan por océanos. Hace un par de años nació
Isabella, la niña de porcelana blanca que es tu hija, y sacó tus ojos
intensamente negros.
—Aquí está el panel de control —dices triunfante y me
hundo en una ensoñación salpicada de íconos grises de 8x8, mientras tu voz me
arrulla. Veo el futuro, debería ser el mío, pero por designio divino solo puedo
ver el tuyo. ¿Te preocupa que te lo cuente? Tranquilo, no lo vas a saber nunca
porque me voy a la tumba con el recuerdo. Pero me debes una.
Tu hija Isabella será una chica chispeante y atractiva
en trece años más y veintidós antes que se case. Siempre intentarás ocultar su
fuerza vital a los lobos de tu misma especie, porque es el irónico karma de un
depredador que se convierte de la noche a la mañana en pastor. Tu celo excesivo
criará en ella a una chica fuerte y resiliente que siempre reclamará su
libertad y a la que siempre se la negarás. No, no siempre. No puedes estar de
patrullaje toda la vida y ella descubrirá su sexo con más intensidad que lo
hiciste tú. También se divertirá llevándote a casa a los más perfectos hijos de
puta para ver tu cara cobriza volverse púrpura. Al final moldearás una imagen
involuntaria de ti mismo.
“Isabella”, se me escapa entre dientes y tú te
detienes un rato y te iluminas. Siempre ha sido un gran tema para ti.
—Está super bien. El otro día la Ivana estaba pelando
tomate y a ella le gustan mucho, y se acercó y la empezó a mirar y a decir
“hum” todo el rato, pero la Ivana no la pescaba. Así que empezó a decir “qué
rico tomatito” a cada rato hasta que la Ivana no aguantó más y le tuvo que dar
un platito con tomate y se lo fue a comer al living.
Así es, siempre conseguirá lo que le plazca. No como
la niña consentida que quieres que sea, sino por la vía de una vieja astucia de
mujer que la misma Ivana arrastra en sus genes españoles. Además, ¿quién se
podrá resistir a un par de ojos negros en un níveo rostro como el de ella?
Hasta que el verano de 2030 levante la vista y vea por primera vez al Príncipe
Negro.
Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, y
detrás de cada gran mujer hay un gran pedazo de hombre. En Ibiza, Isabella
encontrará la horma de su zapato en la figura del mulato de ojos verdes. Party
boy y alemán de mezcla, el Príncipe Negro estará acostumbrado a una natural
adoración femenina pasiva, pero Isabella no será pasiva y, sin embargo, será él
quien la seduzca. Lo traerá de vuelta a Chile y te lo presentará y sabrás
inmediatamente, como los lobos viejos frente a un nuevo macho alfa, que tu
reinado está kaput. Se casará en el otoño de 2032 y tendrás que tragarte un
apenas fingido sentimiento de devastación. El secreto deseo tuyo, de todos, es
no volverte viejo.
—Viene con un cable para poder descargar tu ritmo
cardíaco al PC.
—¿Y pa' qué te sirve esa weá?
—No sé, supongo que esperan que haga alguna
estadística con eso.
Las estadísticas indican que el mundo se volverá una
aldea global para el 2050 y el gen del pelo rubio se perderá en una marea de
genes no caucásicos. El Príncipe Negro será un ejemplo de ello. Tomará a
Isabella y se la llevará lejos de ti, a Amsterdam. Aquí es cuando desapareces
de mi visión, pero no significa más que eso y no sé si mueres o es que
simplemente el foco de la historia te deja de lado porque ya no importas.
Adolph nacerá en 2036 de la mano de una economía
global ya tan intrincada que nadie se preocupará por entenderla. Adolph tendrá
la piel suavemente chocolate y una nariz tan respingada que todos se
preguntarán de qué parte de la familia viene. Por supuesto, tú también pondrás
tu parte en el cóctel genético y esos ojos negros te corresponderán.
Será un niño tan callado y frío que asustará. Isabella
nunca se podrá explicar bien la leve sensación de miedo que inspira Adolph,
aunque habrá psicólogos y gente bien intencionada que le dirá que nació sin
alma o que es un niño índigo. Y en realidad no habrá nada de qué preocuparse si
solo será que el niño es como el agua estancada que acumula silencio y observa.
