viernes, 14 de marzo de 2025

UNA SEMANA DE AMOR

 

Rogelio Ramos Signes

 

Nos conocimos el jueves 13 (Día del Duplicador de Llaves) durante la cena semanal de la Sociedad en Comandita de Trabas y Candados para el Sudeste Asiático. Intercambiamos unas pocas palabras (casi todas repetidas), algunas alusiones al tiempo lluvioso, a la música que porfiaba la orquesta, al auge de la tijera rápida, y a la lencería de papel comestible; poco más. Lo que sí nos llamó la atención, y no pudimos dejar de comentarlo, fue el trabajo de un tragasables que amenizaba la sobremesa y que, no satisfecho con las armas que generalmente usaba en su rutina, siguió engullendo las broquetas del asado, los cubiertos del postre, los prendedores de las damas, las llaves de los caballeros y hasta el mástil del cual pendía la bandera tricolor de Tailandia. “Un extraño caso de imantación y de angurria” convinimos. Ella era rubia. Sus ojos celestes reflejaron la gloria, pero del día siguiente (viernes 14, aniversario de la Última Combinación Exitosa en Relación con un Número Impar) y en verdad no cantaba como una calandria. Sabía cocinar, eso me dijo. Recién pude comprobarlo el sábado 15 (Día de las Huellas Dactilares de Juan Sebastián Elcano) cuando, entre el vapor de una olla que se abría y la ráfaga polar de un congelador que se cerraba, me confesó su deseo. No habíamos sido hechos el uno para el otro (eso se notaba) pero a la hora de la siesta, en la misma cama, encastrábamos bien y terminamos creyendo en la rápida adaptación de nuestras partes incompatibles; en la evolución milimétrica de las especies. La abrupta fragancia de las ostras, mezclándose con el perfume de las sábanas recién estrenadas, puso un llamado de atención en nuestra mirada olfativa. Hay recuerdos que no se borran. El Día de San Roque (domingo 16) amaneció lloviendo nuevamente, nadie gritó “empanadas calientes para los argentinos valientes” bajo nuestra ventana y, con sábanas ya no tan limpias de por medio más algún resto de salsa de ostras, esa mañana se unió sin violencia al sábado glorioso del día anterior. Aquella tarde, acentuada la lluvia y sin fútbol en la liga local, despanzurramos un libro de semiótica que, a decir verdad, no entendimos en absoluto; cumplimos con el rito del five o’clock tea (que en realidad fue un seven o’clock tea, con el agregado de unas porciones de pizza descubiertas milagrosamente en el fondo de la heladera y recicladas a tal fin), reservando para la nochecita un par de videos. ¿Qué puede haber más adecuado que un par de videos para cerrar, con cadena y sin compasión, la atmósfera angustiante de un fin de semana que concluye? El lunes 17 (Día del Expendedor de Pomadas Curativas en la Vía Pública) descubrimos que el mutuo aliento matutino atentaba contra las mejores intenciones y hasta con la vida de las plantas de interior, que la rutina terminaba tiñendo los días de un mismo e indeleble color (¿no es original?), que la papa hervida con cáscara tenía mejor sabor, que el sol salía a las 6:45, se ponía a las 20:10 y que mañana (siempre siempre) sería un día más. El martes 18 (aniversario de la Muerte del Primer Osito Koala Amamantado en Cautiverio) nos dijimos cuanto había que decirnos: “las tostadas con el desayuno son malas para la circulación”, “los bancos oficiales cierran a las 14”, “fue Kathleen Turner, y no Kelly McGillis, la que volvía al pasado en esa película de Coppola”, “un ómnibus arrolló a un gran danés y lo arrojó contra la vidriera de la Gregüesquería  del 55”, “llamó mamá y dijo que no puede doblar la rodilla derecha”, “repollitos de Bruselas y nueces trituradas son una mezcla homicida”. Excitados por los festejos del Día del Personal de Limpieza en Institutos de Cirugía de Alta Complejidad, el miércoles nos levantamos con una sonrisa (sólo con una, compartida, que fue poniéndose mustia con el correr de las horas y deshojándose con la velocidad de una documental sobre ciclos germinativos), hablamos largamente por teléfono con nuestros respectivos hijos que nos hicieron sus cíclicos pedidos por la vuelta al hogar (“papá ha dejado de tomar pastillas para dormir” en su caso, “mamá ya no bebe por las mañanas” en el mío); pagamos el gas y la luz de su departamento, no así las expensas y el agua; asistimos a la entrega de premios a los mejores pegamentos vinílicos de la temporada; estimamos la dirección del viento en 53 grados con dirección noroeste, tomando como coordenadas la intersección del pasaje Saavelio Cornedra con la avenida Domiento Fausmingo Sartino; nos hicimos el correspondiente biorritmo de los miércoles y comimos perdices, aunque sin felicidad. El jueves 20 (Día del Estacionamiento Céntrico en Zonas de Privilegio Pagado con Monedas de 10) nos levantamos con la sensación de que algo importante, decisivo, inolvidable, sucedería en nuestras vidas. Desayunamos, hicimos la colación de media mañana, almorzamos, prolongamos la sobremesa (siempre a la espera de ese algo que tenía que suceder), merendamos, hicimos un vermut de casi dos horas, nos pusimos nuestras mejores prendas de vestir y asistimos a la cena semanal de la Sociedad en Comandita de Trabas y Candados para el Sudeste Asiático. Metafóricamente hablando, dicen que siempre se vuelve al lugar del crimen. Comimos con sobriedad, en absoluto silencio. Su cabello rubio, su aire a flor de la vieja parroquia, sus ojos celestes reflejando la gloria de un día que no era aquél, y su canto de calandria muda me recordaron a no sé quién (a la nieta de un mazorquero, a la cuñada de algún payador de Lavalle; no estaba seguro), pero eso me dio fuerzas para ponerme de pie e ir al baño. Cuando volví ella también estaba de pie junto a la mesa, con el abrigo doblado sobre el brazo izquierdo y su mano derecha tendida hacia mí. Nunca fui demasiado imaginativo, pero comprendí en el acto que aquello era lo que estábamos esperando. Nos despedimos con toda corrección y jamás volvimos a vernos.     


Rogelio Ramos Signes nació en La Rioja en 1949, pasó su infancia en San Juan, su adolescencia en Rosario, y reside en San Miguel de Tucumán desde 1972. Publicó numerosos cuentos y microficciones en antologías y revistas, y los siguientes libros: Las escamas del señor Crisolaras (cuentos, 1983) Diario del tiempo en la nieve (novela, 1985), En los límites del aire, de Heraldo Cuevas (novela, 1986), Soledad del mono en compañía (poesía, 1994), Polvo de ladrillos (ensayos, 1995), El ombligo de piedra (ensayos, 2000), En busca de los vestuarios (novela, 2005), Un erizo en el andamio (ensayos, 2006), La casa de té (poesía, 2009), Por amor a Bulgaria (novela, 2009), Todo dicho que camina (microrrelatos, 2009), El décimo verso (poesía, 2011) y La sobrina de Úrsula (novela, 2015). Ediciones Desde la Gente le editó la antología Monoambientes, microficciones del NOA (2008); y La aguja de Buffon la antología Cuaderno Laprida (2016) en homenaje a David Lagmanovich.                                                                 

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