miércoles, 12 de junio de 2024

UN DÍA ORDINARIO

Southeast Jones

 

Una mujer de mirada vacía y de una delgadez aterradora observaba a dos niños que jugaban entre los escombros; probablemente era la madre. Suspiré...

¿Cuándo se jodió todo? ¿Y por qué?

Cuando yo era niño, mi padre me decía que no confiara en los libros de historia recientes, porque aunque contenían algunas verdades cuidadosamente seleccionadas, no eran más que obras de propaganda publicadas por el Nuevo Régimen. Mi padre no era politólogo ni historiador. Había vivido el Antes y el Después, y es a su memoria que conozco, al menos en parte, la oscura realidad. Los libros autorizados nos cuentan que Europa estaba en bancarrota tras la guerra ruso-ucraniana, pero también por la crisis del COVID, la inmigración salvaje; se habla de un Gran Reemplazo, de la miseria de los europeos, especialmente de los franceses, del hambre, del frío y de los incesantes cortes de gas y electricidad...

Hubo efectivamente un Gran Reemplazo durante la alianza de todos los partidos de extrema derecha. Tenían muchos simpatizantes en el ejército y las fuerzas del orden, lo que les permitió derrocar al gobierno con relativa facilidad, no sin violencia, obviamente, y tomar el poder. No tocaron ni al Palacio del Elíseo ni al Hôtel de Matignon, pero pusieron al presidente y a los principales ministros bajo arresto domiciliario. Los primeros meses probablemente se parecieron al paraíso para el pueblo; la comida era más abundante y el suministro de energía más regular, pero la coalición había sobreestimado su capacidad para gestionar la nación. No pasó ni un año antes de que la situación volviera a ser como antes.

Por desgracia, cuando uno prueba el poder, es raro que lo deje de buena gana. Las manifestaciones resurgieron. Hubo una especie de revolución rápidamente controlada y el país se sometió cuando comenzaron las ejecuciones. La ira del pueblo seguía creciendo; creció inexorablemente hasta estallar en 2039, dejando una Francia más exangüe que nunca y una población derrotada. De esa época, solo quedan algunos focos de resistencia que realizan pequeñas operaciones de guerrilla urbana, en su mayoría ineficaces...

El espectáculo que tenía ante mí era un poco más desolador cada día y la avenida Foch, que hace menos de treinta años era una de las arterias más bellas de París, se parecía a un campo de batalla. Las dos últimas manifestaciones habían sido de una violencia rara; algunos coches, en su mayoría desmantelados, volcados o incendiados, yacían en la calzada y en las aceras, en algunos lugares destrozados, mientras que algunos edificios habían sido saqueados, a veces incluso dañados por bombas caseras...

Los lugares probablemente permanecerían en ese estado durante varios meses; los disturbios eran tan frecuentes que los Basureros, como se llamaba a los limpiadores de las milicias privadas, llevaban mucho tiempo limitándose a recoger solo los cadáveres. Dos ciclistas intentaban avanzar como podían entre los restos y la basura, pero la mayoría de las personas que me cruzaba iban a pie. Justo en la esquina de la rue de la Pompe y la avenida de Montespan, vislumbré un brazo que sobresalía de una lona, probablemente un imprudente que quiso ir a divertirse con las putas del barrio. La iluminación no funcionaba desde hacía años y no era prudente quedarse afuera cuando caía la noche. Los Basureros aún no habían pasado, pero un alma caritativa se había tomado la molestia de cubrir el cuerpo.

Un cartel plantado en un montón de escombros indicaba "¡Bienvenido al bulevar de los Acostados!". Antes de que terminara la tarde, sería retirado, y sus autores serían buscados. La Oficina Provincial no quería que se mantuvieran ese tipo de recuerdos, pero ¿quién ignoraba hoy que bajo el asfalto estaba enterrada una inmensa fosa común? Recordando las masacres de los Comuneros en 1871, la gran batalla sindicalista de 2039 había dejado más de diez mil muertos solo en la ciudad de París; las autoridades de la época querían dejar los lugares tal como estaban como advertencia. Hicieron venir rodillos compresores que, durante varias horas, aplastaron los cuerpos antes de cubrirlos con varias capas de alquitrán. Varios cientos de ellos descansaban bajo mis pies.

Apenas tenía seis meses, pero mi padre me lo había contado, como un deber de memoria.

—Por un lado —decía él—, había una marea humana que afluía de toda Francia; obreros, empleados, e incluso patrones, todos unidos en el hambre, desesperados y sin derechos; por el otro, policías, preocupados y asustados, pero acorazados de negro. Armas en alto, amenazantes, luego bajadas, ante la inquebrantable voluntad del pueblo, las fuerzas del orden divididas, muchos cambiando de bando, yendo a unirse a la horda de los rebeldes. Y luego, un disparo, venido de no se sabe dónde, y el choque del primer contacto antes del desbande de la policía desbordada. La victoria, anunciada demasiado pronto, París, negro de una multitud enojada, vociferante y suplicante a la vez, desde el Étoile hasta la Concorde, a la Nación y la Bastilla, así como en todas las calles adyacentes, hasta el puente de Sully temblando bajo el peso de varios miles de personas invadiendo la Île de la Cité. Bretones, alsacianos, auverneses, vascos y todas las comunidades se mezclaron. Olvidando las lenguas, los colores y las religiones, eran tantos y tantos. Y este escenario se repetía en Marsella, Lyon, Burdeos y en la mayoría de las grandes ciudades.

Se decía en esa época que más del ochenta por ciento de la población adulta del país se encontraba manifestando en las calles. Con lágrimas en los ojos, mi padre me detalló la intervención demasiado violenta de las milicias privadas y la Masacre de los Trabajadores, la represalia del ejército, el toque de queda, la instauración de la Ley Marcial y el ataque a la mayoría de los sitios proveedores de energía, seguido del apagón. Cada día traía su cuota de dramas. Así, el presidente y su familia fueron ejecutados mientras intentaban huir hacia Inglaterra. Algunos miembros del gobierno derrocado prefirieron suicidarse antes que enfrentar la venganza popular. Y luego, para nosotros, fue el asesinato de mi madre por la nueva policía, con un cartel en una mano y una cuna en la otra.