Así será durante años para la familia en Amsterdam y el Príncipe Negro se
convertirá en un digno hombre de trabajo llevando la empresa familiar:
suplementos alimenticios para el tercer mundo, en base a fauna marina a granel.
Pero Adoph, ah, Adolph, escribirá su primer libro a los diecisiete. Una gran
sorpresa para ustedes, amarga por cierto.
—Ahora que hay más ciclovías, voy a empezar a venirme
en bicicleta al trabajo —me dices.
—Bien —te digo. Pero ya sabes tú, me interesa un
cuerno.
Sus libros serán ácidos recuerdos inventados de su
familia. Aunque no tendrá un motivo para ser infeliz en su infancia, volverá
una y otra vez a narrar desgracias y abusos a cada cual más truculentos.
Afortunadamente no aparecerás en ninguna de sus novelas, pero Isabella se
llevará la peor parte y se volverá una mujer angustiada e insegura. El Príncipe
Negro, para entonces un sapo ventrudo sin fuerzas para nada más que sus
negocios, se alejará de ella durante semanas, meses y luego para siempre.
Adolph continuará su estela despiadada de escritor y se elevará hasta el culto
describiendo a una Europa metida hasta las gónadas en una decadencia
preapocalíptica. Alguna vez se le preguntará de dónde sale tanta mala leche y
responderá que siempre odió Europa, que nunca se sintió cómodo entre tanta
estúpida burguesía, empezando por sus padres. A los veinticinco decidirá que
estudiar una inútil carrera en Arte no viene con él y se va de viaje por el
mundo con nada más que doscientos euros. Esperará ver paisajes, naturaleza,
espacio abierto. Una imagen vaga nacida de la esperanza de que la furia que
siente por dentro, y que piensa que es un resabio de la vieja lucha de clases,
se aplacará con la panorámica de sistemas ecológicos menos intrincados. Pero no
quedará mucho a esas alturas y la temida sexta extinción masiva vendrá, se
quedará, se enseñoreará y al fin será el pan nuestro de aquellos días.
Pero será igual de fascinante para él. Su cuarto libro
se llamará Anticipos del Fin y hablará sobre la ausencia de Gaia y la
revelación de que la fauna ahora es completamente humana, que los hombres han
tomado las formas animales ausentes y se podrán encontrar mujeres-venado y
hombres-pájaro. En Hong-Kong se enamorará de una prostituta de mirada infantil
y silenciosa, será la mujer-sirena. Tendrán un camino largo y tortuoso hacia el
amor, con alejamientos y recaídas hasta que Amy Chee Hwa se despierte un día
con el sabor de la mierda en la boca y sabrá. Caminará hasta el lugar de Adolph
y le gritará con todo el odio de su pequeño cuerpo que está embarazada.
Josephus nacerá en 2070 y tendrá los profundos ojos negros que te unen a él.
Adolph volverá a Amsterdam con el niño, solos.
—¿Tú nunca has tenido bicicleta, Luis?
—No, nunca me compraron una.
La mujer-sirena desaparece de mi visión, se hunde en
el caos mundial de 2079, cuando una profunda crisis financiera azote a este
planeta impávido y desgastado. Aún hoy se ve a simple vista que no alcanza para
todos; hasta tú podrías verlo, si no estuvieras tan inmerso en el “reloj”.
¿Cuál es su huella de carbono? Las Guerras del Agua comenzarán en 2085 en
Venezuela, se extenderán al Medio Oriente y luego a África y al Asia más
empobrecida.
La historia de Josephus es la más convulsa que me toca
ver. Un escritor se debe únicamente a su arte, es un axioma que se corrobora en
el tiempo con obras maestras y vidas destruidas. Los mejores escritores muchas
veces fueron también los peores seres humanos –narcisistas, obsesivos, egoístas–
que solo provocaron dolor. Adolph no será cualquier padre sino el peor.
Isabella aparecerá de nuevo como una madre incompleta con una nueva
oportunidad, mientras Adolph siempre estará ausente de la casa de Amsterdam.
Serán días calmos y tensos entre ella y el niño, pero se avenirán. Sin embargo,
el Hado es unívoco y no habrá piedad para nadie. Isabella morirá de un infarto
un año antes de las Guerras del Agua, ya solo quedarán el padre y el hijo.