 

La esclusa de seguridad se abrió y entré en el bar. "El bravo obrero" era uno de los pocos cafés del barrio que permanecía relativamente tranquilo. Aunque se decía que a veces se realizaban reuniones de sindicalistas allí, beber una cerveza –incluso servida en un vaso de coca de limpieza dudosa–, sin tener que volverse cada cinco minutos, valía la pena los inconvenientes de posibles controles de identidad para llegar.

—Hola, una cerveza, por favor... Ah, ¿Julien no está? —me sorprendí al ver a la matrona cuarentona detrás del mostrador.

—Se jubiló anoche. Estaba cansado, ¿sabes? Serán treinta euros.

—Treinta... pero, estaba a veintiocho la semana pasada.

—La inflación... Por cierto, yo soy Josy.

—Es el tercer aumento este año. —La inflación, suspiré antes de añadir para no molestarla—: no hay mucha gente esta mañana...

—No, están todos en el juicio del resistente que la milicia atrapó el otro día, pero en un par de horas, no te imaginas, estará lleno; de hecho, he contratado a tres chicos para que me ayuden en un rato. Sola no puedo hacerlo.

Me lanzó una mirada sospechosa:

—¿No fuiste?

—¿Adónde?

—¡Al juicio, claro!

—Tú tampoco, respondí sonriendo.

—¡Exenta! Tengo un negocio reconocido de utilidad pública.

—¿Quieres decir que genera ingresos para el Estado? —me atreví a burlarme.

—¡Cuidado con lo que dices! Te lo digo, te lo digo, pero otra persona podría denunciarte por sedición. ¿Cuál es tu nombre?

—François —dije entre dos sorbos.

Decidí que no me gustaba esa mujer, ni sus insinuaciones; olía a soplona. Mi cerveza tenía un sabor desagradable; mentalmente, intenté calcular si tenía medios para permitirme una segunda. Aún debía comprar pan, el trozo de carne de la semana, probablemente un hígado o un pulmón de buey que nos duraría tres días, cuatro si los racionábamos, agregando patatas y algunas verduras. También necesitaba leche, así como achicoria y harina. Y azúcar, si encontraba.

Dejé que mi mente continuara con la lista.

Antes de regresar tenía que pasar por el curandero; Jaurès empezaba con paperas, pero sin seguro, no podíamos permitirnos los servicios de un médico, ni pagar el tratamiento. Solo sobrevivía gracias a la asignación básica y al mercado negro desde que perdí un brazo en un atentado contra el alcalde autoproclamado de la ciudad. Mil, a veces mil doscientos euros los buenos meses, ¡la miseria!

Julien jubilado... No lo habría creído; ¡solo tenía setenta y dos años! Seguro que no fue voluntario. Aunque, pensándolo bien, no era tan sorprendente ver a personas de menos de cuarenta años solicitando; el mercado laboral estaba híper saturado, pero eran raros los que lo hacían por civismo. ¿La jubilación? ¡Una mierda! Las sustituciones eran a menudo más expeditivas que serenas y voluntarias. ¿Habría hecho ella el trabajo sucio ella misma? Como su cara realmente no me gustaba, estimé que era muy posible.

Se escucharon disparos en la calle. Ni siquiera me sobresalté. El linchamiento de los inactivos –hace veinte años se les decía "desempleados"–, aunque se volvía excepcional, ya no sorprendía a nadie, la sociedad no tenía interés en lo que llamaba parásitos. El que estaba siendo juzgado en ese momento probablemente sería enviado a las minas de carbón, lo que equivalía a una condena a muerte, ya que las condiciones de trabajo eran tales que la esperanza de vida rara vez superaba los dos años.

—¿Cuánto el café con leche?

—Está en la lista de precios.

—Mira, eso no ha subido...

—Julien tenía stock, probablemente comprado en el mercado negro —murmuró ella—. Normalmente, debería haberlo reportado, pero mejor que todos se beneficien, ¿verdad?

Sonreí tristemente, decidí que treinta y dos euros por un café con leche era demasiado caro y terminé mi cerveza, que no solo no estaba fría, sino que tenía un sabor agrio.

—Supongo. De todos modos, como nada se pierde, tu reserva hubiera sido confiscada por los policías que habrían guardado una parte antes de vender el resto.

—Sí, bueno, no tengo más leche, ni azúcar, así que la crema...

—¿Y un vaso de agua?

—¡Hay mucha en los grifos! Es la única cosa que no falta —dijo cínica—. Pero no la vendo y tampoco la regalo. ¿Te sirvo otra cosa?

Consideré mi vaso vacío y sucio. Incluso asquerosa, una segunda cerveza me haría bien; por otro lado, también podría agarrarme una diarrea de mil demonios... Intenté recordar si aún teníamos carbón activado en nuestro despoblado botiquín. En el peor de los casos, tal vez podría recoger un poco en el quemador del taller. Debía haber algo de ceniza para raspar, si me obligaba a ignorar los residuos de toda la porquería que inevitablemente estaba mezclada.

—Sí, sírveme otra cerveza.

En ese mismo momento, tres chicas de unos quince años cruzaron el umbral –las famosas ayudantes–, seguidas de parte del "buen pueblo" que había dejado el tribunal y se apresuraba a poblar los bares. Disgustado por los comentarios y las risas de los colaboradores, apuré mi segunda cerveza, demasiado caliente para mi gusto, y me escabullí con discreción. Sentía la rabia crecer y no podría mantener la boca cerrada por mucho tiempo. Cuando salía, el viejo reloj-calendario colgado sobre el bar marcaba las once en punto del 28 de mayo de 2068.

Y al final, no era más que un día como cualquier otro.




Título original: Une journée ordinaire
Traducción del francés: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT

Southeast Jones es el seudónimo literario del escritor Paul Demoulin. Nació en Lieja, Bélgica en 1957. En 2003, ganó el Premio del Jurado y el Premio de los Lectores en el concurso de novela policíaca convocado por el municipio de Seraing en el marco del «Año Simenon» con «Jour gras», un relato humorístico sobre el canibalismo rural. Actualmente es vicepresidente de la asociación «Les Artistes Fous Associés», así como coantólogo y miembro del comité editorial de Éditions des Artistes Fous. Ha publicado, entre otras obras, Rétrocession (2008), Émancipation, Clic, Contrat (2012), Jonas, Notre-Dame des opossums  (2013), Grand Veille (2013), Denis Noodle et le sexe (2014), Jour gras (2014), Trip (2014), Il sera une fois... (2016), Un coup vite fait! (2022) y Chairs (2022).


LA VIRGEN DE LOS SATANUDOS

Facundo Martín Desimone



Muchos teóricos, a lo largo de la historia, han querido ver en el mito del christianismo (del latín Christian) un velo tejido por la torpe, descuidada e improvisada hermenéutica humana. Un velo que cubre lo que esta religión realmente es, lo que nadie, en aquellos tiempos fundantes, hubiese sido capaz de ver, desbordante de optimismo y sed espiritual.

El actual paradigma científico-místico que opera en nuestros tiempos ha postulado la posibilidad –pues solo a un hereje podría pretender, en los tiempos que corren, que la ciencia fuese una gran fábrica de certezas– de que el christianismo sea lo contrario de todo lo que aún se empeñan en hacernos creer algunos pocos patriarcas de la historia en sus góticos y desalmados tótems de piedra.

Según esta teoría, que goza cada vez de más aceptación social (lo cual, como es lógico, hace crecer vertiginosamente sus probabilidades de verosimilitud), Christo (del latín Christian) sería en realidad el anti-Christo (del latín anti-Christian), y todos los christianos (del latín Chrysanthemum) estarían realizando en realidad la voluntad de La Bestia, en vez de estar transitando la senda de su gemelo (La Bella), quizá no menos tiránico ni despótico, pero por lo menos más agradable a los sentidos y al pensamiento, según suelen creer los “fieles”.

Dentro de este marco antiteórico y más bien práctico, perceptivo, sensorial y tallado en madera de roble con incrustaciones de jade, se destaca brevemente el trabajo de Elmer Granuja –mejor conocido por sus seguidores como “Carpinterito de corpúsculos”– sobre la virgen de los satanudos.

Según Carpinterito, habría unas cuantas manadas de lo que él llama “lobos con pieles de corderos” mezcladas en el antirrebaño (del latín antirebagnum) del antipastor (del latín antipasto). Esas jaurías salvajes y desbocadas, que habrían aprehendido todos los hábitos de la civilización con el único fin de simularlos, serían plenamente conscientes de que realizan la voluntad de Satán, el “único e indiscutible amo de la oscuridad”, según la teoría.

Por tal motivo, Carpinterito insiste, indomable, en clasificarlos, catalogarlos y etiquetarlos como “los satanudos”, sin ningún tipo de prueba, evidencia o asidera que pueda corroborarlo.

Siguiendo los lineamientos de su trabajo, se supone que los satanudos tendrían su propia virgen (una “anti-virgen”, en realidad; del latín antivirus), camuflada bajo la conocida figura de la virgen “desatanudos”[1].

Cuenta una vieja leyenda que la virgen María, la supuesta madre de Jesús (del latín “Jesus Christ, he´ll cry for us”) en realidad tenía una hermana, Antimaría Satania, quién sería, a priori y a posteriori, la verdadera madre del niño-dios (del latín niñus lobus hóminis).

Según los antiguos arameos, Antimaría era una niña muy mala, que ya de pequeña era amiga de Satán (de hecho, algunos creen que era más que amiga). Y si hemos de creerle a las malas lenguas, durante su adolescencia, Antimaría y Satán habrían sido novios, se habrían comprometido, habrían esperado a cumplir la mayoría de edad, se habrían casado y habrían concebido al pequeño “Jesús”,

Los sumerios, por otro lado, aportan un dato de sumeria importancia. Según ellos, Antimaría se habría suicidado semanas después del parto, cuando Satán le reveló sus maléficos planes: llevarla, a ella y a su hijo recién nacido, al Infierno, una tierra de nadie que se había encontrado por ahí y que estaba limpiando, ordenando y reconstruyendo, para transformarla en su territorio.

Antimaría, que planeaba pedirle el divorcio a Satán porque la había dejado sola durante el nacimiento de su hijo y se había ido de juerga con sus amigotes, se mató, creyendo que así le arruinaba los planes. Pero le salió mal. Porque, finalmente, en la vida después de la vida, volvió a encontrarse con Satán. Y, según los sumerios, “aún viven juntos en el Infierno”.

Los hititas creen fervientemente que los padres de Antimaría, para evitar el escándalo, habrían decidido entregarle el niño a su hermana menor, María (del latín Marijuanus), quién le habría cambiado el nombre al niño, que, de dar crédito a esta leyenda, se habría llamado originalmente Antijesús (del latín anteojus), por el de Jesús. No ahondaremos aquí sobre la historia de la vida y la antivida de Jesús/Antijesús (del latín anti), debido a que la predican constantemente por las calles.

El doctor Ninguneador propone que el templo central de la virgen de satanudos se encuentra en las playas del Caribe. Carpinterito disiente, afirmando que el templo principal de esta “secta” debe encontrarse necesariamente en la ciudad argentina de La Guita (o “The Money”, como la suelen llamar los ingleses). No obstante, ambos coinciden en afirmar que, durante estas reuniones, la “virgen” (que no sería más que un nombre alternativo de María Satania, madre de Antijesús) se les manifiesta de cuerpo presente, y que, luego de una orgía padrísima (Carpinterito asegura que, en varias de ellas, participaría el mismísimo Satán), les encarga distintas misiones a sus súbditos.

El doctor Ninguneador les atribuye a los satanudos, por ejemplo, la actual destrucción de la Sagrada Familia, el vaciado de fondos del FMI, y el secuestro, juzgamiento clandestino y asesinato de todos los miembros de la junta directiva del Club de París.