Josephus tendrá la mirada infantil de su madre, la
fuerza aprendida de Isabella y la furia de su padre. No es retraído, pero le
conviene serlo y aprende a convivir de sobreviviente en su propia casa, a
establecer vínculos emocionales pasajeros con extraños y sobrellevar rápido las
pérdidas. Adolph no entiende a ese adolescente tan distinto que lleva la misma
sangre y desearía controlarlo, pero el chico ya ha desarrollado autosuficiencia
para escapar el mismo día que llega el descontrol a Europa. Dejará una nota a
su padre en su residencia en París porque lo quiere a pesar de todo, siente
admiración por ese padre tan inflexible e inalcanzable. Reunirá unas pocas
cosas y una carta muy extensa que le dejará Isabella como parte de su herencia.
Y luego saldrá a las calles llenas de autos eléctricos incendiándose, mientras
las fumarolas negras de la ciudad alcanzan la cúspide de la Torre Eiffel.
Cruzará la frontera hacia la Europa del Este, donde sabe que jamás lo
encontrarán. Entre viajes en vagones de tren y marchas por frías carreteras,
Josephus leerá la carta de la abuela y se enamorará de ese país tan lejano que
es Chile; Isabella jamás retornó y te extraña, y extraña la geografía hecha de
silencio de la vez que la llevaste a conocer a sus abuelos, en el Norte. Desde
entonces, Josephus escapa buscando la forma de cruzar el Atlántico.
—Bueno, vayamos a lo nuestro, Luis. —Ah, se acaba la
diversión.
Tú ni te imaginas el caos. Si te contara, me echarías
de tu oficina de una patada en el culo. Europa al fin se caerá a pedazos,
después de siglos de decadencia, pero los tiempos duros son siempre bien
aprovechados por los hombres de puño despiadado. El niño de mirada infantil al
fin evoluciona y no siente mucho cuando balea a dos muchachos albaneses por
orden de su Hermandad. Pero será una noche larga y cansadora, y comete el
error: deja a uno de ellos vivo, suponiendo que morirá desangrado. En 2089, volverá
a huir siguiendo la línea de la costa mediterránea, y recordará Chile. No hay
camino seguro y sus años de circo como asesino le asegurarán un rápido pasaje
hacia Portugal, seguido de cerca por la Hermandad. Al llegar, ya estará sin
recursos y desesperado, pero conocerá a Branca que lo esconderá durante dos
meses antes de conseguir cupo en un buque albacorero, que zarpa desde la
empobrecida Setúbal. En medio del Atlántico, Branca le dirá a Josephus que está
embarazada. Él querrá que se llame Isabel, si es niña, y le entregará la carta
junto con tres pepitas de oro. Le hablará de su sueño y luego se irá con tres
hombres que ella no alcanza a ver. No volverá.
Isabel será abandonada, a pesar de sus hermosos ojos
negros. Chile es de nuevo una dictadura, casi toda Latinoamérica lo es.
Recuerden, en tiempos interesantes los horribles hombres tienen oportunidades
de hacerlos más interesantes. Sobrevivirá en una pequeña misión cristiana en
Antofagasta hasta que tenga diecinueve, cuando sea violada en medio de un
levantamiento del pueblo ante la pobreza y el agotamiento. Se escabulle como
puede de los escombros y de la ciudad, pero la carta arde junto a los cuerpos
de cientos de seres humanos. Ciega al destino, llegará a Conchi Viejo, un
pueblito muy perdido cerca de Calama, donde solo viven dos hermanos aimaras,
una mujer y un hombre muy viejos. El hombre lanzará una bienvenida y la mujer
levantará la mirada hacia el Oriente para luego decir: “Ahora estamos solos”.
Eurasia acaba de volar producto de decenas de antiguas ojivas nucleares en
manos de mafias locales. Para Isabel eso será un mero detalle, estará más
preocupada por la persona que crece en su vientre.
—¿Comencemos? —dices y yo asiento con la cabeza. Me
duele saber que la visión se esfuma de a poco, pero hay algo tranquilizador en
el final. ¿Sabes que Mamani significa el creador en aimara?
En 2110, nacerá Naira, la de los ojos grandes; la
Pachamama la recibirá de vuelta, después de más de cien años desde que tú te
alejaras de ella y con ella iniciaremos un nuevo ciclo para este subcontinente
que siempre ha estado solo. Esta vez no le deberemos nada a nadie.
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