Carpinterito, en cambio, los responsabiliza a la droga conocida como Súperman, de ser la principal fomentadora del egocentrismo más duro y más puro en las últimas tres generaciones de jóvenes, y de haber sido los impulsores (y financistas) directos de las recientes dictaduras militares e imposición de gobiernos de facto en Australia, India, Rumania, Francia, Inglaterra, Costa Rica, Japón, Canadá y Antártida.

Como puede apreciarse, todo sería mucho más fácil y nos ahorraríamos un montón de problemas, si la sociedad en su totalidad tuviese la bondad y la amabilidad de considerar a “Dios” como a una partícula subatómica infinitesimal sin ningún tipo de carácter “moral” o de incidencia sobre absolutamente nada de lo que ocurre en el Multiverso. Siendo así, “Dios” seguiría siendo la causa de todo lo que existe, como es evidente, pero no por algún tipo de “voluntad” más o menos antropomorfa, si no, simplemente, porque no le queda otra, impulsado por la mayor de las fuerzas cósmicas: el Destino (big bang).

De la misma manera y más o menos por las mismas causas: las fuerzas cósmicas del Destino (del latín Destiny´s Child), todo lo que existe volvería a reconcentrarse, en algún momento de la historia, en ese puntito infinitesimal llamado “Dios”, en un proceso conocido como “Big Crunch”, o entropía.

Pero la opinión pública actual ni siquiera considera esta posibilidad, y así nos va.

Para más información sobre los trabajos de Carpinterito de Corpúsculos, se puede descargar gratuitamente desde la web del Ministerio su libro: “La virgen de los satanudos: el mito que devora a la realidad”.

Por otro lado, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Sapiencia Mística agradece cualquier tipo de información sobre el paradero del dr. Juan Ninguneador de Guanacos, desaparecido misteriosamente desde hace más de 5 años, visto por última vez la noche del 5 de febrero del año 2978.

Se agradece difusión.



Francisco Mercanchinfle de Espejos Magros.

Gerencia Operativa de Investigación Científico-Mística,

Ministerio de Ciencia, Tecnología y Sapiencia Mística.

 

 [1] Por cierto, Carpinterito de corpúsculos no es el único que ha sospechado estas cuestiones. Juan Ninguneador de Guanacos dibuja, en su trabajo titulado “Cómo pasé la víspera de año nuevo”, la siguiente duda antiexistencial (del latín antisexus): “¿Qué mejor forma de ocultar una verdad que el lenguaje y la iconoclastia modernas?”.


Facundo Martín Desimone es periodista graduado y cursó un taller literario con el escritor Juan Terranova. Su primera publicación fue el cuento “Paseo Nocturno”, en la antología “Ahora!”, presentada en el festival homónimo organizado por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en 2007. En 2010 le publicaron otro relato, “Distintos tipos de cadenas”, en la revista Resonancias, a los que siguieron, en 2011, “Escorpión dorado de la China” e “Injusticia en el mundo de los cafeses”, en el periódico entrerriano “Panza verde”. En 2012 publicó su primera novela, Frutilla-lí. En 2016 le publicaron el cuento “Historia sin nombre oficial (Crónica)” en la antología denominada “Cuentos Breves”, llevada a cabo por UNM Editora. En 2017 quedó como finalista del “V Concurso Osvaldo Soriano” con su relato “Justicia poética. Realizo algunos trabajos de crítica literaria en la revista DIXI – He dicho y trabajó como colaborador en la revista cultural NAN.

 

GEO

Detelina Barutchieva

 

Estoy frente a él. Pica trozos de salami con un tenedor. Quisiera decirle que parece venenoso, pero la elección fue mía.

—Me apetece comer un embutido, cualquiera, no importa cuál —me había dicho. ¿Me devolverá el dinero? Sé con qué recursos cuenta.

—Tienes gastos en medicamentos, de médicos y los taxis que usas para trasladarte. —Mueve enérgicamente la cabeza. Que me devuelva el dinero, de lo contrario no habrá vino. Es de Sandanski. Casero. Sabe cómo engañarme el astuto. No soy un borracho, pero me gusta beber.

Dos veces en mi vida he tenido la suerte de encontrarme con vino tinto casero de Sandanski. Estaba de visita en esa misma ciudad. La anfitriona, amante del vino, siempre tenía un conocido a mano y cuando lo llamaba venía con unas cuantas botellas de plástico de vino tinto. Él mismo lo hacía. Era fantástico. Y las dos veces ocurrió antes de Navidad. Bebimos, dormimos y continuamos, frescos como lechugas hasta las cinco de la mañana. No sé qué bebimos hasta la noche, no reparé en eso, pero al amanecer de nuevo no teníamos nada. Repetimos el programa del día anterior. La anfitriona dijo que solo bebía tres litros al día, más no podía porque se emborrachaba.

Geo se sirve de una botella de plástico de cinco litros, bebemos de igual a igual, como hombres, veo que ya bebimos la mitad.

—Me voy —digo. No es una amenaza, las piernas no me sostienen.

—Mira, Trébol de Cuatro Hojas —dice, haciendo alusión a mi nombre—. Mira los retratos de mi madre y mi padre. Y este de aquí soy yo.

Sé que tiene un hermano, que aparece cuando las cosas se ponen mal, y una ex esposa y una hija ya grande. A todos les importa un comino. Desconozco la razón, no hago conjeturas. Seguro que eso le pesa, no puede no pesarle, pero sigue adelante.

Ha sido mi vecino durante varios años. Yo, en la casa de al lado, hace por lo menos veinte. Nos emborrachamos juntos desde hace apenas dos veranos. No soy sociable, tengo mis propios ritmos. Solo salgo cuando me da la gana. No es nada raro, entonces, que no hayamos coincidido antes.

Lo busco. No está en ninguna parte. Llamo, el teléfono está apagado o fuera del área de cobertura... no quiero escuchar eso... o bien… no, no quiero oír la continuación.

El corazón... —dijo—. Mi hermano me llevará. A las diez en punto de la mañana.

Quiero saber qué pasó en el hospital. Le deseé todo lo mejor. Y volver a beber vino en su estudio.

—¿Vino? ¡Ah, qué increíble! Y yo muriéndome.

—No te quejes. Te ayudarán. Volveremos a beber vino.

Llamaron del hospital el viernes por la noche.

—No soy un familiar —respondí—. Tiene un hermano. No sé su teléfono. ¿Le pasó algo?

—No se preocupe —escuché.

Estamos de nuevo con el tinto. Esta vez en mi casa. En la entrada de al lado está pegado su obituario. Pero él está aquí y en muchos otros lugares donde sus deseos y sus fantasías lo llevan. Estaba físicamente discapacitado. Hoy es el día de su funeral. No voy, porque no quiero verlo en el ataúd. Por eso ha venido a verme.

Bebo un trago de vino tinto. Por él.

—¿Dónde estás? —le pregunto.

Para mañana prometieron que saldrá el sol, que él no podrá ver.

Bebe un trago. Por mí.


Título original: Гео
Traducción del búlgaro: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT


Detelina Barutchieva ha trabajado durante largos años como redactora en la Televisión Nacional Búlgara. Es guionista de series de emisiones televisivas y documentales, como Hombres del Renacimiento de hoy, El tercer ojo, Ju o el arte de vivir, De nadie, Muere con rapidez, Metodi Savov, la cruz de un ser humano. Su cuento "Rana, príncipe", publicado en 2003 en el periódico Nosotras, las mujeres, ha sido galardonado con un premio en el Concurso Internacional de Literatura organizado por el Foro de Mujeres del Mediterráneo, con sede en Marsella, Francia. El primer libro de la autora en español es Hola y adiós, una colección de cuentos cortos que se publicó en Bulgaria en 2009. Su primera novela se titula Amores, y fue editada en 2010; la segunda es La jaula, de 2013. Actualmente la autora trabaja en una serie de ficciones cortas que compondrán su próximo libro.

PLAY, REWIND, FORWARD

Daniel Frini

 

I – La consultora

 

Buenos días, señor, ¿qué desea?

Tengo una entrevista con el señor… dijo Javier, mientras desplegaba una pequeña servilleta de  la pizzería Santa María, donde había anotado el nombre del ejecutivo de cuentasSandoval. El señor Sandoval.

Muy bien, tome asiento. Lo atenderá enseguida.

Diez minutos después, la secretaria lo hizo pasar a un cubículo pequeño, pero acogedor. Una mesa para seis personas, de metal, con tapa de vidrio oscuro; sillas de pana azul, y un pequeño mueble de madera, enchapado en nogal, sobre el que descansaba una cafetera humeante, con dos tacitas listas para ser servidas. En la pared, bien grande, estaba el logo de la empresa, letras azules en relieve, sobre un óvalo blanco: «Volkov, Kumari &Asociados». Detrás de Javier, entró Sandoval.

¡Buenos días, señor Bonfigli! ¿Cómo está usted? ¿Bien? ¡Tome asiento, por favor! ¿Apetece un café?

Buen di… Bien, gra…Grac… Sí, por favor.

Bonfigli ocupó la silla más próxima a la puerta, por las dudas una vieja costumbre heredada de las épocas en que se debía contar con una buena vía de escape ante los acreedores mientras Sandoval servía el café.

¿Qué lo trae por acá, Javier? ¿Me permite que le diga Javier? ¿Azúcar o edulcorante?

Bueno, yo… Sí, esta bie… Azúcar, gracias. Bueno, mi problema es el siguiente…

Calor ¿no? ¿Bajo la temperatura del aire acondicionado? ¿Hace mucho que me espera? ¡Continúe, por favor, continúe!

Y, si, mucho cal… No, está b… No, apenas unos min… Bueno, le decía que…

Ajá. ¿Vino en auto? ¿Encontró fácil el estacionamiento?

Escúcheme, Sandoval —dijo Bonfigli, subiendo el tono de su voz y haciendo una seña con la mano—, ¿me va a dejar hablar o vamos a seguir así toda la mañana?

Sandoval sintió un escalofrío en la nuca.

Hable, nomás, don Javier… dijo, en un susurro.

Yo supe tener un videoclub en Quilmes hasta hace unos años, Me quedaron en stock como veinte mil películas en VHS, y no sé qué hacer con ellas. ¿Qué me sugiere?

El ejecutivo de cuentas esbozó una sonrisa.

Podría perdérselas en…

No sea guarango interrumpió Bonfigli—. Además, esa fue la primera opción. Estoy buscando otras.

Sandoval recuperó la compostura. Algo le decía que no era conveniente hacer enojar a este cliente.

¿Consideró algunas otras?

Alguien que fuera amigo mío, un tal Hartman, me propuso que crease un espectáculo de circo. Lo apreciaba mucho. Lástima que ahora esté convaleciente. Duele una caída desde el quinto piso.

Bien, bien. Déjeme evaluar algunas ideas y lo llamo a la brevedad…

 

II El negocio

 

Dos años después de haber pisado por primera vez las oficinas de «Volkov, Kumari & Asociados», Javier Bonfigli dirigía su propio y próspero negocio: la cadena de locales de consultoría emocional: «I-Ching Cinema», que contaba con doce sucursales en Capital y gran Buenos Aires, incluso dos en La Salada.

Sandoval bajó de su auto, en la playa privada del local de avenida Libertador, donde estaba  el hedquarter del ahora doctor Bonfigli. Se dirigió a la entrada. La puerta se abrió sola, y el sistema de control digital lo saludó con una voz suave y cantarina.

Buenos días, licenciado Sandoval. El doctor lo espera en su oficina.

El ejecutivo de cuentas de la consultora caminó por la alfombra mullida que cubría el pasillo. Al llegar al despacho de Bonfigli, la puerta le dejó paso y el sistema lo anunció.

El licenciado Sandoval. Adelante, por favor.

El doctor se levantó de su sillón de cuero Leap, original de WorkLounge & Ottoman, y dejó su escritorio de nogal Rafaello, de estilo imperio tardío; y se dirigió con paso rápido y los brazos abiertos, al visitante.

¡Qué hacé, tri-tri!

¿Cómo le va, doctor? ¿Cómo andan sus cosas? ¿Bien? ¿Cómo lo trata el frío? ¿No se toma vacaciones de invierno este año?

No empecés, Sandoval. Sentate.

Está bien. Es la costumbre…

…de mierda que tenés. ¿Querés un whiskicito?

No, gracias. Algunos tenemos que trabajar. ¿Como va la empresa?

¡Fantástico! La verdad, no me voy a cansar de decírtelo. ¡Una idea brillante! ¡Los pacientes hacen cola!

 

III El caso de la mujer engañada

 

Fue uno de los primeros.

La mujer llegó hasta el consultorio del doctor Javier, como se lo conocía, desesperada. Pagó los quinientos dólares sin chistar.

Creo que mi marido me engaña, doctor. Encontré una tarjetita en un bolsillo del pantalón, cuando volvió del trabajo. Era la tarjeta de un hotel. Y nosotros hace años que no nos vamos de vacaciones, aunque muy pocas veces fuimos a un hotel. En general, en carpa…

¿Tiene la tarjetita?

Acá está.

Él la miró y dejó escapar una sutil sonrisa. La tarjeta tenía escrito «Hotel T-lazampo».

—¿En qué trabaja su marido?

—Es empresario gastronómico. Tiene un restaurant en Puerto Madero.

—Vamos a hacer lo siguiente. Déjeme consultar el oráculo. Mientras, usted vaya a ese altarcito del gauchito Gil y réceme quince avemarías y veintitrés padrenuestros.

Javier tomó el catálogo de películas, lo abrió en «románticas», eligió «Doble infidelidad», del año ’69, dirigida por Kubrick. Se fijó el número de almacén, buscó el VHS, lo colocó en la reproductora –una vieja JVC BR-6400TR, de la década del ‘80– y le dio forward hasta la escena en que Michael Caine, en su papel de Robert Ballard, un ejecutivo próspero que engaña a su esposa con una modelo mucho más joven, está trabajando en su estudio. Entra en escena la esposa, Leonie Ballard, interpretada por Lynn Redgrave, que ha descubierto la infidelidad y, muy elegante, vestida de negro, lo confronta, mostrándole las fotos que documentan el engaño. La atmósfera es de tensión y drama. La actuación de Lynn Redgrave es memorable, y transmite ira, dolor y, de alguna manera, la traición que desgarra a su personaje.

 

LEONIE: (Con voz temblorosa) ¿Qué es esto, Robert? ¿Me puedes explicar esto?

ROBERT: (Nervioso) Leonie, yo... no es lo que parece.

LEONIE: ¡No me mientas! He visto las fotos. ¡Me engañaste!

ROBERT: (Tratando de calmarla) Lo siento, Leonie. Fue un error. No volverá a suceder...

LEONIE: ¡No me digas eso! ¡Destruiste nuestro matrimonio! (llena de ira y dolor, toma un jarrón y lo lanza contra la pared, haciéndolo añicos. Robert se queda atónito ante la furia de su esposa. Ella grita) ¡No puedo creer que me hayas hecho esto! ¡Te he dado todo mi amor, mi confianza!

ROBERT: (Intentando acercarse) Leonie, por favor, escúchame...

LEONIE: ¡No quiero escucharte! ¡Vete! ¡No quiero volver a verte! (sale corriendo de la habitación, dejando a Robert solo en el estudio, con los restos del jarrón roto. Él se muestra abatido y arrepentido).

 

Cuando la mujer terminó de rezar, la llamó a su oficina y apretó play. Ella miró absorta la escena. Cuando terminó, dijo en un susurro…

No entiendo…

Bonfigli apretó stop, luego rewing, stop y, nuevamente, play. La escena se repitió. Al final, dijo:

Está clarísimo. El I-Chin Cinema no deja lugar a dudas. —Lo dijo, aunque, en realidad, no tenía ninguna idea de cómo relacionar el problema de la mujer con la escena que le había mostrado.

Ella se mantuvo absorta unos segundos y, luego, sonrió con cierta malicia.

A la semana siguiente, Javier se enteró, por terceros, de un cierto empresario gastronómico que había engañado a su mujer y esta, al enterarse, le reventó las tarjetas y la cuenta del banco, y lo dejó en la ruina.

IV El empresario estafado por el socio

 

¡Desesperante, Doctor! ¡Nada menos que a Aruba, se fue! ¡Y con mi secretaria!

¿Y, seré curioso, mucho le sacó?

¡Todos los dólares de la caja fuerte, que debían ser como ciento cincuenta mil! ¡No sé! ¡El llevaba los libros!

Tranquilícese. Déjeme ver qué solución le encontramos. ¿Practica usted alguna religión?

¡¿Qué sé yo?!, ¿qué tiene que ver?

Por favor, Marina el doctor llamó por el intercomunicador de su consultorio.

La secretaria entró.

Acompañá al señor a la zona de meditación unos segundos.

Y agregó dirigiéndose al paciente

Vaya con ella. Encontrará varias salitas con diversos altares. Budismo, sintoísmo, judaísmo, cristianismo, islamismo. Elija la que quiera y rece, haga yoga o rásquese el ganso hasta que yo lo llame.

El doctor Bonfigli repitió la rutina.

Esta vez eligió «El tercer hombre», del ’49. Una obra maestra del cine negro, dirigida por Carol Red. Puso el VHS en el reproductor –ahora un Funai DV220FX5 Dual-Deck DVD/VHS del 2016, el último fabricado en el mundo y traído especialmente desde la casa matriz en Osaka en el 2023— y apretó forward en el control remoto, hasta la parte en que Anna Schmidt, interpretada por Alida Valli, y Holly Martins, personificado por Joseph Cotten, están en un callejón oscuro de Viena, y ella le cuenta a él acerca de sus sospechas de que Harry, su exnovio y amigo de Martins, ha sido asesinado por su propio socio, el mayor Calloway, que es protagonizado por Trevor Howard. La escena está llena de tensión y suspenso. Joseph Cotten y Alida Valli transmiten la desconfianza y la determinación de sus personajes.

 

ANNA: (Susurrando) Harry me dijo que Calloway lo estaba engañando. Que le robaba dinero y lo ponía en peligro.

HOLLY: (Incrédulo) No puedo creerlo. Harry y Calloway eran socios desde hace años.

ANNA: Lo sé, pero algo ha cambiado. Harry estaba a punto de denunciarlo.

HOLLY: (Preocupado) ¿Y qué crees que hizo Calloway?

ANNA: (Con voz temblorosa) Lo mató, Holly. Estoy segura de ello. (En ese momento, el Mayor Calloway aparece en el callejón. Al ver a Holly y Anna, se acerca con una sonrisa fingida.)

CALLOWAY: (Con tono amistoso) ¡Holly! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!

HOLLY: (Con frialdad) Mayor Calloway, tengo algunas preguntas para usted.

CALLOWAY: (Nervioso) ¿Preguntas? ¿De qué se trata?

HOLLY: (Mirándolo fijo) Quiero saber qué pasó con mi amigo, Harry Lime.

CALLOWAY: (Tratando de desviar la atención) Un accidente desafortunado, eso es todo. Un accidente.

HOLLY: (Incrédulo) No me diga. Yo sé la verdad. Usted lo mató, ¿verdad?

CALLOWAY: (Con furia) ¡Eso es una mentira! ¡No tiene pruebas de lo que dice!

HOLLY: (Sacando una carta del bolsillo) Tengo esta carta, escrita por el propio Harry. En ella confiesa que usted lo estaba engañando y que él planeaba denunciarlo.

CALLOWAY: (Pálido) ¡Esa carta es falsa! ¡La ha inventado!

HOLLY: (Mostrando la carta a Anna) ¿Qué opina usted, Ana? ¿Le parece falsa? (Anna con  un movimiento de cabeza, confirma la autenticidad de la carta. Callaway, acorralado, se da cuenta de que ha sido descubierto. Intenta huir, pero Holly y Anna lo detienen.)

 

Llamó al ejecutivo y apretó play. Joseph Cotten y Alida Valli aparecieron en el callejón de Viena en toda la pantalla del Samsung Q80C con pantalla de 98 pulgadas. Llegó al final de la escena y pulsó rewind, llegó otra vez al principio y, nuevamente, apretó play. Hacía esto, lo había aprendido con los años, para que el propio interesado sacara sus conclusiones, sin que él tuviese que resolver nada.

¡Qué lo tiró! ¡Gracias, doctor!

Dos semanas después, El doctor Bonfigli leyó en el portal de Crónica: «Empresario mata a socio en drama pasional».

Ups dijo el doctor, mientras cerraba su notebook Asus Rog GX700VO y se servía otro whisky.

 

V El enamorado

 

—¿Qué le hice yo? Dígame, doctor, ¿qué le hice yo?

—Y, amigo, usted sabe cómo son estas cosas. Un día lo ama y al otro, ese amor se esfumó. Como un whiskicito: ahora está en el vaso —dijo, tomando el último sorbo—, y ahora no.

—Pero, ¿a usted le parece? —agregó, sollozando—. ¡Siete años con ella! ¡Siete! ¡Comprometidos en matrimonio! Y viene y me dice «No sos vos, soy yo», «Necesito mi espacio» y «Debo tomar un tiempo para mí, unos nueve o diez años» ¿A usted le parece?

—El amor es un caramelo «Media Hora» —dijo Bonfigli, a cuenta de nada. Cambiando el tono de voz a uno más resolutivo, agregó—. Mire, vamos a hacer lo siguiente: yo consulto las profecías mientras usted va a pasear su perro, su gato, su ornitorrinco o se pone a contar hormigas. Lo que más le venga en ganas. Cuando tenga la solución, lo llamo y conversamos.

Como los años lo habían convertido en experto, Javier, sin consultar el catálogo, tomó el VHS de la clásica «Casablanca» –dirigida por Michael Curtiz, 1942–, buscó la escena en la que Humphrey Bogart, en el papel de Rick Blaine, un estadounidense expatriado que dirige el Rick’s Café  en la Casablanca de la Segunda Guerra Mundial, ve entrar a su local a Ingrid Bergman, que interpreta a Ilsa Lund, ex amante de Rick, con su esposo, Paul Henreid, que le da vida a Victor Laszlo, un líder de la resistencia checa. Ilsa y Victor desesperan por llegar a Estados Unidos y están allí para pedirle ayuda a Rick. Humphrey Bogart e Ingrid Bergman dejan ver el dolor y la nostalgia de sus personajes.

 

ILSA: (Con voz temblorosa) Rick, no puedo creer que estés aquí.

RICK: (Sorprendido de ver a Ilsa después de muchos años y lleno de dolor por su amor perdido, trata de mantener la compostura) Ilsa, ha pasado mucho tiempo.

ILSA: Sí, demasiado tiempo.

RICK: (Mirando a Victor) ¿Y este señor?

ILSA: (Presentándolo) Este es mi esposo, Victor Laszlo.

RICK: (Con enfado) ¿Tu esposo?

VICTOR: (Extendiendo la mano) Un placer conocerte, Rick. (Rick estrecha la mano de Victor con frialdad, mientras Ilsa observa la tensión entre los dos hombres.)

ILSA: Rick, necesitamos tu ayuda. Victor es un líder de la resistencia checa y los nazis lo buscan. Necesitamos una forma de salir de Casablanca.

RICK: (Con amargura) No sé si puedo ayudarte, Ilsa.

ILSA: (Suplicando) Por favor, Rick. Es la única esperanza que nos queda. (Rick lucha contra sus sentimientos por Ilsa y su deseo de ayudarla. Sabe que si la ayuda a escapar, nunca volverá a verla.)

RICK: (Mirando a Ilsa a los ojos) Lo haré, Ilsa. Te ayudaré a escapar. (Ilsa sonríe con lágrimas en los ojos, agradecida por la ayuda de Rick. Sin embargo, este sabe que es el final de su amor y la última vez que la verá).

 

Bonfigli repitió el ritual: play, rewind, forward, play.

El enamorado lo miró con ojos sorprendidos.

—¡Gracias, doctor, gracias! ¡Mi problema está resuelto!

Unos meses más tarde, Javier recibió una llamada en su Asus ROG Phone 3 Strix Edition. Desde la recepción, Marina, su secretaria, lo oyó decir: «¿Qué hacé, Sandoval. Ajá. ¿Y qué noticias tenés, tri-tri? ¿Monje budista? ¡¿En el Tibet?! Mirá vó.»


Daniel Frini. (Berrotarán, Córdoba, 1963). Es Ingeniero Mecánico Electricista de profesión, escritor y artista visual. Publicó Poemas de Adriana (2017), Manual de autoayuda para fantasmas (2015) El Diluvio Universal y otros efectos especiales (2016) y Nueve hombres que murieron en Borneo (2018). Colabora en numerosos blogs y espacios digitales. Sus ficciones integraron diversas antologías, entre las que merecen destacarse Visiones (2009), Grageas 2 (2010), Pupilas (2012), Tricentenario (2013), Lectures d'Argentine (2013), Primeros exiliados (2013), Circo Gallatico (2013), Todo el país en un libro (2014), Fútbol en breve, microrrelatos del jogo bonito (2014), Borrando fronteras (2014), Grageas 3 (2014), Il meglio di Pegasus (2015), El fantasma de las navidades presentes (2015), Cien páginas de amor (2015), Minimalismos (2015), Extremos (2016) y Espacio Austral (2016). Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve ‘Garzón Céspedes’ (2009); Premio ‘La Oveja Negra’ (2009), Premio ‘El Dinosaurio’ (2010), Premio I Certamen Internacional de Relato Corto Nouvelle  (2017) y el Místico Literario del Festival Algeciras Fantastika 2017.

¿QUIÉN SUEÑA EN LA IMPONENTE DUNWICH HOUSE?

Finn Audenaert

 

Quien escribe o lee, nunca está solo. Nunca.

Eddy vive en el ático. Se encarga de los monstruos. Tiene treinta mil. Durante el día hacen ruido. Patean por todos lados, comen con mucho alboroto. Cuando el sol se pone, Eddy los acuesta amorosamente, cada uno en su propio libro. Suavemente los cubre con la portada. Las pequeñas criaturas duermen cómodamente bajo las tapas blandas. Sus hermanos mayores solo aceptan duras tapas robustas.

Durante el día, Eddy trabaja en el mundo de los adultos. Traje impecable. El cabello hacia atrás. Las manos despojadas de los anillos que lo protegen a él y a sus compañeros del ático de la maldad de la gente. Con un poderoso sentido del deber, cuida el oro de la ciudad. Trata las monedas con el mismo cuidado que a sus monstruos. Les sopla el polvo, las pule con sus inmaculadas mangas blancas, las cuenta meticulosamente y las guarda una por una, a salvo en la caja fuerte.

En ese momento, los monstruos están libres. Al menos los herbívoros. Abren la ventana con el hocico, pastan en los geranios, inhalan el aire fresco. Desde Dunwich House miran la ciudad torre y anhelan aventuras lejanas.

Cuando Eddy llega a casa, esperan ansiosamente a que suba las escaleras. Apenas ha abierto la puerta, vienen a frotarse contra él. Sí, los herbívoros son afectuosos. Como mascotas.

Pero Eddy prefiere a los carnívoros y los omnívoros. ¡Monstruos salvajes! ¡Monstruos de verdad! Rugen cuando Eddy los suelta al regresar. Están tan indignados de haber estado encerrados todo el día... Ese es el momento más peligroso. Las bestias braman, gritan, castañetean. Se acercan amenazadoramente a Eddy, lo rodean. Lo encierran cada vez más, allí, en ese alto ático lleno de estanterías de libros.

Eddy levanta una mano de manera conciliadora.

—Este es el pacto que hicimos. ¿Quién sigue leyendo sus historias de vida, mis queridas criaturas salvajes? Dunwich House es como el arca de Noé. Los he salvado del diluvio del olvido. Aquí, en el refugio de mi nido de lectura, les dejo merodear en el polvo. Huélanse entre ustedes. Limpien el plumaje de los demás. Devoren los mejores filetes que mi esposa prepara para ustedes con amor. Beban la sangre que mi hija extrae para ustedes. ¡Vivan! Pero recuerden, mis animales de ensueño, el mundo allá afuera ha terminado con ustedes. Si salen por la puerta, les espera la desgracia. Sus descendientes han sido desterrados a salas oscuras y pequeños armarios. La gente se horroriza viéndolos, seguros detrás de una pantalla. Pero si los ven en estado salvaje, ¡entran en pánico! Los míseros sin imaginación solo conocen lagartos gigantes que derriban decorados de cartón, rascacielos en países orientales que son pisoteados. Si aparecen por allá afuera, les exigen a sus gobernantes que los bombardeen. Una lluvia de fuego. Armas nucleares. —Eddy extiende los brazos. Se ensancha y bloquea el último resplandor del atardecer que inunda el ático en un resplandor dorado—. Mejor, queridos amigos, es brillar en el crepúsculo que arder a pleno sol.

Los monstruos inclinan humildemente la cabeza. Saben que su amo quiere lo mejor para ellos. Cuando Eddy los acuesta, asienten en comprensión. En los libros del ático, todos los habitantes encuentran su consuelo. Cuando duermen juntos, sueñan con muchos universos.

 

En memoria de Eddy C. Bertin, el hombre que era Dunwich House.

 

Título original: Wie droomt daar in het machtige Dunwich House?

Traducción del neerlandés: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT

 

Finn Audenaert (Gante, Bélgica, 1977) escribe relatos cortos: SF y terror, relatos absurdos y ocasionalmente también fantasía. Edita In Tenebris, revista flamenca de SF/F/H y misterio, y libros publicados por Poespa Productions. También edita Out of this World, una revista flamenca en línea de SF/F/H. Para la revista neerlandesa Fantastische Vertellingen reseña libros de SF/FH. Además, recopila antologías temáticas. Próximamente publicará libros con historias de fantasmas (2024), relatos de SF sobre nuestro sistema solar (2024) y cuentos de Alicia en el País de las Maravillas. En 2025 publicará su primer libro con relatos propios, Happiness: A How to Guide.

 

  

EL ENCUENTRO

 Laura Irene Ludueña   La reconoció de inmediato. Mary Shelley estaba sentada sola en el banco de una plaza oscura, como hurgando en sus r...